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Vol. 2013. Núm. 56.
Páginas 105-139 (Enero 2013)
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1997
Vol. 2013. Núm. 56.
Páginas 105-139 (Enero 2013)
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Anticolonialismo y socialismo de las periferias.
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1997
Rafael Mondragón
* Facultad de Filosofía y Letras, unam
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Resumen

A partir de una investigación1 sobre fuentes primarias, el presente artículo reconstruye la vida intelectual de La tribune des Peuples, importante periódico radical aparecido en Francia en 1849, donde se dieron cita algunos de los más grandes pensadores de la periferia de Europa. Explicamos la participación del joven chileno Francisco Bilbao en la elaboración de ese periódico, y señalamos la importancia del mismo para comprender el viraje de su importante obra filosófica.1

Este trabajo contó con el apoyo del programa académico “Entre-Espacios” del Colegio Internacional de Graduados, que me concedió una beca de dos meses y medio para trabajar en la biblioteca del Instituto Iberoamericano de Berlín. Gracias a ese apoyo pude hacer un breve viaje a Varsovia para consultar los ejemplares de La Tribune des Peuples disponibles en el Instituto de Literatura Adam Mickiewicz. En Polonia pude disfrutar de la hospitalidad de Irena Majchrzak, sobreviviente polaca de la invasión nazi, viajera incansable, compañera de los indígenas mexicanos, filósofa y alfabetizadora, conocida por mi familia: fue mi amiga desde que nací y murió una semana después de mi viaje. Este artículo también se dedica a su memoria.

Palabras Clave:
Anticolonialismo
Socialismo
Eurocentrismo
Francisco Bilbao
Filosofía latinoamericana
Abstract

The present article draws on primary sources to reconstruct the intelectual life surrounding an important radical newspaper called La tribune des Peuples. This newspaper appeared in 1849 and was a meeting point for intellectuals from the margins of Europe. We explain the relationship between La Tribune des Peuples and Francisco Bilbao, an important chilean philosopher who helped to develop this newspaper. We point on the importance of this publication for the comprehension on Bilbao’s work.

Key Words:
Anticolonialism
Socialism
Eurocentrism
Francisco Bilbao
Latin American Philosophy
Texto completo

Para Alvaro García San Martín

IntroducciónRecuerdos de Francisco Bilbao, inventor de “América Latina” 2

Pocos pensadores de nuestra América fueron capaces de despertar pasiones como Francisco Bilbao. Aunque hoy algunos fuera de Chile lo recuerden, Bilbao fue uno de los filósofos chilenos más discutidos en el siglo xix. El estilo de su pensamiento, su temperamento, lo convirtieron en una especie de personaje-símbolo, que todavía hoy es invocado y reapropiado por una gran cantidad de grupos y actores sociales en Chile y América Latina.

Amigo de juventud de los exiliados argentinos y discípulo de Andrés Bello y José Victorino Lastarria, Bilbao protagonizó, a los 21 años, uno de los mayores escándalos editoriales del siglo xix chileno: la publicación de Sociabilidad chilena, su primera obra importante, por la cual fue acusado de hereje, inmoral y sedicioso. La ola de ataques en contra suya no sólo le valió la expulsión del Instituto nacional, donde estudiaba, sino también un vasto ataque en la prensa que logró unir en contra suya a prácticamente toda la intelectualidad chilena. El muchacho se vio en la necesidad de exiliarse e hizo el viaje iniciático a Francia, donde se volvió discípulo de Michelet, Quinet y Lamennais. Además de estos contactos, poco se sabía hasta hoy de ese primer exilio del joven Bilbao; pero, como se verá en las páginas que siguen, hoy estamos en condiciones de asegurar que en aquellos años el escritor chileno tomó contacto con los movimientos socialistas y de liberación nacional de distintas naciones sin Estado en la periferia de Europa y, quizá, tuvo una participación marginal en la magna revolución del ’48.3

A su regreso a Chile, Francisco Bilbao comenzaría la labor intelectual que le daría fama. Fundaría la Sociedad de la Igualdad, una de las más importantes organizaciones populares del siglo xix latinoamericano; participaría con sus amigos igualitarios en la frustrada Revolución del ’51; se vería exiliado en Perú y Ecuador, donde se convertiría en uno de los primeros teóricos latinoamericanos de la democracia directa y participaría en la revolución social contra el presidente Echenique; regresaría a Europa por un breve tiempo, y ante la situación internacional terminaría de convencerse de la necesidad de retornar al ideal bolivariano de solidaridad americana; junto a José María Torres Caicedo, se volvería uno de los escritores fundamentales en la invención del nombre de América Latina; escribiría a favor de los grupos indígenas en defensa de sus tierras; sería reconocido como uno de los críticos más implacables de la dicotomía civilización-barbarie establecida por Sarmiento, y moriría de manera inesperada por una enfermedad en Buenos Aires, cuando estaba en sus mejores años.

Bilbao, en el cruce entre anticolonialismo y socialismo de las periferias

Como adelantamos arriba, el presente artículo reconstruye una etapa poco conocida de la vida de este autor sorprendente. El acercamiento que presentamos trata de reconstruir los contextos intelectuales del exilio parisino de Bilbao. Durante décadas, la obra de ese autor fue frecuentada por los historiadores de las ideas pertenecientes a la izquierda chilena, que intentaron proponer a la Sociedad de la Igualdad como momento inaugural del pensamiento socialista chileno.4 Santiago Arcos y Francisco Bilbao fueron caracterizados a menudo como “socialistas utópicos”, utilizando la conocida categoría con que Marx y Engels unificaron (y demonizaron) el conjunto de pensamientos socialistas que eran anteriores a la aparición del marxismo o que, siendo contemporáneos a éste, habían llegado a conclusiones diversas a Marx (aunque no necesariamente discordantes) respecto de la naturaleza del cambio social.

Es una pena que la caracterización de Bilbao como “socialista utópico” no haya llevado a investigar a detalle sus relaciones con el multiforme movimiento socialista de Europa, que representa la última y más radical transformación de la vieja izquierda “democrática”.5 En el presente artículo hemos seguido esa pista, tal y como se manifiesta a lo largo del primer exilio del chileno. Los resultados de nuestra pesquisa fueron sorprendentes: descubrimos que Bilbao no tuvo como interlocutores privilegiados a Fourier o Proudhon, sino al movimiento estudiantil parisino, que se politizó en los años anteriores a la gran revolución del ’48; que ese movimiento preparó a Bilbao para relacionarse estrechamente con un conjunto de pensadores hoy poco conocidos, provenientes de distintas naciones sin Estado en la periferia de Europa. Todos ellos estaban comprometidos en los movimientos de liberación nacional de sus respectivos países, y habían leído la tradición socialista desde un punto de vista excéntrico: buenos conocedores de las historias nacionales de sus respectivos “pueblos sin historia”, esos pensadores habían intentado elaborar los nexos entre el socialismo y la tradición anticolonialista.6

Junto a ellos, Bilbao emprendió un importante cuestionamiento del teleologismo progresista del socialismo hegemónico, cuyas premisas hacían difícil pensar la especificidad de la historia de los pueblos sin Estado en la periferia de Europa a los que pertenecían estos pensadores. La discusión de estos intelectuales cercanos a Francisco Bilbao debe considerarse como el primer antecedente importante para el posterior planteamiento del joven pensador sobre lo que debería ser el proyecto emancipatorio de “América Latina”. Descubrimos que los años del diálogo entre Bilbao y esa pléyade de pensadores son los mismos en que el chileno fija por primera vez la mirada en el problema de lo que después sería “América Latina”, y que esa ampliación de sus intereses es paralela de sus primeras reflexiones críticas sobre lo que hoy, a partir de pensadores como Zea, podríamos llamar “eurocentrismo”, así como sobre el sustrato teleologista de concepciones como “progreso” y “civilización” que, por ser propias de la Modernidad, eran caras tanto para el liberalismo decimonónico latinoamericano, como para el socialismo hegemónico.7

Así, el nacimiento del ideal latinoamericanista puede ser leído en el marco de un replanteamiento del socialismo y el ideal revolucionario, elaborado desde la situación de los pueblos de la periferia de Europa: como Bilbao, ellos asumen la necesidad de la revolución social, y al mismo tiempo elaboran una crítica de los supuestos eurocéntricos con que esa revolución había pensado la historia de la resistencia vivida en los márgenes de Europa. Socialismo, latinoamericanismo, anticolonialismo y crítica de la Modernidad emergen en una constelación que tendrá su realización más plena en los textos bilbaínos de la década de 1860, pero que tiene su origen en la experiencia de 1849.

Para contar la historia de ese encuentro, debemos reconstruir la historia del espacio material donde se dio. Ese espacio es un periódico: en torno de él se tejieron tradiciones discursivas y redes intelectuales. El nombre del periódico es La Tribune des Peuples. Su historia es materia de las páginas que siguen.

Francisco Bilbao y la historia de La Tribune des PeuelesUn maestro desconocido: Adam Mickiewicz, filósofo y poeta. Lamennais y Mickiewicz preguntan por América Latina8

1849 es un año de ocasos. El gobierno republicano creado tras la caída de la casa de Orleans había sido incapaz de dar respuesta a las demandas sociales del pueblo parisino. El ala radical del gobierno provisional, dirigida por Alexandre Ledru-Rollin y Louis Blanc, tuvo una serie de importantes éxitos en materia de política social, pero fue incapaz de capitalizar esos triunfos a favor suyo y perdió terreno frente a los republicanos moderados agrupados en torno al diario Le National, que habían dejado de lado sus diferencias con Blanc y Ledru-Rollin para participar en la agitación de 1847. Los republicanos radicales agrupados en torno a Blanc, Ledru-Rollin y el diario Le Réforme irán perdiendo los espacios de poder real y terminarán por quedar aislados. Su permanencia en el gobierno les restará credibilidad y los llevará a perder contacto con las masas populares.

Tras ser hegemonizados por el grupo moderado, los talleres nacionales, con los que Blanc había querido garantizar el derecho al trabajo para los desempleados de París, perderán su orientación libertaria. Con ellos, el republicanismo moderado se apropió del discurso socialista y lo despojó de todo contenido político radical. Estos talleres constaban para julio de más de 100 mil unidades organizadas militarmente donde se trabajaba a cambio de un salario miserable. Los empleos eran inútiles, y no tenían como fin la construcción de una sociedad socialista. Sin embargo, sirvieron a su propósito: rompieron la alianza entre trabajadores, pues los desempleados absorbidos por los talleres se harán partidarios del grupo moderado y enemigos de los proletarios politizados.

El 23 de junio, una gran manifestación de trabajadores fue violentamente reprimida. La respuesta indignada del pueblo parisino marcó la segunda y última etapa de la revolución, en la que el gobierno republicano, hegemonizado por el grupo moderado y en alianza con los grandes intereses económicos, se enfrenta a los obreros organizados que le habían permitido llegar al poder. El general Cavaignac es nombrado dictador, y ahoga el levantamiento en tres días de sangre que cuestan miles de muertes. La pérdida de legitimidad moral por parte del nuevo gobierno permitió que, en las elecciones del 10 de abril, un descendiente de napoleón Bonaparte lograra imponerse sorpresivamente a los grupos en disputa y se alzara con el poder. Al final de su mandato, el nuevo presidente se daría a sí mismo un golpe de Estado que lo convertiría en Emperador.

De estos eventos viene el profundo desengaño de Bilbao respecto de la experiencia republicana francesa. Esa decepción tiene como marco general el año de 1849. En él se decide el destino de las naciones que han aprovechado el impulso revolucionario de 1848 para reiniciar sus luchas de liberación nacional: Polonia e Italia lideran un amplio frente donde también participan los húngaros, checos, rumanos, croatas, rutenos (ucracianos).

Ese año, Bilbao es convocado a participar en un proyecto cultural. La persona que convoca se llama Adam Mickiewicz. Hoy su nombre es poco conocido. Vale la pena recordar que Mickiewicz ocupa en el mundo eslavo un lugar similar al que en nuestra América tiene José Martí: es el mayor poeta de Polonia, y al mismo tiempo su mayor pensador, y las dificultades para acceder a su pensamiento pasan, como en Martí, por el hecho de que ese pensamiento se expresa en formas literarias. una lectura de los testimonios de la época permite comprender su prestigio: Victor Hugo lo comparó elogiosamente con Homero, y Pushkin puso su obra al lado de la de Dante y Shakespeare.9

Ramón de la Sagra, un gran socialista español del que hablaremos adelante, escribiría en marzo de 1849 que

El movimiento revolucionario que agita la Europa es un fenómeno inmenso, sin paralelo en la historia de la humanidad. Él hace presente, dentro de una misma época, todas las fases históricas de la idea de progreso, desde la conquista de los derechos civiles hasta la proclamación de los derechos absolutos, desde la liberación de los siervos hasta la emancipación de los proletarios, desde la constitución de las familias políticas en nacionalidades hasta la fusión de las nacionalidades antiguas en sociedades fraternales.10

En efecto, el movimiento democrático revolucionario de 1848 se caracterizó por una extraordinaria diversidad. Hay una especie de heterogeneidad histórico-social: como dice La Sagra, a veces parece que en la vivencia revolucionaria se hubieran condensado tiempos y épocas diferentes. Todas las épocas, con sus demandas, aparecen súbitamente ese año, sin que las peticiones más nuevas subsuman a las antiguas.11

Es la misma heterogeneidad estructural de Europa que emerge en la pluralidad de sujetos que participan del momento. Para esos años existían naciones donde ya había una burguesía conformada, que detentaba el poder y conducía a los estados nacionales hacia proyectos modernizadores y homogeneizadores; en ellas, el movimiento democrático revolucionario se desarrolla como crítica del proyecto modernizador, a veces en franca oposición al poder establecido (así ocurrió en Bélgica, Holanda, Inglaterra, Suiza y, en cierta medida, en Francia). Pero también había naciones como Prusia y Austria, donde el absolutismo feudal se había reinstalado y dominaba con fuerza renovada: en ellas, la burguesía y los estratos populares se agrupan en una unidad nacional que se enfrenta al feudalismo y a la burocracia. En ellas, la urgencia de modernizar el país tiene un sesgo revolucionario, pues su contraparte es la fragmentación de los privilegios feudales y la apertura de la esfera pública. Éste es el contexto del canto a la modernización capitalista que encontramos en el Manifiesto comunista de Marx y Engels, esa misma modernización que hace que todo lo sólido se desvanezca en el aire.

Finalmente, existen regiones donde el absolutismo feudal se combina con la dominación extranjera. Hay en ellas una fractura entre la nación, que tiene una vida histórica efectiva, y el Estado que ha permanecido de manera interrumpida a lo largo de la historia de la nación. En ellas se crea un frente amplio que lucha por la patria y la independencia, y comprende a los estratos populares más pobres, la burguesía y la nobleza patriótica. Es el caso de “Polonia”, esa difusa nación repartida entre varios estados nacionales, distintas religiones, diferentes lenguas y diversas culturas; es el caso de las difusas “Italia” y “Hungría”, y también de las variadas naciones sin Estado que viven en Europa central y del este, y cuya relación con las tres anteriores estará llena de contradicciones.

Adam Mickiewicz, el maestro de Bilbao, es también el símbolo de la resistencia polaca en el exilio. Y la polaca es una extraña revolución que pertenece a este tercer sector: combina la lucha por la determinación nacional con la lucha social; a diferencia de las revoluciones en Austria y Prusia, esta revolución es crítica respecto de los proyectos de modernización, pues está acostumbrada a haber visto cómo la dominación extranjera a menudo se ha disfrazado de misión civilizatoria que lleva el “progreso” a regiones atrasadas.

Si los demócratas de los países presuntamente “desarrollados” son fieles al mundo ilustrado y por ello tienden frecuentemente a ver un sustrato reaccionario en la religión y las creencias populares de sus propias naciones, para los demócratas de las naciones sin Estado la reivindicación de tradiciones culturales y religiosas da expresión al conflicto social.12 Para los demócratas de los países “desarrollados”, las revoluciones de sus compañeros parecen estar hechas en nombre del pasado; los escritos de sus líderes están cargados de simbolismo religioso, y sus reivindicaciones sociales se inspiran en las creencias populares de sus pueblos.

El círculo de Mickiewicz es el más interesado en hablar con Bilbao sobre la dimensión no europea de América Latina. Dentro de ese círculo, el primero en haberle preguntado a Bilbao sobre este tema parece haber sido el sacerdote y filósofo Felicité Robert Lamennais, cuya radicalización en la década de 1830 no puede explicarse si no se consideran sus relaciones de apoyo decidido a la causa polaca.13 A partir de entonces, Lamennais se convertirá en un apasionado defensor de la lucha anticolonial de Polonia y otras naciones sin Estado, y el ejemplo de Polonia lo llevará a reconciliarse con las demandas sociales de los movimientos políticos modernos. La creciente radicalización del sacerdote lo llevará a la ruptura con el Papa en 1832, y luego a la escritura de Palabras de un creyente, gran manifiesto radical al que Harold Laski se refirió con admiración como “una versión lírica del Manifiesto comunista”,14 y que prepara el camino para obras como El libro del pueblo y De la esclavitud moderna, que fue traducido por Bilbao.

A los tres meses de su llegada, Francisco Bilbao se decide a buscar a Lamennais. El Diario copiado parcialmente por Manuel Bilbao recoge las impresiones de Francisco tras la primera reunión con el viejo sacerdote, que habría ocurrido a principios de mayo de 1845:

una criada me abre —le pregunto por él y ella me pregunta mi nombre. Vuelve para adentro y después me dice que puedo entrar. La criada había dejado la puerta abierta y quise asomarme, pero me detuve como para penetrar en un templo.Mientras la criada venía procuraba serenarme. Paso una primera pieza y al entrar a la segunda del rincón de la derecha se levanta para responder a mi saludo.-i.i.! —el autor de las [P]alabras de un creyente! — Yo creo que tenía la vista fascinada. Habíamos tan solo cambiado algunas palabras en francés, cuando me preguntó cuánto tiempo hacia á que estaba en Francia.

— Dos meses, señor.

— Pues V. Habla el francés como un francés.

En seguida me preguntó por Chile y por nuestras relaciones con los indios.

— Estamos en paz señor, y se civilizan.

— Pues es una raza notable.

— Sí señor, desde la conquista hasta ahora, conservan cualidades peculiares que la hacen distinguirse de las razas primitivas que conocimos.

— no son los Araucanos?

— Sí señor —le respondí con un gran placer al saber que los conociese. Después de algunas palabras me dijo:

— Pero yo vuelvo a lo que le he dicho —V. Habla el francés como si estuviese muy acostumbrado.

— Leemos algo la literatura francesa y tenemos ex[c]elentes maestros.

— Ya lo veo, me dijo.

En toda la conversacion atendía estremadamente a sus palabras para después recordarlas; pero analizaba tanto la expresión de sus facciones, me tenía muy sobre mí mismo y en todo ponía mi atención. Pero como la atención se particularizaba demasiado, esto hacía que la apreciación general fuese débil. Por esto es que no puedo recordar con exactitud todo lo demás que pasó.15

Los asombros y extrañezas aparecen desde este primer encuentro: Lamennais le pregunta a Bilbao sobre las relaciones de Chile “con los indios”. El personaje Bilbao, preocupado por dar una buena impresión de liberal chileno, contesta a la pregunta diciendo que “estamos en paz” y que “[ellos] se civilizan”; pero las sorpresas continúan, pues Lamennais responde diciendo que, en todo caso, la de ellos, los indígenas, “es una raza notable”. E inmediatamente le muestra al joven Bilbao que está al tanto de ciertas noticias sobre el mundo indígena chileno: sabe que se les llama con el nombre de “araucanos”.16

Según parece, el grupo intelectual al que Lamennais pertenecía estaba muy interesado por el mundo indígena. Alvaro García San Martín ha escrito algunas páginas notables sobre cómo ese interés parece haber sido compartido por Quinet. La preocupación era común también entre los exiliados cercanos a Lamennais. Podemos ver ese interés en la correspondencia editada entre Mickiewicz y su amigo y compañero de conspiraciones, el erudito Ignacio Domeyko quien, por entonces, se encontraba exiliado en Chile. Mickiewicz le encarga que escriba el relato de su viaje a América, poniendo especial atención en narrar la “Historia de la América meridional antes de la dominación española (lo que se sabe de ello); con capítulos sobre la dominación española y lo actual”. El poeta creía que este tema podía serle de interés a la comunidad de exiliados polacos que seguían luchando por la independencia. Por ello, le pidió a Domeyko que escribiera ese libro en polaco, de manera que pudiera editarse en su país.

Escribe en forma que pueda imprimirse en tu país; al final agregarás en apéndice el relato de tu viaje. Los que han escrito al presente sobre esa parte de América han tratado únicamente de su territorio y de sus minerales; sabemos muy poco de sus habitantes. Deberías, en las próximas vacaciones, en vez de ir a la Cordillera, visitar México y el Perú.17

Mickiewicz le pidió a su amigo que no hablara sólo del territorio o los minerales (temas sobre el que Domeyko era experto), sino sobre todo de la historia de su gente, especialmente de la historia “antes de la dominación española”. En la elección de esa palabra hay ya implícita una posición valorativa. El interés hacia la historia de América, ¿estará motivado por razones similares a las que originan el interés hacia la historia de otras naciones sumidas en luchas anticoloniales, hermanas, para Mickiewicz, de la misma lucha de Polonia?

Lo cierto es que, a la llegada de Bilbao, hay un pequeño público de militantes políticos que tienen un interés en la historia de las luchas anticoloniales de América; ellos interpelarán, a través de Lamennais, a Bilbao, quien después entrará en contacto directo con el grupo. Éste es el contexto del inicio del interés de Bilbao por los indígenas de América, que seguirá creciendo en la estadía francesa.18

El regreso de Mickiewicz a París y el programa político de la Legión polaca

La historia de La Tribune des Peuples inicia en julio de 1848, cuando Mickiewicz regresa a París proveniente de Milán. Se había marchado cuatro meses antes. Su primer objeto era construir en Roma una Legión Polaca que colaborara en la guerra contra Austria y “uniera bajo el estandarte de la libertad a todas las naciones eslavas”.19 Según Stefan Kienewicz, quien fue uno de los mejores investigadores de esta etapa de la vida del poeta, “El Símbolo político de la Legión, redactado por Mickiewicz, asociaba los lemas generales de un cristianismo místico con postulados democráticos concretos: república, igualdad de los ciudadanos, emancipación de la mujer, reparto de tierras a los campesinos”. El hijo de Mickiewicz añade que la igualdad de derechos políticos y civiles no sólo le era reconocida a las mujeres, sino también a los judíos, y señala que, según este Símbolo, “El Evangelio debía devenir en ley civil y social de los Estados”; glosando el texto, añade que “Polonia, resucitada en el mismo cuerpo con que había sido depositada en la tumba, debe asegurarse a sí misma la libertad de cultos y la asociación, la igualdad de los ciudadanos ante la ley”.20

Mickiewicz regresó a París el día 11 de julio, cuando acababa de pasar la terrible represión. Iba a reunir voluntarios para su Legión, pero se encontró con la persecución política desatada por la dictadura de Cavaignac, y con las intrigas y luchas intestinas que dividían a los grupos de exiliados y hacían muy difícil el trabajo conjunto. A pesar de todo, el poeta consiguió despertar el ánimo de los emigrados más jóvenes, y obtuvo de su amigo, el conde Xavier Branicki, el apoyo monetario para financiar la nueva expedición.

De esta época son los primeros testimonios de la idea de fundar un periódico en París: en una carta del 7 de agosto de 1848, Eugène Carpentier, futuro administrador de La Tribune des Peuples, le presenta a Mickiewicz un presupuesto estimado de lo que costaría un periódico. De cualquier manera, el proyecto debió de haber sido dejado de lado: después de la derrota de Custoza, el Piemonte abandona la guerra, y con ello la Legión se ve obligada a desintegrarse. Al mismo tiempo, el dictador Cavaignac publica una nueva y más dura ley de prensa, que volvía demasiado arriesgado un proyecto de publicación como el que Mickiewicz probablemente quería.

La planeación de La Tribune des Peuples, y la división de su grupo fundador en torno de la cuestión bonapartista

Ya dijimos que las elecciones del 10 de diciembre llevan a Louis napoleón Bonaparte al poder. Para decirlo con una frase de la época, el joven y ambicioso príncipe había logrado “ser todo para todos los hombres”: incluso una parte de la izquierda había sido seducida por sus vagas promesas sociales. Fue también el caso de Mickiewicz, quien, a pesar de sus simpatías republicanas, había escrito desde marzo de 1848 que parecía que la República de 1848 estaba destinada al fracaso por su incapacidad de enfrentar la cuestión social. A su manera de ver, ese revés tendría el efecto positivo de traer de regreso a la dinastía de los napoleones. En una carta del 9 de marzo, el poeta le había escrito a uno de sus amigos sus impresiones ante el miedo de los republicanos de sustituir la bandera tricolor por la bandera roja, que las masas obreras pedían imperiosamente como nuevo símbolo de la patria: “El rechazo de la bandera roja por parte de Lamartine es un mal signo. Él intuye, y el pueblo sabe, lo que esa bandera significa”.21

Mickiewicz era heredero de una vieja tradición aún presente en el pueblo francés, pero también en las naciones de la periferia de Europa: en ellas se guardaba el recuerdo de las guerras del primer napoleón, que habían expandido por el mundo los ideales de la Revolución francesa, y habían ayudado a las naciones más débiles a rebelarse frente a los regímenes aristocráticos de sus respectivas regiones. Para Mickiewicz, napoleón era el hombre providencial destinado a fundar una república auténticamente popular y a proyectarla por el mundo.22

A principios de año, Mickiewicz decide pedirle a su amigo, el conde Branicki, el dinero que éste le había ofrecido el año anterior para fundar el periódico. La cena en la que el poeta y su grupo deciden hacer público el proyecto tuvo lugar el 24 de febrero, y su pretexto fue la conmemoración del levantamiento revolucionario del año pasado. A ella asistió el gran socialista ruso Alexander Herzen, quien nos dejó en sus Memorias una crónica deliciosa. Es posible que Bilbao haya ido a esa reunión. Las primeras líneas de Herzen retratan con sentido del humor el carácter que tendrá el grupo a partir de entonces, singularizado por un constante ir de una lengua a otra, y de una tradición a otra: “Cuando llegué encontré que bastantes invitados ya estaban ahí, y que entre ellos apenas habría un francés; pero para compensar, estaban bien representadas las otras nacionalidades, desde sicilianos hasta croatas”. Y continúa así:

En realidad yo sólo estaba interesado en una persona: Adam Mickiewicz; nunca antes lo había visto. Estaba de pie frente al fuego con un codo sobre la repisa marmórea de la chimenea. A pesar de los grandes cambios traídos por los años, cualquiera que haya visto su retrato en las ediciones francesas de sus obras, retrato que, según creo, fue tomado del medallón fabricado por David D’Angers, lo habría reconocido de inmediato. Muchos pensamientos y sufrimientos habían cruzado su rostro, que era más lituano que polaco. Su figura, su cabeza, su vistoso cabello gris y sus ojos cansados, creaban una impresión de conjunto que sugería la infelicidad soportada, la familiaridad con el dolor espiritual, y su pesar exaltado estaba moldeado a semejanza del destino de Polonia […]. Parecía como si Mickiewicz estuviese siempre alejado, distraído por algo: ese “algo” era el extraño misticismo en el que después se iría retrayendo.23

Según Herzen, Chojecki, el anfitrión de la cena, había planeado que durante la misma se propusiera un brindis en memoria del 24 de febrero de 1848, al que Mickiewicz respondería con un discurso donde expondría sus ideas y presentaría el proyecto del periódico. Chojecki le había pedido a Herzen responder al discurso de Mickiewicz, pero el carácter reservado del ruso le hizo declinar la propuesta. Y Herzen hizo bien, pues el discurso de Mickiewicz lo sorprendió amargamente:

Hacia el final de la cena, Chojecki propuso el brindis. Mickiewicz se levantó y comenzó a hablar. Su discurso era hábil y elaborado, y extremadamente astuto, podría decirse que tanto [el radical] Barbès como [el conservador] Louis-Napoleón habrían podido aplaudirle con sinceridad. Sus palabras hicieron que me estremeciera. Mientras iba desarrollando sus ideas comencé a sentirme dolorosamente incómodo, mientras que, sin que quedara el más mínimo asomo de duda, esperaba la aparición de una palabra, un nombre: ¡y el nombre no tardó en aparecer!24

Ese nombre era, justamente, el de Louis napoleón Bonaparte, que fue invocado por Mickiewicz en el punto culminante del discurso, cuando la alabanza del ideal republicano y anticolonial se volvió defensa de la leyenda napoleónica. Pero a esa defensa siguieron las palabras de un anciano socialista español, quien tomó, en lugar de Herzen, la responsabilidad de responder el discurso de Mickiewicz. El anciano se llamaba Ramón de la Sagra. Arriba citamos ya uno de sus artículos. El ruso recuerda que sus palabras comenzaron de la siguiente manera:

— Mickiewicz puede ver las cosas como poeta, y tiene razón desde su propio punto de vista; pero no quisiera que, en una reunión como ésta, sus palabras pasaran sin una protesta.

Y así siguió y siguió, con todo el fuego de un español y la autoridad de un hombre mayor.

Cuando había terminado, veinte vasos, entre ellos el mío, se levantaron para brindar junto con él.

Mickiewicz trató de retomar su posición anterior y dijo algunas palabras para explicarse, pero no tuvieron éxito. De la Sagra no cedió. Todos se levantaron de la mesa y Mickiewicz se marchó.

Difícilmente podría haber ocurrido un presagio peor para el nuevo periódico.25

El enfrentamiento entre Adam Mickiewicz y Ramón de la Sagra preludiaba un conflicto que atravesará el resto de la vida del periódico, cuyos miembros estaban unidos en torno a una valoración radical de la cuestión social, la defensa de la Segunda República y el apoyo decidido a las luchas anticoloniales de Italia, Polonia y otras naciones sin Estado, pero no lo estaban en torno de su apreciación del príncipe que se convertiría en napoleón III. Mickiewicz mantuvo la terca esperanza de que el príncipe se sentiría interpelado por la supuesta tradición libertaria ligada a su apellido, y comprobó con desesperación cómo su gobierno profundizaba las alianzas con los grupos conservadores y decidía alinearse con las fuerzas de la reacción allende las fronteras de Francia. El golpe de gracia se dio en abril del mismo año, cuando el gobierno de Louis napoleón decidió enviar un ejército de seis mil hombres para invadir la República romana, tan amada por Mickiewicz, y restaurar el poder del Papa. Entonces el poeta polaco debió rendirse a la evidencia, y sus jóvenes amigos, reunidos en la dirección del periódico, ya no pudieron mantenerse callados. El texto que cambia la orientación editorial del periódico está firmado por uno de esos jóvenes, y sigue la línea crítica expresada por Ramón de la Sagra en ese banquete inaugural. El joven es Francisco Bilbao. Ese texto constituye el primer testimonio decisivo del viraje intelectual del pensador chileno hacia la crítica del eurocentrismo.

Lanzamiento de La Tribune des Peuples. Sus características editoriales y la importancia de Bilbao en la realización del proyecto

Hasta donde yo sé, ese texto, que es una carta abierta “Au journal La Réforme”, es el único en La Tribune des Peuples que aparece firmado con el nombre de Bilbao.26 De ello se podría deducir que el joven exiliado chileno habría tenido un papel marginal en la empresa comandada por Mickiewicz. Pero el estudio de los testimonios de la época nos deja ver que lo cierto es justamente lo contrario. Pocos emigrantes firmaban sus textos, y esa práctica se volvió todavía más rara conforme comenzó la persecución por parte del gobierno de Louis napoleón y los emigrantes comenzaron a ser deportados o fueron forzados a abandonar el país. El mismo Mickiewicz firmó sólo uno de sus editoriales, justamente en el que anunciaba que tendría que dejar el periódico.27

Sin embargo, en el prefacio a una importante antología de los artículos publicados por su padre en La Tribune des Peuples, Ladislao Mickiewicz hace un recuento de los que habrían sido sus colaboradores más importantes. Es tiempo de reconstruir ese círculo, y de decir algunas palabras sobre las afinidades que unen a sus integrantes: entre estos colaboradores íntimos están nombres como el ya referido Chojecki, muy amigo de Proudhon y —en esos tiempos— crítico radical del gobierno de Luis Felipe; el saint-simoniano Jules Lechevalier y el comunista Herman Ewerbeck, amigos de Chojecki y colaboradores en el periódico proudhoniano Le Peuple al lado del fervoroso Ramón de la Sagra; Charles Martin, que era además redactor general del semanario La Constitution, république du présent et de l’avenir; el sensible y delicado Auguste Lacaussade, poeta y traductor de poetas, antiguo secretario de Saint-Beuve y ferviente antinapoleónico; el fiel Eugène Carpentier, compañero de Mickiewicz desde el inicio y redactor cuyo nombre aparecía como responsable de cada número. Añade el hijo del poeta polaco: “Pero son los extranjeros quienes formaban la élite de la redacción: Ivan Golovine, J. Ricciardi, Francisco Bilbao, L. Frappoli, etcétera.”28

Hay otro dato que vale la pena recordar. Del estudio de la correspondencia de Mickiewicz realizado por Kienewicz se desprende que el equipo de redacción terminó de reunirse entre la mitad de febrero e inicios de marzo de 1849. A partir de una carta a Lacaussade del 6 de marzo de 1849, Kienewicz concluye que “ese personal se componía de dos grupos bien diferenciados: el personal que cumple funciones definidas y limitadas dentro del periódico —y aquellos que ejercían una influencia sobre el conjunto de su línea política”.

El primer grupo estaba formado sobre todo por especialistas extranjeros encargados de diversos problemas internacionales: el italiano Ricciardi, el alemán Ewer-beck, el ruso Voïnov, tres rumanos: Balcesco, Golesco y Bratiano —así como de los franceses: C. Martin, H. Castille, A. Pechméja y J. Julvécourt— este último encargado sobre todo del folletín. Charles Chojecki y, después de él, A. Lacaussade, eran secretarios de redacción, mientras que Carpentier cumple las funciones de administrador. La orientación general del periódico era evidentemente determinada por los artículos de fondo ocupados de los asuntos franceses, así como de los ensayos sobre problemas económicos y sociales. Esos artículos eran redactados en primer lugar por el mismo Mickiewicz, por dos de sus compatriotas, F. Grzymala y L. L. Sawaszkiwicz, por los franceses Lechevalier y Pauline Roland, el italiano Frapolli, el español Ramón de la Sagra, el belga Colins y un cierto Bilbao, originario de Chile.29

Así, tanto los recuerdos de Ladislao Mickiewicz, como las investigaciones de Stefan Kienewicz en torno de la correspondencia del poeta coinciden en ubicar al jovencísimo Bilbao entre los pocos que “están en el secreto”, los que pertenecen al círculo más íntimo de La Tribune des Peuples e influyen en su orientación general.

La tormenta de 1849: anticolonialismo y socialismo de las periferiasEl contexto: la tormenta de 1849

1849 es la inesperada segunda primavera de la revolución mundial. En mayo, los húngaros obtienen importantes victorias y consiguen expulsar al ejército austriaco. Los italianos radicales logran organizarse con el liderazgo de Mazzini y Garibaldi, y desplazan a los moderados en la marcha de la revolución nacional: el ejército de Garibaldi toma Roma, el Papa huye del Vaticano, y los radicales proclaman la República. La revolución mundial, que parecía perdida en el centro de Europa, renace en la periferia, y por un momento parece que su triunfo llevará el fuego revolucionario de nuevo a las naciones que perdieron en 1848. Entonces ocurre la traición de Francia: el gobierno de Louis napoleón decide combatir en Italia en defensa del Papa y acabar con la joven república de Mazzini. La superioridad numérica de las tropas francesas hacía pensar en una rápida victoria, y sin embargo, los italianos resistirían con valentía inusitada: para sorpresa del mundo, ofrecerán una valiente batalla, ciudad tras ciudad, en contra del ejército francés.

A pesar de todo, la República romana es derrotada en julio. un mes antes, el zar de Rusia había puesto a disposición su ejército con el fin de que Austria acabara con la República húngara. Tras dos meses sangrientos, Rusia y Austria logran conquistar Hungría. Prusia, Austria y Francia limpian sus estados nacionales de toda huella de liberalismo democrático: los proyectos de reforma constitucional originados en el impulso del ’48 son enterrados, y los principales líderes revolucionarios de Francia, Italia y Hungría deben exiliarse de sus respectivos países.

La Tribune des Peuples hace la crónica diaria de ese año tormentoso. Stefan Kienewicz ha demostrado que nuestro pequeño periódico conforma la fuente fundamental a partir de la cual los otros periódicos radicales de Francia confeccionaban su sección de noticias internacionales. El humilde diario de Bilbao y Mickiewicz es el sustrato oculto que alimenta el debate de la prensa francesa sobre la libertad de los pueblos sin historia.

1849 marcó a sangre y fuego la vida y el pensamiento de los demócratas europeos: Marshall Berman y Jerrold Seigel han escrito sobre cómo la derrota de la democracia radical dejó una huella indeleble en la redacción de El Capital de Marx. De manera similar, para los pensadores reunidos en La Tribune des Peuples la derrota de la revolución se vuelve aliciente para pensar de otra manera las relaciones entre las tradiciones intelectuales en la periferia de Europa. En los primeros números, los redactores repiten una y otra vez la misma idea: la izquierda europea debe acercarse a la historia de las luchas de los pueblos de la periferia si es que quiere ganar la revolución. Región tras región, el periódico hace el recuento diario de las discusiones, los planes organizativos, las ideas, los enfrentamientos armados. Las viñetas se acumulan una tras otra, y producen un efecto trágico y grandioso: vemos a la Constituyente romana trabajando en el nuevo proyecto constitucional mientras Francia prepara su ejército para acabar con la República;30 nos enteramos del debate en el Congreso húngaro, que, ante el avance de las tropas rusas y austriacas, ha decidido concederle derechos colectivos a las otras nacionalidades que habitan en Hungría (“quizá un poco tarde”, dice el redactor con melancólica ironía);31 atestiguamos el avance implacable de las tropas francesas sobre Italia:

Cuando el general Oudinot llegó a Roma, las calles estaban erizadas de barricadas, y en cada una de ellas se leía:

Artículo 5º de la Constitución Francesa de 1848

La República francesa respeta las nacionalidades extranjeras, como ella espera hacer respetar la suya; no emprenderá guerra alguna con propósito de conquista, y no empleará jamás sus armas contra la libertad de pueblo alguno.32

Al mismo tiempo, el periódico presenta artículos de fondo sobre temas históricos, y hace la crónica de la vida cotidiana: sigue los sinsabores de la vida de los exiliados por la guerra europea, recoge los debates sobre la abolición de la esclavitud en las Antillas, edita el enfrentamiento epistolar entre Mazzini y Tocqueville, hace el recuento de los libros prohibidos por el catolicismo tras la restauración del poder papal, narra el funeral de Chopin.33

Socialismo del centro y socialismo de las periferias: la crítica del eurocentrismo34

En Sociabilidad chilena, Bilbao había descrito la lucha revolucionaria chilena como una disputa entre las fuerzas del pasado y las del futuro. Las primeras estaban representadas por los restos de la mentalidad de la “edad media” en Chile: por la herencia española, el autoritarismo católico y las formas de servidumbre venidas del feudalismo. Las segundas conformaban los atributos de la “edad nueva” que se contraponía a la “edad media”: esos rasgos tenían que ver con Francia, el pensamiento de la Ilustración y la tradición revolucionaria.35

Se trata de una serie de oposiciones binarias que, como ha señalado Clara Jalif, contraponen revolución a feudalismo, Francia a España, pasado a futuro, campo a ciudad y barbarie a civilización. En su descripción de los huasos que compusieron el ejército de Diego Portales, el Bilbao de Sociabilidad chilena se hace eco de las ideas de su amigo Domingo Faustino Sarmiento, y presenta la guerra civil de Chile como lucha entre los elementos más avanzados de la sociedad, que viven en la capital y son famosos por su afrancesamiento, y los elementos más retrógrados de la misma, que viven en el sur de Chile, en “la vecindad del elemento indígena” y encarnan “la reaccion anti revolucionaria, anti liberal”. Los últimos son reaccionarios por naturaleza.36 Era necesario que la ciudad dominara al campo, y que Chile se afrancesara para perder todo vestigio de ese pasado retrógrado.

Pero todo cambia después del exilio en Francia; son los presuntos “bárbaros” los únicos que parecen ser capaces de una auténtica revolución: dirá Bilbao con admiración que ellos fueron los que en 1848 hicieron a las “naciones de Europa […] estremecerse como bajo las plantas de Attila”.37 Los elementos tradicionales de la sociedad americana —ya no sólo chilena— adquieren una nueva valoración; los indígenas, a quienes antes atribuía Bilbao una influencia perniciosa, ahora son alabados por su resistencia digna y arriesgada, que lucharon en nombre de la justicia incluso si parecía que la razón histórica haría ganar al bando contrario.38 El ímpetu de modernización ha sido sustituido por una preocupación por la justicia social y una reivindicación del valor histórico de la vida americana. En textos posteriores, Bilbao hablará del contenido revolucionario que se encuentra en ciertas prácticas sociales de narración de la memoria, y de la necesidad de “profetizar el pasado”.39

Probablemente este giro pueda ser mejor comprendido si atendemos a la discusión sobre estos temas en La Tribune des Peuples. Ella adquiere el carácter especial de una crítica de lo que hoy llamaríamos supuestos eurocéntricos de la tradición socialista y revolucionaria, y de la necesidad de replantear esa tradición a partir de la vida histórica real de los pueblos en la periferia de Europa. Porque conviene recordar que la lucha entre barbarie y civilización no es un tema exclusivo de la tradición latinoamericana. Aparece en los lugares más sorprendentes. Por ejemplo, está presente en la obra de Engels, quien elaboró el mismo año una serie de artículos dedicados a analizar la situación de la Europa revolucionaria. Su carácter ejemplar respecto de los prejuicios de la democracia radical europea nos autoriza a tomarlos como punto de referencia. En efecto, la derrota de Hungría no sólo se debió a las fuerzas conjuntas de Austria y Rusia, sino también a los conflictos entre la nobleza húngara y los grupos campesinos en la región: checos, croatas y rutenos eran “pueblos de siervos” separados étnica, lingüística y religiosamente de sus amos nobles, quienes tenían el monopolio de la representación nacional; por ello, a la hora del peligro, muchas veces prefirieron aliarse con los rusos y austriacos para combatir a los odiados opresores húngaros, que encarnaban la “nación de los señores”.40

En sus textos para la Nueva Gaceta Renana, Engels es implacable con la exigencia de derechos colectivos de estas minorías étnicas (como derecho al uso oficial de la lengua y un sistema educativo propio). Para Engels, en cuanto remanentes de una época histórica ya superada, los pueblos eslavos son naturalmente reaccionarios.41 La dominación de los pueblos eslavos y su fragmentación étnica y cultural es resultado de una “tendencia histórica” necesaria, “natural e inevitable”,42 que se corresponde con el movimiento de la historia universal, que Engels y muchos otros radicales veían desde una perspectiva hegeliana.

Al someter y fragmentar a las naciones eslavas, Austria y Hungría preparaban la próxima fase de la humanidad, cuando los pueblos de Europa se fusionarían en unidades políticas y económicas cada vez mayores. Todo lo que atentara contra esa tendencia centralizadora —incluyendo las demandas sociales de estos pueblos— debía ser rechazado por “reaccionario” y “antihistórico”.43 De manera similar a Sarmiento, Engels dibuja una lucha entre las fuerzas del pasado y las del futuro, las de la reacción y la revolución, las del mundo campesino y el mundo capitalista, y las del centralismo y las tendencias particularizadoras. La única solución posible para la izquierda democrática debe ser el “aniquilamiento” o “desnacionalización” de estos grupos:

No hay ningún país europeo que no posea en cualquier rincón una o varias ruinas de pueblos, residuos de una anterior población contenida y sojuzgada por la nación que más tarde se convirtió en portadora del desarrollo histórico. Estos restos de una nación implacablemente pisoteada por la marcha de la historia, como dice Hegel, esos desechos de pueblos, se convierten en cada vez y siguen siéndolo hasta su total exterminación o desnacionalización, en portadores fanáticos de la contrarrevolución, así como toda su existencia en general ya es una protesta contra una gran revolución histórica […]. Así en Austria con los eslavos meridionales, que no son nada más que el desecho étnico de un desarrollo milenario sumamente confuso. Que este desecho étnico, asimismo sumamente confuso, sólo vea su salvación en la reversión de todo el movimiento europeo, que para él no tendría que ir de oeste a este, sino de este a oeste, y que el arma liberadora, el vínculo de la unidad, sea para él el knut ruso, es lo más natural del mundo.44

El prejuicio formulado respecto de los pueblos eslavos también es aplicado por Engels, en el artículo citado, a otros pueblos como los irlandeses y los vascos. Todos ellos son calificados como “pueblos sin historia”, siguiendo una conocida metáfora hegeliana que explica la historicidad de un pueblo a partir de su capacidad para perpetuarse a sí mismo alcanzando la forma estatal.45

Y sin embargo, de esos pueblos presuntamente reaccionarios por naturaleza provienen muchos de los más importantes escritores de La Tribune des Peuples. Los escritos de esos colaboradores tienen como fin afirmar la historicidad de esos pueblos y la continuidad de sus luchas. Los radicales de La Tribune des Peuples intentarán salir del discurso teleologista que concibe a los pueblos dominados como necesariamente “reaccionarios” por ser “atrasados” y los condena a la desaparición o a su integración dependiente, en el marco de un proceso histórico mundial único pensado a partir de la historia de las naciones dominantes. Estos radicales tienen claro que la revolución social que se intentaba provocar no podía ser la imposición de pautas culturales y de desarrollo económico venidas desde afuera: no debería llevar a la “desnacionalización” o el “exterminio” de los grupos dominados. El socialismo debía ser replanteado a partir de las experiencias organizativas concretas de cada nación, que le dan coherencia a su historia y continuidad a sus luchas. El rescate de las experiencias sociales concretas era también la reivindicación de una forma de vida histórica realmente existente a pesar de la realidad de la dominación. Esas experiencias llevan, por un lado, al planteamiento de un socialismo autóctono, basado en la historia viva de cada pueblo y crítico del teleologismo y el desarrollismo y, por el otro, a plantear el vínculo necesario que debe unir al socialismo con el anticolonialismo.

De entre los intelectuales de La Tribune des Peuples dedicados a explicar la historia de pueblos presuntamente reaccionarios por naturaleza, destaca uno cuyo nombre ha aparecido con anterioridad: Ramón de la Sagra (1789-1871). A juicio de ángel J. Cappelletti, este pensador casi olvidado “fue el más original de los socialistas utópicos españoles”.46 De conocimientos pasmosos, La Sagra se distinguió como naturalista, agrónomo, geólogo, estadístico y reformador social. Fue director del Jardín Botánico de La Habana, y publicó la primera gran historia de Cuba de la que se tenga noticia, en 13 volúmenes, cuya mayor parte está dedicada a la historia física y natural de la isla. En España fue el primer comentador de Kant, pero también fue el introductor de Krause, mucho tiempo antes de que Julián Sanz del Río emprendiera su obra divulgadora. También fue amigo y colaborador de Proudhon, hasta la ruptura de ambos en 1849, y es responsable del primer periódico anarquista de España, El Porvenir, que comenzó a aparecer en 1845.47

La cantidad de colaboraciones firmadas por La Sagra dan una idea del prestigio que tenía su nombre en los círculos radicales en Francia: el diario ofrece fragmentos de las obras que La Sagra va publicando.48 Sus redactores siguen con atención los proyectos y preocupaciones del viejo filósofo español: recogen los pormenores de su pelea con Proudhon, que causó la desaparición de los Bancos del Pueblo en que ambos estaban empeñados, y narran los pormenores del proyecto de una organización para la paz universal, en que La Sagra estaba interesado.49 El viejo corresponde a esa atención desplegando una enorme actividad: apoya al diario comprando anuncios donde promociona sus nuevos libros; probablemente él es responsable de la aparición desconcertante de algunos anuncios comerciales dirigidos al público científico y la aparición esporádica de un “Bulletin scientifique” con reseñas de libros de fisiología, medicina y geología.50

“La Révolution et l’Espagne”, texto de La Sagra que aparece en el primer número de La Tribune des Peuples, repite una idea común a gran parte de los textos publicados en la primera etapa del periódico: los radicales europeos hablan todo el tiempo de la revolución europea pero, en realidad, no conocen Europa. no se dan cuenta de que esa revolución está formada de “acentos diversos”, y de que muchos de ellos provienen de pueblos hacia los que la izquierda europea tiene prejuicios, y sobre cuyas luchas sociales y tendencias intelectuales se sabe poco. uno de ellos es España.

Alejado del teatro inmenso de las convulsiones sociales, separado por barreras naturales que la civilización aún no ha osado allanar; cercado por la lejanía del océano, bajo un cielo prodigioso de bienes, existe un pueblo incomprendido, fiero de su independencia, noble de carácter, pobre en aparicencia, rico en realidad, fácil de satisfacer en sus necesidades, moderado en sus deseos. Ese pueblo es el de España […]. Aunque está en parte aislado, desde el punto de vista de las comunicaciones y el comercio, no lo está desde el punto de vista de las relaciones intelectuales. Las primeras fases revolucionarias que ya ha atravesado han despertado su energía, han desarrollado su actividad, fortalecido su ánimo, ejercitado sus fuerzas ocultas, en fin, revelado su valor oculto, y por consecuencia su porvenir.51

Ciertamente, España era poco y mal conocida. Y ello no sólo ocurría con los radicales europeos, sino también con los latinoamericanos. Creo que la actividad intelectual de La Sagra puede ayudar a comprender por qué el joven Bilbao que regresa en 1850 del exilio francés ya no es el liberal ultrarradical, que había dicho que la tarea de la revolución chilena debía ser aniquilar “nuestro pasado” que es “España”, y cuyos contenidos nefandos habían sido resumidos por Bilbao como restos medievales de “catolicismo” y “feudalidad”.52 Después de la visita a Francia, el antiespañolismo dejará de ser la nota dominante del programa regenerador de Bilbao, quien decidirá volcarse más bien al problema de la organización social de los grupos explotados.53

El artículo citado de La Sagra concluye con la promesa de dar a conocer al público la historia de ese pueblo y sus luchas, y esa promesa es heraldo de preocupaciones similares, que en los siguientes números llevarán a grandes intelectuales checos, irlandeses y rusos a hablar de la historia de sus respectivas naciones sin Estado. La Sagra cumple ese propósito en “Les partis en Espagne”, uno de los estudios más largos publicados en La Tribune des Peuples: sus siete entregas no sólo hacen un recuento de las tendencias ideológicas presentes en España sino también ofrecen una interesante valoración del movimiento socialista en ese país.54

Los demás escritores hacen lo propio poco a poco. En un texto notable del 17 de marzo, el erudito croata A. T. Berlitch ofrece una panorámica similar sobre los “eslavos del Mediodía”, es decir, los búlgaros, serbo-croatas y eslovenos, que son justamente los pueblos comprometidos en la lucha de liberación húngara. Berlitch repite los argumentos de La Sagra: los radicales europeos hablan de Europa sin conocerla realmente: respondiendo implícitamente a los prejuicios que han impedido un acercamiento con el mundo eslavo, Berlitch añade que hoy ese conocimiento se revela vital para ganar la revolución mundial.

Frente a los argumentos que calificaban a esos pueblos como naturalmente contrarrevolucionarios por sus dudas en apoyar el proyecto húngaro, Berlitch señala que esos pueblos han vivido durante siglos resistiendo la opresión de turcos y austriacos, y que se han enfrentado con el desprecio de la nobleza húngara. Berlitch hace una lectura social de la historia de la nación húngara: tanto los húngaros conservadores como los liberales se han distinguido por una agresión constante hacia estos pueblos, y esa agresión tiene que ver con el estatuto de servidumbre al que se les ha condenado; por ello, como adelantamos arriba refiriéndonos a planteamientos de Bakunin, la reivindicación cultural de esos pueblos tiene también un carácter social. Ésa es la razón por la que ellos se han negado a conformarse con el ofrecimiento de los húngaros liberales, que les han prometido derechos civiles a condición de aceptar la nacionalidad magiar. Los pueblos no se conforman con derechos individuales: quieren derechos colectivos, entre los cuales tiene un lugar preponderante el del uso de la lengua. Probablemente los planteamientos de Berlitch y otros autores pueden ayudar a comprender por qué, después de su exilio, Bilbao ha renunciado a la idea de homogeneizar América Latina, y por qué ve en esta pluralidad un indicio de las distintas formas de resistencia que cada grupo ha creado para soportar la dominación colonial.55

Berlitch muestra cómo la negativa húngara a las demandas de derechos colectivos ha llevado a que los movimientos nacionalistas de los pueblos sometidos terminaran en la ilegalidad y la persecución a manos de los supuestos revolucionarios. Asimismo, la negativa del Estado húngaro para pensarse en términos plurinacionales ha permitido que esas demandas étnico-sociales fueran aprovechadas por la reacción austriaca. La conclusión queda implícita, pero parece clara: los pueblos marginales sobrevivirán pese a todo, y mantendrán sus reivindicaciones, que son justas; el triunfo de la revolución mundial sólo puede darse a condición de ir más allá del liberalismo colonial, que sólo concibe derechos individuales y estados homogéneos. En números sucesivos de La Tribune des Peuples, un conjunto de textos anónimos profundizarán en esos temas desde perspectivas distintas; de ellos, destaca uno que retoma la discusión de Berlitch para explicar por qué, entre los croatas, el “socialismo” debe tener un sentido distinto.56

Para terminar esta revisión de los contextos intelectuales que pudieron influir en el cambio de dirección de la obra de Bilbao, hablaremos de los intelectuales rusos, quienes tienen el mérito de haber planteado este tema con fuerza decisiva. Entre ellos está Nikolai Sazonov, quien publica un par de artículos con el seudónimo de “Iwan Woinof ” (o “Woinoff ”).57 Junto a Herzen, Golovin, Ogarev y Bakunin, Sazonov forma parte de la bohemia radical rusa en el exilio. Es muy importante su ensayo “De la Russie” publicado el 15 de marzo, en un espacio privilegiado del primer número del periódico.58 En él reaparece el tema planteado por La Sagra y seguido por los croatas: los radicales europeos hablan de Europa sin conocerla, y para el triunfo de la revolución es fundamental el conocimiento de Rusia, que es algo más que el pueblo cruel y reaccionario que imaginan los radicales.

Sazonov recuerda el viejo debate sobre las fuentes del pensamiento revolucionario, y pasa lista a las fuentes propuestas por las diferentes escuelas: la Biblia y el cristianismo, la Revolución francesa y el mundo ilustrado, el republicanismo clásico, el pensamiento renacentista. Todas ellas han aportado algo importante en la construcción de los proyectos revolucionarios. Pero hay que añadir una fuente adicional: se trata de “el principio comunal” que anima la vida campesina rusa. Los campesinos pobres han vivido diversas rebeliones a lo largo de su historia, y se han visto obligados a soportar opresiones de distintos grupos: ello ha sido posible porque durante todo ese tiempo han conservado ese principio comunal, fuente de dignidad y escuela práctica de democracia.

Sazonov está aludiendo a dos instituciones comunitarias del mundo campesino, que volverán a aparecer en artículos posteriores: la obschina, que es el régimen de explotación y posesión colectiva de la tierra subsistente en las aldeas rusas, y el mir, que es la asamblea de los líderes de familia que decide el destino de cada aldea. A pesar de la servidumbre, que liga a los campesinos con sus señores, estas instituciones comunitarias se han mantenido como espacios autónomos respecto de las autoridades regionales: dentro de ellas se ha resguardado la gente pobre de Rusia; allí se ha educado en el arte de la discusión y la toma colectiva de decisiones: ellas son una fuente de valores morales de tipo libertario. Por ellas se explican las rebeliones y la sobrevivencia digna a pesar de la opresión de los señores feudales. Como señalaría un siglo después la intelectual boliviana Silvia Rivera Cusicanqui, estas instituciones comunitarias tienen valor civilizatorio.

De esta manera, las ideas de Sazonov apuntan hacia un socialismo agrarista basado en la recuperación de las potencialidades revolucionarias presentes en formas tradicionales de organización. Como diría Lamennais, no se trata de renegar del pasado, sino de recuperar su contenido revolucionario. Hay aludido aquí un debate colectivo que es importante resaltar. En buena medida, las ideas de Sazonov están basadas en planteamientos que por aquellos tiempos comenzaba a sistematizar su amigo Alexander Herzen (1812-1870), a quien ya citamos arriba. Estas ideas apuntan también hacia una posibilidad: no es necesario que el pueblo ruso pase por las mismas “etapas” de desarrollo que han pasado pueblos como Alemania, Inglaterra o Francia; el dilema que en Rusia ha dividido a los intelectuales entre “eslavófilos” y “occidentalistas” puede resolverse de manera inédita postulando un proyecto revolucionario que no occidentalice a Rusia, sino que recupere creativamente las potencialidades presentes en la vida social del pueblo pobre.59 De este tema, después de su exilio, Bilbao dirá que la fuerza revolucionaria de América viene de la “confluencia” de muchas historias que perviven debajo de la narrativa del progreso, y “germinan” en momentos inesperados gracias a la capacidad de rebelión de los pueblos. Se trata de recuperar la potencialidad revolucionaria de ese pasado negado, y de ayudarle a germinar.60

Conclusiones

En el fondo, los debates de estos olvidados socialistas que fueron amigos de Bilbao nos llevan a la crítica del teleologismo, es decir, del metarrelato del progreso civilizatorio que justifica la violenta expansión colonial del modo de vida moderno, así como la necesaria desaparición de las formas de vida culturales de los pueblos sometidos por ese proyecto. Frente al socialismo colonial de Engels y otros autores, los amigos de Bilbao muestran que no hay un curso necesario de la historia por el que todos los pueblos deban pasar. Los hombres y los pueblos son libres y responsables, y tienen el deber de conocer su historia profunda para crear, desde ella, respuestas originales a sus propios problemas. Ya no se trata de exterminar al pasado, sino de recuperar el contenido emancipatorio que late oculto en las formas tradicionales de la vida social. En esas formas está la historicidad real de los “pueblos sin Estado”, a los que la izquierda hegeliana había condenado a la desaparición.

Las colaboraciones de “Woinoff ” conforman el último vértice de la constelación intelectual que, a nuestro juicio, pudo haber ayudado en el cambio intelectual de Bilbao. En ellas, el pretendido “atraso” se vuelve reserva moral desde la cual la democracia radical europea puede pensar de manera inédita el sentido auténtico de su proyecto: la comunidad campesina adquiere la dignidad de las repúblicas romanas; y, como diría Bilbao años después, el pasado terco del pueblo organizado, que en Rusia y otras naciones eslavas se resiste a ser domesticado por el proceso de modernización, puede comenzar a “profetizar”.

Este trabajo contó con el apoyo del programa académico “Entre-Espacios” del Colegio Internacional de Graduados, que me concedió una beca de dos meses y medio para trabajar en la biblioteca del Instituto Iberoamericano de Berlín. Gracias a ese apoyo pude hacer un breve viaje a Varsovia para consultar los ejemplares de La Tribune des Peuples disponibles en el Instituto de Literatura Adam Mickiewicz. En Polonia pude disfrutar de la hospitalidad de Irena Majchrzak, sobreviviente polaca de la invasión nazi, viajera incansable, compañera de los indígenas mexicanos, filósofa y alfabetizadora, conocida por mi familia: fue mi amiga desde que nací y murió una semana después de mi viaje. Este artículo también se dedica a su memoria.

Las obras fundamentales sobre nuestro autor son Armando Donoso, El pensamiento vivo de Francisco Bilbao, Santiago, nascimiento, 1941; Clara Alicia Jalif de Bertranou, Francisco Bilbao y la experiencia libertaria de América. La propuesta de una filosofía americana, Mendoza, Ediunc, 2003 y Alberto J. Varona, Francisco Bilbao. Revolucionario de América. Vida y pensamiento. Estudio de sus ensayos y trabajos periodísticos, Panamá, Ediciones Excélsior, 1973. La última obra es importante porque ofrece los resultados de una investigación bibliográfica en que se descubrió casi un tercio de obras desconocidas del autor. un estado de la cuestión sobre Bilbao y su obra puede leerse en Rafael Mondragón, Filosofía y narración. Escolios a tres textos del exilio argentino de Francisco Bilbao (1858-1864), México, 2009 (Tesis para optar al grado de Maestro en Letras, FFyL-unam), t. II, pp. 5-42.

Como ha dicho Cristián Gazmuri, hasta ahora la principal referencia para estudiar la vida de Bilbao en París era el viejo libro de Armando Donoso. El importante artículo de Louis Miard sobre las relaciones entre Bilbao y sus maestros franceses ha sido prácticamente ignorado por la crítica latinoamericana. “un disciple de Lamennais, Michelet et Quinet en Amérique du Sud: Francisco Bilbao”, en Cahiers mennaisiens, núms. 14-15, 1982. Véase ahora también el importante estudio de Alvaro García San Martín, “Bilbao y Lamennais: una lección de geopolítica”, en La Cañada, núm. 2, 2011, pp. 17-47, con mucha información nueva. Las “naciones sin Estado” a las que aludimos están conformadas por el conjunto de nacionalidades sin existencia política que vivían desperdigadas en distintos territorios nacionales (p. ej., croatas, ucranianos, “rutenos”…), de manera parecida a como viven hoy los pueblos indígenas americanos.

En esta línea se ubican los importantes estudios de Julio César Jobet, “Las ideas políticas y sociales de Santiago Arcos y Francisco Bilbao”, en Atenea, núms. 481-482, 2000, pp. 275-298 (ed.orig. 1942); “Francisco Bilbao, ideólogo y tribuno de la democracia”, en Los precursores del pensamiento social de Chile, Santiago, universitaria, 1955, t. I, pp. 7-20; Santiago Arcos Arlegui y la Sociedad de la Igualdad, Santiago, Cultura, 1943. También, en alguna medida, los importantes estudios sobre la Sociedad de la Igualdad elaborados por Ricardo Melgar Bao, Luis Alberto Romero, Sergio Grez y María Angélica Illanes, entre otros.

Los vínculos entre democracia y socialismo deben ser tomados en cuenta si queremos comprender a cabalidad el pensamiento de la izquierda europea en la época. Antes de ser apropiada por el liberalismo doctrinario, que redujo su problemática a una discusión formal, la “democracia” era el nombre de un movimiento popular entendido, en el antiguo sentido del término, como toma del poder del pueblo pobre que constituye el demos. En la tradición democrática, esa toma del poder debe ir acompañada de los medios materiales que permitirían el ejercicio de la soberanía: se trata del derecho a la existencia, a la comida, al trabajo, que conforma el contenido material de la “libertad”, y sin los cuales el derecho al voto se convierte en derecho a elegir el próximo amo. Véase Antoni Domènech, El eclipse de la fraternidad, Barcelona, Crítica, 2004, y Arthur Rosenberg, Democracia y socialismo, México, Cuadernos de Pasado y Presente, 1981.

La falta de espacio nos impide desarrollar en este artículo la historia apasionante del involucramiento de Bilbao en el movimiento estudiantil parisino en defensa de la universidad, de tantas resonancias hoy. Los contornos fundamentales de ese movimiento pueden reconstruirse gracias a Elisabeth Brisson, quien hizo la biografía de Les Ecoles, el periódico de Bilbao y sus amigos estudiantes. Véase “Le tribune du Collège de France devant la presse”, en Romantisme, vol. 5, núm. 3, 1975, pp. 165-195. Tampoco podremos desarrollar nuestras hipótesis respecto a la participación de Bilbao en el levantamiento parisino de 1848, que ha sido desestimada por historiadores como Sergio Grez, pero que aparece confirmada por un pasaje del diario de Edgar Quinet recogido por la viuda de éste. Madame Quinet, Edgar Quinet avant l’exil, 2ª ed., París, C. Lévy, 1888, p. 396. La pregunta inquietante es ¿de qué lado combatió Bilbao? La respuesta depende de la fechación de la entrada del diario de Quinet recogida por su esposa (él recuerda la participación de Bilbao en febrero, pero en esas fechas él estaba todavía de viaje). Bilbao y Quinet parecen haber combatido juntos, pero Quinet estuvo en los dos bandos, primero como comandante de la Guardia nacional que creía ingenuamente en las difamaciones del represor Cavaignac, luego como comandante rebelde, cuando se dio cuenta de lo que en realidad estaba pasando. Cfr. Richard H. Powers, Edgar Quinet, Dallas, Southern Methodist university Press, 1957, cap. ix. Véase el inquietante testimonio recogido por García San Martín, op. cit., p. 22.

Como veremos abajo, el “eurocentrismo” en realidad es de una parte de Europa: como dijo Desiderio navarro hace mucho, Europa es, también ella, una realidad heterogénea y compleja, llena de asimetrías y desigualdades. Los pensadores aquí revisados vienen de “la otra Europa”.

La única persona que ha hablado con cierto detalle de las relaciones entre Bilbao y Mickiewicz es Alfredo Lastra, “Bilbao, Mickiewicz y Domeyko”, en La Época, 2 de marzo, 1997, pp. 18 y 19, quien da noticia de una correspondencia todavía inédita entre Bilbao y el secretario de Mickiewicz. La similitud de planteamientos entre algunos integrantes de la tradición filosófica de Europa del Este y la tradición filosófica latinoamericana ya había sido señalada por Eugeniusz Gorski, quien, sin embargo, sólo pone atención en los filósofos latinoamericanos del siglo xx.

Véase el soneto de Pushkin en Adam Mickiewicz. 1798-1855. In Commemoration of the Centenary of his Death, París, unesco, 1955, p. 245. Las reacciones del mundo intelectual francés ante la obra de Mickiewicz vacilaban entre la admiración, la sorpresa y el escándalo. Véase el recuento de Zofia Mitosek, “Adam Mickiewicz vu par les Français”, en Romantisme, vol. 21, núm. 72, 1991, pp. 49-74, que es resumen de una obra más amplia.

Ramón de la Sagra, “La Révolution et l’Espagne”, en La Tribune des Peuples, 13 de marzo, 1849. La traducción es mía.

En lo que sigue, desarrollamos de manera propia una hipótesis planteada por Arthur Rosenberg, op. cit., pp. 80-83.

Por ejemplo, Bakunin recuerda, en Mi confesión, que en las regiones eslavas dominadas por Austria la servidumbre campesina pasa también por la anulación de la identidad cultural a la que se adscriben los siervos: “Hace tiempo que los alemanes están habituados a considerarlos [a los austroeslavos] como sus siervos, y ni siquiera les permitían respirar en eslavo”, citado en R. Rosdolsky, Friedrich Engels y el problema de los “pueblos sin historia”, México, Pasado y Presente, 1980, p. 171, n. 28. Bakunin no duda en llamar “eslavofagia” a ese proceso de desaparición de la cultura dominada, que se expresa en la prohibición de las lenguas eslavas y el hostigamiento hacia toda forma de resistencia cultural. Desde el punto de vista latinoamericano, llama la atención la cercanía de estos planteamientos respecto de los elaborados por los intelectuales indígenas del siglo xx, para quienes la imposición de la dominación colonial es inseparable de la desaparición de la propia historia, y la recuperación de ésta es requisito indispensable para la movilización política. Véase Guillermo Bonfil Batalla, Utopía y revolución, México, nueva Imagen, 1981, pp. 38-40.

En efecto, mucho se ha escrito sobre las relaciones entre Bilbao y Lamennais, pero pocos han recordado que Lamennais había comenzado su carrera como pensador de la contrarrevolución. En su primera etapa, el pensador francés atacaba los presupuestos universalistas de la Declaración de los derechos del hombre a partir de una consideración del “sentido común”, forma de la razón práctica conformada en espacios de sociabilidad comunitarios y grupos como la familia y la Iglesia que ocupan un lugar intermedio entre el individuo y el Estado. En esos espacios, la comunidad transmite saberes prácticos que permiten orientarse en la vida (artes y oficios, pero también actitudes, gestos y valores); en ellos se crean lazos sociales y un sentido de pertenencia; gracias a su existencia es posible que el individuo se organice, elabore una lectura de su propia situación y trabaje en común por solucionar sus problemas. Véase Louis Le Guillou, L’evolution de la pensé religieuse de Félicité Lamennais, París, Armand Colin, 1966; Robert Nisbet, “The Politics of Social Pluralism: Some Reflections on Lamennais”, en The Journal of Politics, vol. 10, núm. 4, 1948, pp. 764-786; y Paul Bénichou, El tiempo de los profetas, México, fce, 1984, cap. IV. El pensamiento de Lamennais y sus discípulos en su relación con la obra de Bilbao será materia detallada de un próximo artículo.

Harold Laski, Authority in the Modern State, new Haven, Yale university Press, 1919, p. 255.

Bilbao, op. cit., pp. xlvi-xlvii. Se actualizó la ortografía.

Aunque quizá Bilbao no lo sabía, en 1824 había aparecido en París una traducción de La Araucana de Ercilla, a cargo de Gilibert de Merlhiac (L. Miard, op. cit., p. 28, n. 55.); probablemente por ella Lamennais pudo enterarse de la existencia de los indios chilenos. una posibilidad más remota sería que Lamennais conociera el bello ensayo antropológico publicado en la revista erudita española Viagero Universal, que era dirigida por el sacerdote afrancesado Pedro Estala, que fue traducido al francés en 1811 (“Tableau civil et moral des Araucans, nation indépendante du Chili, traduit de l’Espagnol du Viagero universal; par M. P[isa].…”, Annales des voyages, de la géographie et de l’histoire…, t. 16, 1811, pp. 67-168).

Mickiewicz a Domeyko, 1º de agosto de 1839, en Hernán Godoy y Alfredo Lastra, Ignacio Domeyko, un testigo de su tiempo. Memorias y correspondencia, Santiago, universitaria, 19984, p. 93.

Exactamente dos años después, el joven chileno publicará un texto donde recopila todo lo que sabía de los araucanos, sobre todo a través de fuentes escritas. El texto fue publicado en La Revue Indépendante, diario fundado por Viardot, Leroux y George Sand, todos ellos amigos cercanos de Lamennais. El tema del artículo es el mismo por el que el viejo sacerdote le había preguntado a Bilbao en esa primera entrevista; su título es un homenaje al famoso Tableau de la France de Michelet con que se iniciaba el tomo II de su Historia de Francia, publicado originalmente en 1833. El artículo de Bilbao se llama “Tableaux de l’Amérique méridionale: les Araucans, leur foyer, leurs moeurs et leur histoire”; su hermano no sabía que este texto se había publicado, y con el nombre de “Los Araucanos” editó en las Obras completas de su hermano un borrador del mismo texto, quien se tomó la libertad de “organizar el manuscrito y llenar algunos vacíos” (A. J. Varona, op. cit., p. 263, n. 2). Hoy, gracias al trabajo de García San Martín, hemos recuperado la primera versión del texto de Bilbao, antes de que su hermano lo rehiciera: véase F. Bilbao, “Cuadro de la América Meridional. Los Araucanos, su territorio, sus costumbres, su historia”, en Mapocho, núm. 70, 2011, pp. 307-362, editado por A. García San Martín, trad. por A. Madrid Zan. Las consecuencias prácticas de este interés de Bilbao comienzan apenas el autor regrese de París: a decir de Vicuña Mackenna, entonces comenzará a estudiar la lengua mapuche, sirviéndose de un viejo soldado que había combatido en la frontera; los Boletines del espíritu, primer texto del regreso, contienen también su primera defensa explícita del mundo indígena. Ella proseguirá en los textos siguientes, que hacen manifiesta su posición respecto del problema de la tierra.

Stefan Kienewicz, “Histoire de La Tribune des Peuples”, en La Tribune des Peuples, edición fac-similar dirigida por Henryk Jablonsky, prefacios de S. Kienewicz y W. Floryan, recopilación y fotografía de los originales dirigida por W. Floryan, Wroclaw/Warsawa/Krákow, L’Institut national Ossolinski/ Maison d’édition de l’Académie Polonaise des Sciences et des Lettres, 1963, p. vi. Todas mis citas del periódico provienen de esta excelente edición.

Ladislao Mickiewicz, Adam Mickiewicz. Sa vie et son oeuvre, 2ª ed., París, A. Savine, 1858, pp. 229 y 230.

Citado en Ladislao Mickiewicz, op. cit., p, 232. La posición de Bilbao respecto de la revolución del ’48 es cercana, en este respecto, a la de Mickiewicz, y muy distinta a la que tenían otros autores latinoamericanos de la época, como Sarmiento, quien, por el contrario, se alegró de este “rechazo de la bandera roja”.

Véase Zofia Mitosek, “Mickiewicz, napoleón et les Français”, en Revue des études slaves, vol. 70, núms. 70-74, 1998, pp. 739-775. Abajo veremos a detalle que Bilbao fue el primero de los discípulos de Mickiewicz en criticar directamente esta posición del maestro. Véase F. Bilbao. “Au journal La Réforme”, en La Tribune des Peuples, 4 de mayo, 1849.

My Past and Thoughts, ed. D. Macdonald, trad. C. Garret, California, university of California Press, 1982, p. 342. La traducción es mía.

Ibid., p. 343.

Ibid., p. 345. Herzen cree, equivocadamente, que en aquella época Ramón de la Sagra tendría alrededor de 70 años, cuando en realidad apenas rondaba los 50.

Véase la nota 22 de este trabajo. ¿Es de Bilbao la larga carta firmada como “B.” y publicada en el número del 12 de septiembre? Aunque la carta recoge ideas planteadas en el texto de Bilbao y las desarrolla con un estilo similar, ella está dirigida desde Londres, y no parece probable que nuestro chileno hubiera viajado a ese país por estas fechas. Hay otra carta de “B.” publicada en el número del 7 de septiembre y dedicada a hacer la crónica de las tendencias políticas en Londres.

Adam Mickiewicz, “Déclaration de la direction de La Tribune des Peuples”, en La Tribune des Peuples, 16 de octubre, 1849. En su obra citada, Ladislao Mickiewicz hizo un esfuerzo por separar los editoriales que, a su juicio, fueron redactados por el poeta.

Ladislao Mickiewicz, “Préface”, en Adam Mickiewicz, La Tribune des Peuples, París, Flammarion, 1907, p. 9. La traducción y las cursivas son mías. Más adelante, Chojecki abjuraría de sus antiguas creencias y se volvería partidario de Louis napoleón. En cuanto a Lacaussade, sus afinidades con la causa polaca vienen de muy atrás, pues él había sido traductor de Krasinski, poeta poeta místico de Polonia. Finalmente, como ha señalado Kienewicz, la participación de Ewer-beck es fundamental, pues, a través de ella, el grupo de La Tribune des Peuples se liga al grupo de Marx y Engels: Ewerbeck está encargado de recopilar las notas sobre la situación en Alemania, y su fuente principal es la Nueva Gaceta Renana.

Kienewicz, op. cit., p. VII (la traducción y las cursivas son mías).

La Tribune des Peuples, 18 de marzo, 1849. En la crónica se incluyen fragmentos de un discurso de Mazzini ante la Constituyente que pudiera ser una fuente importante para la comprensión del primero de los fragmentos que integran los Boletines del espíritu: los textos son tan parecidos que da la impresión de que el de Bilbao es reelaboración del de Mazzini.

La Tribune des Peuples, 6 de septiembre, 1849 (la nota cubre el debate del 28 de julio, al que no se había podido dedicar espacio porque en esas fechas el periódico había sido suspendido por órdenes del gobierno francés).

La Tribune des Peuples, 8 de mayo, 1849.

Véanse los números del 14 de septiembre (con uno de los varios artículos dedicados a la abolición de la esclavitud), 10 de septiembre (primera reunión de la congregación encargada del Index, e inclusión de los nuevos libros), 27 a 29 de septiembre (polémica epistolar de Mazzini con Tocqueville), y 31 de octubre (sobre Chopin).

A continuación ofrecemos una panorámica del pensamiento radical en La Tribune des Peuples que pudiera tener relación con la obra de Bilbao. Hemos puesto atención sobre todo en los pensadores croatas, rusos y españoles, que nos parecen los más importantes a este respecto. Los límites de extensión nos han impedido incluir también a pensadores rumanos como Nicolae Bãlcescu (o Balcesco), e italianos como Giuseppe Ferrari, de menor participación en el periódico pero de enorme interés filosófico. Quedan pendientes para otro trabajo.

“Sociabilidad chilena”, en El Crepúsculo, t. II, núm. 2, 1o de junio, 1844, p. 69.

Ibid., pp. 79-81.

Boletines del espíritu, Santiago, Imprenta del Progreso, 1850, p. 5. El uso libertario de la noción de “bárbaro” aquí recuerda las palabras de Michelet en El estudiante, que fue uno de los cursos impartidos en el College de France en los años de aprendizaje de Bilbao. Como es bien sabido, a partir de 1860, y sobre todo en La América en peligro, Bilbao dedicará toda su atención a la refutación de la obra de Sarmiento y a la crítica de la oposición binaria barbarie-civilización.

Ibid., pp. 20 y 21, 32-34.

Véase Mondragón, op. cit., cuyos caps. II y IV desarrollan el tema del valor revolucionario de la memoria y el pasado en La ley de la historia y El evangelio americano. La frase entrecomillada pertenece al primero de esos textos.

Las expresiones entrecomilladas vienen del libro citado de Roman Rosdolsky.

En ello, Engels sigue de cerca los prejuicios de Hegel respecto del mundo campesino. Véase el comentario a las Lecciones de la historia de la filosofía universal en Rosdolsky, op. cit., y la posición de Engels en la p. 88. Sobre la relación entre civilización y barbarie en la obra de En-gels, véase Rosdolsky, pp. 101 y 122.

Ibid., p. 105.

Ibid., p. 130.

Citado y comentado profusamente en Rosdolsky, op. cit., pp. 123 y 124 (las cursivas son mías).

Véase ibid., pp. 126 y 131.

“Anarquismo latinoamericano”, en C. Rama y Á. Cappelletti [eds.], El anarquismo en América Latina, Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1990, p. CLXIV.

La obra básica para el estudio de Ramón de la Sagra es Emilio González López, Un gran solitario: don Ramón de la Sagra. Naturalista, historiador, sociólogo y economista, La Coruña, Caixa Galicia, 1982.

Los redactores indican al final del ejemplar del 15 de marzo que en días próximos ofrecerán extractos de dos obras de La Sagra recientemente aparecidas: Sur le condition de l’ordre et des réformes sociales, memoria leída en el Instituto nacional de Francia en medio de una enorme polémica, y Théorie et practique de la Banque du Peuple, de evidente inspiración proudhoniana. Los extractos se publican como Ramón de la Sagra, “Sur le principe d’association”, en La Tribune des Peuples, 18 de marzo, y “notion su progrés social”, La Tribune des Peuples, 19 de marzo. En el primero es muy evidente la influencia de Proudhon.

Sobre la pelea entre La Sagra y Proudhon, véase “Banque du peuple”, en La Tribune des Peuples, 13 de abril, y las dos cartas de La Sagra publicadas el 17 y 20 de abril. El interés de la Sagra por esa organización para preservar la paz es atestiguado por su discurso recogido el 14 de mayo. Probablemente por su influencia se publicó el largo artículo del Barón de Colins, antiguo maestro suyo, titulado “Organisation sociale rationnelle” y que apareció en los números del 21, 22, 25, 26, 27, 28 y 31 de mayo.

Justin S., “Bulletin scientifique”, en La Tribune des Peuples, 20 de abril. Probablemente esta sección hubiera continuado de no haber sido expulsado La Sagra del país cuando arreció la represión de Louis napoleón.

Ramón de la Sagra, “La Révolution et l’Espagne”, en La Tribune des Peuples, 13 de marzo, 1849 (la traducción es mía).

Bilbao, “Sociabilidad chilena”, p. 59.

Sólo al final de su vida volverá Bilbao a su antiespañolismo, y ello en ocasión de la polémica con Emilio Castelar, cuando Bilbao defendió, al lado del mexicano Ignacio Ramírez, la necesidad de “desespañolizar” América.

Ramón de la Sagra, “Les partis en Espagne”, en La Tribune des Peuples, 19, 20, 23 y 30 de abril, y 3, 4 y 5 de mayo. El tema continúa en Ramón de la Sagra, “Polémique de la presse espagnole”, en La Tribune des Peuples, 12 de mayo. El viejo socialista español probablemente fue el animador principal de la sección dedicada a España que aparece a menudo en “Tribune des Peuples”, sección de cada número que recopila las noticias más importantes de los pueblos en lucha. Esta sección está firmada como “R. de la S.” en el número del 13 de abril, y ahí el redactor se atribuye la responsabilidad de la entrega anterior de esta sección.

Mondragón, op. cit., pp. 133-146, hace un análisis detallado de este tema en El evangelio americano.

Véase A. T. Berlitch, “Tendances du Slaves du Midi”, en La Tribune des Peuples, 17 de marzo, y A. L. C. H., “Le socialisme en Croatie”, en La Tribune des Peuples, 21 de mayo. Quizá el nombre de Berlitch sea en realidad un seudónimo. Lo único que he podido averiguar es que ese nombre apareció algunos años después al frente de una obra erudita: Fuentes de la historia serbia, publicadas en turco, con traducción al serbio y el alemán, Viena, 1857 (según Auguste Dozon, Poésies populaires serbes, París, Dentu, 1859, p. 41, nota).

Sobre la identificación entre Sazonov y Woinoff, véase Judith E. Zimmerman, Midpassage: Alexander Herzen and European revolution, 1847-1852, Pittsburgh, university of Pittsburgh Press, 1989, p. 103.

Iwan Woinoff, “De la Russie”, en La Tribune des Peuples, 15 de marzo, 1849. La editorial del 6 de abril, titulada “Vendredi Saint!”, también está firmada por él. Ivan Golowine (o Golovin), otro radical ruso cercano al círculo de Herzen y Bakunin, es también un frecuente colaborador (véase su carta sin título dirigida a Thiers, 3 de abril; su colaboración sin título firmada como “I.G.”, 6 de abril; su colaboración sin título firmada como “I.G.”, 8 de abril, y su editorial “La réaction et la démocratie”, números del 9 y 10 de abril).

Sobre el pensamiento de Herzen, véase Franco Venturi, El populismo ruso, Madrid, Alianza, 1981, t. I, pp. 99-148, e Isaiah Berlin, Pensadores rusos, México, FCE, 1979. Ideas similares habían sido planteadas también por Joachim Lelewel, el gran historiador polaco que fue maestro de Mickiewicz en Lituania y cuya influencia se deja sentir en varios artículos de La Tribune des Peuples.

Véase Mondragón, op. cit., pp. 129-133, que hace el análisis de este tema en El evangelio americano.

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