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Vol. 108. Núm. 3.
Páginas 66-67 (Julio - Septiembre 2011)
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Editorial
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El sida, 30 años después: una epidemia de prejuicios
HIES-a 30 urte geroago: aurreiritzien epidemia
AIDS: 30 Years Later: An Epidemic of Prejudice
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Ricardo Franco-Vicario
Medicina Interna, Hospital Basurto, Bilbao, (UPV/EHU – Osakidetza), España
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Pocas enfermedades han despertado tanta atención como el sida.

Jamás un proceso infeccioso logró tamaño despliegue de investigaciones biomédicas, conciliando enormes esfuerzos pluridisciplinares.

Pero no nos engañemos. Si la epidemia no se hubiera circunscrito en el ámbito geográfico del mundo civilizado, probablemente la respuesta de la sociedad occidental, y en concreto de los países más poderosos, hubiese sido muy distinta. En efecto, como señala Françoise Heritier-Augé, expresidenta del Consejo Nacional —francés— del Sida, cuesta imaginar que una sociedad industrial y capitalista pueda moverse por imperativos de generosidad, solidaridad y altruismo.

Treinta años después, desde un punto de vista social y político el sida es realmente una epidemia de prejuicios donde el elemento más dañino y contagioso no es el propio virus (VIH), sino todos los fantasmas ancestrales y recurrentes que afloran —como ingredientes ineludibles— cuando algo rompe el sentido convencional de lo cotidiano, de lo normal, suponiendo un riesgo y un estigma.

Para un historiador de la Medicina, un antropólogo o un sociólogo, las actitudes discriminatorias frente a los infectados o los que sufren la enfermedad, la tendencia a identificar enfermo y culpable, el miedo irracional al contagio, los sensacionalismos informativos, el movimiento subterráneo de ambiciones personales en determinados centros del poder científico, los oscuros intereses económicos que merodean en torno a este proceso —es realmente cierto que del sida vive más gente que la que se pretende curar—…, son aspectos que probablemente les recuerden, como un déjà-vu, lo que siempre ha ocurrido, a través del tiempo y las culturas, cuando el hombre se ha enfrentado al desafío de una enfermedad contagiosa cuyos rasgos epidemiológicos están en relación con la intimidad de las conductas. Ya lo decía la vieja copla popular: Nadie se acerca a mi cama/ que estoy tísico de pena/ al que muere de este mal/ hasta la ropas le queman.

Incluso a nadie puede extrañarle ese fenómeno curioso de que entre la gente, aun teniendo en su mano una información exhaustiva sobre las estrategias de prevención, pocos son los que adoptan las medidas más pertinentes y eficaces. Da la sensación de que nos cuesta asumir que el VIH no se contrae por lo que uno hace, sino por cómo lo hace.

Las políticas de control de la enfermedad se encuentran con la dificultad inherente al contradictorio comportamiento de los seres humanos.

A pesar de todo, no creo que el sida, ni cualquiera otra enfermedad todavía incurable, acabe con la historia del hombre en este planeta.

Para un ser vivo —y el VIH lo es—, el valor más supremo es el de su propia vida y la de su especie. El virus del sida está cumpliendo a la perfección el mandato biológico de su naturaleza: se multiplica y pervive sin importarle nuestra condición de seres superiores.

Sin duda, enemigos peores ha tenido el hombre, frente a los cuales ha sido capaz de defenderse.

Respecto al sida, existe en estos momentos una masa crítica de conocimientos científicos que auguran una solución a corto-medio plazo. De hecho, los actuales tratamientos han conseguido modificar de forma favorable el curso de la enfermedad.

Sin embargo, de lo que no es capaz de defenderse el hombre, hoy por hoy, es de sus actitudes paradójicas, de sus fantasmas, de sus anquilosados hábitos, de su individualismo, de su insolidaridad.

La Historia se repite, una y otra vez: llegará el día en el que el sida pueda prevenirse sin barreras físicas —por medio de vacunas—, o se cure definitivamente con fármacos antivíricos específicos. No obstante, el sida social será difícil de erradicar. Cargado de prejuicios siempre habrá alguien que pregunte: Y tú, ¿cómo lo cogiste?

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