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Vol. 19. Núm. 8.
Páginas 24-27 (Septiembre 2005)
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Síndrome posvacacional
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JOSEP MARIA GALÍa
a Socio de Axis Consulting. Profesor titular de ESADE.
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El autor aborda, desde una perspectiva cargada de ironía y buen humor, el contexto en el que se produce el llamado síndrome posvacacional que, en mayor o menor medida, afecta a buena parte de las personas que trabajan, esto es, a todos nosotros.

Tras varios artículos con temas y enfoques de notable seriedad relacionados con la gestión del factor «persona» en la oficina de farmacia, los lectores de farmacia profesional merecen un respiro. Vamos a aprovechar esta rentrée postestival para relajarnos todos un poco y abordar el tema de hoy con un poco de ironía, sin sarcasmo y, sobre todo, sin intentar devaluar la entidad clínica o subclínica que da título al presente artículo (el síndrome posvacacional), un fenómeno que, según los expertos, afecta a cerca del 35% de los trabajadores del medio urbano, con edades comprendidas entre 25 y 40 años (por desgracia, este autor ya no figura en esa horquilla).

En los últimos tiempos se han escrito decenas de artículos relacionados con el famoso síndrome posvacacional (SPV) o síndrome de la vuelta de vacaciones. Se desconoce si el fenómeno es nuevo o ya antiguo, si se deriva del estilo de vida actual o ya existía y no aparecía en el «mercado» de las patologías porque no tenía ni nombre ni marca, ni nadie interesado en ganar dinero aportando una solución. Al fin y al cabo, eso de estar un poco «depre» al volver al trabajo después de unas semanas de no trabajar, vivir la vida y olvidarse de horarios y obligaciones poco gratos es un problema tan viejo como Matusalén.

Un síndrome sospechoso

Si se deja de trabajar durante un tiempo y se quiere volver a trabajar es inevitable pasar por este proceso traumático de adaptación, la famosa «vuelta al trabajo». Hay dos soluciones para no tener que experimentar este mal trago: trabajar siempre o no trabajar nunca. Lo primero nos parece a los urbanitas postindustriales algo irreal: las vacaciones son una conquista de la sociedad industrial, irrenunciable, que se ha integrado de tal manera en nuestra cultura que nos parece como si siempre hubieran existido, algo que es falso, evidentemente. ¿Hacían vacaciones nuestros antepasados en las sociedades agrícolas y ganaderas? No. Aún hoy día los que viven de la tierra o del ganado no hacen vacaciones. Aún quedan resquicios de este modus vivendi en los pueblos agrícolas y ganaderos. Nadie en este sector puede irse un mes de vacaciones sin poner en peligro la cosecha o el rebaño. Se sustituyen las vacaciones por dos o tres breves pausas durante el año. En algunos pueblos del Pirineo catalán celebran dos fiestas, la major, que dura dos o tres días, y la petita, que dura un día, más la corta parada invernal por Navidad y San Esteban y la de Semana Santa. Los payeses trabajan todo el año, y no les hable de SPV porque tienen la «ventaja» de no ser un colectivo de riesgo.

No trabajar nunca también es una manera de salirse de este colectivo de riesgo. El SPV conlleva, según el ilustrado criterio de la Sociedad Española de Medicina de Familia y Comunitaria, síntomas como cansancio, fatiga (que debe de ser un cansancio muy cansado), falta de apetito, somnolencia e insomnio (o sea, que te duermes durante el día en el trabajo y tienes ganas de juerga por la noche), falta de concentración, taquicardias, dolores musculares, dolores en el estómago, sensación de ahogo, irritabilidad, nerviosismo, inquietud, tristeza, ideas de ruina (justificadas, por cierto, en setiembre para los padres de niños en edad escolar) e indiferencia. ¡No está mal todo lo que le puede pasar a uno si vuelve al trabajo; es como para quedarse de vacaciones toda la vida! ¡Bienaventurados los que pueden vivir de rentas y han decidido no trabajar!

Revoltillo de siglas

El problema de los que trabajamos en actividades propias de la sociedad industrial posmoderna es que si nos quedáramos de vacaciones, nos daría el «SEHP» o «síndrome de la ejecución de la hipoteca del piso», que tiene su peligro, puesto que los bancos no se andan con chiquitas a la hora de ejecutar, o bien otro síndrome de pronunciación más complicada, que afecta a los padres con hijos, el conocido «SFCPNPTD» o «síndrome de la fatiga crónica de padres de niños pequeños que termina en divorcio», ocasionado por el hecho de soportar estoicamente durante este período maravilloso de vacaciones las peleas del mayor con el peque, el peque con el mediano, el mediano con el mayor y los padres contra todos y entre ellos, para acabarlo de arreglar.

En resumen, que volver al trabajo puede producir estrés. ¡Pues claro! Los médicos nos dicen que es por culpa de que durante las vacaciones no tenemos horario, dormimos unas siestas de dimensiones hiperbólicas, trasnochamos y desconectamos tanto que, claro, el día D a la hora H nos entran todos los males.

Conclusión: si en nuestro trabajo debemos respetar un horario fijo, conviene que recuperemos el biorritmo unos días antes, es decir, sacrificar dos días de nuestras vacaciones para irnos poniendo de mal humor y reducir el contraste entre nuestro humor pre-trabajo y la mala gaita que nos va a entrar el día D a las 9 de la mañana.

Terapia de choque

Yo, como no soy médico, me permito dar otro consejo: apurar al máximo las vacaciones. Si estamos de vacaciones fuera de nuestra ciudad de residencia, podemos llegar a casa la misma mañana en la que empezamos a trabajar. Si no llegamos a la hora, no pasa nada; es el primer día. Tomémonos el primer día como lo que es, el primer día, y no pretendamos trabajar demasiado, a ver si nos da un «tirón» emocional. A partir de los 30, los médicos nos dicen que hay que hacer estiramientos antes de entrar en el partido. Hagámosles caso. Tomémonos cafés con nuestros colegas, expliquémonos todo lo explicable de las vacaciones: la maravillosa cola en el overbooking de Iberia en Cancún o los malditos mosquitos de la paradisíaca playa de Puket que no salían en las fotos del catálogo de la agencia de viajes. O que cuando nos decidimos a pasar un día de vela con nuestros amigos, resbalamos en la bañera del velero y nos pegamos tal batacazo que anduvimos tres semanas con un brazo escayolado.

Cuando lo hayamos contado todo, conviene organizarse para lo que queda de semana, que ya es menos. Si tenemos un viaje pendiente, podemos hacerlo. Nuestra mujer/nuestro marido nos lo agradecerán infinitamente. Sin duda, es de lo más agradable estar solo en casa con los «enanos» en estado de gran excitación preescolar, cuando no ha sido posible apuntarlos a las «colonias de preadaptación adaptativa preescolar».

Los profesionales y los autónomos lo tenemos más fácil: no podemos perder el ritmo porque nunca acabamos de «desconectar», con lo cual tampoco corremos el riesgo de una «descompresión» insuficiente, al subir de golpe de las profundidades oceánicas de las vacaciones.

¡Si los síntomas no remiten en diez días... salvados! Probablemente no hemos sufrido el SPV, pero quizás tengamos algún problema mucho más serio. Por ejemplo, estamos hartos de nuestro jefe y sólo pensar que tenemos que aguantarlo 11 meses más nos ataca los nervios, o bien hemos pasado un verano y unas vacaciones tan malas que lo mejor que podemos hacer es tomarnos otras «buenas». Este hecho ocurre a menudo en parejas que tienen problemas de convivencia: la vivencia intensa de una relación deteriorada durante el mes de vacaciones, sin contar con la desconexión del trabajo pueden acabar con los nervios de cualquiera. Los psicólogos dicen que uno de los meses en los que se producen más separaciones y divorcios es el mes de septiembre, y lo atribuyen a la difícil e inevitable convivencia estival.

La cara positiva

Pero tampoco tienen por qué ser malas todas las noticias de la vuelta al trabajo. Para los padres de familia con hijos pequeños (o no tan pequeños), la vuelta a la «normalidad» puede constituir un paliativo a unas semanas susceptibles de acabar con la paciencia de cualquiera. Unas breves colonias antes de la vuelta al «cole» les van muy bien a los chavales, que van cogiendo suavemente el ritmo, sin enterarse y aún les va mejor a los padres, que pueden descansar de verdad sufriendo el SPV, dolencia que al ser menos intensa que el SFCPNPTD, puede ser vivida como una auténtica bendición.

Tal como funcionamos en nuestro mundo consumista, no nos extrañaría que dentro de poco, alguien interesado en hacer negocio en el mercado infantil y juvenir inventara --si no está ya inventado-- un producto que podría llamarse por ejemplo «PPAADRE» o sea, «proceso de preadaptación adaptativa a la dura realidad escolar», (no confundir con el programa PADRE de Hacienda), que bien acompañado de unas pastillitas placebo podría convertirse en un elemento más de la desestabilización progresiva y inevitable de los presupuestos familiares.

A riesgo de personalizar en exceso este texto, le confesaré que para mi mujer y para mí, querido lector, las vacaciones de verdad tienen cierta correlación temporal (y hasta sospechamos que causal) con las colonias escolares de mis hijas. Son un período en el que nos da otro síndrome, el conocido «SRP» o «síndrome de redescubrimiento de la pareja», plagado de extrañas sensaciones, silencios reencontrados, complicidades perdidas y añoranzas deseadas.

En definitiva, el SPV es un problema que parece que afecta a mucha gente, pero incluso los médicos más puristas recomiendan no tomárselo demasiado en serio y dejar pasar una semanita hasta que desaparezca. Como decía mi abuela con los resfriados, «tres días de subida, tres de bajada y se cura solo». En una semanita.

 

 

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