Hace ya demasiado tiempo que la actualidad no trae más que noticias negativas. Realmente, hasta a los optimistas impenitentes como yo, que tendemos a buscar lo positivo de todas las situaciones, nos empieza a resultar complicado encontrarlo.
La crisis económica y financiera que vivimos afecta a todas las personas y son muchos los pequeños comercios que no han podido sobrevivir a la embestida de la falta de liquidez de las familias españolas, que, según los especialistas, no tiene visos de mejorar a corto plazo. No hay sector que resista.
De camino a mi farmacia -siempre el mismo camino- hace unos años me encontraba con pequeñas tiendas que iban abriendo, con esfuerzo e ilusión, jóvenes y menos jóvenes. Acondicionaron los locales, los decoraron, organizaron la mercancía, colgaron rótulos, diseñaron promociones e inauguraron con alegría y esperanza... Para después estrellarse contra el muro de la realidad. Ahora todo son cerrojos y persianas bajadas. Uno sí y otro también, esos pequeños negocios han ido cerrando sus puertas y dejando en el barrio una estampa de tristeza y abandono. Sobreviven las franquicias de fruterías, los bazares chinos, los restaurantes de comida oriental rápida y las tiendecitas de «ultramarinos» que no cierran nunca, y que recuerdan a las que hace años abrieron otras generaciones de emigrantes nacionales pero que ahora son regentadas por personas que han venido de países lejanos. Otros comercios tradicionales como la mercería, que había pasado ya por dos generaciones, ha tenido que cerrar sus puertas, del mismo modo que la peluquería o el pequeño negocio de instrumentos musicales, que abrió hace 20 años y que ya hace dos fue sustituido por un «ciberlocutorio».
Las farmacias vivimos ese mismo escenario, con permanentes medidas de ajuste que nos ahogan, rebajas y más burocracia, junto con la incertidumbre constante de no saber ya en qué momento de descuento, bajada de margen, etc. nos encontramos. La nueva escala de deducciones viene a paliar, en cierta medida, todo este sinsentido y a ayudar -menos mal-, a algunos compañeros que durante los últimos años no han logrado siquiera alcanzar unos niveles de viabilidad mínimos, pero que han seguido al pie del cañón por consideración hacia sus clientes. Este soplo de aire fresco es, no obstante, insuficiente para otros muchos compañeros que se encuentran al borde del colapso económico. Pienso, especialmente, en aquellos que compraron una farmacia en los últimos años. La ilusión y una pizca de locura les llevó a pensar que las boticas podrían afrontar cualquier adversidad, pero lo cierto es que han sido pasto de una crisis que se empeña en acabar con un débil estado de bienestar que habíamos conseguido desarrollar entre todos.
Sólo nos queda ya confiar en nuestras propias fuerzas, personales y profesionales, para resistir como lo que siempre hemos sido y queremos seguir siendo: los agentes de salud más cercanos al ciudadano. De ellas dependemos para salir airosos de este reto.
