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Vol. 18. Núm. 6.
Páginas 11-15 (Junio 2004)
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Aptitudes psicológicas

 

En la primera parte de este artículo se describieron los factores que determinan la reacción de los individuos ante la experiencia de la enfermedad, sus posibles respuestas, así como las actitudes y estrategias que puede desarrollar el farmacéutico en cada caso. En esta segunda y última parte se analizan algunos perfiles del enfermo crónico y los distintos papeles o posicionamientos que los pacientes pueden adoptar a la hora de informar a los profesionales de la salud sobre sus problemas.

  En el número anterior se comentó la importancia que tiene, para una buena comunicación entre los profesionales de la salud y el paciente, que los primeros puedan anticiparse a la diversidad de respuestas del segundo ante la enfermedad, aprovechando sus conocimientos empíricos y también estudiando la casuística y las bases teóricas de la psicología clínica. A continuación se analizan con mayor detenimiento las particularidades que presenta, a este respecto, el paciente crónico.

EL PACIENTE CRÓNICO

El paciente crónico se enfrenta a una enfermedad de evolución prolongada. En ocasiones sus síntomas mejoran muy lentamente, a veces sólo de forma transitoria y raramente está libre de toda molestia.

Saber que uno estará ligado a una enfermedad probablemente durante toda su vida no es plato de gusto para nadie. Algunas personas reaccionan con tristeza, sienten como un «lastre» del que no se van a poder deshacer durante toda su existencia. Lo perciben como un peso desmesurado, que no van a poder sobrellevar. Otros, gente de talante más optimista, albergan siempre la esperanza de que un día ese trastorno se cure o desaparezca como por arte de magia, como sucede a veces con ciertas alergias.

Algunos pacientes se resignan y optan por pensar que siempre hay quien está peor.

En la familia, el paciente crónico, sobre todo los ancianos o personas con patologías de cierta gravedad, puede generar tensiones, confusiones, desánimo y sentimiento de culpa en sus familiares respecto a los cuidados que brindan al paciente. Ello puede, a su vez, tener un impacto negativo en el estado general del enfermo, que probablemente experimentará alguna o varias de las siguientes sensaciones o necesidades:

 

Inseguridad

Algunos pacientes crónicos, al considerarse como «enfermos permanentes», sienten cierta inseguridad sobre la efectividad del tratamiento al que están sometidos o temen no estar bien controlados. Estos sentimientos derivan, a menudo, de una falta de información sobre el funcionamiento de su enfermedad y de los medicamentos prescritos.

 

Miedo al rechazo

En los casos más graves, el enfermo teme que sus familiares o cuidadores acaben rechazándole, por el esfuerzo reiterado que precisa su atención y/o por el desembolso económico y de tiempo que genera.

 

Ansiedad ante la soledad y la dependencia

No tener aspiraciones de recuperación hace que en algunos pacientes una enfermedad crónica no excesivamente grave acabe debilitando su estado físico, mental y sus relaciones sociales. En esta situación, es fácil que el enfermo experimente miedo a la soledad, la dependencia y a un posible abandono por parte de familiares o personas de su entorno.

 

Miedo a la incapacidad física o mental

En algunos pacientes, la pérdida progresiva de las capacidades físicas y psíquicas o su afectación paulatina favorece el desmedro del amor propio y el recurso constante a la ayuda de terceros, a veces en tareas que el propio enfermo puede desarrollar perfectamente. Si los familiares o cuidadores no ponen un límite razonable a sus demandas, probablemente contribuirán a un deterioro precoz de las capacidades del enfermo.

 

Recelo ante los profesionales de la salud

Algunos pacientes, al conocer el carácter crónico de su enfermedad, comienzan a desconfiar automáticamente de los profesionales de la salud, porque piensan que no se esforzarán por mejorar su condición. Evidentemente, es tarea de los sanitarios convencerle, con su actitud y comportamiento, de todo lo contrario.

PERFILES PSICOLÓGICOS DEL ENFERMO CRÓNICO

El carácter crónico de una enfermedad permite que la relación entre el paciente y los profesionales de la salud que lo atienden, incluido el farmacéutico comunitario, se estreche, el conocimiento mutuo mejore con el tiempo y de ello se extraigan frutos positivos. Algunos expertos han clasificado a los enfermos crónicos en 6 tipos:

 

El paciente dependiente

Necesita ser cuidado, alimentado, vestido, calzado, etc. En ocasiones puede tratarse de necesidades ficticias, porque el paciente infravalora sus capacidades o, simplemente, es egoísta y exigente. En otros casos, la dependencia es un hecho cierto e irrefutable. Sea como fuere, la impotencia que crea en el individuo esta situación hace que sus necesidades vayan siempre en aumento, a la par que su insatisfacción, porque, evidentemente, a no ser que se trate de una persona privilegiada, será difícil poder atender todas sus peticiones como, cuando y donde él lo precise.

 

El paciente desconfiado

Suelen ser personas de carácter débil, extremadamente sensibles a cualquier crítica, que utilizan como principal defensa la proyección, en terceras personas, de sus ideas o impulsos negativos. Ante una enfermedad, se sienten especialmente vulnerables y piensan que la gente que les rodea puede aprovecharse de su situación para hacerles daño. Por ello se muestran sumamente desconfiados e hipervigilantes.

 

El paciente sufridor

Es ese paciente sacrificado, al que le gusta ofrecer una imagen de sufridor sacrificado y entero. A menudo, tras su actitud se esconden sentimientos de culpa y un deseo de obtener cariño y aceptación. Suelen ser sumisos ante los profesionales de la salud, aunque en algunos casos, el deseo de mostrarse como sacrificado doliente les impulsa a rechazar el tratamiento. En algunos pacientes esta actitud tiene un componente masoquista.

 

El paciente pulcro y ordenado

Este tipo de enfermos, que valora por encima de todo la limpieza, el orden y la eficacia propias y de sus cuidadores por la seguridad que le infunden, suele actuar de este modo para reprimir su carácter agresivo. En realidad, teme su agresividad y cree que la enfermedad podría menguar su capacidad de controlarla, por lo que opta por un autocontrol riguroso que pasa por un conocimiento profundo de la patología que padece: conocerla es controlarla y dominarla. Por ello formula constantemente todo tipo de preguntas sobre ella y los tratamientos.

 

El paciente narcisista

Una conducta tendente al dramatismo suele darse en personas de elevado narcisismo, que, apoyándose en su atractivo físico o personal, tratan de mantener relaciones estrechas, afectuosas y un tanto idealizadas con las personas que pueden ofrecerles protección y cuidado de todo tipo. La enfermedad suscita en ellos angustia y temor, porque puede restarles atractivo.

En su relación con los profesionales de la salud intentan agradarles y atraerse su interés y admiración. Suelen ser pacientes celosos de la atención que pueda prestárseles a otras personas.

 

El paciente arrogante

Son personas que tienen un muy alto concepto de su propio poder y valor. Están convencidos de que son sumamente importantes para los demás. La enfermedad mina su confianza en sí mismos y por ello la temen. En la salud, se consideran prácticamente invulnerables, pero la enfermedad pone de manifiesto su vulnerabilidad y les crea mucha ansiedad.

Cuando enferman, estas personas, que pueden resultar en ciertos momentos vanidosas, fanfarronas y hasta pedantes, hacen todo lo que está en sus manos por lograr que les traten los médicos y profesionales de la salud más prestigiosos, a menudo recurriendo a contactos, amistades y relaciones de confianza que no siempre son tan reales como ellos quieren hacer creer.

Suelen ser, también, pacientes recelosos, que ven frecuentes fallos en el personal sanitario que les atiende.

EL PACIENTE ANTE EL PROFESIONAL DE LA SALUD

Cuando el paciente acude a su médico o hace un aparte con su farmacéutico para comentarles su situación personal en relación con algún problema de salud, se establece un proceso de comunicación determinado, en principio, por todo lo que ese individuo cree o sospecha acerca de su patología --si la tiene--. Son varios los papeles que, en función de dichas creencias, puede adoptar el enfermo:

 

Angustiado y desvalido

Acuden a los profesionales de la salud mostrando desvalimiento y demandando comprensión y apoyo. Confiesan miedos y sienten que su entorno no los valora. La sintomatología neurovegetativa es abundante y suelen exagerarla para suscitar la atención de su interlocutor. Con un buen manejo psicológico del problema, es frecuente que en estos pacientes la medicación dé resultados mejores y más rápidos incluso de lo esperado.

 

Enfermo, seguro

Hay pacientes que acuden a la consulta del médico o a la farmacia convencidos previamente de que padecen un trastorno orgánico con total seguridad. Simplemente esperan que los profesionales de la salud corroboren su diagnóstico. Si no lo hacen, acudirán a otro especialista para recibir la confirmación esperada y, si es preciso, a un tercero, etc. Rechazan cualquier insinuación sobre un posible problema psicológico y, consecuentemente, cualquier propuesta de psicoterapia. En casos extremos, estas personas pueden empeñarse en ser intervenidas quirúrgicamente para que su mal salga a la luz.

Aceptan de buen grado las prescripciones farmacológicas y cualquier tipo de terapia física o medidas higienicodietéticas.

 

Sanísimo

Algunas personas que ocupan posiciones de poder, cargos directivos o responsabilidades elevadas en la sociedad, la empresa, etc., responden con la negación a problemas de salud perfectamente diagnosticados. Acuden a regañadientes a la consulta del médico, negando de antemano cualquier posibilidad de enfermedad. Algunos prefieren consultar antes con farmacéuticos, sacerdotes, fisioterapeutas o cualquier otro interlocutor, antes que al médico, a quien ven como un auténtico enemigo.

 

Adolescente

Los adolescentes o pacientes menores de edad suelen acudir a los profesionales de la salud instigados por sus padres o tutores. A menudo no reconocerán ante el médico conductas o hábitos peligrosos. Disfrazarán su actitud de ignorancia, afirmando que sus problemas derivan de su desconocimiento de lo que constituye un estilo de vida sano. Esperan que los profesionales de la salud les ayuden a ordenar su vida.

Desde la farmacia, se puede recomendar, cuando se estime oportuno, la consulta a especialistas y el recurso a asociaciones de pacientes o grupos de autoayuda de los que tengamos buenas referencias

¿QUÉ HACER?

Hay muchas cosas que, como profesional de la salud de primera línea, el farmacéutico puede hacer para apoyar a un enfermo con un trastorno grave, además de asesorarle en todo lo relacionado con su tratamiento farmacológico con la competencia y amabilidad que se sobreentienden. Aunque algunas de ellas no sean labores de su profesión propiamente dichas, forman parte del enfoque integral con el que un sanitario debe abordar los problemas de salud.

 

Información al paciente

Es importante informar de una forma adecuada al paciente, favoreciendo la asimilación de lo que le está ocurriendo y la posibilidad de tomar decisiones al respecto. A menudo es positivo acompañar la información oral de información escrita que el enfermo pueda llevar a su casa para interiorizarla. El apoyo del texto escrito es especialmente valioso cuando trata de:

 

­ Efectos de tratamientos farmacológicos.

­ Efectos de la cirugía y posible rehabilitación.

­ Efectos secundarios de la quimioterapia.

­ Efectos secundarios de la radioterapia.

­ Hábitos de vida saludables.

 

Atención a la calidad de vida

Un buen seguimiento farmacoterapéutico y una atención personalizada constante pueden lograr que el enfermo crónico mantenga una buena calidad de vida, desde el punto de vista fisiológico, psíquico y social. Este equilibrio le ayudará a soportar mejor su sufrimiento y mejorar su estado de ánimo.

 

Atención al entorno

Es importante que los profesionales de la salud presten atención al entorno familiar y/o social del enfermo, porque el apoyo psicológico que reciba de él determinará en buena medida su adaptación a las nuevas circunstancias de la enfermedad.

 

Ventilación emocional

Hablar de los miedos, los temores, las angustias y los problemas relacionados con su vida como afectado de una patología determinada ayudará al paciente a reducir sus niveles de ansiedad y vivir más tranquilo.

Desde la farmacia, se puede recomendar, cuando se estime oportuno, la consulta a especialistas (psicólogos, psiquiatras, médicos de otras especialidades, fisioterapeutas, podólogos, ópticos, etc.) y el recurso a asociaciones de pacientes o grupos de autoayuda de los que tengamos buenas referencias y que puedan brindarles apoyo y/o información.

RECAÍDAS, COMPLICACIONES, EVOLUCIÓN NEGATIVA

En determinadas enfermedades crónicas es habitual que el paciente experimente fases de completa normalidad, seguidas de recaídas y fases más problemáticas. Por otro lado, las enfermedades agudas también pueden presentar altibajos en su evolución y progresar negativamente. Todas estas experiencias son difíciles de afrontar.

Las recaídas o la progresión de la enfermedad implican con frecuencia que el enfermo tiene que volver a someterse a tratamientos farmacológicos o quirúrgicos y vivir situaciones ya vividas en fases iniciales o anteriores de su proceso patológico.

Todo ello genera unas dosis de incertidumbre y desánimo considerables. El paciente y su familia contemplan las nuevas circunstancias como una noticia muy grave, una amenaza a la supervivencia, un límite más definido a su vida.

La experiencia anterior de enfermedad despierta recuerdos y emociones negativas lo que condiciona que el paciente sienta más miedo, se cuestione la aceptación de nuevos tratamientos y, sobre todo, que presente una serie de reacciones emocionales que serán difíciles de manejar: la desconfianza, la desesperanza y la impotencia.

Para no crear más conflictos y problemas de los que ya se tienen, el equipo de salud al completo debe prestar atención a los siguientes aspectos:

 

­ Las necesidades de información y características de la misma. Valorar qué cantidad de información necesita el paciente y la congruencia informativa entre el equipo de salud y la familia o el entorno social del paciente (es importante que no reciba datos o manifestaciones contradictorias, que aumentarían su inquietud; así también se le facilitará la toma de decisiones).

­ La condición física del paciente. Hay que insistir en el control de síntomas, la supervisión de la medicación y la atención a su nivel de calidad de vida. Una buena valoración de su estado permitirá atender todas sus necesidades, disminuyendo los sentimientos de desvalimiento, desazón y depresión que pueda albergar.

­ Desahogo o ventilación emocional. En muchas ocasiones el paciente guarda silencio y no comparte con nadie sus miedos y preocupaciones para no inquietar a la familia y/o ser una carga para sus allegados. Hay que animarle a expresar lo que siente.

­ Apoyo social. Como se ha señalado, el apoyo social percibido es una variable que favorece o dificulta el proceso de adaptación a la enfermedad. Algunos expertos lo relacionan directamente con la capacidad de aceptar la propia condición y el deseo de superarla.

EN RESUMEN

Empatía, una actitud abierta y sin prejuicios, paciencia y un deseo firme de apoyar al paciente en su enfermedad han de ser las líneas que guíen la actuación del profesional de la salud a la hora de tratarle. De su labor dependerá, en buena medida, que la persona en cuestión pueda mantener una calidad de vida satisfactoria, sepa asumir su condición y no ceje en su lucha por vencerla, si ello es posible. *

 

 

 

BIBLIOGRAFÍA GENERAL

Amigo I, Fernández C, Pérez M. Manual de Psicología de la Salud. Madrid: Psicología Pirámide, 1998.

Latorre JM . Ciencias Psicosociales Aplicadas II. Madrid: Síntesis, 1995.

Llor B, Abad MA, García M, Nieto J. Ciencias Psicosociales Aplicadas a la Salud. México DF: Interamericana McGraw-Hill, 1995.

Simón MA. Psicología de la Salud: Aplicaciones clínicas y estrategias de intervención. Madrid: Psicología Pirámide, 1993.

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