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Inicio Estudios de Historia Novohispana In memoriam Ignacio del Río (1937-2014)
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Vol. 51.
Páginas 3-6 (Julio - Diciembre 2014)
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In memoriam Ignacio del Río (1937-2014)
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Juan Domingo Vidargas del Moral
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… tengo para mí que el historiador narra para poder explicar y que sin la referencia al acontecer fáctico queda en el aire y aun se torna engañosa toda intención explicativa.

Ignacio del Río, A la diestra mano de las Indias.

¿Cómo empezar un escrito que evoque la personalidad y la carrera académica de un hombre como Ignacio del Río, intelectual de pura cepa universitaria? En un principio pensé en citar alguno de sus textos y rematar con la siguiente frase: “así escribía Del Río, como una poderosa corriente fecunda e iluminadora”. Sin embargo, la empresa resultó demasiado laboriosa porque cada uno de los textos de Nacho era producto de una profunda reflexión y preferir uno sobre otro devendría injusticia, sin embargo en el epígrafe quise plasmar uno de sus conceptos de luminosa sencillez.

Al hablar de su pura cepa universitaria nos referimos a que realizó sus estudios en esta Alma Mater desde la Prepa 5, en Coapa, y después en la Facultad de Filosofía y Letras, donde se tituló como licenciado, maestro y doctor, y ahí mismo impartió cursos en los niveles de licenciatura y posgrado. Como investigador se inició en el Instituto de Investigaciones Bibliográficas y luego pasó a este Instituto de Investigaciones Históricas, sedes donde colaboró y brilló durante medio siglo.

Cuando se haga el recuento total de su producción historiográfica va a sorprender la cantidad y calidad de esa obra, no tan extensa como se acostumbra hoy en día, pero enorme cuando sabemos que cada uno de sus numerosos escritos era producto de un obsesivo análisis y de búsqueda de la perfección, o al menos de la absoluta corrección. Muchas veces lo oímos decir que se iba a acostar con el tema de trabajo martillando en su cabeza y que se levantaba al día siguiente con el ansia de explicarse, y explicar, mejor los problemas y las hipótesis.

El pasado año de 2013 el Instituto Sudcaliforniano de Cultura, el Gobierno del Estado de Baja California Sur —su adorada tierra adoptiva que hoy custodia sus restos y su memoria—, la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo y el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes patrocinaron una breve recopilación de algunos de sus textos dedicados a reflexionar sobre la vocación de historiar, y puesto que le pidieron una pequeña introducción, que fue uno de sus últimos trabajos, vale la pena citar aquí un fragmento:

De una u otra formas he tratado de explicar en estos textos lo que es a mi juicio la disciplina de la historia, haciéndome cargo de que es en el campo del conocimiento histórico donde mayormente se ven condicionados los posibles valores epistemológicos por las siempre actuantes pulsantes sociales. En ningún caso me propuse hacer una exposición sistemática de una teoría de la historia, aunque en cada escrito bordo un poco sobre ese tema, ni he querido ofrecer una preceptiva para la investigación histórica, aunque discurro con relativa amplitud sobre la historia regional entendida como una opción metodológica y propongo algunos principios metodológicos para el estudio de los procesos de aculturación. La intención ha sido más bien autobiográfica que magistral: he confiado en que mis juicios y demás señalamientos, sean o no compartidos por sus posibles lectores, den cabal cuenta de las preocupaciones, actitudes e ideas que han obrado como resortes y guías de mis trabajos de investigación.

Todas estas inquietudes eran cualidades intrínsecas de Ignacio del Río y podemos dar fe de ello las centenas, y tal vez miles, de sus discípulos y amigos diseminados por todo México y el mundo en general, pero muy especialmente varias generaciones de historiadores que trabajan sobre el noroeste de México. Sus trabajos sobre los jesuitas y el régimen misional de la Antigua California, o sobre las reformas borbónicas en Sonora y Sinaloa, incluidos escritos memorables sobre los diferentes exploradores y colonizadores —A la diestra mano de las Indias, por ejemplo—, o sobre la actuación y la personalidad del visitador José de Gálvez, son parte imborrable de la historiografía sobre la región.

Junto con Sergio Ortega fundó el Seminario de Historia del Norte de México que sesionó en nuestro Instituto por tres décadas y en el que se formaron muchos investigadores que a su vez han producido numerosas tesis, ponencias, artículos y libros referentes a las Californias (Alta y Baja, Nueva y Antigua), Sinaloa, Sonora, el efímero Estado Interno de Occidente, Nayarit, el Nuevo Santander-Tamaulipas, el lejano Nuevo México, en fin, tierras y sociedades poco estudiadas por la historiografía nacional. En los años ochenta el gobierno del estado de Sonora convocó a la realización de una historia general de la entidad y por el prestigio del que gozaban por aquellos rumbos Sergio Ortega e Ignacio del Río fueron invitados a elaborar el tomo II referente a la época colonial; caudillos académicos generosos que eran, invitaron a un grupo de los integrantes del Seminario a colaborar en esa obra. Una vez agotada la edición del gobierno sonorense los derechos legales regresaron a los autores y se reeditó ésta bajo el sello del Instituto de Investigaciones Históricas con el título de Tres siglos de historia sonorense. Del Río también realizó otras obras de síntesis histórica o de recopilación documental con otras instituciones señeras, como la Breve historia de Baja California Sur que forma parte de la colección de historias breves de las entidades estatales de México y la cual fue coeditada por El Colegio de México y el Fondo de Cultura Económica.

Su labor como maestro fue de enorme generosidad y amplio rango pues además de revivir la materia Provincias Internas en el Colegio de Historia de la Facultad de Filosofía y Letras de la unam durante los años setenta —que había sido iniciada en los cincuenta por Vito Alessio Robles— también impartió cursos, seminarios y diplomados en las universidades de Baja California Sur, Baja California, Sonora y Sinaloa, en alguna de estas entidades como creador y director de los programas de licenciatura y posgrado. En cada uno de estos lugares fue homenajeado y laureado académica y oficialmente, pero más allá de ello era una figura familiar-patriarcal al que se saludaba campechanamente como “Nacho”. Aquí en la ciudad de México nuestra universidad lo distinguió con su más alto honor, el Premio Universidad Nacional, en reconocimiento a su larga y distinguida carrera académica. Todos los que fuimos sus alumnos recordamos la pasión con que nos llevaba a recorrer tierras de chichimecas y misioneros, de conquistadores y de vaqueros, de navegantes y de mercaderes, del contacto entre culturas tan dispares y del reto que significaba hacer una historia inteligente, comprometida y, si era posible, bellamente escrita, o, al menos, claramente explicada.

Con respecto a esta revista, Estudios de Historia Novohispana, y como secretario académico del Instituto que fue en los años setenta, actuó como uno de sus primeros editores y luego fue un asiduo colaborador, y animador de colaboraciones, durante muchos años, siempre trayendo a la luz los temas y los problemas del norte novohispano. Esperamos que en algún próximo texto de homenaje se trate con amplitud el entorno de todos sus trabajos monográficos y compilaciones de la multitud de artículos que publicó en este instituto y en muchos simposios y congresos de México y el extranjero. Por cierto que no quiso irse sin participar con su último aliento y está próxima a aparecer una obra colectiva que será póstuma, Intereses extranjeros y nacionalismo en el noroeste de México, 1840- 1920, de la que fue coordinador y colaborador.

Su partida es una gran pérdida para la Universidad Nacional Autónoma de México, para el Instituto de Investigaciones Históricas, para muchas instituciones educativas y culturales del norte de México, pero desde luego para su familia, sus amigos, colegas y discípulos que lo vamos a extrañar perenemente. Ignacio del Río decía que el historiador no sólo debía formarse en las bibliotecas, los archivos y las aulas, sino desde luego en la vida, y que eran imprescindibles cursos como Sufrimiento I y II, Taller de Camaradería e incluso, ¿por qué no?, de Vida Nocturna. Gran amante que fue de la literatura toda, incluida la poesía, y con perdón de Jorge Luis Borges, podríamos decir que “si el nombre es arquetipo de la cosa en las letras de rosa está la rosa, y todo el Río en la palabra Ignacio…”.

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