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Vol. 46.
Páginas 164-170 (Julio - Diciembre 2013)
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Reseña del libro
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Carlos Armando Preciado De Alba
Universidad de Guanajuato, División de Ciencias Sociales y Humanidades, Campus Guanajuato
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Además de su destacada trayectoria y profesionalismo característico, Mó-nica Blanco se muestra en su más reciente libro como una audaz historiadora al menos en dos sentidos: 1) incursiona en la biografía, un género que tradicionalmente ha sido denostado bajo el argumento de que es poco académico y que su afán se limita solamente a colocar al biografiado en cuestión en alguno de los dos extremos: la apología o la satanización. En efecto, todavía encontramos autores que afirman que la biografía suele ser vista como una “empresa sospechosa”. En este sentido, cabe señalar que desde hace algunos años nuestra autora se ha mostrado interesada en el estudio riguroso y académico de diversos actores a partir de sus vidas. De hecho, la propia Mónica Blanco junto con Paul Garner coordinaron una obra –que también se publicó a finales de 2012– en la cual los autores que participan se aproximan a diversos procesos históricos analizando las trayectoria vitales de distintos personajes públicos de nuestro país.1

El segundo elemento en el que se evidencia la audacia de Blanco tiene que ver con la reputación tanto histórica como ideológica de su sujeto de estudio: el abogado leonés Toribio Esquivel Obregón. Desde hace ya cien años se le ha impuesto a este personaje un estigma totalmente ignominioso por haber sido secretario de Hacienda y crédito Público en el gabinete del golpista Victoriano Huerta. La inercia de tal colaboración lo llevó a ser catalogado, en el mejor de los casos, como un cómplice silencioso de los asesinatos de Francisco I. Madero y José María Pino Suárez.

La convergencia de las características apuntadas líneas arriba llevan a Mónica Blanco –de quien no está de más decir es experta en el Porfiria-to y en la Revolución mexicana– a realizar un categórico deslinde desde los primeros párrafos de su libro. Señala que no pretende reivindicar la trayectoria de Toribio Esquivel Obregón, ni mucho menos introducirlo en “el panteón de los héroes”. En lugar de esto, su análisis aspira a “explicar los principales momentos de su actuación política a fin de comprender los motivos de la misma”. En seguida, insiste en que “lo que pretende es presentar una visión humanizada del personaje ligando sus ideales con sus intereses” (p. 22).

A través de las páginas del libro se evidencia el aporte de esta investigación, pues cumple a cabalidad una condición fundamental de toda obra historiográfica: no solamente es narrativa; incorpora además en todo momento elementos que nos permiten comprender las ideas y las luchas de Esquivel Obregón. Si bien ha sido una tarea poco menos que imposible desentrañar claramente las causas de algunas acciones y decisiones muy específicas del personaje, como por ejemplo su aceptación a colaborar con Huerta, Blanco genera no pocas explicaciones que nos acercan un poco más a las posibles motivaciones del político leonés. Organizado en ocho capítulos y un epílogo, el libro tiene una lógica interna diacrónica que da orden y estructura a la trama.

Además de profundizar en sus orígenes familiares, sus filiaciones económicas y culturales en el marco de la sociedad leonesa de los siglos XVIII y XIX, así como de dar cuenta de su formación educativa, Blanco caracteriza la vida académica y profesional de Esquivel Obregón en cuatro etapas. La primera de ellas, ubicada entre 1887 y 1893, es el periodo en que tuvo una destacada participación política ligada al régimen de Díaz; específica-mente apoyó a Manuel González, quien luego de ser presidente de México, ocupó la gubernatura de Guanajuato.

La segunda etapa, de 1893 a 1908, se distingue por el desplazamiento del que es objeto Esquivel Obregón frente a lo que denunciará en reiteradas ocasiones: la centralización política en la entidad derivada del ascenso de un grupo de actores de la ciudad de Guanajuato. Se trata justamente del periodo en que dominó el escenario estatal el gobernador Joaquín Obregón González. Empero, los desacuerdos no sólo eran de tinte político, sino que existían significativas diferencias en la manera como se concebía el fortalecimiento de la economía estatal. Mientras que Esqui-vel Obregón apostaba por la modernización del campo y de la industria, sus contrapartes guanajuatenses manifestaron intransigentes posturas encaminadas a seguir viendo prácticamente a la minería como la única vía de desarrollo económico. Las rivalidades regionales entre las élites políticas y económicas de León y las de la ciudad de Guanajuato se venían presentando al menos desde finales del siglo XVIII.

En el tercero de los momentos definidos por Blanco, nuestro personaje es definido como “opositor nacional”; éste transcurre de 1908 a 1913. Se trata sin lugar a dudas del periodo en que Esquivel Obregón tuvo su mayor protagonismo y proyección a nivel nacional. Durante estos años se enfrentó al grupo de los “Científcos”; se unió –para luego romper– con el proyecto maderista del antireeleccionismo, y finalmente fungir como mediador del gobierno de Díaz ante los grupos que se levantaron en armas a finales de 1910.

La cuarta y última etapa va de 1913 hasta el momento de su muerte en 1946. Es justamente por los cinco meses que colaboró en el gabinete de Victoriano Huerta como secretario de Hacienda por lo que es recordado como un “traidor a la patria”. No obstante, tras su renuncia, nuestra autora da cuenta de los avatares a los que se enfrentó Esquivel Obregón, al grado de tener huir del país y permanecer exiliado en los estados Unidos por más de una década. Tras su regreso a México dejó un poco de lado sus actividades políticas y se dedicó mayoritariamente a la academia, a la escritura de artículos periodísticos relacionados con la economía nacional y a la atención de sus negocios profesionales. Sin embargo, sus ambiciones políticas lo llevaron nuevamente a la escena pública y llegó a ser miembro fundador del Partido Acción Nacional, simpatizante del sinarquismo y un permanente crítico del sistema político emanado de la Revolución.

Como ya se ha señalado, las andanzas, proyectos, relaciones y expectativas de Esquivel Obregón lo convierten a todas luces en un intelectual formado en las postrimerías del siglo XIX y con un creciente protagonismo durante los primeros años del XX. Para el argentino Carlos Altamirano, director de un excelente proyecto editorial que versa sobre la historia de los intelectuales en América Latina,2 los intelectuales

son personas por lo general conectadas entre sí en instituciones, círculos, revistas, movimientos que tienen su arena en el campo de la cultura […] su medio habitual de influencia […] es la publicación impresa […] se dirigen unos a otros, a veces en la forma del debate, pero el destinatario no es siempre endógeno: también suelen buscar que sus enunciados resuenen más allá del ámbito de la vida intelectual, en la arena política. Más aun, a veces quieren llegar a la sede misma del poder político.3

En este perfil esbozado por Altamirano podríamos enmarcar el análisis que realiza Blanco para darnos a conocer y explicarnos la vida y obra del inquieto jurista leonés. Y es verdad, nuestra autora parte de los vínculos familiares de Esquivel Obregón, hombre emblemático de la élite leonesa de finales del siglo XIX y principios del XX; sus lealtades, acciones, convicciones y, por qué no, también sus fracasos y frustraciones son los hilos conductores desde los cuales se desprenden los tejes y manejes de su trayectoria pública.

Si bien ya se venía manifestando su protagonismo desde los primeros años de vida independiente, durante el Porfiriato podemos advertir una especie de momento cumbre en el que un grupo social conformado por letrados, la mayoría de ellos especialistas en Derecho –al que Esquivel Obregón per-tenecía– se convirtieran en referentes esenciales para el modo de concebir y de hacer política. En ese contexto, Blanco nos devela varios rasgos de su personaje: el periodista político, el publicista y el doctrinario; todo ello bajo el cariz de su formación liberal y positivista. De lo anterior podemos derivar que un actor con las características y circunstancias de Esquivel Obregón, pueda ser considerado como un importante eslabón en las formas de concebir los proyectos de nación antes y después de la Revolución mexicana.

El ambiente intelectual durante el Porfiriato se caracterizó por el dominio de las ideas filosóficas y sociales aglutinadas en torno al positivismo. Las ideas abstractas y las teorías generales del pasado inmediato, identifi-cadas con el liberalismo, y después del triunfo de Juárez sobre los conservadores y el imperio de Maximiliano como mito político unificador, fueron sustituidas por los principios del positivismo, que proclamaba la aplicabi-lidad de la ciencia empírica y del conocimiento derivado del método cien-tífico a la solución de los grandes problemas nacionales.

Así, Porfirio Díaz y la pax porfiriana que logró imponer a costa de autoritarismo y de la consolidación de un sistema basado en las relaciones personales, atrajo para sí a los principales personajes de los grupos políticos más influyentes, así fuesen contradictorios entre ellos. El progreso se convirtió en la consigna más importante de su régimen, y éste debía dirigirse por la senda de la modernización. Para muchos intelectuales y miembros de la clase política, dicha modernización debía vincularse con cierta europeización, aunque el modelo norteamericano también era tenido en cuenta.

La política positiva planteaba que había que enfocar los problemas del país y formular sus políticas de acción de una manera científica. Los positivistas consideraban a las sociedades como organismos que evolucionaban a lo largo de la historia y que al paso de su evolución requerían los mecanismos para controlar sus tendencias y dirigir el desarrollo material; de lo contrario, la ausencia del orden garantizaba su desintegración social. A pesar de que la agricultura tuvo un destacado crecimiento en relación con periodos anteriores, tal proceso fue posible debido a una acelerada concentración latifundista que también contribuyó a la expansión de una agricultura claramente orientada hacia mercados internos. Justamente en este sentido Esquivel Obregón lanzó sus primeras críticas, pues contrario a ello, durante toda su vida apelaría al fraccionamiento de la propiedad y el impulso a los créditos para emprender proyectos económicos de diversa índole.

Asimismo, la obra y el pensamiento de Esquivel Obregón no podrían comprenderse de manera integral si Mónica Blanco hubiese obviado su condición de exiliado. Sin soslayar el rigor académico, Blanco logra aproximarnos a los semblantes nostálgicos y melancólicos de su biografiado durante los álgidos años en Nueva York. No sólo se evidencia su carácter, sino que se pueden percibir esas voces impacientes por ser escuchadas, por regresar a su patria. Sin embargo, no únicamente fue el sentimiento lo que prevaleció; la coherencia argumentativa y su necesidad de reivindicarse ante sus compatriotas fueron quizá los principales motores que lo impulsaron a no dejar de ver hacia el sur.

Una cosa en la que no estoy de acuerdo con Mónica Blanco es que señala al menos en un par de ocasiones (p. 84 y p. 263) que Toribio Esqui-vel Obregón pertenecía a una “clase media”. Sorprende esta afirmación, pues la propia investigadora reconstruye de manera retrospectiva sus líneas familiares y encuentra lazos de parentesco y redes de sociabilidad bastante sólidas y bien posicionadas no sólo en el ámbito local, sino también en el regional. Creo que no hay duda de que se trata de un personaje que social, económica y culturalmente podríamos inscribir como miembro de dichas élites. En este orden de ideas, considero que se habrían enriquecido gratamente las explicaciones en relación con las ideas enarboladas por Esquivel Obregón y, por supuesto, con algunas de sus acciones más significativas a lo largo de su vida, si se hubiese profundizado en su condición de “provinciano” leonés frente a su visión de intelectual que veía hacia la metrópoli. Edward Shils es uno de varios autores que proponen atemperar esa dicotomía irreconciliable que suele asumirse entre tales ámbitos territoriales.4

Finalmente, debo decirlo, cualquier historia es mucho más que biografía. Sin embargo, Mónica Blanco logra construir una investigación en donde más que los calificativos personales, se destacan las explicaciones; se aprende de ella. Se trata de una necesaria y oportuna historia construida a contracorriente. Esquivel Obregón transitó en este mundo colmado de proyectos; seguramente sus convicciones y argumentos le resultaron el mejor de los bálsamos para sus descalabros. No pudo concretar fehacientemente por lo que tanto actuó y escribió. Como lo dice Wolf Lepenies: “el intelectual es un viajero, pero de tanto en tanto quiere hacer también de maquinista”,5 Toribio Esquivel Obregón no logró conducir.

La cita es de Peter France; se encuentra en Paul Garner, “Introducción. La biografía en su contexto”, en Mónica Blanco y Paul Garner (coords.), Biografía del personaje público en México. Siglos XIX y XX, México, Universidad Nacional Autónoma de México/Facultad de Economía, p. 11-24, p. 12.

Con el título general de Historia de los intelectuales en América Latina, Altamirano dirigió dos volúmenes: I. La ciudad letrada, de la conquista al modernismo, editado por Jorge Myers, y II. Los avatares de la “ciudad letrada” en el siglo XX, editado por el propio Altamirano. Ambas obras fueron publicadas por Katz Editores (Buenos Aires y Madrid) en 2008 y 2010 respectivamente.

Carlos Altamirano, “Introducción general”, en Carlos Altamirano (dir.) Historia de los intelectuales en América Latina. I. La ciudad letrada, de la conquista al modernismo, Jorge Myers (ed.), Buenos Aires y Madrid, Katz Editores, 2008, p. 9-27, p. 14-15.

Edward Shils, Los intelectuales en los países en desarrollo, Buenos aires, Ediciones Tres Tiempos, 1976, 214 p.

Carlos Altamirano, “Introducción general”, en Carlos Altamirano (dir.), Historia de los intelectuales en América Latina. I. La ciudad letrada, de la conquista al modernismo, p. 9-27, p. 15.

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