Los últimos meses han sido tranquilos para la farmacia española y no se vislumbran en el horizonte noticias inquietantes ni amenazas imprevistas. Acostumbrados a un aluvión de acontecimientos preocupantes, la situación sorprende por su estabilidad. Tras la tempestad llega la calma y a la farmacia le corresponde, según parece, una época de bonanza. Ningún momento mejor para detenerse a reflexionar sobre algunas cuestiones básicas que afectan al ejercicio profesional y que deberían ser modificadas para adaptarlas a la realidad de los cambios que experimenta nuestra profesión. Acaso ésta pudiera limitarse a ser un negocio especializado en el despacho de medicamentos, productos sanitarios y artículos de salud, sin ningún otro valor añadido. A fin de cuentas, ese negocio existe y el farmacéutico está situado en el escenario adecuado para desempeñar esa función. Pero hay que ir más allá y reclamar otros espacios y actitudes, en el ámbito de la asistencia sanitaria, que enriquezcan la profesión y no la reduzcan a sus componentes comerciales. Conviene conservar lo que ya se tiene ampliando las posibilidades de actuación, asumir más competencias asistenciales sin renunciar a la faceta comercial.
Uno de los factores que contribuye a dar prioridad a los factores comerciales en detrimento de los asistenciales es la retribución de los farmacéuticos mediante un margen fijo sobre el precio de venta de los medicamentos. Es obvio que esa retribución aumenta la impresión que muchos tienen de que el farmacéutico no es más que un comerciante. También tiene efectos perversos, pues recompensa a quien más factura, no a quien mejor atiende. Es obvio que siempre deberá haber una retribución en función del precio de aquéllo que se dispensa, pero habría que introducir fórmulas más imaginativas que modularan la retribución teniendo en cuenta no sólo el margen sobre la facturación, sino también la calidad de la atención farmacéutica realizada, la colaboración en la farmacovigilancia, la negativa a dispensar aquello que no debe ser dispensado, y la contribución al abaratamiento de la factura farmacéutica y al uso racional de los medicamentos.
Retribuir exclusivamente en función de un margen fijo es tanto como estimular a vender cuanto más mejor, cuando en realidad la farmacia debe, en según qué circunstancias, negarse a despachar. Sin olvidar que no todo se reduce a dispensar. En las farmacias se realizan funciones sanitarias que es difícil cuantificar económicamente, que exceden la dispensación de medicamentos y productos sanitarios, y que debieran ser retribuidas para compensar el esfuerzo que realizan muchos farmacéuticos. Sería descorazonador que en nuestra profesión se prosperase sólo a fuerza de inversión económica y de acierto en la localización de la farmacia, y que la excelencia asistencial careciese de incidencia económica y no tuviera repercusiones sobre la valoración profesional. Aprovechemos la bonanza para, sin prisas ni agobios, debatir la adopción de medidas que amplíen la dimensión profesional y sanitaria de los farmacéuticos españoles.