En España y otros países en los que la cobertura sanitaria es universal y pública los gobiernos necesitan reducir el gasto sanitario y por ello las autoridades competentes en esta materia presionan a todos los actores implicados en la cadena del medicamento con las armas que tienen a su alcance para conseguir este objetivo.
Por este motivo, y por la recesión económica, amén de otras amenazas reales o imaginarias, cabe esperar que el crecimiento de la industria farmacéutica se ralentice y no alcance los dos dígitos a los que estaba acostumbrada en los últimos años.
Ante este panorama, muchos laboratorios que están a punto de perder la patente de sus medicamentos bandera tienen que cambiar de estrategia a fin de alcanzar los beneficios que necesitan para seguir investigando. Obtener un nuevo medicamento resulta cada vez más caro y difícil y, en ocasiones, algunas de las moléculas que se encuentran en la última fase de investigación no llegan a salir al mercado, ocasionando graves pérdidas a las compañías promotoras. Hasta hace poco tiempo la propia industria asumía este riesgo pero en la actualidad ni siquiera las grandes multinacionales están dispuestas a seguir en esta tesitura.
Así las cosas, la industria farmacéutica ha de cambiar, hacer un reset o transformarse. Algunas compañías se fusionan y otras se ven absorbidas, pero la innovación ha de seguir porque es precisamente en la innovación donde está su futuro. Y la velocidad en la investigación también cuenta, ya que es importante que los resultados lleguen a «la calle» lo más rápidamente posible. De ahí que la industria se centre, cada vez más, en determinadas dianas terapéuticas y decida trabajar con equipos humanos cada vez más pequeños, que investigan en red, de forma cooperativa.
El panorama no es alentador pero parafraseando a los grandes de la economía, todas las amenazas pueden ser, en realidad, oportunidades. El éxito radica en dar en la diana del cambio.