Hubo una época, que ya empieza a ser lejana, en la que el farmacéutico vivió una situación profesional estable y confortable. Durante varias décadas después de la contienda civil, la profesión farmacéutica vivió instalada en el privilegio de carecer de competencia. La limitación de oficinas, la exclusividad en una serie de actividades que hoy se ejercen en régimen de competencia y una economía desahogada gracias a que el número de farmacias por habitantes garantizaba la supervivencia de todas y cada una de las oficinas, configuró una profesión conservadora, hasta cierto punto ajena a los conflictos que vivían otras profesiones. El resultado fue negativo, una visión acomodaticia, un comportamiento prudente y conservador, una visión patrimonialista de las oficinas y un lamentable absentismo en mucho casos. La falta de competencia fue nociva, casi letal, adormeció al colectivo y lo anestesió, acostumbrándolo a un plácido ejercicio profesional.
De pronto, sin previo aviso, llegó la vorágine; renovación de las instituciones corporativas, aumento del número de farmacias, descuentos a la Seguridad Social, necesidad de competir con otros profesionales, pérdida de la exclusividad en la dirección técnica de los laboratorios, litigiosidad sobre los análisis clínicos, la óptica, la ortopedia y la dermofarmacia, leyes de ordenación farmacéutica dispares, que en unos casos impiden la transmisión y que en el modelo navarro supone el abandono de los criterios tradicionales de planificación geográfica. Y por si no fuera poco, las prácticas tuteladas, las reformas de los planes de estudio, la atención farmacéutica, la necesidad de gestionar eficazmente las farmacias; libertad de horarios, precios de referencia, medicamentazos, genéricos... el resultado de todo ello es una convulsión que ha renovado a la farmacia española, alejándola de la tendencia a llevar una vida acomodaticia. Se modifican las enseñanzas que reciben los farmacéuticos, su actividad profesional e incluso las instancias que legislan la profesión. De una farmacia que se sabía amparada por el Boletín Oficial del Estado se ha pasado a la libre circulación de medicamentos y farmacéuticos en la Unión Europea, a las modernas biotecnologías, a las autopistas de la información, la terapia génica, la bioética y el genoma humano. Como es lógico, muchos han puesto el grito en el cielo, creyendo que el abismo se abría bajo sus pies. Y no son precisamente amenazas lo que faltan: venta por correo electrónico, difusión de la información farmacéutica por Internet, salida de las EFP del canal exclusivo de las farmacias, cadenas de oficinas de propiedad no farmacéutica, libertad total de precios y de establecimiento. Hoy, la farmacia, como el resto de profesiones, está instalada en la vorágine. Nada es más infructífero que la ausencia de estímulo, que conduce rápidamente a la parálisis y a la involución. Nada resulta más estimulante que un desafío lo suficientemente intenso como para que deban ponerse en juego todos los resortes de que se dispone. Obligada a un continuo ejercicio de imaginación y superación, la farmacia española abandona el conformismo y apuesta, cada vez más, por la audacia. *