Los controles establecidos sobre los medicamentos, para garantizar su calidad, seguridad y eficacia, se diluyen progresivamente hasta llegar a difuminarse a medida que se penetra en el proceloso mundo de los «productos frontera» y de los «productos milagro». La indefinición, las falsas expectativas, la publicidad engañosa y los propios deseos de los usuarios, que quieren disponer de panaceas que les curen milagrosamente, al margen de la realidad científica, hacen que proliferen todo tipo de productos de dudosa eficacia, que desprestigian a la farmacia y a sus profesionales cuando algunos farmacéuticos poco responsables se implican en la promoción y venta de este tipo de productos. Las farmacias existen precisamente para velar por la salud pública, para que los farmacéuticos contribuyan al uso racional de los medicamentos y disuadan la proliferación de terapias engañosas. En ocasiones, puede que alguno de esos productos pueda ser beneficioso, pero lo cierto es que ninguno de ellos lo ha demostrado ni ha superado las pruebas establecidas para autorizar y permitir la puesta en el mercado de un medicamento. Cuando se demuestre que curan --si de verdad lo hacen--, deben ser tratados con todas las cautelas establecidas para los medicamentos. Mientras tanto, debe sometérselos a vigilancia para evitar que puedan soslayar la ley, enriquecer de forma fraudulenta a sus promotores y perjudicar a sus confiados y desinformados usuarios.
El pasado mes de junio, el Consejo General de COF puso en marcha un proyecto destinado a la detección de los «productos milagro». Los usuarios, los distribuidores y las oficinas de farmacia, en caso de detectar la venta de un posible «producto milagro», tienen a su disposición un protocolo para canalizar la detección a través de su colegio provincial, de modo que más tarde éste lo notifica al Consejo General de COF y, a su vez, éste lo comunica a la Administración sanitaria, que dictamina si el producto se ajusta a la legalidad vigente. Si no es así, el Consejo General de COF lo comunica a los colegios provinciales de farmacéuticos y se toman las medidas oportunas, que pueden incluir la retirada del producto. Es importante erradicar progresivamente el uso de los «productos milagro» al margen de las farmacias, pero es todavía más urgente evitar a toda costa que éstos se vendan en las farmacias, allí donde su presencia resulta más escandalosa, en los establecimientos sanitarios previstos para todo lo contrario. Quienes así actúan se desprestigian a sí mismos y al conjunto de la profesión. Es difícil transmitir a la opinión pública, a los usuarios y a la Administración sanitaria el mensaje de que las farmacias contribuyen al uso racional de los medicamentos y forman parte del sistema sanitario si en ellas se venden, avalados por farmacéuticos, «productos milagro» en abierta contradicción con la ciencia farmacéutica. Pan para hoy, hambre para mañana. Pan, en todo caso, amargo.
