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Vol. 26. Núm. 10.
Páginas 108-114 (Noviembre 2007)
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Paracélsica. Alquimia, magia y medicamentos
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Juan Esteva de Sagreraa
a Catedrático de Historia de la Farmacia. Facultad de Farmacia. Universidad de Barcelona.
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Grabado de Paracelso realizado por John Payne en el siglo xvii.

Paracelso es una figura muy importante en la historia de la farmacia, aunque se tiene de él una imagen distorsionada: un autor original, un renovador, un hombre que mejoró la farmacia de su tiempo y se enfrentó a los errores de la medicina de su época. Quizá sea una sorpresa para muchos saber que fue también partidario de la magia y la astrología, y que en sus obras late la megalomanía más absoluta. El autor estudia la aportación de Paracelso, situándola entre el arcaísmo y la modernidad, para ofrecer así una visión global de su desconcertante y paradójica obra.

La historia de la farmacia tiene en Paracelso al más enigmático, inquietante y atractivo de todos los autores que escribieron sobre medicamentos. Rompió con el galenismo, se postuló a sí mismo como fundador de la verdadera medicina y se inspiró en fuentes muy arcaicas, revindicando la cura por semejantes, la teoría de las señales, el ocultismo y la magia. Con ese bagaje fomentó el uso de los remedios químicos por vía oral, defendió el mercurio como antisifilítico, ofreció una versión química del organismo y recomendó la alquimia para depurar los medicamentos y obtener sus arcanos o principios activos. Las líneas maestras del futuro de la farmacia fueron planteadas por un mago y un desequilibrado, algo que parece imposible e incluso absurdo, pero la historia tiene esas sorpresas, y Paracelso es una caja llena de paradojas, a cual más desconcertante.

Paracelso concedió una extraordinaria importancia a la acción terapéutica del mercurio. Mercurio y Paris, óleo de Donato Creti.

Contra Galeno y a favor de sí mismo

Teophrastus Bombastus von Hohenheim (1493-1541) adoptó el sobrenombre de Paracelso para indicar que había superado a Celso, el médico más famoso de la antigüedad junto con Galeno e Hipócrates. Nació en Einsiedeln, en el cantó suizo de Schwyz. Sus detractores se burlaban de él llamándole «el asno de Einsiedeln». Se doctoró en medicina en la Universidad de Ferrara y viajó por Dalmacia, Croacia, Rodas, Italia, Francia, España, Portugal, Inglaterra, Dinamarca, Lituania, Holanda, Hungría y Alemania, o al menos se enorgullecía de ello, pues faltan datos fidedignos sobre muchos episodios de su vida. Se consideró un reformador de la medicina, un refundador de los conocimientos médicos y, por tanto, no se limitó a modificaciones parciales, sino que acometió la construcción de un sistema propio, la sustitución del galenismo por sus propias ideas, el paracelsismo.

Se enfrentó sin disimulo al galenismo imperante, consideró secundarios los cuatro elementos y los cuatro humores, y concedió la máxima importancia a los principios de los alquimistas: azufre, mercurio y sal. Todos los seres, según la alquimia, estaban formados por mercurio, el principio volátil; el sulfuro, el principio de la combustibilidad, y la sal, lo que permanece tras la combustión. El Archeus o alquimista interno actuaba sobre el azufre, el mercurio y la sal. Si el Archeus no conseguía armonizarlos, surgían depósitos semicristalinos, el tártaro, y aparecían las enfermedades reumáticas, la litiasis, la gota y la inflamación de las articulaciones, que Paracelso consideraba enfermedades tartáricas.

Un iluminado en permanente inflación psíquica

Sus seguidores le veneraban como a un maestro, pero sus adversarios le consideraban un lunático y su personalidad evidencia claros síntomas de desequilibrio. Su vida y su obra son propias de un iluminado, de un hombre en permanente tensión, que se cree llamado a redimir a la humanidad y perfeccionar a la naturaleza, a trabajar codo a codo con Dios para completar su obra. La psicología profunda de C.G. Jung ha acuñado el término «inflación psíquica» para designar el proceso por el que un hombre no consigue controlar sus contenidos psíquicos y vive a remolque de ellos: su inconsciente no se integra en el yo y se proyecta al exterior en forma de fantasías, mitos y delirios. Muchos rasgos de Paracelso son típicamente delirantes y ese es uno de sus principales atractivos: el discurso razonable es tedioso, pero las afirmaciones de los iluminados nos deslumbran y seducen. Casi todos los grandes líderes de la humanidad han sido iluminados, personas creativas en estado de permanente inflación psíquica. Sin ellos no se habrían fundado las religiones ni se habrían realizado las grandes transformaciones sociales y políticas. Paracelso fue un iluminado, y su luz todavía seduce a muchas personas, que siguen viendo en sus escritos más lo que ellos quieren ver que lo que Paracelso realmente dijo.

Jung interpretó la obra de Paracelso como una proyección de contenidos psíquicos en la materia.

Ventajas e inconvenientes de la extravagancia

Se suele considerar a Paracelso un renovador, alguien que con una actitud más abierta que la de sus antecesores favoreció la introducción de los remedios químicos en Europa. La extravagancia tiene sus ventajas, porque ningún discurso enteramente razonable ha sido popular, pero también tiene inconvenientes: su radicalismo conduce al exceso y hace imposible el diálogo, y aunque muchas personas se sienten atraídas por lo insólito, otras desconfían de lo extravagante y rechazan sus aportaciones. Paracelso fue una explosión, un incendio, un «hombre en llamas», en palabras de Javier Puerto, pero tanto fuego devastó las posibilidades del entendimiento entre los galenistas y los paracelsistas. La introducción de los remedios químicos hubiera podido hacerse más fácilmente sin tantos excesos, desde un discurso más sensato y razonable. La introducción de los medicamentos químicos y de la tecnología química hubiera sido más fácil sin los excesos paracelsistas, si hubiera sido propuesta por un autor más ecuánime. El uso de los medicamentos químicos no era incompatible con el galenismo; los galenistas utilizaban los remedios químicos, aunque con suma prudencia. El radicalismo de Paracelso contribuyó a la animadversión de los galenistas, que se enfrentaron a su obra y sus métodos, que les pareció disparatada.

Paracelso dificultó, con su grandilocuencia y sus extravagancias, el uso de los medicamentos químicos y contribuyó a enconar las actitudes sobre la validez o no de estos remedios. Los galenistas se hubieran sentido más cómodos ante una yatroquímica desarrollada con serenidad, complemento de la terapéutica galénica cuando fuera necesario. Ésa fue la actitud ecléctica de los médicos ingleses, que incorporaron sin dificultades los remedios químicos a los vegetales. En el continente, sobre todo en los países latinos, los dos bandos se radicalizaron y excluyeron mutuamente. Para los paracelsistas, los galenistas eran unos médicos ineptos, de los que era mejor prescindir, con lo que los enemistaron contra el paracelsismo y lo que de mejor tenía éste: la metaloterapia por vía oral y el empleo de la tecnología alquímica para obtener medicamentos. Era imposible que los galenistas aceptaran unas teorías que les descalificaban, prescindían del humoralismo y empleaban remedios inusuales y tóxicos.

Grabado de Paracelso con una de sus frases más célebres: «Que no sea otra cosa quien pueda ser él mismo».

Entre el arcaísmo y la modernidad

Paracelso es una mezcla de renovador de la medicina, cristiano radical, revolucionario social y ocultista. Si se le depura de su misticismo y de los aspectos herméticos de su obra, se le convierte en un autor sorprendentemente actual, enemigo del galenismo y defensor de los remedios químicos y de la búsqueda de los principios activos de los medicamentos. Su obra fue una mezcla de tendencias que para nosotros son hoy antagónicas: ocultismo y racionalismo, arcaísmo y modernidad. Su obra surgía de un proyecto espiritual ajeno a la modernidad, vinculado con el cristianismo revolucionario y sazonado con una visión mágica y simbólica. Así se explica la paradoja de que el enemigo de Galeno emplee un lenguaje esotérico ajeno al discurso científico y recomiende remedios absurdos y extravagantes.

Paracelso no atacó a Galeno porque éste fuese poco racional, sino por excesivamente racionalista. Paracelso se alzó contra el discurso frío, técnico y racional de Galeno y exigió que el médico curase por amor a sus pacientes, que colaborase en el proyecto divino. Fue un iluminado que por sí mismo no hubiese alumbrado la farmacia actual, sino una farmacia mágica y ocultista. Su papel es el del visionario y el profeta: atisba caminos, los señala, pero no sabe cómo se llega a ellos, y al abrir esos caminos enriqueció, de forma colateral, la farmacia. Ésta seleccionó del extravagante paracelsismo su proyecto de buscar principios activos, utilizar la tecnología alquímica y emplear los metales y minerales por vía oral una vez depurados de su toxicidad. Pero él jamás consideró ese proyecto prioritario ni lo expresó claramente, y la visión de un Paracelso que abre de par en par las puertas a la farmacia moderna es una recreación deformada del verdadero Paracelso, una visión muy alejada de la realidad. Quien quiera conocer al verdadero Paracelso deberá leer sus textos y situarlos en la atmósfera cultural y espiritual del Renacimiento, y ésa no es una empresa fácil para el lector actual. Incluso se corre el riesgo de llegar a la conclusión de que fue un simple desequilibrado al que se ha dado demasiada importancia.

El radicalismo de Paracelso hace que se oponga a cuanto dijo Galeno, que no discierna entre lo verdadero y lo falso. Detesta a Galeno en bloque y odia a los galenistas, a los médicos que practican con frialdad y cálculo un arte que para él era sagrado. Sus críticas a Galeno no se basan en un mejor conocimiento de la realidad, sino que son fruto del deseo, de su voluntad de sustituir los fríos conocimientos de los galenistas, absolutamente profanos, por una terapéutica sagrada. Sus arcanos eran más el espíritu de los medicamentos, creados por Dios para curarnos, que principios activos. Consideró a Dios como un Sumo Farmacéutico que había puesto en el mundo un remedio para cada mal, guiado por la caridad hacia sus criaturas. Ninguna enfermedad es incurable, porque Dios no puede haber dejado una enfermedad sin su tratamiento: «El médico y la medicina no son sino misericordia, misericordia concedida por Dios a los que la necesitan». Si una enfermedad fuera incurable se desmoronaría la idea de un Dios que ama a sus criaturas: «No existe ninguna enfermedad tan grave como para no haber recibido de Dios un remedio, a fin de que se descubra en la enfermedad la grandeza de sus obras. A cada enfermedad oculta corresponde igualmente un remedio escondido». Paracelso, llevado de su inflación psíquica, se consideraba la persona adecuada para encontrarlos y localizar el espíritu oculto en la materia, para sustituir los medicamentos galénicos por remedios vivificados por la caridad, la energía espiritual y la gracia divina: «El peregrinar que he llevado hasta ahora me ha enseñado que a nadie le nace su maestro en casa, ni lo tiene detrás de la estufa. El arte no persigue a nadie, sino que es necesario perseguirlo».

Para conseguir sus objetivos, reivindicó cuanto el aristotelismo y el galenismo habían dejado al margen de la ciencia de la época: los conocimientos arcaicos, el saber popular, la magia y la astrología. Defendió la magia y el ocultismo, la simpatía y antipatía entre los seres, la acción a distancia, la influencia de los astros. Así, Paracelso relaciona la epilepsia con el relámpago. El desajuste entre el azufre, el mercurio y la sal es la causa del relámpago en el cielo y de la epilepsia en el organismo. La terapéutica consiste en disociar los cuerpos del dominio del astro, determinar el cuerpo de cada astro y el astro de cada cuerpo. Contra la epilepsia recomienda el muérdago, pues según él su administración disocia la conjunción epiléptica de Venus y de la Luna. Otro remedio consiste en beber sangre de un hombre decapitado como se hacía en la medicina simbólica griega, pero Paracelso añade que es imprescindible tener en cuenta el componente astral: «Pues si hacéis beber la sangre sin considerar los astros, matáis más que curáis».

Paracelso era consciente de que sus ideas parecerían disparatadas a los racionalistas seguidores de Galeno: «¿Qué opináis de ello, fabricantes de medicamentos y dadores de jarabes? Aprended de la naturaleza. Mas, siendo incapaces como lo sois, ¿cómo queréis descubrir un arte? Vuestras artes irán todas a parar al diablo porque vuestros Avicena, Galeno y Vigo son excrementos diabólicos (...) sabed que el remedio se ha parecido y se parecerá a la enfermedad. La verdad está en la naturaleza, no en los libros». El mundo como código cifrado, un mundo de mensajes que sólo sabe descifrar quien cierra los libros y abre los ojos a la naturaleza, a los espíritus capaces de guiarle. Es evidente que los galenistas no se tomaron muy en serio a Paracelso y que vieron en sus seguidores a una legión de ocultistas, a representantes de la terapéutica sagrada que Hipócrates y Galeno habían eliminado de la medicina. Los paracelsistas les parecieron retrógrados, más próximos a la magia que a la ciencia.

Jung ha expresado con mucha claridad el dualismo paracélsico: «Por una parte, Paracelso es tradicionalista; por otra, revolucionario. Es conservador en relación a las verdades básicas de la Iglesia, de la Astrología y de la alquimia, pero escéptico y revoltoso contra las opiniones académicas de la medicina, en sentido tanto práctico o teórico. A esta última circunstancia debe en primer término su celebridad, porque personalmente me resulta difícil decir qué particulares descubrimientos médicos de naturaleza fundamental puedan ser atribuidos a Paracelso (...) me parece que debería pedir perdón a mis lectores por la herética idea de que Paracelso sería hoy sin duda el abogado de todas las artes que la medicina universitaria excluye de la posibilidad de ser tomadas en serio, como la osteopatía, magnetopatía, diagnóstico ocular, diversas monomanías alimenticias y ensalmos».

Había muchos componentes mágicos en Paracelso, pero ese mago contribuyó al descrédito del galenismo y orientó la farmacia, una vez despojada del ocultismo y del espiritualismo de Paracelso, hacia la búsqueda de principios activos que él jamás habría encontrado. El principio activo de Paracelso, que él llama arcano, tiene muy poco que ver con lo que como tal se entiende en la actualidad. Para él era una concentración de espíritu curativo puesto por Dios en la materia para que se pudiera curar a los enfermos. Era un misterio, no una molécula que pudiera sintetizarse en un laboratorio.

Herbario de principios del siglo xvi anterior al empleo de los remedios químicos propugnados por Paracelso.

La imagen más reproducida de Paracelso se conserva en el Museo del Louvre y se atribuye a un pintor flamenco desconocido.

Regreso a los orígenes

Durante la Edad Media se separaron la medicina, la cirugía y la farmacia, que se habían mantenido unidas con anterioridad. Los galenistas se alejaron de los aspectos más prácticos de su arte y dejaron la cirugía y la farmacia en manos de los barberos y de los boticarios. Conservaron el saber anatómico y farmacológico, pero se negaron a usar personalmente el bisturí y los morteros. Para ello disponían de ayudantes que debían seguir sus indicaciones. Es el momento en que el médico prescinde del arte quirúrgico y del arte farmacéutico para dedicarse a los conocimientos teóricos y se auxilia con ayudantes carentes de estudios universitarios. El teoricismo de los médicos, su alejamiento de la cirugía y la farmacia, irritaba a Paracelso. Para él, los aforismos de los médicos, sus discursos y teorías no sirven para nada. Hay que operar enfermos y preparar medicamentos, mancharse las manos, descender del púlpito y de la cátedra, acercarse a los enfermos y al laboratorio. Quiso que los médicos volviesen a ser, como fueron durante siglos, cirujanos y farmacéuticos y desconfiaba de los barberos y de los boticarios. Para él las ciencias sanitarias deben mantenerse unidas y es perniciosa la separación profesional entre medicina y farmacia. Según Paracelso, el médico ha de saber astrología y alquimia, es decir, química farmacéutica. Era un proyecto desfasado, propio de épocas pretéritas. El desarrollo de la cirugía y el número creciente de plantas medicinales y la complejidad de las operaciones farmacéuticas exigían la formación de especialistas. El médico ya no podía ser un enciclopedista, no podía ejercer simultáneamente la clínica, la cirugía y la farmacia. Había empezado una época de especialistas, pero Paracelso aspiraba a un saber unitario, de inspiración sagrada, no a la especialización.

De la alquimia a la química

Paracelso sustituyó los humores por los tres principios hipostáticos (azufre, mercurio y sal) y el equilibrio humoral por el equilibrio de los tres principios hipostáticos. Las enfermedades pasaron a ser azufradas, mercuriales y salinas. La fisiología deja de plantearse en términos humorales y se explica de forma química. Es una biología química, un inicio, aunque muy incipiente, de la bioquímica. Además de sustituir los cuatro humores por los tres principios hipostáticos, Paracelso reemplaza los tres espíritus de los galenistas (animal, vital y natural) por un alquimista interno, el Archeus, que actúa sobre los principios hipostáticos con la finalidad de alcanzar la salud. Su sabotaje del galenismo, su voladura de la medicina oficial no le alejó de una idea común a su obra y también al humoralismo: la armonía fisiológica, la explicación de la salud como la mezcla armónica de sus componentes y de la enfermedad como una mezcla incorrecta que la terapéutica ha de solucionar.

Los galenistas eran reticentes al empleo de los medicamentos químicos, que consideraban peligrosos y tóxicos. Una infusión de plantas es mucho menos peligrosa que un remedio con mercurio, antimonio, azufre o arsénico, no sólo por la toxicidad de estos productos, sino porque la tecnología farmacéutica no sabía aún cómo depurarlos y privarlos de su toxicidad. La actitud de los galenistas era sensata, mientras que la de Paracelso pecaba de audacia: aunque aseguró que con la alquimia se depurarían los metales y se separarían sus arcanos medicinales de la parte inactiva o tóxica, la farmacia de su tiempo no estaba en condiciones de realizar ese avance. Los paracelsistas administraron a sus pacientes dosis ingentes de mercurio y antimonio y fueron tan obcecados y dañinos como los peores galenistas. El enfermo que acudía a los paracelsistas no corría mejor suerte que el que iba a la consulta de un galenista. Los galenistas eran ineficaces e incluso dañinos cuando usaban excesivamente purgas y sangrías. Los paracelsistas eran siempre peligrosos y la propuesta de Paracelso de usar remedios químicos en las condiciones de la farmacia de su época era una osadía, a la que se opusieron los médicos más sensatos y prudentes, al observar las intoxicaciones derivadas del uso de los medicamentos químicos. Paracelso abre caminos que no está en condiciones de recorrer, anuncia un paso importante, la necesidad de ajustar la dosis y depurar los metales para emplearlos sin riesgo, pero él receta sin reparos medicamentos ineficaces y tóxicos.

La revolución paracélsica supuso el empleo por vía oral de los medicamentos químicos, el uso de la tecnología de procedencia alquímica y la búsqueda de los principios activos. Los galenistas usaban partes activas de las plantas, como la totalidad de la raíz y del fruto. Los paracelsistas proponen que el arte de la espagiria precise qué principio activo hay en la parte activa y se proponen aislarlo y administrarlo como responsable de la acción terapéutica en un punto concreto del organismo. Su idea de Dios como Sumo Farmacéutico que pone en el mundo un remedio para cada enfermedad condujo a la búsqueda de ese remedio y a intentar aislarlo. Los medicamentos introducidos por Paracelso se orientan hacia la administración del principio activo aislado y la especificidad de su acción. Quiso reducir los cuerpos a su última materia, su arcano o principio activo: «Las enfermedades requerirán que el médico las estudie, aplicándoles las concordancias que correspondan, preparando y separando las cosas visibles y reduciendo sus cuerpos a su última materia con ayuda del arte espagírico o de la Alquimia».

La afición de Paracelso por el ocultismo no le impidió desvincularse del proyecto alquímico de la piedra filosofal. Con ideas parecidas a las de los escritos pseudolulianos de alquimia; se mostró partidario del uso farmacéutico de las preparaciones alquímicas, desinteresándose de la transmutación metálica. Los pseudolulianos conjugaban la idea de la transmutación con el uso farmacéutico de sus productos; Paracelso da un paso más y convierte la alquimia en farmacia: lo que los alquimistas buscaban sin éxito puede realizarlo, en un plano más modesto, el espagírico con su arte. No transmutará los metales ni redimirá al mundo, pero completará la obra de Dios venciendo a la enfermedad. Paracelso escribe: «Alquimistas, no hagáis oro, haced medicina», y afirma que el médico ha de ser un experto en química, cambiando la orientación de la formación de los médicos y abriendo las puertas al futuro, aunque esté muy lejos del materialismo y sea, desde todos los puntos de vista, un espiritualista.

Alquimia

La medicina ha sido creada por Dios, pero no en su estado final, sino oculta entre escorias. Desprender la medicina de las escorias es la tarea de Vulcano. Y lo mismo que habéis oído del hierro ocurre con la medicina. Lo que los ojos ven en la hierba o en las rocas y los árboles todavía no es medicina; sólo ven las impurezas. Pero dentro, bajo las impurezas, yace oculta la medicina. Primero ha de ser depurada de ellas, y entonces aparece. Esto es la alquimia y éste es el oficio de Vulcano; él es el farmacéutico y el que elabora la medicina.

Doctores, os recomiendo que uséis la alquimia para preparar magnolia, mysteria, arcana, y para separar lo puro de las impurezas, de forma que podáis obtener una medicina perfecta. No quiso Dios darnos las medicinas preparadas. Quiso que las hiciéramos nosotros mismos.

Las grandes virtudes ocultas de la Naturaleza no serían evidentes para nadie si la Alquimia no las sacara a luz e hiciera visibles. Por lo demás, ocurre como con el árbol: uno lo ve en invierno, pero no lo conoce y no sabe lo que oculta en él hasta que llega el verano, que uno tras otro abre ora el brote, ora la flor, ora el fruto (...) De igual modo la virtud de las cosas se mantiene oculta al hombre, a no ser que el alquimista la haga brotar como el verano hace brotar la naturaleza del árbol.

Escribir más acerca de este secreto está prohibido y está confiado al poder de Dios. Pues este arte es en realidad un don de Dios, por lo que no todo el mundo puede comprenderlo. Por eso Dios lo da a quien quiere y no se lo deja arrebatar por la fuerza; porque quiere que sólo a El se rindan honores por este arte, y que por él sea Su nombre alabado por toda la eternidad.

¿Qué es una perla para un cerdo, si no puede hacer sino comérsela? Ensalzo el arte de la Alquimia porque revela los secretos de la Medicina y presta ayuda en todas las enfermedades desesperadas. Pero ¿qué debo ensalzar en aquellos que no tienen ni idea de los secretos de la Naturaleza que han sido puestos en sus manos? Alabo también el arte de la medicina; pero ¿por qué he de alabar a aquellos que son médicos y no al mismo tiempo alquimistas?

La resurrección de la materia prima era un paso imprescindible en el proceso alquímico.

Megalomanía

Todos los medicamentos están en la tierra, pero faltan los hombres que los recolecten. Están maduros para la cosecha, pero los segadores no han venido. Cuando lleguen un día los segadores de la verdadera medicina, limpiaremos a los leprosos sin el impedimento de una sofística vacía y haremos que los ciegos vean. Porque esta fuerza está en la tierra y crece por doquier. Sin embargo, la altanería de los sofistas no permite sacar a la luz los secretos de la Naturaleza y sus grandes maravillas.

Soy distinto, que ello no os extrañe. Escribo para que no seáis pervertidos; os ruego que leáis y releáis con esfuerzo, no con envidia, no con odio, como quiera que sois oyentes de la medicina. Aprended también de mis libros. Soy Teofrasto, y más que aquellos que se me comparan; soy yo y soy monarca medicorum además, y puedo demostraros lo que vosotros no podéis demostrar. Que Lutero se ocupe de sus asuntos, y yo me ocuparé de los míos y le sobrepujaré en lo que me corresponda, además los arcanos me elevarán. No ha sido el cielo el que me ha hecho médico: Dios me ha hecho, no puedo oponeros armadura alguna, coraza alguna; como no sois ni tan eruditos ni tan experimentados que podáis enseñarme ni la menor letra, protegeré mi brillo de las moscas, igual que mi monarquía. No protegeré mi monarquía con cataplasmas, sino con arcanos, ni con lo que coja de la farmacia, que no es más que polvo para sopa y no se saca de ello más que polvo para sopa, pero vosotros, guardaos con vuestros placeres y compras. ¿Cuánto tiempo creéis que perdurarán? Os digo que el pelo de mi nuca sabe más que vosotros y todos vuestros escribientes, y los cordones de mis zapatos son más eruditos que vuestros Galeno y Avicena, y mi barba ha visto más que todas vuestras universidades.

Fragmentos de la obra de Paracelso.

La reproducción de la imagen de Paracelso ha tenido muchas interpretaciones a lo largo de la historia.

Características de la obra de Paracelso

Tratado quirúrgico de Paracelso editado en Frankfurt en 1546 y conservado en la Biblioteca de Munich.

• Antigalenismo sistemático.

• Inconformismo y actitud social revolucionaria.

• Máxima valoración de los conocimientos populares.

• Inspiración en teorías arcaicas.

• Reivindicación de la alquimia.

• Actitud cristiana revolucionaria derivada del imperativo de amar al prójimo.

• Partidario de la unidad de las profesiones en una sola persona, que sea a la vez médico, cirujano y farmacéutico.

• Desconfianza hacia la autoridad.

• Explicación química del organismo como el equilibrio resultante entre el azufre, el mercurio y la sal.

• Enfermedades mercuriales, azufradas y salinas.

• El alquimista interno, Archeus, en vez de los tres espíritus de Galeno.

• Empleo de los remedios metálicos por vía oral sin las precauciones de los galenistas, que preferían las plantas y consideraban que los metales eran casi siempre tóxicos.

• Uso del mercurio calcinado por vía oral y rechazo del guayaco como antisifilítico.

• Búsqueda de los arcanos, antecedentes de los principios activos y rechazo de la polifarmacia vegetal galenista.

• Uso de la tecnología alquímica para obtener medicamentos.

• Concepción local de la enfermedad (que será desarrollada por su seguidor Van Helmont) en vez de considerarla un trastorno general del organismo que se localizaba en diferentes órganos.

• Atracción por la magia y el ocultismo.

Alegoría de Venus como pavo real, que significaba el avance en la obtención de la piedra filosofal, tema recurrente en la obra de Paracelso.


Bibliografía general

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