En 1977 la OMS publicó la primera lista de medicamentos esenciales, que se actualiza cada dos años y en la actualidad consta de unos 350 medicamentos considerados indispensables y que, aunque no cubren todas las necesidades sanitarias, constituyen una referencia obligada para los países pobres. El gran problema de la farmacia actual es doble: la investigación y puesta en el mercado de nuevas moléculas y el acceso a los medicamentos, al menos a los esenciales, por parte de toda la población mundial. Los estudios bioéticos y la concienciación de la sociedad civil han propiciado un nuevo escenario en el que el acceso a los medicamentos se reivindica como un derecho ciudadano que debe ser atendido por las diferentes administraciones sanitarias. La realidad dista mucho de ese objetivo y asistimos a una situación de emergencia sanitaria con datos preocupantes: en África subsahariana uno de cada seis niños muere antes de los 5 años y una de cada 16 mujeres fallece durante el embarazo o el parto. Un tercio de la población mundial no tiene acceso a medicamentos esenciales de calidad. Los países industrializados consumen el 80% de los productos farmacéuticos del mercado. En todo el mundo mueren millones de personas a pesar de que existe el medicamento que podría curarles.
El mundo se ha globalizado y se ha hecho demasiado pequeño para que puedan coexistir, sin graves convulsiones, dos modelos tan antagónicos: el de los países ricos y el de los países pobres. La actual ayuda humanitaria y los programas de cooperación al desarrollo son valiosos pero constituyen un esfuerzo voluntarista carente de coordinación y que no rebasa los ámbitos ambiguos de la caridad, cuando el acceso a los medicamentos esenciales es un problema de justicia y también de eficiencia. La sociedad abierta no podrá desarrollarse mientras coexistan enormes bolsas de miseria, incultura y enfermedad. Johann Peter Franck, en el siglo XVIII, revolucionó la medicina de su tiempo al sostener que la miseria del pueblo era la madre de todas las enfermedades. Hoy puede afirmarse que la salud, la educación y el bienestar son el motor del progreso y del desarrollo. La situación actual es insostenible, no sólo por injusta, que también, sino ante todo por ineficiente. Casi todo el mundo está de acuerdo en el diagnóstico: el derecho a la salud no pude depender de criterios puramente mercantiles. Sobre las soluciones es más difícil ponerse de acuerdo y seguramente el problema no se resolverá hasta que sean los países desarrollados los que se vean obligados a solucionarlo para asegurar la sostenibilidad de sus sistemas de seguridad social.
J. Esteva de Sagrera Director