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Vol. 23. Núm. 8.
Páginas 38-41 (Septiembre 2004)
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Las vacunas. Grandes esperanzas o fracaso en ciernes
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J A. Valtueña
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Los esfuerzos realizados, desde el ámbito público y privado, para extender la vacunación masiva contra aquellas enfermedades que diezman a la población mundial encuentran en algunas ocasiones serias resistencias. Desde la oposición basada en prejuicios sociales y religiosos en los países subdesarrollados hasta las reticencias en los países ricos, que se amparan en un mal entendido derecho individual, lo cierto es que, junto a grandes avances, se están produciendo algunos retrocesos significativos.

En el prestigioso marco del Foro Económico Mundial de Davos (Suiza), Bill Gates, creador de Microsoft y el hombre más rico del mundo, presentó en enero de 2003 el programa «Grandes retos en la salud mundial» destinado a fomentar las iniciativas en ciencia y tecnología que permitan eliminar los obstáculos que frenan los avances en la lucha contra las enfermedades.

Más recientemente, la Fundación Gates ha dado a conocer los primeros 14 objetivos de un programa dotado con 200 millones de dólares y formulado con el asesoramiento de 1.048 científicos de 75 países. Diez de esos catorce objetivos se refieren a enfermedades infecciosas y seis --casi la mitad-- conciernen a vacunas. Esos seis objetivos relacionados con las vacunas son los siguientes:

* Crear vacunas monodosis eficaces que puedan administrarse poco después del nacimiento.

* Preparar vacunas que no requieran refrigeración.

* Elaborar sistemas de administración de las vacunas sin aguja.

* Formular pruebas fiables para evaluar las vacunas vivas atenuadas.

* Elaborar antígenos que confieran una inmunidad protectora.

* Determinar cuáles son las respuestas inmunológicas que confieren una inmunidad protectora.

Oposición del integrismo islámico

Alentada por el éxito de la erradicación de la viruela, certificada por la OMS en diciembre de 1979, la Asamblea Mundial de la Salud decidió en 1988 el lanzamiento de una campaña destinada a la erradicación mundial de la poliomielitis, cuyo virus causal circulaba entonces en 125 países. A fines de 2003, el poliovirus se propagaba en Afganistán, Egipto, India, Níger, Nigeria, Pakistán y Somalia.

Por entonces se planteó un problema grave de índole cultural, al decidir las autoridades islámicas del norte de Nigeria la suspensión de la campaña de vacunación antipoliomielítica, porque afirmaban haber encontrado estrógenos en la vacuna que estaban destinados a «impedir la propagación de la población musulmana». En el colmo de la ignorancia y la mala fe, llegaron a señalar que también habían hallado el VIH en las vacunas.

La reacción de los responsables sanitarios mundiales no se hizo esperar. Carol Bellamy, directora general de la UNICEF, afirmó que se estaba sometiendo a un sufrimiento innecesario a los niños del Estado nigeriano de Kano y no sólo a ellos, sino a la población infantil de siete países limítrofes, en los que estaban apareciendo casos provocados por el poliovirus procedente de esa región de Nigeria. En Costa de Marfil, en la que hacía 4 años que no se detectaba ningún caso de poliomielitis, murió a principios de 2004 una niña víctima de la poliomielitis. Así, este país resultó el octavo reinfectado por el poliovirus de tipo 1 procedente de Nigeria septentrional. Los otros siete países han sido los siguientes: Benin, Burkina Faso, Camerún, Chad, Ghana, República Centroafricana y Togo.

Para contrarrestar la acción de los integristas islámicos contra la vacunación antipoliomielítica, la OMS y las autoridades del sur de Nigeria, de predominio cristiano, organizaron un viaje con dirigentes musulmanes a fin de convencer a los responsables de la acción contra la vacuna de lo infundado de su oposición, pero su acción ha resultado por ahora infructuosa.

Hasta el momento, los logros realizados en la erradicación de la poliomielitis son de los mayores del continente africano en el ámbito de la salud pública. La campaña «Desterremos de África la poliomielitis», iniciada en 1996 por Nelson Mandela, ex presidente de Sudáfrica, y otros líderes africanos, logró que los casos de parálisis poliomielítica en la infancia pasaran de 205 al día a 388 durante todo el año 2003.

No cabe la menor duda de que la actitud perfectamente anticientífica del integrismo islámico en Nigeria puede suponer un grave riesgo para el futuro de la campaña de erradicación de la poliomielitis, teniendo ante todo en cuenta que los logros alcanzados con grandes dificultades en países de estructuras sanitarias extremadamente débiles adolecen de una gran fragilidad. Téngase en cuenta también que en 2003, por falta de fondos, la mayoría de los países africanos y asiáticos exentos de poliomielitis suspendieron sus campañas de vacunación, haciéndoles especialmente vulnerables a los virus procedentes de países en los que la enfermedad persiste todavía.

Otros embates contra la vacunación

En 2001, la publicación por parte de A. Wakefield y S.M. Montgomery de un estudio que ponía en duda la inocuidad de la vacuna triple viral SPR (contra el sarampión, la parotiditis y la rubéola) provocó enorme conmoción en el Reino Unido y en otros países. Ya el título de su artículo era suficientemente ilustrativo: «La vacuna contra el sarampión, la parotiditis y la rubéola: mirando por un cristal ahumado».

Wakefield había lanzado con anterioridad fuertes ataques contra esa vacuna alegando que favorecía la aparición del autismo, al hacer que la pared intestinal perdiera su capacidad de barrera y permitiera el paso de péptidos opioides que lesionarían el tejido cerebral y provocarían el autismo. Pese a la opinión contraria de destacados científicos, la tasa de vacunación con la triple viral descendió fuertemente en el Reino Unido y alcanzó una tasa del 82% en septiembre de 2003 después de llegar a un nivel máximo del 92% en 1996. Como corolario lógico se produjo un aumento de la incidencia del sarampión. La situación comenzó a ser tan preocupante que la OMS se vio en la obligación de intervenir y declarar: «La OMS aprueba plenamente la utilización de la vacuna contra el sarampión, la parotiditis y la rubéola teniendo en cuenta los datos convincentes de que dispone que prueban su inocuidad y su eficacia».

Recientemente, la motivación de Wakefield ha sufrido un rudo embate al descubrir el periódico The Sunday Times que había recibido 85.000 euros del Legal Aid Board (Comité de Asistencia Legal), organismo del Reino Unido especializado en las demandas de indemnización dirigidas contra empresas importantes, que trataba de representar a los padres de varios niños autistas en posibles juicios contra los laboratorios de fabricación de la vacuna triple viral.

La OMS estima que la vacuna antisarampionosa es plenamente eficaz y que la intensificación de las campañas destinadas a vacunar a la población infantil de todo el mundo contra el sarampión permitiría salvar alrededor de medio millón de vidas de niños en los años 2004 y 2005. El problema no radica en el coste de la vacunación (inferior a 1 euro por niño), sino en la organización de campañas periódicas de revacunación tras la primovacunación administrada a los recién nacidos en general, en un medio hospitalario o de atención primaria.

Las autoridades islámicas del norte de Nigeria suspendieron la campaña de vacunación antipoliomielítica, porque afirmaban haber encontrado estrógenos en la vacuna que estaban destinados a «impedir la propagación de la población musulmana»

La confianza de la OMS en las vacunaciones, compartida por la inmensa mayoría de los especialistas en salud pública, contrasta fuertemente con las acusaciones, como la de Wakefield, vertidas con regularidad en ciertas publicaciones especializadas y recogidas con avidez por los medios sensacionalistas. Ése es el caso de la acusación sobre la pretendida relación entre la aparición del sida y una vacuna antipoliomielítica experimental utilizada en África central durante los años cincuenta del pasado siglo.

Esa acusación, formulada con todo lujo de detalles por Edward Hooper en su libro The River, alcanzó tal difusión que la Real Sociedad de Londres se consideró obligada a tenerla en cuenta en una reunión destinada específicamente a examinar el origen del VIH. Las conclusiones alcanzadas fueron las siguientes:

* Conforme a la secuenciación genética, la primera aparición del VIH en la población humana remonta a alrededores de 1930, es decir, mucho antes de los ensayos de la vacuna antipoliomielítica realizados alrededor de 1950.

* Las muestras de vacuna antipoliomielítica experimental, conservadas de modo idóneo desde el decenio de 1950-1959, han sido sometidas a pruebas moleculares ultrasensibles y han dado resultados negativos en lo que concierne a la presencia del VIH, del virus de la inmunodeficiencia símica y del ADN del chimpancé. Así, queda excluida la hipótesis de que el tejido renal de chimpancé habría servido para preparar muestras de vacuna experimental.

* Por último, la vacuna antipoliomielítica experimental no pudo contaminarse con el virus de la inmunodeficiencia símica por la sencilla razón de que su elaboración comprendía procesos (tratamiento con tripsina, congelación y descongelación) que habrían destruido ese virus.

De todos modos, no hay que hacerse ilusiones. Los infundios de base más o menos científica tienen una resistencia que sería admirable si se tratara de cuestiones menos vitales. Basta observar lo que está sucediendo con las «ventas» de órganos para trasplante, a las que se refería con cólera apenas contenida José María Catalán en su artículo «Periodismo basura: Mozambique. Cuatro monjas españolas denuncian tráfico de órganos» (Jano 2004;66[1512]:19-25).

No basta la obligatoriedad

Durante muchos años, las autoridades sanitarias han estimado en casi todos los países que bastaba dictaminar la obligatoriedad de una vacunación para que la población cumpliese dócilmente y nadie se escabullera. La realidad está resultando bien distinta. El ejemplo de la vacunación antisarampionosa en Suiza es enormemente demostrativo.

Hace 4 años se creó en la Facultad de Medicina de Ginebra la primera cátedra de vacunología del mundo, a cargo de la profesora Claire-Anne Siegrist. Parece que esta primacía debería traducirse en una fuerte aceptación de la vacunación por parte de la población suiza. Nada más lejos de la realidad. En el primer semestre de 2003 se registraron en Suiza cerca de 700 casos de sarampión; entre ellos, 75 con complicaciones graves. Así, podría darse la situación terriblemente paradójica de que un niño procedente de la próspera Suiza viajara a un país de América Latina, donde el sarampión se considera casi erradicado, y provocara un brote de esta enfermedad.

No es baladí el problema planteado. Es la consecuencia del choque entre dos concepciones del bien común. En la mayoría de los países occidentales reina hoy un fuerte individualismo, en el que una minoría de personas no vacuna a sus niños porque hacen predominar el bienestar individual sobre el colectivo. Las autoridades sanitarias tienen la obligación de recordar la existencia de deberes respecto a los demás y uno de ellos es practicar las vacunaciones conforme el calendario establecido en cada colectividad.

Cierto es que, al igual que sucede en todos los sectores de la salud pública, no existen actos preventivos o terapéuticos que tengan un 100% de eficacia y un 0% de efectos secundarios. Estos últimos son a menudo exagerados por los enemigos de la vacunación, que existen desde la época de Jenner, cuando la obligatoriedad de la vacunación antivariólica fue objeto de fuerte oposición por parte de los defensores a ultranza de la libertad individual.

La posibilidad de elegir está originando situaciones realmente absurdas. Ciertos padres vacunan a sus hijos contra la rubéola, sabedores de las terribles consecuencias que puede tener esta enfermedad durante la gestación, pero no hacen lo mismo con los hijos varones e ignoran que más tarde podrían transmitir una posible rubéola a su cónyuge, si no posee una protección inmunitaria suficiente.

La vacunación se está transformando en una cuestión de creencia, en la que intervienen muy poco las realidades científicas. Hoy fascinan las proezas científicas como los trasplantes o las terapias génicas, pero las vacunaciones, con su coste casi irrisorio, llaman muy poco la atención de las gentes occidentales. No cabe duda de que la información correcta es un medio muy eficaz para luchar contra las reticencias y la animadversión.

En la mayoría de los países occidentales reina hoy un fuerte individualismo, en el que una minoría de personas no vacuna a sus niños porque hacen predominar el bienestar individual sobre el colectivo

La cátedra de Vacunología de la Facultad de Medicina de Ginebra creó hace 4 años la red Infovac, que permite a todos los médicos de Suiza formular preguntas sobre las vacunaciones y recibir respuestas de especialistas en un plazo de 24 h. Estos especialistas están remunerados por la Oficina Federal de la Salud Pública y no por eventuales patrocinadores.

Cuando se perfila en el horizonte la amenaza de la gripe aviar o del síndrome respiratorio agudo grave, por fortuna todavía no llegados a Europa, y que tal vez obliguen a campañas de vacunación masivas, es más necesario que nunca que todo el personal sanitario (farmacéuticos, médicos y personal de enfermería) adopte una actitud de defensa inequívoca de las vacunaciones. Va en ello la salud de toda la población.

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