Según Adam Smith, existe un progreso natural hacia la opulencia: si el hombre tiene posibilidades de mejorar sus condiciones de vida lo hará y si no se le ponen obstáculos insuperables sabrá salir adelante y mejorará su riqueza y su bienestar. Se trata de un proceso darwiniano: los más hábiles, imaginativos y emprendedores producirán y obtendrán más riqueza que quienes sean pasivos, indolentes y carezcan de iniciativa y habilidades. La tendencia natural hacia la opulencia de que habla Smith explica los progresos extraordinarios alcanzados por el hombre en su esfuerzo por mejorar sus condiciones de vida. La farmacia forma parte de ese escenario en el que la opulencia, gracias al esfuerzo humano, desplaza a la miseria y a la escasez, en forma de enfermedad. Ha hecho falta mucho talento y esfuerzo para extraerle a la naturaleza sus secretos y para que la farmacia pasase de ser un exótico muestrario de productos ineficaces a ser un arsenal terapéutico de primera magnitud.
La riqueza del hombre ha tenido dos capítulos decisivos y en ambos ha tenido que ver la farmacia. El primero fue la agricultura, el segundo la industrialización. Dos revoluciones: la agrícola y la industrial. La primera aumentó significativamente el número de personas que podían sobrevivir gracias a los alimentos, la segunda multiplicó la renta disponible más de doce veces en cien años. La agricultura supuso la introducción de las plantas medicinales, la domesticación de los vegetales al servicio no sólo de la alimentación sino también de la farmacia. La industrialización hizo posibles los laboratorios farmacéuticos, la investigación y producción a gran escala y las especialidades farmacéuticas.
La farmacia actual forma parte de una crónica colectiva, la de la producción de riqueza y la de la erradicación del malestar. Cada paso adelante ha debido superar la amenazas de los depredadores, sean los holgazanes internos, sean los asaltantes externos. Ambos intentan obtener para sí los bienes que no han producido o destruir, por resentimiento, a la sociedad que es capaz de ofrecer altas dosis de bienestar a sus ciudadanos. Esa historia continúa en nuestro siglo. La creación de riqueza es obstaculizada por quienes desean disfrutarla sin producirla, por quienes hacen una evocación nostálgica de la escasez y por los enemigos de la sociedad próspera y abierta. El 11 de septiembre fue un intento de sabotear a la sociedad que genera riqueza. Otro ejemplo es la crítica a la globalización, cuando esa globalización, y el caso de la farmacia es evidente, es indispensable para la generación y el reparto de la riqueza. Nuestra sociedad puede y debe enorgullecerse de haber puesto en el mercado todos y cada uno de los medicamentos importantes disponibles, y de haber ideado mecanismos de seguridad social que los hacen accesibles. Los merodeadores serían felices saboteando la farmacia y otras fuentes de riqueza y bienestar, pero el siglo xxi asistirá a nuevos y espectaculares avances que aumentarán la riqueza y la opulencia del hombre mejorando su salud y su bienestar. Y la farmacia estará allí, en primera línea, donde siempre ha estado.