El 12 de febrero de 2002, en vísperas del Día de San Valentín, la Federación Cardiológica Mundial, con sede en Ginebra, declaró que el amor contribuye a evitar las enfermedades del corazón y favorece la longevidad. El comunicado de la Federación afirma: «El amor es bueno para el corazón», lo que supone una magnífica noticia, la mejor de las noticias. El presidente de la Federación, el cardiólogo Mario de Camargo Maranhão, sostiene que «el amor, en todas sus dimensiones, incluida la filial y fraternal, mejora la calidad de vida y la alarga». Hay estudios realizados con grupos de personas con enfermedades cardiovasculares que demuestran que las carentes de afecto emocional tienen hasta cuatro veces más dificultades para sobreponerse que las que mantienen relaciones emotivas satisfactorias. Asimismo, un entorno feliz contribuye al mantenimiento de una presión arterial equilibrada. Las siguientes conclusiones de la Federación suenan como un bálsamo reconfortante: «Según las últimas investigaciones, el afecto y la ternura en nuestras vidas nos ayuda a mantener un buen estado de salud mental y tiene un impacto positivo en el sistema inmunitario y en el corazón».
En un mundo tenso y convulso, los cardiólogos afirman que el odio es nocivo y el amor benéfico, que odiar destruye también a quienes odian, que el amor es bueno para el corazón y la salud. Un buen punto de referencia para la toma de decisiones: elijamos, entre la opción del amor y la del odio, aquella que es más saludable, la del amor.
Cupido anda suelto, alegrándonos la vida y beneficiando a nuestro sistema inmunitario, a nuestra tensión arterial y a nuestras funciones cardiovasculares. Démosle la bienvenida, pues no sólo nos alegra la vida, también resulta ser, según la Federación Cardiológica Mundial, el mejor medicamento, el mejor protector de nuestros fatigados corazones. La noticia explica la felicidad con que fallecen muchos enfermos cuando lo hacen rodeados de amor. Quizás el mejor ejemplo sea Harold Brodkey, el escritor estadounidense que falleció en 1996 a consecuencia del sida. Su último libro, Esta salvaje oscuridad. La historia de mi muerte, es un brutal y a la vez tierno y entrañable testimonio sobre el arte de saber morir. Gracias al apoyo de su esposa, Hellen, un hombre atormentado y cínico como Brodkey murió en paz, feliz incluso, medicado con el mejor de los medicamentos, un fármaco que no se vende en las farmacias y que no tiene precio, no precisa receta ni es reembolsable por la Seguridad Social: la ternura, el afecto, el amor.