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Vol. 20. Núm. 7.
Páginas 66-69 (Julio 2001)
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De la autoinformación a la automedicación
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JA. VALTUEÑAa
a Presidente del Centro Internacional de Educación para la Salud. Ginebra (Suiza).
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Tanto el médico como el farmacéutico, y quizás éste todavía más porque numerosos anuncios televisivos aconsejan al interesado que pida información al farmacéutico, afrontan la eclosión de un fenómeno reciente y que muy posiblemente va a adquirir creciente magnitud en los próximos años. Nos referimos a la llegada de un paciente o un familiar que a través de Internet ha adquirido un amplio volumen de información sobre la enfermedad que le interesa y que se presenta con un rimero de hojas de procedencia y fiabilidad muy variadas.

Aspectos positivos y negativos

Para ciertos médicos y farmacéuticos, un paciente o un familiar informados están en mejores condiciones para colaborar con el profesional sanitario. Así, Markus Flepp, jefe clínico del Servicio de Enfermedades Infecciosas y de Higiene Hospitalaria del Hospital Universitario de Zurich (Suiza), y responsable de la consulta sobre el VIH-sida, considera que «un paciente informado es el mejor de los pacientes». Refiriéndose concretamente al sida, estima que los pacientes que comprenden bien la necesidad de la polimedicación se hallan más motivados para observarla estrictamente.

El gran problema de la información suministrada por Internet es, en muchos casos, la ausencia de una criba que separe los hechos probados de las meras hipótesis. Con cierta exageración --pero no mucha-- podría decirse que en Internet todo vale y que, para el profano, tiene el mismo peso la opinión de un profesor universitario que las ideas que vierte en su sitio de la red una pequeña asociación de enfermos de esclerosis en placas que propague el tratamiento con una hierba medicinal. Precisamente, el 80% de los pacientes que navegan por Internet son enfermos crónicos que buscan una posibilidad de tratamiento que su médico no les ha propuesto.

Para afrontar este arduo problema, la OMS ha tratado de lograr que las autoridades responsables de Internet en el mundo autoricen el uso de la terminación «.health» (puntosalud) para adjudicarla a las fuentes de información fiables. Se sumaría a las terminaciones importantes ya existentes, como «puntocom» y «puntoorg». La demanda fue rechazada en el pasado mes de noviembre, pero la OMS va a insistir porque estima que está perfectamente justificada y que sería un modo de separar el trigo de la cizaña.

Ahora bien, una encuesta realizada previa demanda y en colaboración con la Asociación de Farmacéuticos del Cantón de Ginebra ha mostrado que los clientes de las farmacias se dirigen, en caso de enfermedad, de modo prioritario al médico (46%) y después al farmacéutico (34%). El resto, en particular los adolescentes y jóvenes de menos de 20 años, acuden en demanda de consejo a familiares o amigos. Así pues, por el momento y según los resultados de esta encuesta, Internet no es una fuente destacada de información. De hecho, en Suiza se ha calculado que sólo el 3% de los pacientes obtienen información en los múltiples sitios de Internet disponibles, aunque la tendencia al aumento es por ahora evidente.

Fidelidad al farmacéutico

En la misma encuesta realizada en Ginebra se preguntó a las personas entrevistadas respecto al lugar donde adquirían los medicamentos prescritos por el médico o autoadministrados. El 87% contestó que obtenían los medicamentos recetados en su farmacéutico habitual, porcentaje que bajaba al 74% cuando se trataba de productos adquiridos en régimen de automedicación. Se trata de una diferencia de escaso calibre, pero que muestra bien una de las características de la automedicación: la persona que la practica actúa a veces a espaldas del profesional sanitario (médico o farmacéutico) que mejor la conoce en lo que respecta a su salud.

Pero ha llegado sin duda el momento de definir la automedicación. Nos parece perfectamente aceptable la formulada por el Prof. Thierry Buclin, de la División de Farmacología del Centro Hospitalouniversitario de Lausana (Suiza): «La automedicación designa el comportamiento por el que una persona recurre por su propia iniciativa a un medicamento, esto es, una sustancia de la que espera un efecto de tipo farmacológico beneficioso para su salud con vistas a una prevención primaria, una mejoría de su estado o de su rendimiento, el alivio de sus síntomas o una modificación en la evolución de la enfermedad que le afecta.»

Parece que una definición tan abarcante debería resolver el problema, pero no es así. ¿Puede considerarse, por ejemplo, automedicación la acción de un paciente, o de un familiar, que acude al farmacéutico en demanda de paracetamol? ¿Es aplicable la definición de automedicación al caso de un enfermo que, sin molestarse en explicar su cuadro clínico, le pide al médico (lamentablemente a veces podría decirse que «le exige») que le prescriba un determinado medicamento?

Esos dos ejemplos, y otros muchos que podrían añadirse, muestran claramente los límites difusos del fenómeno de la automedicación, lo cual no impide que sea cada vez más corriente hasta el punto de incluirla (¡suprema consagración!) en el conjunto de acciones denominadas con el término inglés de self-care (autocuidado o autoatención). Mientras que el término self-care no apareció hasta 1983 en el Index Medicus, en el quinquenio 1994-1998 se hallaban 563 referencias bibliográficas a dicho término en el reputado índice Medline.

La promoción de la autoasistencia ha contado, de modo directo e indirecto, con la colaboración de la OMS, que ya en 1983 procedió a definir esta acción en los siguientes términos: «La autoasistencia (self-care) abarca las actividades y decisiones espontáneas adoptadas en relación con la salud por personas, familiares, vecinos, amigos, compañeros de trabajo, etc.; comprende la automedicación, el apoyo social en el curso de la enfermedad y los primeros auxilios».

Al difundirse el concepto de autoasistencia, se ha producido una derivación hacia aspectos más políticos que puramente sanitarios. Así, en Estados Unidos existe, con unos 120.000 miembros, la Sociedad Médica del Pueblo, que pone en duda «el carácter infalible de la medicina» (en el que, de hecho, tampoco creen los profesionales de la salud), pero que, en colaboración con otros grupos de presión, ha logrado la promulgación de leyes que exigen la publicación de estadísticas hospitalarias que señalen las tasas de infecciones nosocomiales, de errores diagnósticos y terapéuticos, y de denuncias judiciales presentadas contra el personal hospitalario.

Automedicación y edad

Estadísticas fiables procedentes de diferentes países del mundo industrializado muestran que la automedicación aumenta en función de la edad del individuo. Ciertos estudios, centrados en grupos de edad específicos, muestran datos muy llamativos al respecto. Así, J. Kupferschmitt y sus colaboradores han estudiado los trastornos del sueño y el consumo de medicamentos psicotrópicos en el niño de 6 años y han observado que el 12% de esa población infantil consumía medicamentos psicotrópicos, destinados a los padres en una proporción apreciable de casos.

Más adelante, en el curso de la adolescencia, la automedicación sigue existiendo y se destina al tratamiento de los siguientes trastornos: cefaleas, insomnio, nerviosismo, dolores de vientre, estreñimiento, cansancio y problemas de obesidad. Las muchachas consumen más medicamentos en régimen de automedicación que los chicos.

Ahora bien, el problema de la automedicación se plantea de modo más preocupante en la tercera edad. Complica la cuestión el hecho de que la automedicación se asocia en el anciano a toda una serie de fenómenos típicos de esa edad: efectos iatrogénicos de la polimedicación, reacciones indeseables provocadas por la interrupción en la toma de un determinado medicamento, inobservancia terapéutica, etc.

En Suiza, las encuestas nacionales sobre la salud realizadas cada 5 años han mostrado que la automedicación aumenta con la edad en la vejez, es más frecuente en las mujeres que en los hombres, es mayor en las personas de nivel de instrucción superior (los universitarios practican más la automedicación que los trabajadores manuales) y guarda escasa relación con el hecho de que el anciano viva solo o en una zona urbana o rural.

Desde hace años, la OMS se viene preocupando por el problema de la medicación en el anciano y la Oficina Regional para Europa, con sede en Copenhague, ha publicado dos ediciones de Drugs for the Elderly (Medicamentos para el anciano), un manual en el que se enuncian de modo destacado los medicamentos que pueden tener efectos indeseables o graves en los ancianos (tabla 1).

Estadísticas fiables procedentes de diferentes países del mundo industrializado muestran que

la automedicación aumenta en función de la edad del individuo

 

Ante un cuadro tan alarmante, resulta evidente que tanto el farmacéutico como el médico han de tratar de evitar la automedicación en el anciano, remitiéndose mutuamente aquellos casos en los que se sospeche que la persona de edad se está medicando con productos facilitados por amigos, familiares, compañeros de residencia, etc. Sólo gracias a esa colaboración podrán evitarse males mayores.

En la población de menor edad, la automedicación está tomando una importancia creciente, lo que obliga a los medios interesados (autoridades sanitarias estatales o autonómicas, laboratorios farmacéuticos, colegios profesionales) a actuar sobre numerosos aspectos de la cuestión: controles de calidad y seguridad de los productos comercializados que pasarán más fácilmente al régimen de la automedicación, vigilancia de la publicidad, compilación de datos estadísticos fiables, actividades de educación para la salud, farmacovigilancia para detectar efectos secundarios desconocidos hasta entonces, y todo aquello que contribuya a que la automedicación sea más segura y eficaz.

Es muy posible que cada persona se autoadministre fielmente ciertos medicamentos durante su vida, en una especie de «ensayo controlado personal». En esta perspectiva es necesario verificar las interacciones entre los medicamentos recetados y no recetados o entre hábitos alimentarios y medicamentos, eliminando las interacciones nocivas e inútiles y manteniendo a la vez el objetivo terapéutico. Sólo así la automedicación contribuirá a la salud del individuo, sin entorpecer la labor del profesional de la salud. *

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