Sobrepeso y obesidad
A través de diversas investigaciones se ha sabido que hay una correlación entre obesidad y presión arterial. Además, la obesidad se suele acompañar de otros factores de riesgo, como son dislipemia, hiperglucemia y falta de actividad física. Así, la prevalencia de hipercolesterolemia en jóvenes con sobrepeso es el doble de la observada en los que no lo tienen. El sobrepeso duplica la probabilidad de hipertensión sistólica, y la obesidad lo triplica. Por último, la diabetes mellitus tipo 2 es tres veces más probable en obesos que en individuos con normopeso. Por todo ello, se puede concluir que la presencia de obesidad incrementa el riesgo cardiovascular de un individuo, a igualdad de otros factores de riesgo. No en vano, la American Heart Association lo considera como factor mayor de riesgo.
IMC
Existe una relación entre el peso de un individuo y su altura, que nos ofrece una estimación del grado de obesidad o adecuación al peso normal. Se llama índice de masa corporal (IMC) y se define como la relación entre el peso y la altura al cuadrado (IMC = peso [kg]/altura2 [m2]).
El valor del IMC, a partir del que se sobrepasa el normopeso se ha establecido en 25 kg/m2, y a partir de los 30 kg/m2 se denomina obesidad. La OMS1 realizó una clasificación para adultos entre 20 y 70 años, en función de este parámetro (tabla 1).
La distribución corporal de la grasa es un dato de gran importancia, debido a que puede modular el riesgo cardiovascular estimado de una persona. De este modo, se define la obesidad abdominal (como parámetro que incrementa el riesgo cardiovascular cuando el IMC ≥ 25 kg/m2) a partir de 102 y 88 cm en varones y mujeres respectivamente, según las recientes recomendaciones europeas2 y americanas3 sobre prevención cardiovascular. En países orientales estas cifras se reducen significativamente4 (tabla 2).
Prevalencia
La prevalencia de la obesidad en España es alta5, y es más elevada en mujeres que en varones.
Un dato relevante para el diseño de programas de intervención a medio o largo plazo radica en la tendencia en aumento que se observa con este factor de riesgo, con especial incidencia en la población infantil, en la que se ha detectado que existe un 47% con exceso de peso, de los que el 33% es sobrepeso y el 14% restante se corresponde con obesidad, habiéndose duplicado la tasa en las dos últimas décadas.
Factores causantes
Otro aspecto interesante, desde este punto de vista, es la relación directa entre el valor de IMC y la edad (tabla 3).
El desarrollo de la obesidad está influenciado, además de por factores genéticos, metabólicos u hormonales, por el equilibrio inadecuado entre ingestión calórica y gasto energético, que se traduce en un aumento de la grasa depositada en el organismo.
La herencia, la dieta y el gasto son los tres factores que controlan el depósito graso, el primero actúa de forma indirecta y los dos últimos de forma directa.
El fundamento de la obesidad es extraordinariamente sencillo (aunque generalmente olvidado u omitido): cuando una persona ingiere más energía de la que gasta, se produce un aumento de peso y cuando se gasta más de la que se ingiere, se pierde. Un factor que puede hacer variar significativamente el razonamiento expuesto es la ingestión de productos alimenticios de alta densidad energética, como azúcares o grasas, que conduce más fácilmente al desarrollo de obesidad.
Recomendaciones
Por todo ello se han dado unas recomendaciones6 que establecen las proporciones adecuadas de calorías ingeridas en función de la fuente nutricional de donde provienen (hidratos de carbono, lípidos o prótidos) (tabla 4). Sin embargo, la dieta española se va alejando lenta y progresivamente del patrón recomendado. Así, desde el año 1964, el consumo de lípidos ha aumentado, reduciéndose el de hidratos de carbono.
La mortalidad aumenta en relación directa con el grado de obesidad, de modo que con un IMC superior a 27 la mortalidad se incrementa en un 35%, un 50% con el IMC superior a 30 y hasta un 1.000% con un IMC superior a 40. Un valor de IMC superior a 28 es el punto de corte a partir del que la obesidad es un factor de riesgo importante7. Por este motivo, las intervenciones en obesidad deben ir dirigidas hacia la consecución de un equilibrio energético diario negativo de entre 500 y 1.000 calorías, para lo que se calcularán previamente las necesidades energéticas del individuo y a continuación se elaborará una dieta que posea el déficit calórico mencionado, conforme a los porcentajes establecidos de los principios inmediatos. Las necesidades energéticas se calcularán en función del metabolismo basal, sexo, edad y la actividad física realizada.
De Miguel et al8 han llevado a cabo un programa de seguimiento de personas con sobrepeso y obesidad mediante la educación nutricional, encaminada a la pérdida de peso y reducción de la obesidad, así como el mantenimiento del sobrepeso. Este programa ha obtenido muy buenos resultados: de los 168 pacientes que entraron en el estudio, el 89% redujo su peso entre 0 y 12 kg; además, el sobrepeso se redujo del 33 al 9%, y la obesidad, del 58 al 44%.
Como conclusión, el farmacéutico puede implementar desde la farmacia comunitaria programas de atención farmacéutica que estén dirigidos hacia la disminución del exceso de peso, para conseguir un descenso de otros factores de riesgo y, por ende, una reducción del riesgo cardiovascular.
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Consultora científica