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Vol. 23. Núm. 2.
Páginas 144-150 (Febrero 2004)
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Manuel Pijoan
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Lábrido limpiador común que limpia un serrano de arrecife en la Gran Barrera de Coral.
Las gambas limpiadoras utilizan a menudo como huésped a los peces cardenal.
Gobio neón, limpiando un mero moteado.
Tabla 1. Animales limpiadores y sus huéspedes o «clientes»
El galápago pintado limpia a veces a la temible tortuga mordedora de Norteamérica.
Fuera del agua, la jacana ejerce como verdadero dermatólogo del hipopótamo.
El bufago de pico amarillo libra de garrapatas y otros parásitos al búfalo cafre y a otros ungulados.
El elefante africano se enloda para aprovechar las propiedades antisépticas y antiparasitarias del fango.
El plumaje de los turacos posee dos pigmentos externos que se asemejan al colorete cosmético
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Dermatología y cosmética en el mundo animal

La cosmética y la dermatología no son exclusivas del ser humano; también los animales tienen hábitos higiénicos para mejorar el aspecto y la salud de su piel y plumaje. En el presente trabajo se abordan los singulares métodos que utilizan los animales, como en el caso de los numerosos limpiadores marinos, con fines cosméticos y dermatológicos.

Lábrido limpiador común que limpia un serrano de arrecife en la Gran Barrera de Coral.

A más de un aficionado al buceo en aguas cálidas le habrá sorprendido sin duda la visión de un mero, de un serrano de arrecife o incluso de un enorme y peligroso tiburón galano dejándose limpiar dócilmente las escamas, las agallas, o incluso el interior de la boca, por otro pez diminuto, por lo general con una brillante librea de anchas listas contrastadas, que no muestra temor alguno por las grandes fauces del gigante. Si el buceador practicaba su afición en los arrecifes coralinos del mar Rojo o del Índico y el Pacífico, lo más probable es que el osado pececillo de brillantes rayas fuera un lábrido limpiador común (Labroides dimidiatus), especie que tiene bien merecido su nombre, ya que, además de su abundancia, está siempre dispuesta a prodigar sus cuidados de limpieza, incluso a los submarinistas que se interesan por su inesperada pauta de conducta.

Las gambas limpiadoras utilizan a menudo como huésped a los peces cardenal.

Gobio neón, limpiando un mero moteado.

Limpiadores marinos y estaciones de limpieza

Numerosas especies de animales, pertenecientes a grupos tan distintos como las aves, los peces o los crustáceos, se dedican a limpiar a otros animales (tabla 1).

Al igual que otros lábridos limpiadores, L. dimidiatus se anuncia a sus «clientes» o huéspedes con su dibujo a rayas y nadando con un distintivo movimiento vertical. Al igual que ellos, establece verdaderas estaciones de limpieza; territorios fijos donde los huéspedes son desparasitados a conciencia. Una vez dentro de la estación de limpieza, los clientes pueden obtener directamente los servicios del limpiador, pero también es frecuente que éstos expresen sus necesidades higiénicas adoptando varias formas de comportamiento, tales como abertura de las agallas y de la boca, extensión de las aletas y cambios bruscos de coloración, o incluso adoptando posturas de espasmo. Los cambios de color del huésped, en concreto, pueden ser espectaculares; así, por ejemplo, el pez cirujano de Aquiles, que por lo general exhibe una librea negra con vivos tonos naranjas, puede tornarse azul brillante cuando se hace limpiar por L. dimidiatus.

Estas curiosas pautas de conducta parece que tranquilizan al limpiador y, en todo caso, expresan un deseo vehemente, ya que, al igual que los enfermos que se apretujan en la sala de espera del médico, no es raro que los peces huésped se amontonen haciendo cola frente a la estación de limpieza. Esto último sucede, sobre todo, con las especies gregarias que viven en bancos o cardúmenes, aunque, entonces, es posible que no todos los peces del banco necesiten ser limpiados por el lábrido, y que los que no sufren picazones se limiten a acompañar a la «consulta del dermatólogo» a sus congéneres parasitados.

Como buenos dermatólogos que son, además de ejercer una activa función higiénica, los peces limpiadores no sólo extraen los parásitos externos de sus clientes --y a menudo de sus propios congéneres--, sino también los tejidos enfermos o dañados por otros peces que les sirven de alimento al igual que los pequeños crustáceos que mortifican a sus huéspedes. Así pues, la relación entre limpiadores y clientes es, en principio, simbiótica --tanto los primeros como los segundos extraen beneficios--, pero resulta que los primeros no sólo comen los parásitos de sus huéspedes, al tiempo que los someten a un benéfico peeling que probablemente contribuya a cicatrizar sus posibles heridas, sino que, además, se alimentan, a veces en grandes cantidades, de la mucosidad corporal que protege su piel de la infección por gérmenes patógenos. Y no sólo eso: especialmente deshonestos, algunos limpiadores se aprovechan de la inmovilización que logran en sus «clientes», mediante sus agradables estimulaciones táctiles, para devorar, sobre todo, su mucosidad y sus escamas sanas y alimentarse, tan sólo secundariamente, de sus parásitos y tejidos enfermos. El colmo de la deshonestidad, sin embargo, lo muestra el blénido mímeta (Aspidonotus taeniatus), un pececillo tropical que imita a la perfección al lábrido limpiador común, lo que le permite acercarse a los «clientes» más inexpertos de este último y arrancarles trozos de aleta, de piel o incluso de carne.

Esta deshonestidad, claro está, puede tener su contrapartida en el huésped que, haciendo trampas como el blénido, intentará comerse al verdadero limpiador. Sin embargo, lo más común, y con diferencia, es que los «clientes» sean honestos, entre otras razones, porque, por lo general, prefieren ser estimulados táctilmente y librarse de sus comezones, que ingerir un ínfimo bocado, por fácil que sea devorarlo. Además, es probable que la mayoría de los limpiadores obligados sean honrados, ya que con ello no sólo adquieren una buena reputación, que les permitirá nutrirse en otros huéspedes, sino que, además, beneficiarán a sus congéneres e incluso a otras especies no emparentadas. Al anunciarse con su característica librea listada, el lábrido limpiador común permite que sus «clientes» le reconozcan y lo encuentren con facilidad entre los recovecos del arrecife, y dado que, una vez cumplida su tarea, el «cliente» sale satisfecho de la «estación de limpieza», es muy probable que en lo sucesivo busque activamente no sólo los servicios de otros lábridos limpiadores comunes, sino también de otras especies del género Labroides, de otros peces o incluso de algunos camarones cuyo patrón de coloración, a base de anchas listas longitudinales, recuerde a L. dimidiatus.

En el otro lado del mundo, en los arrecifes coralinos del Atlántico y del Caribe, el patrón de coloración de los lábridos Labroides se repite en los gobios neón --también limpiadores obligados--, y es probable que estos peces sean también esencialmente honrados, porque si no, no se explicaría el gran número de peces huésped que acude a sus «estaciones de limpieza». En una pequeña «estación» de estos gobios en las Bahamas, se llegaron a contar, en efecto, hasta 300 «clientes» que vinieron a visitarse en un período diurno de 6 horas. Algunos de los peces huésped regresaron varias veces durante el día y los que pudieron ser identificados regresaron día tras día a intervalos regulares. En otra estación de limpieza menos concurrida, quizá por encontrarse en una zona de arrecife menos poblada, algunos de los clientes habituales quedaron tan encantados con el peeling y con el despiojamiento que pasaron tanto tiempo en ella como en su búsqueda cotidiana de alimentos.

La librea, a base de grandes listas contrastadas, no es exclusiva de los limpiadores obligados. También la exhiben muchos lábridos juveniles que, al crecer, adoptarán un patrón de coloración muy distinto, así como los jóvenes de algunos peces loro, doncellas, hemúlidos y varios otros grupos. Muchos de estos peces son limpiadores frecuentes o predominantes, pero otros, como los blénidos de colmillos --incluido el ya citado blénido mímeta--, son molestos devoradores de aletas, piel y escamas. Entre los limpiadores de librea listada, figura la rémora pegatimón (Echeneis naucrates), un pez que, pese a su costumbre aparentemente parásita de adherirse fuertemente a los tiburones, rayas, grandes peces óseos y tortugas con su disco cefálico, no sólo no es un estorbo para su anfitrión, sino que, además, le libra de sus parásitos externos. Si uno piensa en el comportamiento «altruista» de esta y otras especies similares, algo que ya se conocía en la década de los cincuenta, el uso figurativo de la palabra rémora como obstáculo que sólo detiene o entorpece quizás no resulte tan apropiado.

De entre las más de 100 especies de peces marinos que han sido descritas como limpiadoras, la mayoría sólo practica esta actividad esporádicamente o durante una parte de su vida y tan sólo el 18% son limpiadores obligados. El 90% de estos últimos pertenecen a las familias, ya citadas, de los lábridos y de los góbidos, grupos ambos que están especialmente diversificados en los arrecifes coralinos. Con todo, no sólo en estas aguas cálidas se encuentran limpiadores obligados. También los hay en los mares templados e incluso fríos1, y son ejemplos de ello el tordo del Mediterráneo, la falsa vieja del Atlántico y el tabernero del Mediterráneo y del Atlántico. En la primera especie, se ha observado que las hembras son más honradas que los machos cuando inspeccionan a sus «clientes». Como contrapartida, estos «clientes» muestran mayor tendencia a visitar las estaciones de limpieza de las hembras. Menos específicos en sus tareas limpiadoras, pero también más adaptados que el tordo a las aguas frías, la falsa vieja y el tabernero tienen una inesperada importancia económica. Estos dos lábridos, en efecto, se utilizan ampliamente en acuicultura, para extraer los «piojos de mar» y otros crustáceos parásitos de los salmones estabulados en granjas marinas. En 1998 se emplearon nada menos que 3 millones de estos peces para este propósito y, hasta entonces, este número no había dejado de ir en aumento.

En otro orden de cosas, cabe decir que no todos los huéspedes de los limpiadores marinos son peces. Además de las ya citadas tortugas, también establecen relaciones simbióticas de limpieza las iguanas marinas (además de dejarse quitar en el mar los trozos de piel mudada por el pez sargento de Troschell, también se hacen despiojar, en tierra, por cangrejos de las Galápagos y pinzones de Darwin), algunos cangrejos, varios erizos de mar4, la estrella de mar corona de espinas e incluso la enorme ballena gris del Pacífico americano. Los peces antias, que viven en simbiosis con los erizos y estrellas de mar, son verdaderos dermatólogos del servicio de noche que, además de adoptar los colores de su anfitrión cuando se acercan a él, emiten luz propia como si fueran luciérnagas.

El galápago pintado limpia a veces a la temible tortuga mordedora de Norteamérica.

Fuera del agua, la jacana ejerce como verdadero dermatólogo del hipopótamo.

Odontólogos y dermatólogos de la sabana

No sólo en el mar hay peces limpiadores. En los ríos, marjales y lagos de África, el enorme hipopótamo se hace limpiar los dientes por los labeos, minúsculos peces que realizan su tarea odontológica con sus pequeños labios rasposos. Mientras los labeos se ocupan de la boca del paquidermo y, a veces también, de sus orificios nasales y de otras áreas de su cabeza, otros pececillos, los barbos de Hinde, liberan la piel de su cuerpo de residuos orgánicos, sanguijuelas y muchos otros parásitos.

Si el hipopótamo es un macho que ha salido victorioso, aunque no indemne, de la lucha con otro macho que pretendía arrebatarle su territorio, los minúsculos barbos chupatroncos se ocuparán de lavarle sus heridas. Cuando el gran paquidermo está en la orilla, o sólo parcialmente sumergido, sus dermatólogos ya no son peces, sino varias especies de aves, entre ellas jacanas, fochas, aves martillo y, sobre todo, las lustrosas polluelas negras africanas, hermosos pájaros de pico amarillo y patas rojas que devoran ávidamente los parásitos que atormentan al coloso. Algo más allá, siempre a una distancia prudencial de los hipopótamos, los cocodrilos del Nilo no sólo se dejan limpiar su piel dura y correosa por los pluviales y las avefrías espinosas, sino que permiten que estas aves penetren en su boca para limpiarla de sanguijuelas y otros parásitos acuáticos. Al igual que los meros que acuden a las «consultas de dermatología» marinas, los cocodrilos jamás cierran sus temibles fauces sobre las aves limpiadoras y su honradez, a toda prueba, es exactamente correspondida por estas últimas, que no sólo libran a aquéllos de sus molestos parásitos dentales y cutáneos, sino que, además, cumplen una función de centinela. Puesta en duda durante mucho tiempo, esta conducta, que ya había sido mencionada por el historiador griego Heródoto (484-425 aC), fue corroborada por el doctor Hugh B. Cott, como bien explicara en Fauna Félix Rodríguez de la Fuente. En varias ocasiones, HB Cott vio a las avefrías espinosas sobrevolando las cabezas de sus huéspedes, repitiendo nerviosamente su grito agudo, cuando alguien se acercaba a los bancos de arena donde descansaban los cocodrilos. Ante la alarma de las aves, los reptiles se lanzaban al agua con una velocidad que guardaba una relación inversa con su tamaño: mientras los cocodrilos más pequeños y vulnerables se arrojaban enseguida al río, los de mayor tamaño reaccionaban con menos presteza al aviso de sus centinelas aladas, que se veían obligadas a revolotear muy cerca de su cabeza para que los temibles gigantes decidieran ponerse a salvo.

Una función similar a la de los pluviales, tienen, en tierras alejadas del agua, los bufagos que acompañan a los antílopes, jirafas, búfalos y rinocerontes, así como al ganado doméstico no tratado con acaricidas químicos, para librarlos de sus garrapatas y otros parásitos. Extendidos por las estepas y sabanas del África subsahariana, estos parientes de los estorninos son aceptados con cierta indiferencia por todos estos ungulados, que permanecen paciendo o durmiendo, a veces, con 6 o 7 bufagos encima, sin hacer nada para espantarlos. Y es que al servicio de desparasitación que el ave les presta, se añade la igualmente importante función de centinela: al menor indicio de peligro, los bufagos levantan el vuelo, lo que sirve de alarma para que el mamífero intente ponerse a salvo o, en el caso de rinocerontes y búfalos, hacer frente al posible enemigo.

Existen dos especies de bufagos, el de pico amarillo (Buphagus africanus) y el de pico rojo (B. erythrorhynchus). Ya sea amarillo y rojo o completamente rojo, el pico de ambas especies, muy robusto y de bordes cortantes, es una pinza sumamente eficaz para hurgar en la piel dura de sus huéspedes, arrancarles pústulas y extraerles las garrapatas que les atormentan. Ambas especies pasan la mayor parte de su vida sobre el cuerpo de sus anfitriones y, en el caso de los rinocerontes, incluso dudan en abandonarlos después de muertos. Al sentir, quizá, esta fidelidad en su fuero íntimo, los ungulados permiten que los bufagos de pico rojo les picoteen la piel con energía, hasta conseguir provocarles pequeñas heridas cuya sangre atrae a las moscas y a otros insectos de los que se alimentan estos pájaros.

Menos dependientes de sus huéspedes que los bufagos, las garcillas bueyeras también desparasitan, a veces, a los grandes ungulados de la sabana --así como al ganado de este y otros continentes--, aunque, por lo general, prefieren alimentarse de los insectos que éstos levantan a su paso. Y, tanto en África tropical como en otros lugares, las garcillas bueyeras comparten esta actividad (de seguir a un «batidor» que levanta los insectos presa) con otras aves tales como drongos, estorninos, minás y garrapateros.

El bufago de pico amarillo libra de garrapatas y otros parásitos al búfalo cafre y a otros ungulados.

El elefante africano se enloda para aprovechar las propiedades antisépticas y antiparasitarias del fango.

Baños de lodo y cosmética animal

Otro sistema de desparasitación muy utilizado por los grandes paquidermos de la sabana son los baños de lodo arcilloso que estos animales toman con gran delectación, sin mostrar nunca los reparos que oponen, a veces, los seres humanos a las curas de arcilla. Los rinocerontes negros, en particular, son capaces de recorrer grandes distancias para llegar hasta sus charcas favoritas, fangosas bañas en las que se revuelcan, durante las horas más calurosas de la tarde, y de las que salen embadurnados del barro, a menudo negruzco, que les valió su nombre. También se untan de arcilla los rinocerontes blancos, así llamados porque, aun teniendo la piel sólo algo más clara que los negros, tienden a revolcarse en algunas zonas de África en tierras de color pálido. Y lo hacen otros ungulados, entre ellos los elefantes que, además de bañarse en el lodo para quedar envueltos por una costra protectora contra los tábanos y otros insectos molestos, emplean las propiedades antisépticas del barro para curarse las heridas.

Para las aves de la sabana y de otras zonas en las que escasean las aguas permanentes, los baños no ya de barro, sino de polvo, sustituyen a los frecuentes remojones, vadeos o incluso zambullidas que realizan muchos pájaros en zonas más feraces2. Las codornices, por ejemplo, toman este tipo de baños con frecuencia para mantener una cantidad óptima de grasa en sus plumas, ya que el exceso de lípidos en el plumaje es absorbido por el polvo y expulsado junto con pieles secas y otros residuos. Los gorriones comunes, por su parte, se revuelcan a menudo en caminos polvorientos después de bañarse en agua, lo que parece demostrar la función antiparasitaria de esta conducta, que contribuiría a mantener a distancia a los malófagos o piojos de las aves.

Otras aves europeas que toman baños de polvo son las alondras, la abubilla, las gallináceas, las avutardas y algunos rapaces. Aunque sus rutinas de espolvoreamiento varían ligeramente de unas a otras, todas ellas escarban el suelo para crear revolcaderos, se echan polvo por encima del cuerpo, se restregan en el revolcadero y se sacuden luego el polvo de sus plumas. Otras aves, en cambio, no necesitan de estos baños, porque tienen unas plumas especiales que se desintegran en un fino polvo; cuando estos pájaros se asean, el polvo se distribuye por su plumaje y contribuye a su impermeabilización y conservación.

Las plumas que producen polvo son especialmente abundantes en aves que, como las palomas y loros, carecen de glándula uropigial. Verdadera fábrica de cosméticos, esta glándula que se encuentra en la base de la cola de la mayoría de las aves segrega un aceite que, además de inhibir el crecimiento de hongos y bacterias, ayuda a mantener las plumas flexibles e impermeables3. En la gaviota rosada del Ártico, el aceite uropigial tiene un colorante rosado cuya intensidad aumenta durante la época reproductora. Además de sus funciones antisépticas y suavizantes, el cosmético tiene en este caso una clara función de realzar la belleza del ave de un modo que parece casi humano.

Si la gaviota rosada utiliza el colorete de su aceite suavizante para teñirse el plumaje, los turacos, unas aves emparentadas con los cuclillos que sólo se encuentran en África, tienen las plumas teñidas con un pigmento rojo a partir de cobre y soluble en agua (la turacina) y con otro, la turacoverdina, que es uno de los escasísimos pigmentos verdes del mundo animal.

Al igual que los turacos, los afroávidos, una familia de aves recién descubierta en la cuenca del Congo, exhiben sus plumas alares teñidas de rojo --en este caso, de lofoturacina-- durante el cortejo, y algunas de sus especies tienen también parte del plumaje teñido con un pigmento verde exclusivo de esta familia.

A diferencia de los turacos y afroávidos, que adquieren estos exclusivos tintes con el desarrollo del plumaje, el quebrantahuesos, una enorme ave rapaz que cría en los Pirineos y en otras cordilleras de África y Eurasia, se colorea intencionadamente las plumas con el óxido de hierro del agua de las fuentes de montaña. Después de bañarse a menudo en estas fuentes ferruginosas, las corpulentas hembras suelen quedar más teñidas de herrumbre que los pequeños machos, lo que, probablemente, contribuye a marcar su dominio jerárquico sobre estos últimos, por lo menos durante la fase de formación de la pareja. Más sorprendente aún que este comportamiento, que no deja de ser innato y, por tanto, férreamente instintivo, es el del murciélago de alas amarillas (Lavia frons) de las sabanas y bosques de galería de África, que se cubre la piel a conciencia con el polvo amarillo que producen unas glándulas situadas en la parte inferior del cuerpo. Aunque es difícil saber si esta pauta de conducta es intencional y aprendida, no parece tener otra utilidad que la puramente cosmética, y no es del todo arriesgado decir que el murciélago «se pone guapo» como si de un ser humano se tratara.

El plumaje de los turacos posee dos pigmentos externos que se asemejan al colorete cosmético

Notas

1. Las especies de estos mares fríos no cohabitan con otras especies similares, como lo hacen los limpiadores obligados del coral, que, para no competir en exceso, se reparten los «clientes» y el modo de atraerlos o de ir a buscarlos. Así, en los arrecifes coralinos de Tahití, donde coexisten tres especies de lábridos limpiadores, el común tiene una «estación de limpieza» muy delimitada, comparable a una consulta privada. El de labios rojos, en cambio, trabaja en un espacio que recuerda más a un hospital, ya que este «dermatólogo» va y vuelve por un extenso territorio coralino de varios metros cuadrados. Y el bicolor, en fin, se encarga de las «visitas a domicilio», ya que suele desplazarse hasta los territorios ocupados por sus clientes.

2. En las marismas y marjales costeros, muchas aves acuáticas practican incluso la talasoterapia. Para librarse del ataque de los mosquitos y otros insectos molestos, se bañan en aguas muy saladas e, inmediatamente después de la desinfección, se enjuagan el plumaje en agua dulce.

3. Si la glándula uropigial es una fábrica de aceite suavizante, las glándulas sudoríparas de los hipopótamos lo son de una crema hidratante --en realidad, un sudor viscoso y de color rojizo-- que, a condición de que los animales no permanezcan demasiado tiempo fuera del agua, les protege la piel del sol y de la deshidratación.

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