La profesión farmacéutica ha experimentado numerosos cambios durante su historia. Hasta bien avanzado el siglo XIX estaba prohibido que las mujeres tuviesen botica, y hoy la profesión está absolutamente feminizada. También se exigió durante siglos la pureza de sangre, así como un comportamiento acorde con la moral cristiana y disponer de cierto patrimonio. Los exámenes se realizaban ante el propio gremio de boticarios después de un largo aprendizaje junto a un maestro boticario. Con anterioridad al siglo XIX no había medicamentos industriales y los boticarios elaboraban artesanalmente un reducido número de fórmulas magistrales. Hasta unos años después de la Guerra Civil no se implantó la limitación de boticas en función del número de habitantes y de la distancia que mediaba entre ellas. Poco antes de esa misma guerra, los drogueros podían dispensar los medicamentos sin receta. Son ejemplos que demuestran que los escenarios no permanecen inalterados mucho tiempo. De lo que se trata es de responder a cada nuevo desafío y gestionar los cambios y las crisis para prosperar en todas las circunstancias.
La profesión farmacéutica es dinámica, aunque a veces algunos de sus representantes describan escenarios que les cuesta reconocer a los farmacéuticos de a pie, que ejercen la profesión desde la más estricta realidad profesional y económica. No es bueno que los farmacéuticos de la calle se sientan alejados de quienes les representan y que no conecten con sus discursos, por bienintencionados que éstos sean. Existe en todo grupo humano la tendencia a que sus dirigentes se aíslen y construyan su propia realidad al margen de sus representados. En política es un hecho habitual, que conduce a la abstención electoral y al desprestigio de los políticos. Será bueno que no suceda lo mismo en la farmacia, que cada colegiado se sienta como pez en el agua en su colegio y que no haya distancia entre sus problemas y el discurso de sus representantes.
En la actualidad, hay al menos tres cuestiones que conviene considerar: la realidad que plantea la inmigración, la mayoría abrumadora de las mujeres en la profesión farmacéutica –no reflejada en los órganos de gobierno de muchos colegios-, y el número creciente de farmacéuticos sustitutos y adjuntos, con quienes debe realizarse una política imaginativa y abierta para evitar que se sientan alejados de los órganos colegiales.
J. Esteva de Sagrera Director