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Vol. 26. Núm. 8.
Páginas 25 (Septiembre 2007)
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A propósito de los servicios farmacéuticos
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Miguel Ángel Gastelurrutiaa
a Farmacéutico comunitario en San Sebastián.
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Acabo de leer su editorial en el número de julio de Offarm, titulado «Mejores servicios», en el que afirma que «una profesión funciona y sobrevive por la calidad de los servicios que ofrece y por satisfacer unas determinadas demandas de los ciudadanos». Se añade, además, que «está claro que [los servicios que se ofrezcan] han de ser demandados por los clientes y que no pueden imponerse por voluntad de los farmacéuticos». Continúa diciendo que «son estos últimos [en referencia a los servicios demandados por los pacientes] los que deben ser atendidos por las oficinas de farmacia con la mayor eficiencia», dando a entender que sólo éstos deben ofrecerse y no otros sobre los que algunos «teorizan». ¿Está seguro de que esto debe ser así? Mi opinión es radicalmente diferente, por lo que le ruego me permita exponer brevemente mis ideas al respecto.

De una manera general, estoy de acuerdo en que los servicios deben ser demandados por el usuario final, pero no es menos cierto que en ocasiones es preciso «crear la demanda». Las demandas, y más en el mundo de las ciencias de la salud, están muy relacionadas con las expectativas que tienen los usuarios, y éstas con el conocimiento sobre los diferentes servicios existentes (Wright J et al. Health needs assessment. Development and importance of health needs assessment. BMJ. 1998;316:1310-3). Nadie demandaba un móvil hace unos años, cuando se desconocía su existencia, ni nadie demanda una pierna nueva tras una amputación realizada unos meses antes, sencillamente porque creemos que esa posibilidad no existe. Es sabido que sólo cuando un servicio existe y da cobertura a una necesidad, comienza a ser demandada por los usuarios; es decir, primero hay que percibir la necesidad para después expresarla (demandar el servicio) (Wright J et al. op. cit.).

En otro orden de cosas, creo que el farmacéutico comunitario, o como desee usted llamar al farmacéutico que ejerce en la oficina de farmacia, debe ser un profesional sanitario con unas funciones claras. En mi opinión, estas funciones se concretan en tres: garantizar el acceso de la población a los medicamentos, tratar de mejorar el proceso de su uso por las personas que los utilizan y evaluar los resultados de la farmacoterapia para conseguir identificar sus resultados no esperados y resolverlos. Todo ello se apoya en una ingente documentación científica que pone de manifiesto que los medicamentos originan resultados negativos asociados a la medicación. Este hecho ha sido definido, tanto en España como en otros países occidentales, como un grave problema de salud pública. Pero hay un agravante y es que también está demostrado que es un problema evitable.

Somos muchos los que pensamos que el farmacéutico comunitario, ese farmacéutico que se olvida un poco de su rebotica, de su «oficina», y piensa en la comunidad a la que sirve, puede ser el profesional que aborde ese importante problema.

Para ello, el farmacéutico debería implantar nuevos servicios cognitivos, esos a los que supongo que se refiere en su editorial cuando dice «servicios que hasta el momento presente nadie solicita y nadie, tampoco, ha declarado que tenga la intención de pagar».

Es cierto que en España no se solicita el servicio de seguimiento farmacoterapéutico, si es a ese servicio al que la frase anterior hace referencia, y es cierto que tampoco nadie ha manifestado su intención de pagarlo. Pero no es menos cierto que en países donde este servicio se está implantando de una manera generalizada y comienzan a evidenciarse sus resultados, los propios pagadores están empezando a remunerarlo a los farmacéuticos que lo realizan. No es el momento de aportar esa información fácilmente accesible, por otra parte.

Sí quisiera finalizar con dos comentarios. Uno sobre la satisfacción de los usuarios con la actual oferta de la farmacia española y otro sobre su futuro. Sobre la satisfacción con la actual asistencia farmacéutica, estoy de acuerdo con usted en que «la satisfacción del cliente cuando abandona la farmacia tras haber sido atendido es la garantía de la supervivencia del sector y de la prosperidad del farmacéutico que le haya atendido». Pero no es menos cierto que, como ya he apuntado antes, la satisfacción depende en gran medida de las expectativas de los usuarios, que básicamente esperan que la farmacia tenga el medicamento en stock, le atiendan rápido y respondan a las preguntas que realice (Gastelurrutia MA et al. Customers' expectations and satisfaction with a pharmacy not providing advanced cognitive services. Pharm World Sci. 2006;28:374-6) y que, de acuerdo con muchos autores, las herramientas para medir satisfacción en la farmacia comunitaria deben ser diferentes cuando se mide satisfacción tras la venta de productos o tras la provisión de servicios cognitivos. Esto significa que, también en nuestro país, cuando las farmacias que ofrecen seguimiento farmacoterapéutico a sus pacientes evalúan la satisfacción con este servicio, obtienen valores muy altos, con el añadido de que se obtienen mejores resultados en salud, que es, al final, lo que nos debería importar.

Este comentario, dada la necesaria limitación de espacio de este escrito, me lleva a referirme brevemente al futuro de nuestra querida farmacia. En todo el mundo, y también en nuestro país, la farmacia se encuentra en una encrucijada: avanzar hacia el profesionalismo ocupándose de los pacientes que utilizan medicamentos o evolucionar hacia un establecimiento más diversificado, orientado a la «venta de salud», incluyendo la venta de productos de parafarmacia y servicios afines, como los servicios de esteticista, spa o actividades centradas en la gestión, merchandising, etc. Desde mi punto de vista, creo que, desgraciadamente, la profesión en su conjunto está optando por esa segunda vía, más cómoda y probablemente con mejores resultados económicos a corto plazo. En este sentido, no quiero dejar de citar un artículo de opinión de otra revista de Elsevier Doyma, la empresa que edita Offarm (Valencia V. El futuro inmediato de la farmacia. Farmacia Profesional. 2007;21:14-6). Cito tan sólo una frase: «De momento, está claro, que la farmacia es un comercio minorista y, es cierto, de carácter sanitario. Pero primero va el sustantivo --comercio-- y después el adjetivo --sanitario--». Por otra parte, no hay más que ver cómo está evolucionando nuestra profesión hacia enfoques más mercantilistas.

Tan sólo una pregunta para la reflexión: ¿Es necesaria una formación universitaria y la asistencia a numerosos cursos de posgrado para trabajar en establecimientos en los que se «venden» medicamentos junto a todo tipo de productos, «milagro» o no, para reducir las arrugas, mejorar la belleza o encontrar un bonito regalo para nuestros bebés? Probablemente, para atender las actuales demandas de los ciudadanos no sea necesario un profesional tan cualificado como el farmacéutico.

El pragmatismo que reclama en su editorial, ¿no contrasta con el pragmatismo de los farmacéuticos de Estados Unidos, que están consiguiendo que sus servicios de Medicine Therapy Management (MTM), similares a nuestro seguimiento farmacoterapéutico, comiencen a ser una realidad y estén siendo pagados? Servicios que, por otra parte, comienzan a ser demandados por los pacientes estadounidenses, quienes, además, deben abonar una parte del coste del servicio.

Creo que para «mantener la regulación» actual que cita en su editorial, la única vía es la reprofesionalización de la farmacia, lo que implica un cambio cualitativo en la práctica de los farmacéuticos con la implantación de nuevos servicios cognitivos y el progresivo abandono de ciertas actividades pseudo o parafarmacéuticas.

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