Los alumnos que estudian historia de la farmacia suelen sorprenderse cuando se les explica que en épocas pretéritas la farmacia estaba más avanzada que la medicina y era capaz de suministrar medicamentos relativamente seguros y eficaces en ausencia de los conocimientos médicos que los justificasen. Cuando no existía fisiopatología ni farmacología, la farmacia ya estaba ahí, proporcionando tantos medicamentos como hacía posible el entorno, la tecnología y el comercio. Mesopotámicos, egipcios, persas, incas y aztecas tenían unos conocimientos deplorables sobre el origen de la enfermedad y el funcionamiento del organismo, carecían de datos sobre la acción de los fármacos en el cuerpo humano y, sin embargo, disponían, mediante recursos empíricos y también simbólicos, de todos los medicamentos que cada época era capaz de ofrecer.
Más tarde, la medicina se enriqueció con sólidos conocimientos sobre el cuerpo humano y la fisiología y fue capaz de explicar el origen de las enfermedades y el funcionamiento de los medicamentos en el organismo. A partir de entonces, aproximadamente en el siglo XIX, los papeles se invierten: la farmacia ya no está más avanzada que la medicina; ya no proporciona los medicamentos, a pesar de que los conocimientos médicos no conducen necesariamente a ellos, sino que la medicina está a la espera de que la farmacia sea capaz de incorporar los fármacos que reclama el saber médico. El ejemplo más claro es la teoría microbiana, formulada por Pasteur y Koch en el siglo XIX, que conducía directamente a la incorporación de quimioterápicos y antibióticos, que no fueron descubiertos hasta varias décadas después de que se supiese que algunas enfermedades eran el resultado de la infección producida por un germen específico.
También ahora la medicina está a la espera de que la farmacia incorpore los medicamentos sugeridos por diferentes líneas de investigación que no consiguen cristalizar y que se retrasan: las vacunas contra el sida y la malaria, los medicamentos que debe proporcionar la terapia génica, fármacos antitumorales más selectivos y con menos efectos adversos, células madre y medicamentos obtenidos mediante la más moderna biotecnología.
Algunos se impacientan y reclaman una rapidez imposible, pues los medicamentos han de ofrecer una serie de garantías que retrasan su incorporación, pero es seguro que en algunos años, quizá décadas en el peor de los casos, se asistirá a una nueva revolución farmacéutica y aparecerán en cadena los frutos de la actual investigación, que debe superar retos cada vez más complejos y difíciles de resolver, que explican la actual situación de tensa espera en el ámbito farmacéutico.
J. Esteva de Sagrera Director