> Siento la necesidad de responder al artículo: “El uso de analgésicos opiáceos se dispara, pero el tratamiento del dolor se estanca” (Puesta al día en clínica, julio-agosto de 2014, ed. esp.). El artículo empieza presentando un resumen del impacto del dolor crónico y el aumento del consumo y del número de muertes por intoxicación por opiáceos en los Estados Unidos, lo cual me sugiere que los investigadores sospechan de una posible asociación.
El resumen del artículo se acompaña de una cita de uno de los autores: “Los esfuerzos para mejorar la identificación y el tratamiento del dolor han disminuido debido a un exceso de confianza en la prescripción de opiáceos, lo cual ha provocado un incremento de la morbimortalidad entre pacientes jóvenes y ancianos por igual”.
Con el debido respeto, esta conclusión no puede derivarse de los datos de este estudio, que no contemplaba ninguna variable de resultado que pudiera sugerir tal cosa. Los analgésicos y las intervenciones no farmacológicas, como la aplicación de frío o calor, no son variables de resultado. Asimismo, los investigadores no tuvieron acceso a los registros que podrían haber indicado si el tratamiento prescrito era adecuado o no para cada paciente y si fue efectivo.
Además, los datos no contienen una relación detallada del uso de medicamentos no opiáceos, ni de las intervenciones no farmacológicas, porque en su mayoría estas terapias pueden adquirirse sin prescripción y no requieren visita en la consulta.
Me preocupa la epidemia de muertes por sobredosis de fármacos en Estados Unidos, pero deberíamos ser prudentes a la hora de afirmar que existe una asociación entre estas muertes y la valoración y el tratamiento del dolor. Para intentar reducir la mortalidad por opiáceos se deben examinar todos los factores asociados a estos fallecimientos.
Animo a todos los clínicos a recoger y analizar datos de alta calidad que puedan proporcionar las respuestas necesarias para reducir la mortalidad secundaria a una excesiva prescripción de medicación. ■