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Investigaciones de Historia Económica - Economic History Research
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Vol. 10. Núm. 3.
Páginas 213-214 (Octubre 2014)
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Vol. 10. Núm. 3.
Páginas 213-214 (Octubre 2014)
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Moramay López-Alonso. Measuring Up. A History of Living Standards in Mexico, 1850-1950. Stanford, California, Stanford University Press, 2012, 276 págs., ISBN: 978-0-8047-7316-4.
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Javier Puche-Gil
Universidad de Zaragoza, Zaragoza, España
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Desde comienzos de la década de 2000 la historia antropométrica ha experimentado una importante expansión en América Latina gracias a la aparición de grandes trabajos nacionales sobre este campo. El libro publicado por Moramay López-Alonso, Measuring Up. A History of Living Standards in Mexico, 1850-1950, es una brillante contribución a esa literatura antropométrica latinoamericana que demuestra la capacidad para replantear viejos temas bajo nuevas perspectivas. Desde un enfoque interdisciplinar, Moramay López-Alonso llena con este trabajo un vacío en los estudios históricos de su país: el análisis exhaustivo de los niveles de vida biológicos de las poblaciones mexicanas entre 1850 y 1950. Aunque no es la primera vez que la autora de este libro se adentra a examinar las relaciones entre pobreza, desigualdad y bienestar biológico en México, los 100 años que aborda su estudio constituyen una preocupación permanente de López-Alonso, que vuelve a ellos incorporando cada vez nuevos materiales bibliográficos.

En esta ocasión, el resultado es una síntesis diáfana, de grata lectura, muy bien estructurada, y apoyada en una historiografía citada con rigor. Moramay López-Alonso plasma en este libro el desarrollo y las conclusiones de su tesis doctoral (2000), con una minuciosa atención a las fuentes primarias y documentales. Se lee, pues, como lo que es, un minucioso trabajo de investigación histórica, si bien no es un árido trabajo académico apto solo para especialistas. Por un motivo: porque el tema, a poco que se indaga en él, resulta apasionante: el papel que las instituciones y los distintos regímenes políticos que se sucedieron en la historia de México desde 1850 tuvieron en la salud y el bienestar humano de sus ciudadanos.

La obra se estructura en 3 capítulos bien trabados que abordan sucesivamente varios aspectos relacionados con el asunto. En el primero, la autora hace un exhaustivo análisis histórico para intentar explicar cuál fue el grado de eficiencia de las instituciones encargadas de la beneficencia social y de las políticas públicas de bienestar llevadas a cabo en México desde 1850 hasta 1950. Llega a la conclusión de que las reformas liberales emprendidas durante la segunda mitad del siglo xix (secularización y desamortización de los bienes del clero, prohibición de las corporaciones religiosas, desmantelamiento de la propiedad comunal, etc.) afectaron negativamente a los niveles de vida de las clases populares al reducirse la asistencia benéfica dada por las instituciones religiosas. A consecuencia de ello, el rol de la Iglesia Católica, la institución benéfica más importante desde el periodo colonial, redujo dramáticamente su capacidad de ayuda para servir a los necesitados durante el período 1850-1950. Aunque durante la dictadura de Porfirio Díaz (1877-1911) se crearon instituciones benéficas privadas, estas no pudieron cubrir el hueco dejado por las iniciativas caritativas de la Iglesia Católica. Su número y tamaño, además, apenas creció durante las primeras décadas del siglo xx, en gran parte porque el Estado mexicano no se valió de leyes que pudieran respaldarlas y protegerlas (hasta la década de 1940 el gobierno no les concedió personalidad legal). El atraso que supuso la ausencia de una legislación laboral (no fue aprobada hasta la Constitución de 1917 y solo cubrió a una pequeña parte de las clases trabajadoras) y de un incipiente Estado de bienestar, que no comenzó a tomar forma hasta la década de 1930, fueron factores que permitieron la perpetuación secular de la pobreza y la desigualdad entre las clases populares mexicanas desde los años de la República.

Para testar la incidencia que estos grandes problemas estructurales causaron en las condiciones de salud y nutrición, el segundo capítulo analiza la evolución que siguieron los niveles de vida biológicos en México desde 1840 a 1950. Para ello, la autora se sirve de la evidencia antropométrica proporcionada por los datos de estatura de distintas clases sociales procedentes de 2 grandes fuentes de estudio. Por un lado, la muestra militar, compuesta a su vez de 2 submuestras: la milicia rural (rurales), integrada por trabajadores agrícolas y artesanos, y el ejército federal (federales), constituida en su mayoría por obreros industriales. Y por otro, la muestra de pasaportes, integrada básicamente por las clases altas (elite y trabajadores de cuello blanco). Aunque las series de estatura de las muestras militares están truncadas por la exigencia de una talla mínima, las tendencias calculadas son coherentes: 1) La estatura de los reclutas militares (rurales) cayó para las cohortes nacidas entre 1850 y 1890. 2) Se estancó durante las 2 últimas décadas del siglo xix(federales), en parte debido a los efectos negativos que supusieron los comienzos de la industrialización en México. 3) Hay una modesta mejora para las generaciones nacidas al comienzo del siglo xx(federales). 4) Esta mejora antropométrica se pierde en la década de 1910, lo que refleja la penalización que sufrieron las condiciones de vida biológicas de las cohortes nacidas en plena Revolución Mexicana. Y 5) Las 3 últimas décadas del periodo manifiestan una tendencia a la recuperación, que se acelera durante el decenio de 1940. La evidencia es congruente, pues coincide con el periodo de lanzamiento de campañas de salud pública y la puesta en marcha del Estado de bienestar en los años treinta.

Tras analizar las tendencias de la estatura, Moramay López-Alonso nos da a conocer la otra cara del proceso: las desigualdades sociales y las diferencias regionales. Los resultados de las regresiones son consistentes. Se muestra que los trabajadores sin cualificación eran ligeramente más bajos que los obreros cualificados. Este diferencial mínimo de talla muestra que aquellos reclutas que tenían un oficio que acarreaba en sí cierto grado de capital humano correlacionaba positivamente con un mejor nivel de vida biológico. Este tipo de diferencias biológicas, como era de esperar, fueron más evidentes en la muestra de pasaportes, si bien al final del periodo de estudio hubo una convergencia relativa entre todas las clases sociales. Este hecho se explica porque los mejores estratos de las clases trabajadoras (una minoría) pudieron beneficiarse del ciclo de prosperidad económica del Porfiriato, teniendo acceso a los servicios sanitarios y a mayores ingresos. A nivel territorial, los resultados revelan que los reclutas que nacieron en las regiones del norte y el Bajío mexicano eran más altos y saludables que sus compatriotas del sur y el centro del país. A excepción de la Ciudad de México y Veracruz, las disparidades regionales en bienestar biológico eran el reflejo de las fuertes diferencias económicas, medioambientales y nutricionales que se daban en el interior de la nación: el norte y el Bajío eran regiones más dinámicas económicamente, tenían densidades de población más bajas y una mayor producción ganadera, lo que significaba una menor exposición a enfermedades y epidemias y la garantía de una mejor dieta alimentaria, más rica en proteínas animales.

El capítulo segundo concluye con un interesante ejercicio de comparación internacional entre la estatura promedio de la sociedad mexicana y una selección de países del mundo occidental entre las décadas de 1850 y 1960. El cotejo antropométrico revela que, si bien es cierto que a mediados del siglo xix los mexicanos no eran de las poblaciones más bajas del mundo, tampoco mostraron una mejora secular con el paso del tiempo. Moramay López-Alonso lo atribuye a la baja calidad de las instituciones y de las políticas públicas, más que a calamidades exógenas o a la falta de dotación de recursos naturales.

La autora termina su estudio con el capítulo 3, mostrando que las condiciones de salud y nutrición influyeron decisivamente en las tendencias de estatura presentadas en el capítulo 2. A partir de un análisis minucioso de la historia de la salud y de la demografía de México, López-Alonso arguye que la desigual provisión de los servicios de salud, los diferentes hábitos alimenticios entre las clases sociales y la existencia de un patrón de elevada fecundidad jugaron un papel crucial en la evolución y perpetuación de la desigualdad en los niveles de vida biológicos de la población mexicana.

Un trabajo de esta categoría se presta a muchas interpretaciones y conclusiones finales. Pero quizá lo más interesante del estudio resida en su reiterado énfasis en un aspecto ya reseñado con anterioridad: la inestabilidad política y la debilidad de las políticas públicas de bienestar llevadas a cabo en México hasta la década de 1930 condenaron a una parte importante de sus clases trabajadoras a sufrir altos niveles de pobreza y desigualdad y bajos niveles de bienestar biológico.

Si hubiera que poner un pequeño reparo a este estudio sería el siguiente: sus cálculos econométricos y las notas a pie podrían haber sido insertadas perfectamente en el texto principal de cada uno de los capítulos. No en vano son detalles mínimos de forma que no deslucen la calidad de un trabajo felizmente puesto a disposición de la historiografía antropométrica internacional.

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