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Investigaciones de Historia Económica - Economic History Research
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Vol. 10. Núm. 2.
Páginas 151-152 (Junio 2014)
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Vol. 10. Núm. 2.
Páginas 151-152 (Junio 2014)
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Ramón Garrabou Segura y Manuel González de Molina (Eds.). La reposición de la fertilidad en los sistemas agrarios tradicionales. Barcelona, Icaria, 2010, 319 págs., ISBN: 978-84-9888-215-5.
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Óscar Carpintero Redondo
Universidad de Valladolid, Valladolid, España
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Han sido muchas las perspectivas que la historiografía económica ha desarrollado tradicionalmente para analizar la evolución de la agricultura española en los últimos 3 siglos. Con buen criterio inicial, se ha prestado atención a la cuestión de la propiedad, los sistemas de contratación, el marco institucional y la crisis del Antiguo Régimen, la evolución de los precios de los cultivos, la emergencia del mercado interior, etc. Son todos estos, sin duda, aspectos clave para una interpretación cabal de la evolución agraria en nuestro país. Sin embargo, desde hace algunos años se viene llamando la atención sobre la necesidad de contrastar y complementar esas interpretaciones y análisis con los resultados de la investigación sobre los condicionantes naturales, ambientales o ecológicos, de corte mediterráneo, que rodearon el desarrollo del sector agrario español en los 3 últimos siglos. Estos condicionamientos (en general, baja disponibilidad global de agua y nutrientes), y la respuesta de los sistemas agrarios tradicionales a estas restricciones, arrojan nueva luz sobre su evaluación global y las posibilidades alternativas que realmente existieron.

Este libro arranca con una afirmación contundente: «No es posible comprender el desarrollo del sector agrario en los últimos tres siglos sin conocer en profundidad cómo se ha manejado la fertilidad del suelo». La comprensión sensata de estos procesos por parte de los historiadores exige, por tanto, un trabajo interdisciplinar con agrónomos, edafólogos, biólogos y economistas, y del que este volumen es una muestra especialmente valiosa. De hecho, sus páginas profundizan en una triple vertiente. Por un lado, se continúa la labor promovida ya desde mediados de la década de los 90 por J.M. Naredo (dentro del desaparecido programa Economía y Naturaleza, de la Fundación Argentaria), donde, en colaboración con R. Garrabou, ya se dio cobertura, en sendos libros, a las preocupaciones históricas y al intercambio interdisciplinar sobre los sistemas de fertilización y utilización del agua en la agricultura.

Estas preocupaciones de los 90 se fueron consolidando en los años posteriores dando lugar, en la primera década del siglo xxi, a la formación de 2 potentes grupos de investigación interrelacionados –y que son soporte fundamental de este libro–: el Laboratorio de Historia de los Agroecosistemas, encabezado por Manuel González de Molina, y el Grupo de Historia Ambiental de los Paisajes Agrarios del Mediterráneo, liderado por Ramón Garrabou y Enric Tello. Parece claro que sin la labor de investigación constante de estos 3 historiadores sería difícil hablar hoy, en este país, del inicio y consolidación de una notable historia ambiental o socioecológica, que es homologable y perfectamente comparable a las mejores aportaciones que en este campo se están produciendo a escala internacional (como así lo demuestra, por ejemplo, la estrecha conexión que se ha establecido entre estos grupos y el Institute for Social Ecology de Viena).

Esta provechosa colaboración interdisciplinar entre historiadores y técnicos refuerza también una segunda vertiente desarrollada en este libro: la necesidad de revisar, a la luz de estas investigaciones, algunos tópicos sobre el «atraso» del desarrollo agrario español (una línea ya explorada polémicamente en el libro El pozo de todos los males [Barcelona, Crítica, 2001], en el que tuvieron un importante protagonismo los 2 editores de este volumen). Como se recordaba al comienzo, dadas las limitaciones del contexto mediterráneo, el conocimiento de las prácticas tradicionales de fertilización (estercolado, abono verde, hormigueros, rotaciones, etc.) y su contribución al mantenimiento de la productividad y estabilidad de los cultivos llevan a desechar la idea de la agricultura tradicional como «ineficiente o atrasada», para hablar, como se demuestra en muchos casos, de auténticas formas de «agricultura orgánica avanzada».

Las páginas de este volumen unen, a esta doble vertiente, una tercera de gran interés: la convicción de que el estudio histórico de estos procesos no solo tiene una función de conocer mejor la historia agraria pasada, sino que seguramente va a ayudar a la búsqueda de soluciones para paliar la insostenibilidad de la producción agraria actual. Y, por lo que sabemos de los recientes desarrollos en agroecología, ciertamente es así.

Con estos mimbres no debe extrañar que haya salido un libro notable de investigación colectiva (han colaborado en diferentes capítulos: R. Garrabou, M. González de Molina, X. Cussó, L. García, R. García, G. Guzmán, A. Herrera, J. Infante, C. Lacasta, J.M. Lana, G. Massip, R. Meco, M. Moreno, J.R. Olarieta, P. Padró, R. Rodríguez-Ochoa, M. Sánchez, E. Tello y E. Vicedo), que combina de forma muy acertada la aportación metodológica y conceptual, la forma en que los conocimientos agronómicos pueden afectar a la interpretación histórica (historia experimental), y el análisis detallado de estudios de caso.

Por un lado, se realiza una minuciosa propuesta metodológica para construir y homogeneizar los balances históricos de nutrientes (principalmente N, P, K), lo que tiene especial mérito, pues combina la aplicación de modelos teóricos y la realización de auténticos ensayos de campo para reproducir las condiciones de manejo de la agricultura tradicional. Pero el texto permite ver también la «cocina» de los 3 ensayos de campo que alimentan el modelo y la metodología. Ensayos sobre la incidencia de los manejos en la calidad nutritiva de las variedades de trigo duro (tradicional y moderna, capítulo iii), sobre la reproducción in situ de una técnica de fertilización ya desaparecida como son los hormigueros (formiguers, capítulo v), y sobre la fijación de nitrógeno por la vegetación espontánea en el caso del cereal y el olivar ecológicos en Andalucía (capítulo vi). Estos 3 capítulos, junto con la información aportada en el capítulo iv, conformarían la parte técnico-metodológica del libro, a la que sigue la parte «aplicada», ejemplificada por los casos andaluz (capítulo vi), catalán (capítulos vii y ix) y navarro (capítulo viii).

De todos ellos cabe extraer algunas conclusiones relevantes. La primera es que el diferente manejo (tradicional o moderno) de un mismo cultivo (con diferentes variedades) es fundamental. En un contexto mediterráneo de baja disponibilidad de nutrientes y con fenómenos erosivos importantes, las variedades antiguas con manejo tradicional constituían una estrategia de cultivo adecuada a las circunstancias, al generar menor presión sobre la fertilidad del territorio en comparación con el manejo y las variedades modernas. Los datos comparativos en términos energéticos y económicos revelan, además, la mayor eficiencia energética del manejo ecológico (tradicional), su mayor reposición de nutrientes, y los menores costes por hectárea y año, que compensan muchas veces, en términos de rentabilidad, una menor «productividad» física del cultivo. Por tanto, no parece que la agricultura de secano y sus prácticas de reposición, como las rotaciones de leguminosas para fijar nitrógeno, los formiguers, o el aprovechamiento de los residuos de los cultivos, fueran rasgos de una agricultura ineficiente, atrasada o mal adaptada al contexto de aridez mediterránea.

Ahora bien, los casos objeto de estudio revelan, además, el coste territorial (concepto acuñado acertadamente por Guzmán Casado y González de Molina) en que incurren los sistemas agrarios tradicionales al reponer la fertilidad del suelo. Se trata del territorio indirecto que estos agroecosistemas ocupaban más allá de la superficie de cultivo estricta, y que se utilizaba para reponer los nutrientes extraídos con la cosecha, nutrientes que, en gran medida, procedían de las tierras dejadas en barbecho, de los pastos o los bosques colindantes, y que eran «transportados» hasta la tierra de cultivo por la acción humana y del ganado. Ya fuera de forma natural, o a través de enmiendas vegetales y la aplicación de estiércol, esta reposición de nutrientes resultaba muy exigente en términos territoriales. Por eso, cuando se produjo el crecimiento de la población durante el siglo xix y se pretendió aumentar la superficie cosechada para incrementar la producción, esto comprometió el modelo y la propia superficie de pastos necesaria para la producción de nutrientes (estiércol). El agroecosistema se enfrentaba así a un dilema que resulta clave a la hora de entender las transformaciones agrarias producidas durante el siglo xix.

En general (y en Cataluña en particular), este contexto limitante para la expansión agraria a finales del siglo xix fue relajándose paulatinamente con la entrada de los abonos minerales. Fueron inicialmente utilizados como complemento de la fertilización orgánica hasta bien entrado el primer tercio del siglo xx, pero después de la Segunda Guerra Mundial, y la generalización de la mal llamada «revolución verde», protagonizaron la transformación radical de unos sistemas agrarios tradicionales que, desde entonces, han venido mostrando una doble dependencia respecto de la industria, tanto por la compra de inputs como por la venta de la producción, todo lo cual ha dado lugar a una mayor vulnerabilidad económica del negocio agrario, una preocupante insostenibilidad ecológica y un mayor desarraigo social.

Esta transformación tuvo que vencer, además, una batalla teórica entre los antiguos agrónomos respecto al asunto de la mejora de la fertilidad de los suelos. Como acertadamente se indica en el texto (capítulo ix), la hegemonía de la teoría mineralista de la fertilización –primero en el ambiente cultural germánico, y luego extendiéndose al resto del continente– acabó por marginar a los defensores de la fertilización orgánica. Esto fue, si cabe, más lamentable en un país como el nuestro, donde la escasez de materia orgánica es un rasgo permanente y la conservación de suelos debería ser una prioridad. Como afirman Enric Tello et al.: «Nada resulta más ilustrativo del profundo tajo cultural experimentado por los sistemas agrarios durante la segunda mitad del siglo xx, que comparar aquellas admoniciones de la generación de agrónomos y edafólogos integrada en nuestro país por José Cascón, Emili Huguet del Villar, Joaquín Aguilera, Daniel Nagore, Gregorio Rocasolano, Josep Soler i Coll, o Eleuterio Sánchez Buedo, con el insostenible manejo de los flujos de nutrientes por las prácticas agrarias vigentes al final de aquella centuria». Rescatar estas aportaciones resulta un mérito adicional de este volumen, al reivindicar teóricamente a unos autores sobre los que merece la pena volver desde el punto de vista agroecológico.

Estamos, en definitiva, ante un libro importante historiográfica y agronómicamente hablando. Es una muestra del talante científico interdisciplinar de sus autores y de su amplitud de miras. Una investigación colectiva que no solo pone la vista en el pasado para saber con rigor lo que ocurrió, sino también para detectar y rescatar algunas enseñanzas válidas que nos permitan, hoy, enderezar el rumbo por derroteros más justos socialmente y sostenibles ecológicamente. Con libros así contamos, al menos, con una sólida brújula para recorrer el camino.

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