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Vol. 2017. Núm. 92.
Páginas 158-159 (Abril 2017)
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Muñoz Gutiérrez, C. (2015), El paisaje habitado, (Cuadernos de Horizonte, 6), La Línea del Horizonte Ediciones, Madrid, 96 pp., ISBN 978-84-15958-37-6.
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Mariana Favila Vázquez
Posgrado en Estudios Mesoamericanos, UNAM
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Carlos Muñoz Gutiérrez, un filósofo de la Universidad Complutense de Madrid, nos presenta en este corto pero sustancioso texto profundas reflexiones conceptuales acerca de un paisaje que ha revivido un auge no sólo en la geografía sino también en disciplinas como la historia y la antropología (Nogué, 2010). Dos ejes teóricos nos llevan de la mano del autor a lo largo de su revisión y propuesta en torno a los paisajes con los que convive el humano: el arte como precursor de un proceso de apropiación territorial y la fenomenología como el proceso de habitar y vivir el entorno (Tilley, 1994).1

El paisaje quedará definido, de acuerdo con el autor, como una creación exclusivamente humana, a partir de procesos de significación y valorización, así como de la imaginación que surja del entorno habitado por sociedades e individuos. La vista será el sentido que facilitará la creación y el encuadre del paisaje. Nuestra mirada, impregnada de un contexto socio-cultural, dotará de una estructura al caos y la multitud de imágenes que nos rodean. Le asignará un sentido al mundo, que podríamos calificar como estético, significativo.

Otro aspecto que el autor añadirá a su propia conceptualización de paisaje es el hecho de que, en su creación, se “desvela una presencia” (p. 9). ¿Presencia de quién? podríamos preguntarnos. La respuesta: del sujeto que toma una decisión, analiza lo que ve y en un segundo proyecta sus afectos e intenciones. Aquí el autor nos presenta una interesante reflexión acerca de la liquidez2 de los paisajes y la imperiosa necesidad humana de extraerlos de la batalla contra el tiempo, la cual, por supuesto, nunca ganaríamos si no fuera por aquellos mecanismos que parece que lo detienen. La fotografía, los lienzos, las películas, las postales o los poemas son los medios para socializar los paisajes, y permiten que otros tengan acceso a ellos, y no sólo el individuo que los ha creado.

Encontramos así un catálogo de paisajes. Tres secciones que el autor desarrolla con ejemplos concretos y donde en cada caso se notan los criterios que se sustentan en una dicotomía entre la naturaleza y la cultura, para finalmente, llevarnos a la reflexión de que los paisajes son humanizados, y que, de lo contrario, no habría paisaje.

Primera parte: Paisajes del territorio. El territorio, generalmente comprendido como el entorno donde un grupo despliega su poder (Raffestein, 1980), será antecedido por el “efecto del arte”, donde “lo expresivo es anterior a lo posesivo” (p. 13). Aquí notamos esta primera dicotomía de lo cultural frente a lo salvaje. El autor habla de las ciudades como ejemplo de lo humano, pero sobre todo de su sociabilidad, en contraposición a la individualidad que se da en el estado salvaje. En un bosque solitario, habrá personas solitarias, ermitaños a lo mucho. En un espacio socializado, como lo son las ciudades encontramos el sentido de comunidad, o por lo menos así lo era, dado que el autor critica el que estos espacios se hayan convertido en ámbitos de sobrevivencia antes que de convivencia.

El desierto, por otro lado, será un paisaje donde el poder de uno, del nómada, creará el territorio conforme avance. Por otro lado, los cementerios para el autor serán las ciudades de los muertos. Cual palimpsestos, integrarán en un mismo espacio numerosos estratos de tiempo e historias. Finalmente, el infierno, un paisaje imaginado, será definido como un “paisaje del dolor”, pero, sobre todo, como “el territorio de la justicia divina” (pp. 28, 29).

Segunda parte. Paisajes del espacio. Aquí el autor nos llevará hasta lugares recónditos, naturales, pero inevitablemente humanizados. El bosque, un organismo vivo que se extiende sobre la superficie terrestre será concebido como una entidad que posee agencia. En él habitan y es propiedad de los animales que viven y mueren cada día en su interior. Pero no solo ellos pasean por la espesura de los bosques. También los seres no-humanos: las ninfas, las hadas, los duendes. Refugio de dioses paganos, es a su vez víctima del monstruo del capitalismo, que devora todos y cada uno de los paisajes que Muñoz describe.

Por otro lado, las cuevas serán definidas como los espacios liminales entre la cultura y la naturaleza salvaje. Los miedos pudieron haber impulsado en un principio a la humanidad a buscar refugio en los espacios cavernosos; sin embargo, será en estos umbrales en donde el hombre “encontrará la confianza para conquistar la naturaleza” (p. 48). Por otro lado, los ríos serán concebidos como paisajes en movimiento. El agua que corre en ellos produce paisajes con su fuerza erosiva, y a la vez nos permite escapar a la ficción de la permanencia que nace en la cultura occidental.

Las islas desiertas, espacios no-continuos, que son dibujados por el mar, a su vez representan paisajes cuasi-literarios en los cuales lo valioso es su potencial, su carácter de refugio y salvación. Pareciera que, para el autor, una isla desierta es lo único que nos queda, pues más de una vez se ha probado lo insensato de la naturaleza humana. Y para concluir esta sección, el autor definirá los paisajes sonoros como aquellos que permiten “cartografiar el territorio” aun si no vemos nada (p. 66). Habría sido interesante que explorara más este camino, pues queda claro que no es sólo la vista la que ayuda a crear paisajes culturales.

Tercera parte. Paisajes del horizonte. Para finalizar el autor refiere a los jardines. Un espacio donde interactúan el estado salvaje y el cultural. Expone su rechazo a estos espacios por tratarse de “paisajes hechos para ser paisajes” (p. 73). Son definidos como entornos que buscan ser estéticos, pero a su vez, estáticos.

En sus reflexiones, el autor incluirá a los animales como agentes que pueden producir paisajes cuando establecen una relación, fugaz o permanente, con los seres humanos. Estos últimos se verán animalizados, y el animal será humanizado. Así es como la dicotomía naturaleza y cultura, aunque se distingue en su discurso, pareciera que es negada en su totalidad, de tal forma que los paisajes son, en tanto el hombre los camine.

De manera sutil, el autor nos llevará a través de referencias históricas, literarias, geográficas y filosóficas para encontrarnos, a lo largo de un discurso crítico (en algunos momentos expresando posturas morales y éticas propias), la alerta de un devenir un tanto sombrío, consecuencia del desarrollo del capitalismo, que se reproduce día a día en la multitud de paisajes, reales o imaginados a los que el autor alude.

Referencias
[Barrett and Ko, 2009]
J.C. Barrett, I. Ko.
A phenomenology of landscape. A crisis in British landscape archaeology?.
Journal of Social Archaeology, 9 (2009), pp. 275-294
[Bauman, 2016]
Z. Bauman.
Modernidad líquida.
Fondo de Cultura Económica, (2016),
[Nogué, 2010]
J. Nogué.
El retorno del paisaje.
Enrahonar, 45 (2010), pp. 123-136
[Orejas, 1991]
A. Orejas.
Arqueología del paisaje Historia, problemas y perspectivas.
Archivo español de arqueología, 64 (1991), pp. 191-230
[Raffestain, 1980]
C. Raffestain.
Pour une géographie du pouvoir.
Librairies Techniques, (1980),
[Tilley, 1994]
Ch. Tilley.
A Phenomenology of Landscape: Places Paths and Monuments (Explorations in Anthropology).
Berg, (1994),

No debe ser coincidencia que ambos ejes rectores de las reflexiones del autor sean precisamente el arte y la filosofía. El concepto de paisaje nació en el ámbito artístico en el siglo xix, principalmente en la pintura, como aquello que es encuadrado por un agente que “ve” (Orejas, 1991). Un poco más tardías, las reflexiones filosóficas desde la fenomenología de Husserl y Heidegger han discutido profundamente sobre el concepto de paisaje (Barrett y Ko, 2009).

Haciendo referencia a las reflexiones del recientemente fallecido filósofo Zigmunt Bauman (2016).

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