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Vol. 27. Núm. 6.
Páginas 6-10 (Noviembre 2013)
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Un muchacho con suerte
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Enrique Granda Vegaa
a Doctor en Farmacia grandafarm@gmail.com
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Se había presentado a las elecciones de 1891 por la Vecilla-Riaño, un distrito de León, en las que obtuvo una victoria arrolladora y sorprendente, precisamente cuando las elecciones se hicieron por primera vez por sufragio universal, aunque todavía exclusivamente masculino

Farmacia Profesional, siguiendo una tradición que abarca ya más de tres décadas, ofrece en su último número del año un relato navideño en el que la Farmacia o el farmacéutico son sus principales protagonistas. En ocasiones ha sido una historia fantástica, y en otras se trata de hechos y personajes reales, como el relato de este año, en el que un farmacéutico dedicado a la política, pero con farmacia abierta al público, alcanza importantes cotas de poder en la España de principios del siglo XX. Su autor, nuestro colaborador Enrique Granda, pretende rescatar este personaje de nuestra historia mostrando el fuerte contraste de claroscuros entre una biografía oficial expuesta sin matices y otra en la que el personaje, desprovisto de cualquier ditirambo, es retratado en su perspectiva más humana, ligada a su constante quehacer farmacéutico, con inquietudes y problemas que llegan a superarle al final de la vida.

Llegó la Navidad de 1903 tal como nos la describe Galdós, y llegaron esos días de niebla y regocijo en que Madrid parece un manicomio suelto. Los hombres son atacados de una fiebre que se manifiesta de tres modos distintos: el delirio de la gula, la calentura de la lotería y el tétanos de las propinas1.

Este era el ambiente que se encontró Fernando Merino aquella mañana al bajarse del tren en el estación del Príncipe Pío procedente de León, donde había acudido a revisar las cuentas de la botica abierta en la calle Ancha y del laboratorio que su padre instaló detrás de la catedral.

Ya venía avisado por un telegrama de su esposa Esperanza que su suegro, don Práxedes Mateo Sagasta, siete veces presidente del Gobierno y líder indiscutible del Partido Liberal, no se encontraba nada bien. Presentaba una respiración paroxística particularmente de noche y su avanzada edad no presagiaba nada bueno.

Un muchacho con suerte

Fernando, tras haber estudiado Farmacia y Derecho y haber pasado un año de ampliación de estudios en Francia, se había presentado a las elecciones de 1891 por la Vecilla-Riaño, un distrito de León, en las que obtuvo una victoria arrolladora y sorprendente, precisamente cuando las elecciones se hicieron por primera vez por sufragio universal, aunque todavía exclusivamente masculino.

Se presentó contra Antonio Molleda, director general de Registros, el candidato oficialista, que perdió por un amplio número de votos. A partir de ese momento, para él todo habían sido venturas, acudía frecuentemente a casa de Sagasta acompañando a su padre don Dámaso, también diputado y farmacéutico, y allí conoció a Esperanza, la única hija del prócer, 15 años menor que él.

Pronto surgió lo que era inevitable entre el joven y brillante diputado de 32 años y la bella jovencita de 17. Se declararon su amor con miradas encendidas primero, y de palabra después, aprovechando alguna ruidosa discusión política de la numerosa tertulia que acudía a ver al jefe del partido, hasta que la niña, animada por su madre, comenzó a invitarle a tomar el té o a pasear por la Castellana, eso sí, con el correspondiente séquito de señoras de edad, como mandaban los usos y costumbres de la época.

La boda con Esperanza se celebró en los Jerónimos solo un año después, en 1892, y ya su fama de afortunado estaba hecha: la mejor farmacia de León, un laboratorio próspero fundado por su padre y un puesto relevante en el partido en el que su suegro ocupaba por turno la presidencia del Gobierno cuando la reina regente María Cristina consideraba que los conservadores de Cánovas suscitaban más críticas que adhesiones2. Precisamente su boda se celebró en uno de los periodos en los que su suegro era presidente con el patrocinio real y asistencia del Gobierno en pleno. Tuvieron a su hijo Carlos, y su esposa no quiso abandonar el edificio donde vivían sus padres en la Carrera de San Jerónimo, 57, aunque se instalaron en un piso independiente.

Esperanza, para tenerle más en Madrid que en León, urdió con su madre una pequeña conjura, y entre ambas consiguieron que a Fernando se le nombrase gobernador civil de Madrid.

Su suegro, un hombre rectísimo cuyo lema fue siempre «No hay orden sin libertad, ni libertad sin orden», fue el primer sorprendido cuando el ministro de Gobernación, don Trinitario Ruiz Capdepón, le dejó caer que necesitaba a su yerno como gobernador civil, pero sospechó que se trataba de una conjura doméstica, porque de tonto no tenía un pelo, y aceptó la situación aun sabiendo que se había de exponer a críticas de la oposición.

No lo hizo mal como gobernador civil; aprendió a manejar «el puchero» de los votos como lo hacía admirablemente Romero Robledo. Siguió ganando las elecciones a las que se presentaba y pronto llegó a subsecretario de Gobernación, puesto en el que manejaba a alcaldes, gobernadores y votos hasta hacerse imprescindible al ministro y convertirse en un verdadero cacique de la época.

Los negocios marchaban francamente bien en León y recientemente había trasladado la farmacia hasta su ubicación actual en la calle Ancha, donde aún a día de hoy sigue adornada con el lujoso mobiliario de la época.

Siguió ganando las elecciones a las que se presentaba y pronto llegó a subsecretario de Gobernación, puesto en el que manejaba a alcaldes, gobernadores y votos hasta hacerse imprescindible al ministro y convertirse en un verdadero cacique de la época

Triste navidad

Al llegar a casa aquel 24 de diciembre, Fernando encontró a Esperanza muy desmejorada por las noches en vela junto a su padre, y su primera pregunta fue para saber de su hijo Carlos y de su suegro don Práxedes.

—El niño está perfectamente pero mi padre está muy mal —le confesó Esperanza—. Primero pensamos que era un cólico biliar tras la bronca que tuvo en la última sesión de las Cortes con el ministro de Gobernación, José Sánchez Guerra. Ahora todos los médicos se inclinan por algún trastorno circulatorio.

»Pasan por aquí todos los médicos famosos a preguntar por él y hasta la Reina Madre nos ha mandado a Riedel, su médico de cámara3, que trajo al mundo al rey Alfonso XIII y que tanto habíamos criticado por seguir confiando en médicos extranjeros. También hemos llamado al doctor Vicente Llorente4, cuyo diagnóstico ha sido que no hay nada infeccioso en su bronconeumonía, y que deberíamos consultar con un buen internista o cardiólogo.

La cena de Nochebuena y la comida de Navidad fueron muy agitadas por la visita de parientes que venían desde Torrecilla de Cameros, en La Rioja, médicos que entraban y salían, y amigos del partido. Don Práxedes empeoró el día 4, y se avino a recibir los santos óleos, pues como él decía, ya no tenía ningún contencioso con la Iglesia, después de haber abjurado públicamente de la masonería veinte años atrás.

La ciencia hizo todo lo que pudo: se le prescribió digital para reforzar los latidos del corazón, se le aplicaron sanguijuelas para bajar la tensión, y algunas otras medidas, todas ellas insuficientes para el diagnóstico de consenso de los médicos: anasarca, bronconeumonía e insuficiencia tricúspide. Falleció el día 5 de enero y dejó sumidos en enorme consternación al mundo de la política y en una gran tristeza a su familia.

Sigue la suerte para Fernando

Tras la muerte de Sagasta, en una situación económica que rayaba la pobreza -sin duda ocasionada por el periódico La Iberia, que ya había arruinado a su primer propietario, Pedro Calvo -, se produjo un enfrentamiento entre Eugenio Montero Ríos y Segismundo Moret por tomar las riendas del Partido Liberal, que a la postre llevaría a José Canalejas a dirigirlo. Ganó Montero Ríos, y Fernando Merino, que no había tomado partido por ninguno de los dos, continuó representando a su querido León. Mientras, continuaba su suerte. El rey Alfonso XIII había decidido conceder a título póstumo dos títulos nobiliarios a Sagasta, algo que siempre rechazó en vida: el condado de Sagasta a su esposa Esperanza, y el condado de Torrecilla de Cameros a su sobrina Ángela, hija de su cuñado José, fallecido años antes.

A partir de entonces, fue el señor conde de Sagasta para todos y, en 1906, con la subida al poder de José Canalejas, recibe el nombramiento de gobernador del Banco de España, puesto que ocuparía nuevamente en 1909, tras un breve paréntesis.

Pero aquí no acaba el relato de sus fortunas: en febrero de 1910 entra en una combinación ministerial en la que José Canalejas le nombra ministro de Gobernación. En marzo del año siguiente León le dedica una calle, precisamente la mejor, la actual calle Ancha, donde estaba su farmacia, y en agosto de 1913, cuentan las crónicas que se decide derribar la Puerta del Obispo para que pueda circular su automóvil, uno de los 19 vehículos motorizados con los que contaba la ciudad.

Cuando dejó el ministerio con todos los honores, le esperaba el Consejo de Estado y, si aquí hubiera acabado nuestra historia, el título de «Un muchacho con suerte» estaría bien puesto, pero las cosas comenzaron a suceder de otra manera a partir de la muerte violenta de Canalejas en 1912, aunque él continuó representando a León como diputado y se volcó en su quehacer como farmacéutico.

Pronto surgió lo que era inevitable. Se declararon su amor con miradas encendidas primero, y de palabra después, aprovechando alguna ruidosa discusión política de la numerosa tertulia que acudía a ver al jefe del partido

La suerte es voluble y también se cansa

La política costaba dinero entonces -no como ahora - y se arruinaban tanto los que ganaban las elecciones como los que las perdían. Solo sacaban algo en limpio la corte de menesterosos y cesantes que volvían a ocupar sus puestos cuando su partido alcanzaba el poder; pero lo que entonces se conocía como «el decoro» en las clases medias costó bastantes vidas, unas veces por hambre y enfermedad, otras de forma violenta, sin considerar que viudas y huérfanos tenían que cambiar de clase social.

A Fernando la política comenzó a costarle más de lo que ingresaba, a partir de 1914. El laboratorio se había quedado obsoleto. Los médicos prescribían específicos traídos de fuera, y las plantas medicinales de León, su principal activo, no despertaban mucho interés. Solo le quedaban como ingresos ciertos los de la farmacia y esta también estaba sufriendo porque la vida de León se había trasladado a la calle Ordoño II, una ampliación muy comercial, que entonces eran las afueras.

En 1915 fallece Esperanza, su mujer, tras una larga enfermedad, y la economía de Fernando se resiente aún más: abre 24 horas la farmacia, por necesidad, y consigue que el Ministerio de Gobernación le autorice a establecer una sucursal en la calle Ordoño II en un acto de caciquismo sin precedentes, ya que las Ordenanzas de Farmacia de 1860 prohibían, como ahora, que un farmacéutico pueda tener dos farmacias. ¡Pero quién iba a denunciar al señor conde de Sagasta!

Ni tener abierta 24 horas la farmacia en la calle Ancha, ni mantener la sucursal de las afueras es suficiente para pagar los créditos contraídos en las últimas elecciones y tiene que vivir de su sueldo de diputado y del Consejo de Estado. Además, conseguir que su hijo Carlos fuera también elegido diputado por el distrito de Riaño en 1918 acabó con cualquier viso de prosperidad. La boda de Carlos con María Luz González del Valle, hija de un influyente arquitecto de Madrid, quizá fue la puntilla, aunque se celebró en familia al haber fallecido el mes anterior su sobrina Ángela, hija de su cuñado José Mateo Sagasta. Decididamente estaba solo y en la ruina, teniendo que mantener el decoro que se suponía a su título de conde y a su estatus de diputado y presidente del Consejo de Estado.

Un largo final unido a la farmacia

El día 13 de septiembre de 1923, cuando acababa de llegar a su despacho del Consejo de Estado5, recibe una carta del gobernador militar de Madrid en la que se le comunica el cese y se incluye el manifiesto del general Primo de Rivera6. El 14 de septiembre, el Gobierno legítimo, presidido por Manuel García Prieto, había pedido al Rey la destitución inmediata de los generales sublevados, concretamente, José Sanjurjo y Miguel Primo de Rivera, y la convocatoria de las Cortes Generales, pero el monarca dejó pasar las horas hasta que finalmente se mostró abiertamente a favor del golpe.

Se creó un Directorio Militar con nueve generales de brigada del Ejército y un almirante, cuya finalidad, en sus propias palabras, era «poner España en orden» para devolverla después a manos civiles. Se suspendió la Constitución, se disolvieron los ayuntamientos, se prohibieron los partidos políticos, se crearon los somatenes como milicias urbanas y se declaró el estado de guerra. Fernando, ante este vendaval, nada tiene que hacer en Madrid. Se vuelve a León y se pone al frente de su farmacia; era lo último que le quedaba, además de su hijo y sus nietos Fernando y Covadonga, de 2 y 1 año respectivamente.

Tuvo que cerrar definitivamente el laboratorio y la sucursal de Ordoño II, porque las Ordenanzas de Farmacia de 1860 seguían vigentes, y se puso a conspirar en la rebotica como había hecho su suegro en otras reboticas antes de llegar al poder, pero las cosas estaban muy difíciles para los políticos de viejo cuño como él, los «profesionales de la política», que en el nuevo argot del Directorio Militar eran los que habían traído todos los males a España.

Lo que entonces se conocía como «el decoro» en las clases medias costó bastantes vidas, unas veces por hambre y enfermedad, otras de forma violenta, sin considerar que viudas y huérfanos tenían que cambiar de clase social

La navidad de 1928

En León hacía frío como solo allí sabe hacerlo, y su hijo Carlos vendría a pasar las fiestas acompañado de su esposa y sus tres hijos, porque solo unos meses atrás había nacido el tercer nieto de Fernando, Carlos. El conde de Sagasta se apresuró a preparar la casa lo mejor posible y a surtirse de las mejores viandas y comodidades. Era lo mejor que iba a pasarle aquel año, así que se dispuso a disfrutar de sus hijos y nietos en la intimidad familiar. Tras la comida de Navidad, mientras fumaban un habano conservado desde tiempos mejores, Fernando preguntó a su hijo francamente:

¯¿Qué piensas hacer sin el futuro de la política y teniendo que ganarte la vida en una situación hostil para todos nosotros?

¯Padre, no te preocupes por mí. Mi suegro, Benito, que como sabes es arquitecto, está teniendo mucha suerte con el Directorio y se le han encargado obras en toda España. Yo soy el abogado de la empresa y no me falta trabajo, ni un buen sueldo. Ahora eres tú quien me preocupa, solo aquí en León y, según creo, lleno de problemas económicos.

¯Me alegro de que puedas sobrevivir bien ¯dijo Fernando ¯, pero no tienes que preocuparte por mí. Efectivamente, había adquirido importantes deudas con la política, pero desde que estamos en la dictadura y yo me dedico intensamente a la farmacia he podido ir pagando todo, hasta liberar el exiguo patrimonio que me queda. Solo lamento que no quisieras ser farmacéutico para seguir con el negocio cuando yo desaparezca.

¯Creo que nos estamos poniendo demasiado trascendentes ¯dijo Carlos ¯. La farmacia no era una profesión para mí y, según he oído, llevas en tratos mucho tiempo con el licenciado Pío Cobos del Valle, que insiste en comprarla a cualquier precio.

¯En junio habré pagado todas mis deudas y estaré en condiciones de considerar una oferta sobre la farmacia para retirarme definitivamente a descansar. Así evitaré cualquier situación deshonrosa para vosotros y podrás heredar el condado de Sagasta sin ninguna mancha.

Carlos miró a su padre, que se había ocultado tras el humo del habano, y no pudo ver sus ojos.

Después de aquella Navidad en familia, solo sabemos que el primero de julio de 1929 León se despertó con la noticia de la trágica muerte de don Fernando Merino Villarino, conde de Sagasta, a los 69 años de edad. El Diario de León del 1 de julio de 1929 no dedica ni una línea a informar sobre las causas del fallecimiento. El hecho se convierte directamente en noticia, más bien en esquela, de primera página.

Todas las deudas habían sido puntualmente pagadas y del patrimonio del conde quedaba una vivienda y la farmacia, cuya venta recomendaba a Carlos, su heredero universal, por una cantidad ya pactada, al licenciado Pío Cobos del Valle. El decoro y los daños ocasionados por la política se habían salvado gracias a la farmacia. Quizá ejerciendo su profesión de farmacéutico le había vuelto la suerte. Era la musa que tantos años le acompañó y que ahora volvía de forma tan diferente para limpiar su nombre y que todos le recordasen como un muchacho con suerte.

El decoro y los daños ocasionados por la política se habían salvado gracias a la farmacia. Quizá ejerciendo su profesión de farmacéutico le había vuelto la suerte. Era la musa que tantos años le acompañó y que ahora volvía de forma tan diferente para limpiar su nombre y que todos le recordasen como un muchacho con suerte


Notas

1. Ambiente que se describe en La desheredada, de Galdós.

2. En 1885 se firma el Pacto de El Pardo entre liberales y conservadores, que duró hasta 1902, por el que se instaura el turno de gobiernos de Cánovas y Sagasta.

3. Se había criticado mucho a la regente María Cristina por mantener a médicos extranjeros en la Corte, y particularmente a Riedel, que es quien presentó a Alfonso XIII a los líderes políticos Cánovas y Sagasta. En aquella ocasión dijo Sagasta la famosa frase: «Sin duda es el Rey pero la mínima cantidad de Rey que puede darse».

4. Vicente Llorente Matos, médico y diputado fundador del Instituto Llorente, laboratorio farmacéutico que comercializó principalmente vacunas durante más de un siglo.

5. En 1923 fue elegido diputado por León, con la oposición del republicano Gordón Ordás.

6. Manifiesto de Primo de Rivera: «Al país y al ejército. Españoles: Ha llegado para nosotros el momento más temido que esperado (porque hubiéramos querido vivir siempre en la legalidad y que ella rigiera sin interrupción la vida española) de recoger las ansias, de atender el clamoroso requerimiento de cuantos amando la Patria no ven para ella otra salvación que liberarla de los profesionales de la política, de los hombres que por una u otra razón nos ofrecen el cuadro de desdichas e inmoralidades que empezaron el año 98 y amenazan a España con un próximo fin trágico y deshonroso. La tupida red de la política de concupiscencias ha cogido en sus mallas, secuestrándola, hasta la voluntad real. Con frecuencia parecen pedir que gobiernen los que ellos dicen no dejan gobernar, aludiendo a los que han sido su único, aunque débil, freno, y llevaron a las leyes y costumbres la poca ética sana, este tenue tinte de moral y equidad que aún tienen, pero en la realidad se avienen fáciles y contentos al turno y al reparto y entre ellos mismos designan la sucesión. Pues bien, ahora vamos a recabar todas las responsabilidades y a gobernar nosotros u hombres civiles que representen nuestra moral y doctrina (...). Este movimiento es de hombres: el que no sienta la masculinidad completamente caracterizada que espere en un rincón, sin perturbar los días buenos que para la patria preparamos. Españoles: ¡viva España y viva el Rey!».

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