Pagina nueva 1 Al igual que el resto de ciudadanos, los farmacéuticos vivimos inmersos en el cambio: el cambio estacional que supone la llegada del otoño y sus consecuencias para el organismo y el cambio político que comporta la proximidad de las elecciones generales. Desde el punto de vista laboral, sin embargo, los farmacéuticos seguimos lidiando con nuestra crisis económica y profesional. Crisis económica producida por las dificultades que se derivan de la profunda recesión que vive España y crisis profesional debida al profundo cambio que está experimentando nuestra profesión. Un cambio, si cabe, mayor que el que experimentaron nuestros predecesores cuando la especialidad farmacéutica dejó de ser el pivote de nuestra profesión.
Durante años, las farmacias fueron meros centros expendedores de medicamentos, pero el profundo cambio estructural que comenzó en la década de los 90 se ha vuelto imparable. La farmacia sigue teniendo como principal objetivo que el paciente reciba el medicamento que necesita, en las condiciones óptimas, la dosis adecuada y el momento oportuno. No obstante, hoy en día con esto no basta. Nuestros clientes esperan del profesional farmacéutico información útil, sobre su estado de salud y sobre cuidados preventivos, que les ayuden a mejorar o al menos a mantener su bienestar físico.
Este servicio al paciente tiene un coste económico, físico e imaginativo elevado y, como todo lo desconocido, provoca miedo y desconfianza en la profesión. Por este motivo, el grueso de las farmacias debate cómo afrontar esta metamorfosis. Está claro que este cambio estructural es imparable: internet, las nuevas tecnologías de la información, las redes sociales, etc., forman parte de la cotidianidad para más del 60 % de la población. De manera que, si no nos adaptamos a esa nueva situación, los farmacéuticos desapareceremos de la misma forma que lo hicieron los dinosaurios.
En el último Infarma quedó claro que la farmacia, además de tener la guardia y custodia del medicamento, debe proporcionar a la sociedad una cartera de servicios. Un esfuerzo que muchas farmacias no pueden, no quieren, o no son capaces de realizar. Esta situación genera una serie de dudas ¿Qué pasará con estas farmacias? ¿La reconversión pasa por la concertación? ¿Marcará el propio mercado las reglas del juego? ¿Llegará el día en que los medicamentos se enviarán por medio de drones al domicilio del paciente? ¿La farmacia como espacio físico dejará de existir? ¿Habrá espacio para los farmacéuticos que aman a su profesión y el aspecto asistencial de la misma?
Estas y otras preguntas me asaltan al ver cómo mis hijos y toda su generación tienen la cultura de la pantalla y ya lo compran casi todo por internet. En esos momentos veo la necesidad de disponer de una página web, con el coste y el sacrificio que su mantenimiento conlleva. Sin embargo, soy consciente de que jamás tendré la capacidad de compra de las grandes empresas de parafarmacia. Además, difícilmente seré competitiva si los laboratorios, en una muestra de dignidad, no deciden marcar un precio mínimo por debajo del cual nadie pueda vender.
En fin, quizá sea el momento de replantearme el negocio y poner mi grano de arena (léase ofrecer un nuevo servicio) para mover esta gran maquinaria a la que tanto quiero: la oficina de farmacia.
