Inmersos en la rutina diaria, llegamos al mes de junio con la habitual inquietud por el cumplimiento de nuestras obligaciones fiscales, teniendo en cuenta, además, que el Euribor sigue creciendo y proyectando su sombra, cada vez más alargada, sobre las hipotecas de la mayoría de los contribuyentes.
Si hablamos de pagos, cuotas, tributos e inversiones, no hay que olvidar que muchos farmacéuticos invertimos parte del beneficio económico de nuestra empresa en mejorar la calidad del servicio que ofrecemos. Esta inversión suele implicar mejoras en el espacio físico de la farmacia, entendiendo como tal el espacio destinado al público, al almacén o al laboratorio para la elaboración de fórmulas magistrales, y entraña también mejoras del equipamiento informático que nos permiten optimizar la gestión de las recetas, las compras y los recursos, en general, de nuestros establecimientos, etc. Pero también invertimos en formación para las personas, farmacéuticos y auxiliares, que trabajamos en ellos, incluido el titular o titulares. Estas mejoras redundan, lógicamente, en la calidad de servicio que podemos ofrecer a la población a la que atendemos, ya que es un hecho evidente que cada vez más farmacéuticos asumimos nuevos retos y nuevas obligaciones para mejorar este servicio y, de esa manera, marcar la diferencia con otros establecimientos que, en determinados segmentos comerciales, pueden competir con las farmacias por una cuota de mercado.
Los programas de formación continuada tienen siempre una gran acogida por parte de los farmacéuticos, ávidos de formación que les permita mejorar la calidad de la atención que ofrecen a sus clientes. Sin duda, es una muy buena inversión para una profesión que no se estanca.