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Vol. 28. Núm. 6.
Páginas 10-14 (Noviembre 2014)
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Perico, el boticario
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E.. Granda Vegaa
a Doctor en Farmacia. grandafarm@gmail.com
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Sirva la lectura de este relato para hacer un breve paréntesis en nuestras preocupaciones de cada día, que para nuestra profesión son muchas, y enviar un emotivo mensaje de felicitación navideña a nuestros lectores y sus familias.

Escribió André Malraux que “la tradición no se hereda, se conquista”. Parafraseando al autor de La condición humana, desde Farmacia Profesional sin ninguna duda hemos conquistado una hermosa tradición: felicitarnos la Navidad publicando desde estas páginas un cuento farmacéutico escrito por nuestro colaborador Enrique Granda. En esta ocasión se trata de un relato histórico sobre la figura de un boticario ilustre del siglo XIX cuya vida y milagros seguramente nos van a sorprender. Cuando vamos a estrenar un año en el que la política será protagonista, porque 2015 puede ser un año electoral por partida doble, esta historia de un farmacéutico obligado por las circunstancias a entrar en política no deja de tener su moraleja.

Si uno es de pueblo, ya puede llamarse, pongamos por ejemplo, Pedro José Sánchez Carrascosa y Carrión, que si sus vecinos deciden llamarle Perico el boticario, con ese nombre se queda, aunque la vida le lleve a ocupar los más altos destinos en la sociedad. Éste es, precisamente, el caso de un personaje nacido en Manzanares, provincia de Ciudad Real, el año 1823, al que la vida deparó grandes honores en la España del Siglo XIX sin poder separarse de su apodo, cariñoso, eso sí, pero totalmente inadecuado al rango y posición social que llegó a alcanzar. Así pues, nuestro Perico nace en esa importante villa manchega, donde su padre farmacéutico, con botica abierta, mantiene a su familia y se ocupa de administrar un pequeño patrimonio de aquellas tierras infinitamente planas, en las que los viñedos se pierden en el horizonte y donde otoños y primaveras se alargan mucho más que en otras regiones por la lejanía de las montañas; y las puestas del sol en los días claros de invierno se prolongan más que en ningún sitio en la península. Aunque nuestro personaje poco tiempo pudo disfrutar en su pueblo de esos milagros climatológicos, porque tras aprender a leer y las cuatro reglas, su padre decide enviarle a Madrid, a casa de su abuelo materno, para que haga el bachillerato y se prepare para licenciarse en farmacia siguiendo la tradición familiar. Pocos en su pueblo habrían de sospechar por aquel entonces que la Navidad de 1875 habría de modificar aquel apodo que parecía definitivamente unido al muchacho travieso que partía hacia Madrid para estudiar, dejando con lágrimas la apacible vida de su pueblo.

Perico en Madrid

Buen estudiante resultó Perico, con ayuda de su abuelo materno don José Carrión, hombre de números más que de letras, ya que era cajero en la Pagaduría Militar. Pero el tiempo pasado en Madrid no estuvo exento de acontecimientos y sustos. Nada más llegar a casa de su abuelo, en el mes de septiembre de 1833, asiste a los días de luto por la muerte del Rey Fernando VII y se entera, poco tiempo después, que se había declarado una guerra dinástica entre el hermano del difunto rey, el infante don Carlos, y su viuda la Reina Cristina de Borbón. Esa guerra, desde su mentalidad de un niño de 10 años, es objeto de enorme curiosidad por conocer los uniformes, las armas y el desarrollo de las operaciones militares. La curiosidad es siempre su principal virtud que le hace progresar en los estudios, pero también su punto flaco, lo que le vale bastantes reprimendas por asistir a cualquier suceso ciudadano a la salida del colegio… Y sucesos no faltaron en esos años en que el general Zumalacárregui, cabeza visible de las tropas carlistas, llegó a estar a las puertas de Madrid al principio de la contienda, aunque pronto cedió terreno al general Espartero, jefe de los ejércitos “cristinos”, que se opuso al avance de los “carlistas” con distinta suerte en cada momento de la guerra.

De corazón sensible, de cada reprimenda recibida en casa de sus abuelos busca el consuelo en la confesión para liberar su alma, y se va convirtiendo en un muchacho muy piadoso, virtud que es apreciada por sus maestros, sin abandonar por ello su carácter revoltoso y travieso. En los estudios progresa con brillantez y al fin es admitido para estudiar farmacia en el Colegio de San Fernando, donde conoce a otro estudiante muy separado de sus ideas, Pedro Calvo Asensio, solo dos años mayor que él, que habría de triunfar en política, en la literatura y en el periodismo, pero que nunca llegaría a regentar una farmacia.

Vuelta a Manzanares

El año 1840, cuando nuestro Perico tiene 17 años, conoce el infortunio. Fallece su abuelo y pocos días después su padre, con lo que abandona temporalmente sus estudios y regresa a Manzanares para hacerse cargo de su familia. Allí sigue preparando su licenciatura “por libre” y trabaja como aprendiz en la farmacia familiar regentada por don José Antonio Merino, quien finalmente habría de adquirirla, haciendo posible el reparto de la herencia entre Pedro José, nuestro Perico, y sus cuatro hermanos. Quizá estos años pasados en Manzanares fueron decisivos en su vida, ya que el nuevo boticario Merino tenía una rebotica que era un verdadero casinillo de eminentes, donde llegó a conocer y tener buena amistad con un jovencísimo Antonio Cánovas del Castillo, redactor en 1854 del Manifiesto de Manzanares1 que pronunció el General O´Donnell, que dio un nuevo curso a la historia al evitar el enfrentamiento que se conoce como la Vicalvarada. En esos casi 14 años de vida rural se afianzan sus conocimientos farmacéuticos y también el apodo de Perico el boticario o solo Perico, que él mismo utiliza en la correspondencia con sus familiares y amigos, hasta que finalmente la herencia se materializa y se reparte, por lo que decide trasladarse a Madrid con toda su familia para instalar farmacia propia.

En el siglo XIX Sevilla fue castigada en cuatro ocasiones por epidemias de cólera y una de ellas fue precisamente el año 1865, cuando nuestro Perico, ya fraile de la Orden de San Felipe Neri, tuvo que volver a actualizar sus conocimientos de higiene para organizar un hospital en su propio convento

Jacometrezo 32, Farmacia Carrascosa

La calle Jacometrezo está situada en Madrid desde el siglo XVII uniendo la plaza del Callao con la de Santo Domingo, al lado mismo de la actual Gran Vía. En su entrada dicen las crónicas que había una cierta cantidad de tabernas y, entre ellas, una de las más conocidas era la  Taberna del Águila. En esta calle llegó a vivir el Conde de Salvatierra, el propio Jacome da Trezzo, un afamado escultor italiano que trabajó para Carlos V y Felipe II. En el Siglo XIX la calle poseía numerosas librerías de viejo. De esta forma describe Valle Inclán, en su obra Luces de Bohemia, la librería de Zaratustra, templo sagrado de su protagonista Max Estrella, un “hiperbólico andaluz, poeta de odas y madrigales”  ya anciano, miserable y ciego. También figuró en esa calle la famosa Fonda de Genieys, mencionada por diversos literatos de la época, como Galdós o Ventura de la Vega. En el número 17 de la calle se encontraba en sus inicios la primera factoría de cervezas de Mahou. Y es en el número 32, donde vino a instalarse Perico, que pronto adquirió una considerable clientela y se convirtió en un excelente negocio, capaz de proporcionarle a él y a toda su familia un gran desahogo económico.

Como el negocio marchaba solo Perico comenzó a dedicarse a cultivar sus aficiones, primero relacionadas con la Farmacia y después con sus ansias de conocer y estudiar. Realizó los análisis de un manantial minero de aguas medicinales del término municipal de Nuevo Baztán, una localidad que se encuentra al este de la provincia de Madrid, acreditándose como persona de grandes conocimientos analíticos. Y también se matriculó en la Universidad Central, licenciándose primero en Teología y después en Derecho Civil y Canónico, momento en que conocería al profesor Landeira, convirtiéndose en su alumno más aventajado. Pero ya iba siendo hora de formar una familia y Perico no mostraba ningún entusiasmo por los excelentes partidos que le proponían su madre y sus hermanas, hasta el punto de que ya se habían resignado a contar con un hijo y hermano excéntrico, rico, lleno de aficiones intelectuales y religiosas, que solo auguraban una magnífica herencia para sus sobrinos.

La campanada: me hago sacerdote y vendo la farmacia

Muy mal fue recibida la noticia por sus familiares, hasta el punto de persuadirle para que se ordenara sacerdote si quería, pero que siguiera con la farmacia hasta tomar una decisión definitiva, y así lo hizo. Su maestro, el profesor Landeira, que acababa de ser nombrado Obispo de Cartagena, le llamó a su lado para estudiar la carrera eclesiástica, finalizada la cual fue nombrado provisor de la diócesis. Con este nombramiento se vio obligado a vender la farmacia y aquí surgió el problema, pues sus hermanos vieron cómo se esfumaba un importante patrimonio, que ya tenían descontado como herencia para sus hijos, pero pensaron que como sacerdote podría conservar el producto de la venta. Nuevamente se equivocaban, Perico no se había hecho sacerdote para vivir en la opulencia y renunció al cargo de provisor para ingresar en la congregación religiosa de San Felipe Neri en Sevilla, aportando como dote su espléndido patrimonio. Las esperanzas de su familia se esfumaban.

En Sevilla se reveló como un magnífico orador y sus sermones, tan del gusto de la época, eran muy apreciados por los sevillanos. Sin embargo algo habría de trastornar ese camino hacia la santidad.

La epidemia de cólera del año 1865 y la revolución de 1868

En el siglo XIX Sevilla fue castigada en cuatro ocasiones por epidemias de cólera y una de ellas fue precisamente el año 1865, cuando nuestro Perico, ya fraile de la Orden de San Felipe Neri, tuvo que volver a actualizar sus conocimientos de higiene para organizar un hospital en su propio convento, que contó con la aprobación de las autoridades y la admiración de los sevillanos por sus dotes organizativas y la aplicación de los conocimientos más consolidados de la época en cuanto a tratamiento y normas de higiene. Cuando la epidemia pudo darse por concluida, la Reina Isabel II le concedió la Cruz de Beneficencia a título personal, tanto por su abnegación en el cuidado de los enfermos como por el alto nivel científico y organizativo que había desarrollado. Sin embargo, el clima político del país se había degradado hasta el punto de que tres años después, en septiembre de 1868, triunfaba la revolución que se conoce como “la Gloriosa” y la reina Isabel II se veía forzada a abandonar el país.

De poco valió la abnegación de los frailes de San Felipe Neri en su servicio a los sevillanos, ya que verían destruido su convento por las hordas revolucionarias y Perico Carrascosa tuvo que volver a Manzanares al lado de su madre, donde permaneció hasta el año 1875, en que fue invitado a predicar en la novena de la Concepción en Madrid. Con mil disculpas era retenido por sus numerosos amigos para continuar como predicador en la iglesia de los italianos, que está todavía en la plaza de San Nicolás, muy cerca de la calle Mayor. El tiempo de la Revolución y la Primera República había terminado y España volvía a ser un reino bajo Alfonso XII al que se llamaba “el pacificador”.

Empezaba la alternancia de los partidos y la religión tenía una importante baza que jugar bajo la influencia de unos acuerdos con el Papa Pío nono. Veamos cómo habría de afectar todo esto a nuestro fraile boticario.

A Perico, el boticario le ordenan obispo

Ésta fue la escueta noticia que llegó a Manzanares aquella mañana de diciembre de 1875 y que corrió de boca en boca desde las matanzas de cerdos caseras hasta el Ayuntamiento y las iglesias de la localidad. Sin embargo la cosa no había sido fácil y se había gestado durante todo el año, en medio de las intrigas que solían acompañar a estos nombramientos, sin que Perico tuviera noticias de ello.

Su amigo Antonio Cánovas del Castillo no paró de retenerle en Madrid. Primero intentó colocarlo en el puesto de confesor del joven rey, que fue rechazado por tener ya cubierto ese puesto por otro religioso de Sevilla. Cánovas volvió a la carga, ahora ya ante el Nuncio Simeoni, que le propuso la sede abulense que iba a quedar vacante al pasar el obispo Blanco a Valladolid, y el Presidente del Consejo de Ministros exigió que fuese aceptado Carrascosa. Cuando el Nuncio informó al Cardenal Secretario, éste escribió un comunicado a Cánovas del que entresaco unas frases: El Sr. Carrascosa es un sacerdote de conducta irreprensible, de principios sanos y ortodoxos, incansable en el púlpito y en el confesionario, sin embargo no le he juzgado capaz de la mitra, ya sea por el corto tiempo que lleva de sacerdote, doce años, no ha ejecutado ningún cargo importante en el ministerio sacerdotal, le faltan condiciones para gobernar una diócesis, que solo se adquiere con experiencia –sigue el informe–. Yo no puedo oponerme a la propuesta hasta el punto de excluirla puesto que, examinada la conducta del candidato, dado su celo y su indudable ortodoxia, tiene fama de óptimo y edificantísimo eclesiástico. El texto refleja a las claras como el Nuncio tuvo que ceder ante las presiones de Cánovas.

La Navidad de 1875

Su consagración se celebró el domingo 12 de diciembre en la iglesia de San Isidro, en Madrid, y pudo celebrar las Navidades con familiares y amigos, revestido ya de su nueva dignidad episcopal. Era el primer obispo boticario que habrían de conocer los tiempos pero, como en muchos sucesos de su vida, el nombramiento escondía una nueva y difícil misión relacionada con la política en la monarquía recientemente restaurada.

En las Navidades del año anterior, siendo regente el general Serrano, Alfonso XII se había presentado a los españoles como un príncipe católico, español, constitucionalista, liberal y deseoso de servir a la nación, y con ayuda del pronunciamiento del general Martínez-Campos accedió al trono ya en el año 1875 prometiendo la pacificación y la promulgación de una Constitución liberal. Se había dado fin al sexenio revolucionario y el nuevo Jefe de Gobierno era su amigo Antonio Cánovas de Castillo, que tanto había hecho para convertirle en obispo. Aunque lo que no sospechaba nuestro protagonista es que el político le reservaba una misión envenenada: nada menos que presentarse a las elecciones como Senador en las Cortes que habrían de redactar la Constitución de 1876. El asunto era de tanta importancia que Perico se escudó en Roma: si el Papa aprueba, o mejor impone su candidatura política, lo hará; en caso contrario se dedicará a sus obligaciones religiosas. ¡Qué inocencia política¡ Cuando llegó a Roma y se entrevistó con el Papa, éste ya había recibido las indicaciones del Gobierno explicando la necesidad de contar con el Obispo para impedir que la nueva Constitución materializara la separación de la Iglesia y el Estado, como propugnaba el líder de la oposición liberal don Práxedes Mateo Sagasta. Así que Perico tuvo que obedecer y entrar en política por orden superior.

Senador del Reino

Apenas puede tomar posesión de su diócesis, ocupado en la campaña electoral en la que se presenta por Cuenca con el partido Conservador de Cánovas y es elegido Senador de forma providencial, pues ocupa el cuarto y último puesto entre los senadores electos por la provincia. En las sesiones en que se discute la nueva Constitución de 1876 se distingue por su galana frase y nada común elocuencia, dirigida a cumplir la misión encomendada: que el artículo 11 contemple la protección del Estado a la religión católica. Su enmienda siendo la religión católica, apostólica, romana, la única de la nación española, el Estado se obliga a protegerla y a sostener, por vía de indemnización el cultivo y sus ministros, es la más discutida. Tiene que retirarla, pero al fin se aprueba otra muy satisfactoria: La religión católica, apostólica, romana es la del Estado. La nación se obliga a mantener el culto y sus ministros. Nadie será molestado en el territorio español por sus opiniones religiosas, ni por el ejercicio de su respectivo culto, salvo el respeto debido a la moral cristiana. No se permitirán, sin embargo, otras ceremonias públicas que las de la religión del Estado. Aprobada esta última por 221 votos contra 66. Su vida política había terminado cumpliendo el encargo de su amigo Cánovas y de sus superiores en Roma.

Y aquí damos fin a la historia de Perico el Boticario que llegó a Obispo y Senador del Reino desde los sucesos que cambiaron su vida en la Navidad de 1875. Todavía habían de faltar muchos años hasta que en 1896 falleció en su villa natal de Manzanares, tras haber realizado una gran labor episcopal, haber abandonado pronto la política y verse, al fin, libre del mote de toda su vida en la lápida que hay en la parroquia de su pueblo, en la que aparece cómo EXCMI.DOM. PETRI JOSEPH CARRASCOSA ET CARRIÓN. Nadie más volvería a llamarle Perico el boticario, aunque para nosotros los farmacéuticos siga siendo uno de los colegas más ilustres cuyo recuerdo merece esta historia.


1 Nos cuenta el historiador León Muñoz Cobo que el manifiesto se transcribió en Manzanares las últimas hojas de un librito de papel de fumar, y que el propio Cánovas lo llevó a una imprenta de Jaén con la consigna de tragárselo en caso de ser detenido. La cita inicial es M. Fernández Almagro, publicada en la Revista Don Lope de Sosa (Jaen), núm 22, octubre 1914.

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