La lectura de un artículo sobre mobbing --tema que trataremos próximamente en las páginas de farmacia profesional-- me ha evocado situaciones vividas cotidianamente en mi farmacia. Y no es que las personas que en ella trabajamos lo hagamos en un ambiente de tensión enfermizo. Nada más lejos, por suerte. Las presiones y el acoso los genera más bien ese tercero con el que nos «toca» trabajar a diario: la Administración, cualquiera que ésta sea y con independencia de su signo político.
Dice el autor del citado artículo que entre las conductas más representativas del mobbing laboral destacan la de rebajar a la persona asignándole trabajos por debajo de su capacidad profesional, ejercer contra ella una presión indebida o arbitraria en su trabajo, evaluar éste de forma no equitativa o sesgada, infravalorar sistemáticamente los resultados de su esfuerzo o éxito profesional o atribuirlos a otros factores, amplificar de forma desmesurada e injustificada errores intrascendentes, etc.
¿Os suena a algo? ¿Os sentís aludidos?
¿Cuántos farmacéuticos, hombres y mujeres, capacitados para una profesión apasionante y comprometidos con una formación y actualización continuas de conocimientos y habilidades que les permiten desarrollar su cometido con todas las garantías, han tirado la toalla y se resignan a recortar cupones y pegarlos, bien colocados, eso sí, porque de lo contrario, son castigados con una multa de diversa cuantía económica? Sistemáticamente nos devuelven recetas porque no hemos hecho bien ese trabajo, para el que la facultad no nos capacitó debidamente, ya que nuestras prioridades como universitarios fueron estudiar la farmacología o la galénica de los medicamentos y otros preparados que sirven para aliviar o curar enfermedades y salvar vidas.
A las administraciones, no obstante, no parece interesarles demasiado la aplicación real de nuestra formación académica. Les preocupa más que, en este escenario, desarrollemos bien nuestro sobrevenido papel de policía secreta y verifiquemos convenientemente que el médico, otro profesional cualificado, ha hecho bien sus deberes y no se ha olvidado de firmar la receta o de indicar la posología del medicamento prescrito, etc.
Es necesario y conveniente que el legislador castigue el trato injusto, arbitrario, avasallador o vejatorio dispensado a cualquier persona en el ámbito laboral, pero hay quien sólo ve la paja en ojo ajeno...
