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Vol. 22. Núm. 11.
Páginas 6-10 (Diciembre 2008)
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El final de la crisis. Historia de Navidad
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Enrique Grandaa
a Doctor en Farmacia.
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El comercio mundial había descendido a su mínima expresión, al igual que el turismo, que ahora se hacía en bicicleta, a caballo y en barcos de vela

Como en ocasiones anteriores nuestro colaborador Enrique Granda nos presenta una historia de Navidad, siempre imaginaria, aunque invariablemente unida a la profesión del farmacéutico. En esta ocasión, la ficción se desarrolla a partir de una realidad: la crisis financiera mundial que estamos viviendo, cuyo final desconocemos todavía. Tras la crisis, según el autor, muchos de los logros del desarrollo tienen que ser revisados y el farmacéutico adquiere un papel inesperado en la sociedad. Con la publicación de esta historia, desde FARMACIA PROFESIONAL queremos, como todos los años, hacer un paréntesis en los problemas que nos afectan cada día y enviar un emotivo mensaje de felicitación navideña a todos nuestros lectores.

Querido alcalde: me llevo la burra, volveré cuando acabe la rueda de prensa de Solbes en Madrid y, de paso, traeré encargos de Navidad para nuestros vecinos». Esto es lo que decía la lacónica nota dejada en la mesa del alcalde de Guadalix de la Sierra. La firmaba José Luis Ramos, un periodista intrépido que desde hacía poco se había trasladado al pueblo con toda su familia, ante las nulas expectativas que le ofrecía la gran ciudad en aquel final del año 2012.

Aunque todo el mundo sabe lo que ha pasado, no me resisto a hacer un breve recordatorio de estos últimos años, comenzando con la crisis de las hipotecas subprime en 2008, la quiebra de la confianza de la gente en los bancos y en los gobiernos en 2009 y la vuelta en 2010 a una economía sencilla, casi de trueque, volcada en la naturaleza pero conservando muchos de los mejores avances de la humanidad, precisamente aquellos que funcionan con poca energía. Así, cuando inesperadamente nos dimos de bruces con la realidad de que el petróleo estaba a punto de acabarse y los alimentos básicos debíamos cultivarlos por nosotros mismos, la gente comenzó a abandonar las grandes ciudades y volvió sus ojos al campo. Los momentos finales fueron los peores para muchos que no se resistían a dejar sus coches, pero otros estaban encantados con las últimas disposiciones de un gobierno de coalición que abogaba por repartir tierras de uso público a todo el que quisiera cultivarlas por sí mismo o establecer en ellas explotaciones en las que se fabricasen cosas a muy pequeña escala. El comercio mundial había descendido a su mínima expresión (algunos analistas decían que era incluso menor que en el siglo XIX), al igual que el turismo, que ahora se hacía en bicicleta, a caballo y en barcos de vela. Las grandes superficies comerciales, abandonadas, habían cedido su lugar a mercados al estilo medieval, a los que acudían los pequeños emprendedores y artesanos una vez por semana a vender toda clase de productos hechos por ellos mismos y en los que cada vez más se recurría al trueque.

El gobierno, incluido el de la Unión Europea, se limitaba a mantener algunos servicios básicos: había hospitales limpios y eficaces pero sin grandes dispendios tecnológicos; se mantenían las autopistas por las que circulaban carros, bicicletas y algún extravagante vehículo eléctrico impulsado por energía solar; y también había trenes eléctricos de cercanías, que realizaban pocos viajes al día, en los que se llevaba la correspondencia y alguna paquetería por un sistema de relevos. Los pocos pasajeros que los utilizaban debían solicitarlo con anticipación y ser autorizados previamente por motivos de salud o interés general.

Los presupuestos de aquel año se dedicaban principalmente a extender las comunicaciones gratuitas por sistema inalámbrico (internet era de lo poco que quedaba activo de los tiempos previos a la crisis), a garantizar algunas prestaciones asistenciales y a comprar materias primas de difícil obtención para los pequeños emprendedores, que podían adquirirlas sin pago alguno demostrando su utilidad para la comunidad. En lo político nadie podía decir a qué respondía el modelo, ya que no era ni capitalista, ni comunista, ni tampoco anarquista; había un fondo de pequeño capitalismo y se protegía la propiedad privada sin regulaciones absurdas. En resumen, que cada uno hacía lo que le daba la gana o aquello para lo que se sentía más capacitado, pero el nivel de cultura venía aumentando ostensiblemente desde que la gente tenía que buscarse la vida. Todo el mundo se pasaba horas en internet formándose, relacionándose con parientes que ahora parecían muy alejados y produciendo una gran cantidad de información o desde pequeños enegocios, en los que se vendían o se cambiaban las cosas más variadas. La educación también llegaba a todos a través de la red, que cada día era más utilizada y más necesaria.

Preparativos de Navidad

Ese es nuestro mundo, un mundo futuro que nadie habría imaginado hace muy pocos años, ni siquiera quienes vivimos hoy a las puertas de 2013. Pero siguiendo con la historia que os estoy contando, esa historia cotidiana de nuestro pueblo, retomamos a nuestro primer personaje. Al volver desde Colmenar, donde había dejado la burra para coger el tren, José Luis Ramos se preocupó de ir a ver a quienes le habían hecho encargos: un ingeniero que construía motos propulsados por energía solar y que necesitaba un relé, el pastelero que le había encargado unos pinceles para dorar los roscones de reyes y el farmacéutico que necesitaba unas cepas liofilizadas para hacer un antibiótico que intercambiaba por otros productos.

«Pepe Máquinas», que era como todo el mundo llamaba al ingeniero, tenía poca conversación, y aunque era una persona afectuosa, en cuanto vio el relé se puso a explicar entrecortadamente a quien le quisiera escuchar (nadie en realidad) que aquella era una pieza imprescindible para hacer pasar la corriente al acumulador, o al motor, en función de la producción de las placas solares y dicho esto se puso a trabajar en su conexión hasta que José Luis comprobó que no diría nada más y se despidió para ir a la pastelería de Gerardo, que tenía el vicio contrario: le puso la cabeza como un bombo con sus problemas para procesar la cosecha de almendras, ya que —según él— ni toda la familia daba abasto para ir sacando las semillas, a base de martillo, paciencia y dedos machacados. Finalmente se pasó por la botica de Anselmo, un farmacéutico muy culto, aunque ya mayor, que había trabajado en grandes empresas alimentarias y que ahora hacía una cerveza extraordinaria con un pacto de «maquila» suscrito con todo aquél que le llevase cebada. En virtud del pacto se reservaba un litro por cada diez para vender a los bares y para dispensarla directamente en el mostrador de la farmacia. Éste era precisamente uno de sus mejores reclamos para entretener a los clientes mientras terminaba la enorme profusión de fórmulas que llegaban en formato electrónico, la mayoría de las cuales había que preparar como en los viejos tiempos.

Nada más entrar el periodista, Anselmo le propuso tomar una cervecita mientras le hacía preguntas sobre la situación en la capital y en los otros pueblos.

- La gente está contenta aunque la ciudad no ha cambiado demasiado de aspecto respecto a tiempos pasados. Hay que reconocer —le contó José Luis— que era absurdo el gasto que imponían a los comerciantes hace tres años. Ahora, como nadie paga impuestos, el ayuntamiento no tiene que justificarse y en las calles principales han decorado los árboles con bolas y cintas de colores pero sin los dispendios de electricidad de otras épocas.

- ¿Y la rueda de prensa? —preguntó Anselmo.

- Lo que se esperaba: la autocomplacencia de siempre. Que en España estamos mejor que nunca. Que gracias a la energía solar superamos a los países que nos rodean. Que no falta de nada y que esta nueva civilización ha hecho descender la delincuencia hasta límites que no se conocían. En la rueda de prensa a Solbes le acompañó el ministro de Sanidad para explicar que numerosas enfermedades se encuentran en clara recesión: a la mayoría de la gente ya no le hace falta tratarse el exceso de colesterol desde que no usan el coche; el cáncer se esta reduciendo a ojos vistas por la falta de contaminación y se ha confeccionado una lista de medicamentos esenciales que serán adquiridos por el Estado para surtir a las farmacias que no puedan producirlos. Incluso han puesto como ejemplo a un farmacéutico catalán que usa la fórmula de Giral para hacer paracetamol —eso que me preparas para la fiebre de los niños—. Según él, es capaz de hacer una tonelada mensual de muy buena calidad ¡Se va a hacer rico, el tío...!

- ¡Ah!, la formula de Giral —dijo Anselmo—. Tengo el libro... —añadió mientras anotaba mentalmente su intención de echarle un vistazo en cuanto se fuera José Luis.

- ¿Qué vais a hacer para Navidad? —preguntó José Luis, finalmente.

- Pues lo que más nos gusta: cangrejos de río y un pavo, sin que falten los dulces de Gerardo y los caracoles. Además tengo preparada una sorpresa para este fin de año, porque recibo a unos colegas que vendrán a pasar unos días con nosotros: he conseguido hacer un cava de muy buena calidad con unas uvas blancas que me trajeron el año pasado y que cambié por cerveza. Por cierto, te vas a llevar unas botellas para vosotros... —le invitó. Y sin decir una palabra más se precipitó al sótano de la farmacia y salió con un par de botellas sin etiqueta pero con unos signos a rotulador que indicaban distintas fechas.

Aunque el trabajo manual ha aumentado mucho, las tareas burocráticas han descendido: nada de facturación de recetas, nada de contabilidad, nada de gestión de compras y nada o casi nada de dinero

Navidades en la farmacia

El trabajo de la farmacia ha cambiado considerablemente: ya no se hacen pedidos diarios, ni hay que ordenar las cajitas, ni se llevan las caducidades (sólo las de los productos químicos). Las recetas de los médicos que viven en el pueblo llegan a cualquier hora por internet y hay que ponerse a hacerlas en tiempo real, pero no siempre es posible porque el suministro de materias primas es irregular. En caso de que no haya de algo hay que contactar inmediatamente con el médico para que piense en otra solución o esperar a que alguno de los farmacéuticos de los pueblos de alrededor se haga cargo y envíe la fórmula con un mandadero de los que ahora abundan tanto, casi siempre gente mayor deseosa de perder unos kilos y sentirse útil.

Aunque el trabajo manual ha aumentado mucho, las tareas burocráticas han descendido: nada de facturación de recetas, nada de contabilidad, nada de gestión de compras y nada o casi nada de dinero, que en la mayor parte de los casos es sustituido por productos, alimentos o servicios.

Pero las buenas costumbres de otros tiempos no se han perdido y en Navidades Anselmo prepara exquisitos caramelos y bombones, eso sí con forma de supositorios, lo que hace mucha gracia a la gente, a la que no hay que explicar que en la farmacia el único molde que hay es el de los supositorios.

Las enfermedades también han cambiado. Aparte de los típicos catarros, ya escasean los hipertensos, los ulcerosos (por aquello de que se come mucho menos y se hace más ejercicio) y, sobre todo, nadie se acuerda de las depresiones y de otras dolencias del sistema nervioso, pero los antibióticos, los antipiréticos y los antirreumáticos siguen haciendo falta.

Este año hace frío y Anselmo ha tenido que preparar una fórmula —un rubefaciente de principios del siglo XX— para los sabañones, algo que parecía haber desaparecido en los años del hiperconsumo.

Las preocupaciones de Anselmo

A finales del año 2008 se oyó que las comunidades autónomas no tendrían dinero para pagar los medicamentos, pero esto se había oído muchas veces y al final se había arreglado con generosos créditos de la banca, algún retraso y maniobras con las autoridades sanitarias, que siempre se habían presentado como magníficas gestiones de los colegios. Pero a finales de 2009 ya no había dinero para pagar las recetas y sobrevino la catástrofe: los farmacéuticos no pudieron pagar a cooperativas y almacenes, y estos últimos vieron rescindidos sus créditos. El sistema financiero de las farmacias había fracasado, lo que afectó también a los laboratorios. Pero el crack final vino con la imposibilidad de utilizar los combustibles para el transporte de mercancías.

Las farmacias no fueron lo primero, ni mucho menos, que fracasó de la civilización que se había montado en el consumo. Se idearon normas de subsistencia para absorber a los millones de parados que engrosaban las filas del INEM a un ritmo impresionante. Se les ofrecieron tierras, semillas y herramientas para procurarse alimentos, se ocuparon «provisionalmente» las viviendas vacías y se transmitió a la población que todas las deudas quedaban «suspendidas y aplazadas hasta mejores tiempos», mientras se instaba a todo el mundo a pagarlo todo al contado, en dinero o mediante la entrega de bienes o servicios que aceptase el vendedor. Cuando las tarjetas de crédito dejaron de funcionar es cuando realmente las ciudades comenzaron a despoblarse y surgió una sociedad rural, pero a la vez muy tecnológica, en la que comenzó a brillar la cultura y el ingenio.

Anselmo fue uno de los primeros que se dieron cuenta del nuevo rumbo que había tomado la civilización del consumo y aún tuvo tiempo de gastar sus últimos ahorros en los materiales que iba a necesitar para poner en marcha procesos de fermentación, que es lo que él mejor dominaba.

Años atrás, allá por 2008, le había preocupado mucho la situación del Dictamen Motivado contra España y otros países mediterráneos de la Unión Europea, por el que se pretendía liberalizar el modelo de farmacia, pero pronto las tareas de cada día y la atención a los pacientes le fueron absorbiendo hasta el punto de olvidarse completamente de que la Comisión Europea, allá por marzo de 2009, había llevado a España ante el Tribunal de Luxemburgo para hacer prevalecer el artículo 43 del Tratado, procedimiento que podía acabar con la planificación y también con la propiedad unida a la titularidad, que es lo que mejor caracteriza a nuestra farmacia. ¿Quién iba a pensar entonces que la farmacia gestionada por un farmacéutico, propietario y responsable de ella, iba a ser salvada por la crisis? ¿Quién podía imaginarse en 2009 que las cosas iban a ir tan mal que las grandes multinacionales dejarían de ser rentables?

Pues así ha sido, amigos. Pero todo eso es historia y a nosotros no nos importa la historia. Lo que nos importa es vivir el día a día. Nos importa lo importante: la Navidad, los amigos, la salud de los vecinos, que son gente a la que conocemos y de la que sabemos el nombre, sus gustos y también sus disgustos.

Un regalo de Navidad inesperado

En Guadalix todo estaba preparado para la Navidad. El alcalde había convocado a todos los vecinos en la plaza en Nochebuena y se había programado una función en la iglesia, junto al belén. Cada vecino debía traer algo para compartir con los demás, de su propia cosecha o producción: vino casero, chorizo, turrones, bollos o juguetes. Se trataba de conseguir que esa noche todos pudieran celebrar la fiesta, cada uno en su casa, pero con lo de todos.

Aquella mañana, la anterior al día 24 de diciembre, tan esperada, mientras el boticario pensaba qué podía aportar al pueblo, además de su conocida cervecita, entró descompuesto José Luis Ramos en la farmacia y se dirigió a Anselmo con cara grave espetándole:

- Es mejor que te sientes porque tengo que darte una mala noticia.

Anselmo se preocupó pensando en que había fallecido alguno de sus clientes o incluso que alguien pudiera pensar que había habido algún problema de calidad con las fórmulas que preparaba. Apretando los labios le dijo:

- Venga, la mala noticia cuanto antes.

Mientras, el periodista no sabía como empezar.

- Pues verás... es de Europa...

Al oír esto ya se le iluminó la cara a Anselmo pensando que no tenía nada que ver con los vecinos de su pueblo, ni con su farmacia, así que animó a José Luis a continuar:

- ¿Y qué pasa con Europa?

- Pues que en la rueda de prensa que ha dado hoy Solbes —prosiguió ya con más ánimo el avezado periodista— nos ha confirmado lo que ya hace tiempo se barruntaba: que el Tribunal de Luxemburgo ha dictaminado la libertad de establecimiento de las farmacias y la libertad para que cualquiera que no sea farmacéutico pueda abrir una farmacia con un farmacéutico al frente.

Todo esto lo espetó José Luis ya casi sin resuello, pensando que Anselmo se vendría abajo. Pero el farmacéutico se puso en pie sonriente, y pasándole el brazo por el hombro, le dijo:

- Vamos a tomar un café auténtico y una copa de anís de mi propia cosecha mientras te cuento hasta qué punto me afecta. No podías hacerme mejor regalo de Navidad...

Y mientras tomaban café se permitió decirle:

- ¡Cómo sois los periodistas! Ni siquiera sabéis lo que son malas noticias... A mí me hubiera preocupado que le hubiese pasado algo a uno de mis pacientes, pero lo que pase en Europa me trae al fresco. A ver quién se quiere venir aquí a hacer medicamentos durante 12 horas para regalar la mayoría y, sobre todo, a ver quién es capaz de salir adelante haciendo cerveza y antibióticos para que todos estéis sanos y además contentos. Anda, José Luis, el próximo año, si me das otra noticia por lo menos tan mala como ésta, tienes asegurado el cava de fin de año.

Y mientras le despedía con unas palmaditas no hacía más que reírse y apreciar que aquéllas iban a ser unas de sus Navidades más felices ¡Lo que faltaba! ¡Ahora Europa se permitía decidir de quién podían ser las farmacias! ¡Pero si ya no había ninguna competencia!

A todo esto, el alcalde andaba como loco buscando la burra, que José Luis había dejado en el ayuntamiento al volver de Colmenar. Al parecer, los niños estaban montando un Belén. Pero eso ya es otra historia. n

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