Cuando nos acercamos al ecuador del año, a algunos nos asalta la idea de que no hemos ni siquiera empezado a hacer aquello que nos propusimos a principios de 2002. Pero aún así, todavía tenemos la esperanza de que el tiempo que queda para que finalice el año nos permita alcanzar los objetivos que nos marcamos hace unos 6 meses.
Con esta esperanza miro la «libreta» de los medicamentos que me deben mis clientes y llego a la conclusión de que la reforma de los centros de salud recae en parte sobre mis espaldas. Me refiero a los centros en los que para agilizar y racionalizar la atención al usuario se solicita día y hora de visita.
Así, con la excusa (que muchas veces no lo es) de «se me ha terminado la medicación y no me han dado día y hora hasta dentro de 15 días», me siento moralmente obligada a adelantar el medicamento que con suerte me abonarán al cabo de 15 días mediante una receta que no cobraré, según el día del mes en que nos encontremos, hasta 45 o 60 días más tarde. De este modo he visto como la famosa libretita ha ido engordando hasta alcanzar, en algunos momentos, el grosor de un listín telefónico.
Volviendo al principio, y al comienzo del año, cuando este problema comenzaba a despuntar, pensé en poner un letrero que rezara así: «El crédito ha muerto. La confianza lo mató», letrero obra de un compañero harto de hacer de prestatario si cobrar comisión. Pero pensé que encontraría otras formas de decir lo mismo sin poner en un aprieto u ofender a las personas que verdaderamente se han visto apuradas y han acudido a mí a pedir un favor. Como se puede deducir, no lo he conseguido.
Y todo ello me ha venido a la mente cuando, reflexionando sobre las últimas Jornadas de EFP y Parafarmacia celebradas en Madrid (que se recogen en este número), he recordado la infinidad de veces en las que a requerimiento de un cliente he aconsejado una EFP y después del pertinente consejo respecto a su uso me ha dicho: «¿y no tiene nada que entre en el seguro?». Lamentablemente sí que hay especialidades equivalentes y que son financiadas y, como no sé mentir, se las cambio. El cliente satisfecho me apuntilla: «apúntela que pediré hora y ya le traeré la receta».
Evidentemente, ante este panorama ni las EFP va a desepegar ni mi libretita a adelgazar.