El pasado mes de octubre se celebró en Alicante el XIV Congreso Nacional Farmacéutico en torno al lema «Nuestra Profesión = un compromiso de salud», del que tienes una completa crónica en la sección de «Noticias» de este número.
En relación con esta cita profesional, de interés para todos los farmacéuticos, me gustaría señalar algo que me parece curioso: hay comentarios, constataciones y conclusiones que se repiten sistemáticamente, casi como un calco, en cada uno de los congresos a los que he tenido la oportunidad de asistir, a saber:
«El servicio farmacéutico español es uno de los mejores del mundo, si no el mejor.»
Esta es una afirmación que hemos oído reiteradamente en los últimos años y continuamos oyendo, en boca tanto de representantes de nuestro colectivo, como de la Administración de turno. Tal vez convendría darle un barniz nuevo a la cuestión y preguntarnos, más en concreto, por la farmacia española: ¿Es también una de las mejores del mundo? ¿En servicio? ¿En capacidad económica? ¿En estabilidad? ¿En innovación?
«El mercado de las EFP es pequeño en comparación con el de los países de nuestro entorno.»
Hace unos años se afirmaba que estas especialidades no acababan de despegar porque no existía una voluntad política para que así ocurriera. Esto ha sido así con independencia del signo del Gobierno que ha dirigido nuestro país. Y sigue siéndolo. Porque si no, ¿cómo se explica que el año pasado se aceptara para la financiación con cargo al Sistema Nacional de Salud el 93% de los nuevos fármacos que salieron al mercado, si más del 85% de ellos no representaba ninguna mejora en relación con la farmacoterapia existente?
A este respecto, quisiera poner mi granito de arena y reiterar, como ya he hecho en ocasiones anteriores, que quienes de verdad deberíamos estar interesados en las EFP somos lo farmacéuticos. Nadie tiene más motivo que nosotros para comprometerse firmemente con estos medicamentos, apoyarlos, conocerlos y recomendarlos, sin dejar por ello de exigir a la Administración que los respalde decididamente como una medida más para la racionalización de la factura farmacéutica pública, con la misma decisión con que apoya las EFG.
Ya sea en el mostrador o en los despachos, debemos ser capaces de hacer llegar estos argumentos a nuestros interlocutores. A fin de cuentas, nuestro esfuerzo va encaminado a reforzar ese compromiso de salud que constituye la esencia de nuestra profesión y que tan acertadamente recogía el lema de este último Congreso Nacional Farmacéutico.