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Vol. 50.
Páginas 75-78 (Julio - Diciembre 2015)
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Virginia Guedea. La historia en el Sesquicentenario de la Independencia de México y el Cincuen-tenario de la Revolución Mexicana. México: Universidad Nacional Autónoma de México, 2014; 232pp
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Camila Perochena
Departamento de Historia, Departamento de Ciencia Política, Universidad Torcuato Di Tella, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina
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La historia en el Sesquicentenario de la Independencia de México y el Cincuentenario de la Revolución Mexicana es un nuevo y significativo aporte de la historiadora Virginia Guedea al campo de estudio de las conmemoraciones de las fechas patrias y al papel que estas ocupan en la legitimación de un régimen político. Como revelan las publicaciones académicas de los últimos años, se trata de un campo en plena expansión. Aunque las fiestas y celebraciones constituyeron momentos fundamentales de la vida en comunidad desde tiempo inmemorial, el interés por su exploración es más reciente. Las investigaciones muestran a través de una variada paleta de temáticas, metodologías y corpus de fuentes cuánto pueden decir los símbolos, lenguajes y rituales sobre una sociedad y los poderes que alberga.

En este caso, estamos frente a un exhaustivo estudio en el que la autora demuestra de manera contundente la importancia que asumieron las celebraciones que anuncia el título del libro en un régimen controlado por un partido hegemónico. A partir de un registro que combina los aportes realizados por los estudios en torno a la memoria nacional con aquellos centrados en la dimensión ritual de la construcción de la autoridad, Guedea analiza detalladamente las interpretaciones de la historia esgrimidas por el gobierno de López Mateos en los festejos de 1960. Se trata de una contribución que continúa la línea abierta por la autora en sus estudios sobre el Centenario de 1910 y 19211–con los que entra en diálogo en el prólogo del libro– y que recupera sus fundamentales aportes sobre el período histórico que, para 1960, era objeto de los fastos conmemorativos. El arco trazado, entonces, entre la historia acontecida y los usos políticos de esa historia encuentra en la pluma de Guedea a una reconocida especialista que sabe dirigirse a varios públicos en simultáneo. Sin descuidar el análisis erudito de las fuentes ni los problemas historiográficos que subtienden el relato, el texto tiene el gran mérito de que puede ser leído por un público más amplio que el académico.

Un punto central del libro aquí reseñado es que las maneras en las que el Estado mexicano conmemoró oficialmente su historia en 1960 hablan más del régimen lopezmateísta y del universo simbólico del PRI que del pasado en sí mismo. Dichas celebraciones, sin escapar a una visión teleológica de la historia, buscaron explicar el presente como un devenir necesario y lógico del proceso histórico iniciado en 1810. Pero la autora no se detiene solamente en las conmemoraciones organizadas por el Poder Ejecutivo, sino que incluye en su análisis a otras instituciones y organizaciones de la sociedad civil que transmitieron sus interpretaciones del pasado a través de sus propios festejos y homenajes.

En este sentido se destaca el amplio abanico de fuentes utilizado para dar voz a un pasado que mira su propio pasado. La autora recorre así las principales publicaciones periodísticas de la época (Exelcior, El Universal y El Nacional), los discursos pronunciados durante los festejos por diversos oradores miembros del PRI o cercanos al régimen lopezmateísta, las actividades organizadas por instituciones oficiales y no oficiales, y las publicaciones editadas por organismos gubernamentales y académicos. La amplitud y riqueza del corpus documental se conjuga con la extensión geográfica abordada en el libro al incluirse no solo los festejos realizados en el distrito federal sino también en el resto del territorio nacional, especialmente en los estados donde habían ocurrido los hechos a conmemorar.

La consideración del contexto interno e internacional le permite a Guedea exhibir los límites y tensiones que atravesó el relato del pasado por parte del régimen lopezmateísta. Los festejos de 1960 se desarrollaron bajo la sombra de una serie de problemas internos –como las protestas protagonizadas por ferrocarrileros, campesinos, telegrafistas y maestros– y de conflictos externos relacionados con la Guerra Fría y el estallido de la Revolución Cubana en 1959. Los antagonismos desatados en el contexto internacional colocaron al gobierno de López Mateos en un dilema: mientras buscaba acercarse a los Estados Unidos ofrecía su apoyo a la revolución cubana. Esta tensión se vio reflejada en los festejos. Así, el protagonismo de la misión diplomática de Estados Unidos debió coexistir con la vocación latinoamericanista del gobierno, expresada esta última en diferentes momentos como cuando se le atribuye a Miguel Hidalgo una «conciencia continental, proyectada hacia Hispanoamérica» (p. 51).

Un aporte clave del libro reside en destacar el hilo conductor trazado por el discurso del PRI entre pasado y presente en el que se enlazan los tres hitos más significativos de la historia nacional: la independencia, la reforma y la revolución. Estos acontecimientos no fueron vistos como hechos aislados sino que se los creía vinculados en un continuum que llegaba hasta el período lopezmateísta. En el universo simbólico del partido oficial, los ideales de Miguel Hidalgo, Benito Juárez y los revolucionarios de 1910 podían equipararse y a su vez conjugarse con los del régimen vigente en 1960. Tal como se evidencia en las palabras de López Mateos citadas por la autora: «los propósitos perseguidos en un capítulo se prolongan en el siguiente, y todos son expresión armónica del desarrollo de un pueblo que ha reiterado siempre la lealtad a sí mismo» (p. 221). Ese «pueblo», protagonista unívoco de la historia, fue así erigido en el principio articulador del continuum de ideales y objetivos, según el testimonio –entre muchos otros– de Agustín Salvat, miembro del PRI: «El pueblo que siguió a Hidalgo por el camino de la libertad, es el mismo impetuoso que se arroja por el cauce revolucionario de 1910 y es el que ahora, con clara conciencia de sus destinos, con el derecho de su pasado augusto, está de pie reclamando la justicia que espera y que ha de recibir de manera inexorable» (p. 45).

A partir de estos planteos centrales el libro se estructura en seis capítulos: el primero y el último se detienen a explorar los preparativos y actividades específicas de los festejos y los cuatro restantes se concentran en las interpretaciones de los períodos históricos evocados durante las conmemoraciones.

El primer capítulo analiza detalladamente los preparativos de los festejos llevados adelante durante 1959, año que, según la autora, funcionó como un «ensayo» de las futuras celebraciones. La inclusión de esta suerte de prólogo a la conmemoración propiamente dicha permite poner en evidencia las marchas y contramarchas que experimentaron los proyectados festejos. El caso de la Feria Panamericana de la Independencia –anunciada y organizada en sus comienzos, pero no materializada en los hechos– es un ejemplo de esos vaivenes. A su vez, la autora deja entrever en este capítulo la multiplicidad de actores que intervinieron en los preparativos: entidades oficiales que representaron al Poder Ejecutivo y al Poder Legislativo Federal; la Corte Suprema de Justicia; gobiernos estatales y municipales; instituciones educativas, académicas y culturales (como la UNAM); organizaciones de trabajadores (como la CTM) y otras de la sociedad civil (como la Confederación de Cámaras Nacionales de Comercio), y las correspondientes a la iniciativa privada.

En el segundo capítulo, Guedea desarrolla la perspectiva que se buscó transmitir en 1960 en torno a la historia de la independencia. Para ello analiza numerosos discursos y ceremonias, haciendo hincapié en la destinada a conmemorar «El Grito» y la «Columna de la Independencia». El período iniciado en 1810 fue visto, pues, como el primer momento en el que el pueblo aspiró a la libertad y a la justicia social, luego buscadas por la Reforma y la Revolución. La autora examina aquí los acontecimientos y personajes del período independentista evocados por el discurso oficial. Entre los acontecimientos, no solo se recordó el inicio de la insurgencia y su culminación sino que se incluyeron, también, los sucesos de 1808 y la conspiración de Valladolid (que solo aparece en el calendario oficial pero de la que no hay información disponible). Si bien entre los personajes evocados se encuentran La Corregidora, José María Morelos y Vicente Guerrero, quien adquirió mayor protagonismo fue Miguel Hidalgo. Su figura se recordó de manera recurrente en ceremonias, monumentos, conferencias y publicaciones para mostrarlo como emblema de los ideales de libertad y justicia que defendía el régimen lopezmateísta. Por otro lado, Morelos fue presentado como un precursor de la revolución de 1910, de la Reforma Agraria y de la Constitución de 1917, mientras que a Guerrero se lo consideró consumador de la independencia, apartando así del panteón de héroes nacionales a la siempre incómoda figura de Agustín de Iturbide.

El tercer capítulo considera el rol que tuvo el período de la Reforma en el relato del pasado elaborado por la presidencia de López Mateos. La autora sostiene aquí que, si bien dicho período no se incluyó en el calendario oficial de los festejos de 1960, en 1959 se conmemoró el Centenario de las Leyes de Reforma. Para el régimen, la Reforma representó el momento de «consolidación política y jurídica del Estado mexicano» en contra de los fueros y privilegios (p. 85). Guedea destaca, además, las ceremonias realizadas por el natalicio y el fallecimiento de Benito Juárez, a quien se representó como «el hombre que hizo posible la vigencia de la Nación Mexicana» (p. 88) y quien «no se doblegó ante ningún obstáculo» (p. 101).

El tercer hito histórico conmemorado en 1960, tratado en el cuarto capítulo, fue el de la Revolución Mexicana. Este acontecimiento tuvo en los festejos mayor preponderancia que los eventos de 1810, por tratarse de una pieza clave en la constitución de legitimidad del régimen lopezmateísta. Junto con los discursos oficiales, la autora analiza los homenajes a la revolución organizados por el PRI, en el que participaron diversos líderes sindicales, y las actividades emprendidas por instituciones académicas como la UNAM. También describe otras ceremonias entre las que se destaca el traslado de los restos de Francisco Madero a la bóveda del Monumento a la Revolución, donde participaron seis expresidentes en apoyo al régimen como una muestra de unidad del partido oficial.

En dicho capítulo, Guedea despliega la multiplicidad de formas de entender la revolución que se entrecruzaron en la época: la revolución como doctrina, la revolución como parteaguas de la historia de México, la revolución como proceso inconcluso y la revolución como orientadora de un rumbo a seguir. Estas interpretaciones hablaban más de la imagen que el régimen lopezmateísta quería transmitir de sí mismo que del proceso histórico. La revolución como doctrina refería al ideario revolucionario basado en «la libertad, la democracia y la justicia social». La idea de revolución inconclusa permitía actualizar el imaginario revolucionario dado que señalaba metas que aquella se propuso y que aún no se habían terminado de cumplir, como la lucha por «la justicia social» y el «bienestar del pueblo». Asimismo, la revolución trazaba un camino del cual, en palabras del presidente López Mateos, el régimen «no se apartaría nunca pues la había hecho el pueblo con su sangre y con sus anhelos» (p. 117).

La imagen de la revolución quedó, a su vez, ligada a las dos principales banderas reivindicadas por el régimen lopezmateísta: la Constitución de 1917 y la Reforma Agraria. La primera, según López Mateos, «señalaba los imperativos que debía acatar el pueblo y el gobierno para continuar la construcción de la nación y la reforma social». La segunda fue retomada para legitimar la gestión del mismo presidente, quien fuera denominado en una de las ceremonias «abanderado de la causa agraria» (p. 155) por el intenso reparto de tierras desarrollado durante su gobierno y, en otra, «hijo predilecto de Morelos» (p. 165).

Los dos últimos capítulos completan el rico cuadro trazado hasta aquí con el tratamiento de «otras historias», por un lado, y de «otras actividades conmemorativas», por el otro. Entre las «otras historias», la autora se dedica a señalar ciertas ausencias (o débiles presencias) y la valoración negativa de algunos períodos. Destaca que las épocas con menor presencia en las celebraciones fueron la historia americana, la historia prehispánica –cuya recuperación se centró en la figura de Cuahutémoc–, la fundación de la República, y el homenaje a los niños héroes; a su vez, desarrolla las épocas del pasado que representaron un polo negativo en el discurso oficial de 1960: la dominación española y el régimen del Porfiriato. Finalmente, entre las otras actividades conmemorativas se describen en el último capítulo diversas ferias y exposiciones que tuvieron lugar en 1960.

La imagen que se desprende de la lectura del libro es que las interpretaciones de los principales hitos de la historia mexicana en los festejos de 1960 estuvieron atravesadas por una matriz de cierta homogeneidad. Esta matriz estaría revelando la existencia de mayores consensos que disputas o conflictos por el pasado entre las diversas memorias construidas por el Estado y desde la sociedad civil. Los acontecimientos fundamentales de la historia nacional no aparecen cuestionados ni problematizados en las celebraciones, como tampoco el panteón de héroes que sirvió de base al universo simbólico del PRI. Esta percepción general es, sin embargo, matizada por la autora en ciertos pasajes cuando subraya algunos disensos como el producido en ocasión de la cena en honor al excombatiente zapatista, Antonio Díaz Soto y Gama, donde se presentaron críticas a Madero y a Carranza por su ausencia de agrarismo y falta de vocación revolucionaria.

En suma, La historia en el Sesquicentenario de la Independencia de México y el Cincuentenario de la Revolución Mexicana es un sofisticado estudio sobre el mundo de los rituales y de los usos políticos de la historia durante el régimen priista de López Mateos que abre perspectivas más amplias sobre la construcción simbólica del poder. En este sentido, entre las perspectivas que abre, surge la interrogación acerca de cuáles de aquellas interpretaciones exhibidas en 1960 se han transformado (o permanecido incólumes) en las décadas siguientes, y en especial después del cambio de régimen y en el marco de las celebraciones bicentenarias. Para responder a esta pregunta, los nuevos estudios sobre las representaciones de la historia mexicana construidas desde el poder político como asimismo desde otros actores ajenos al Estado en los fastos de 2010 deberán acudir obligadamente a este libro para poder trazar un arco consistente e inteligible entre los diversos pasados y presentes puestos en juego. Y dado que esos presentes continúan sus propios ritmos de cambio con miras al Bicentenario de 2021, el desafío sigue abierto tanto para los poderes de turno como para quienes han decidido convertir a estos rituales en un objeto de estudio historiográfico.

Referencias
[Guedea, 2009]
Guedea, V. (2009) La historia en los centenarios de 1910 y 1921. En: Guedea V., (coordinadora), Asedios a los Centenarios 1910-1921. México: Fondo de Cultura Económica, Universidad Nacional Autónoma de México.

Guedea, 2009, pp. 21-107.

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