Es indudable que la educación médica ha enfrentado nuevos y grandes retos durante el coronaceno. Creer que una vez que se tenga controlada la pandemia, los métodos de educación y aprendizaje deben regresar a como eran me parece un pensamiento arcaico. Históricamente hemos sido testigos de que cualquier especie que no se adapta a su ambiente, inevitablemente se extingue. En el cretácico, casi el 75% de los dinosaurios, pterosaurios y reptiles se extinguieron debido a esto; en nuestra realidad, aquellos profesionales de la salud que no evolucionen con la nueva era de las tecnologías de información se exponen al mismo desenlace.
Los paradigmas de la educación preestablecidos durante el antropoceno, la vida antes del coronavirus, ya no serán suficientes. El aprendizaje es un proceso individual, por lo que existirán estudiantes que prefieran las clases presenciales y aquellos que descubrieron las ventajas de participar en clases en línea. Concuerdo con Seoane1 en que, en un entorno digital, la relación maestro-alumno no es ideal; sin embargo, existen nuevas maneras de mediar esta interacción sin que se convierta en una limitante para su educación. Vivimos en una sociedad cambiante que probó las bondades de una educación flexible, por lo que la educación cara-a-cara debe encontrar cómo sostenerse sobre el apoyo digital.
La adaptación a nuevos alimentos y medios de vida da lugar a una mayor diversidad de especies, lo que garantiza la supervivencia del ecosistema. Los estudiantes formándose en este periodo no tendremos competencias inferiores a las de otros profesionales que se graduaron antes de la COVID-19; más aún, tendremos mayor sensibilidad hacia la inclusión de la tecnología para la atención de pacientes vulnerables. Es importante no menospreciar las posibilidades que las clases en línea suponen. La realidad poscoronaceno permitirá que los estudiantes tomen la decisión de cómo, cuándo y dónde aprender, ya no será solo cuestión de formato cara-a-cara o en línea.
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