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Vol. 2014. Núm. 58.
Páginas 317-324 (Enero 2014)
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Rodrigo Hernández vera
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I

La Secretaría de Relaciones Exteriores de México, a través del acervo histórico diplomático y su directora en ese momento, Mercedes de vega (actualmente directora del Archivo General de la Nación), como coordinadora, presenta una colección de seis tomos —con colaboradores de toda la región— que versan sobre la cultura latinoamericana. “Búsqueda perpetua” denuncia el título general de la colección y es un grano de arena más en la exploración sobre la identidad del subcontinente.

Dentro de la presentación general, de vega, nos ofrece una sencilla justificación sobre la aproximación desde el ámbito cultural a América Latina: “La cultura es una manera de apropiarnos de nuestro destino” (p. 11)1 y enfatiza que la cultura es la respuesta a la conquista material y espiritual de Occidente.

El siempre presente Occidente, y la posición frente a él, sirven como motor de reflexión; también los aniversarios de dos eventos —el Bicentenario de la Independencia y el Centenario de la Revolución mexicana— bajo cuya conmemorativa luz se decide hacer el recuento de las aportaciones culturales más sobresalientes de nuestro subcontinente y su presencia en la cultura universal. Se trata de la importante presencia de voces evocativas, reivindicativas y reflexivas que hablan de lo particular y la implicación en lo universal de América Latina a propios y ajenos.

Dar cuenta de la forma en que se construye y se aproxima al conocimiento desde la cultura parece ser la metodología que cruza cada uno de los aportes contenidos en los seis tomos; la expresión de lo que se ha sido y se quiere ser, junto a lo antes mencionado, se ven como esfuerzos para la transformación de la realidad latinoamericana.

Pero ¿cómo pueden entenderse los esfuerzos de un proyecto de esta envergadura, si en el contexto del neoliberalismo la cultura se ha convertido en un bien de intercambio, un mero deber administrativo del Estado? Tal vez sea por esta situación que adquiere relevancia la iniciativa de una colección como ésta, proveniente de una secretaría del Estado mexicano, dentro de la cual, una parte de la clase intelectual-administrativa se muestra contra la noción de una cultura domesticada, efectista de modo múltiple pero estéril: la cultura performance.

Y podemos arriesgar aún más: La búsqueda perpetua es susceptible de aprehenderse como proyecto editorial encauzado hacia la recuperación (o al menos revaloración) del lugar dominante que detentaba la cultura intelectual mexicana patrocinada por el Estado revolucionario y perdido, en tanto referente, durante las últimas décadas (cruzadas por el neoliberalismo en mayor medida y el panismo en menor instancia); pues al juntar a intelectuales de todo el subcontinente, las reflexiones volcadas en los tomos son de América Latina para el mundo; pero también de México para América Latina, pues es este país el que, desde su institución, ha llevado a cabo la tarea de reunirlos mediante un proyecto cultural e intelectual de largo aliento, que deviene urgente en un paisaje de abandono y despolitización de la clase intelectual.

No obstante, hay que poner en duda hasta qué punto se logra eso último: abarcar la dimensión política de una clase intelectual latinoamericana; resignificar la acción de compromiso con el proyecto de una modernidad incluyente y alternativa por parte de una nueva élite letrada que al mismo tiempo en que retoma la tradición de ruptura en América Latina se le considera reproductora de la misma.

También debemos tener presente el horizonte en el que se inscriben colecciones como la aquí revisada. Si aceptamos que nos encontramos bajo un panorama de fragmentación del conocimiento y segmentación de las disciplinas, se muestra fundamental la recuperación de la toma de partida por la cultura, en medio de un entorno vacío de ésta como espacio de reflexión y transformación social. La imperiosa necesidad de las reflexiones civilizatorias, que busquen un nuevo sentido en contra de la parcelación del conocimiento, las lecturas cristalizadas en interpretaciones rígidas y cerradas al diálogo. Poner a la cultura en el centro de la reflexión, incluso como postura metodológica, no es lo mismo que hacer estudios culturales, es multidisciplina; y la colección nos da una amplia muestra de ello.

Con todo esto en mente nos acercamos a revisar uno de los volúmenes de la colección: La literatura hispanoamericana, escrito por Rafael Olea Franco, Julio Ortega y Liliana Weinberg.

II

El tomo ofrece una revisión de la poesía, narrativa y ensayo para postular que la literatura hispanoamericana no es necesariamente una búsqueda de identidad o encuentro de versiones opuestas sobre la realidad. La propuesta que ofrecen los autores, en palabras de Julio Ortega en la introducción al libro, es que en la literatura latinoamericana se responde a cuestiones que otras disciplinas contestan deficientemente. Las características de nuestra literatura son la muestra del lugar que ocupa la cultura como espacio libre y de realización; de cambio.

La literatura latinoamericana se presenta, de esta manera, como respuesta positiva y complejizante de la realidad, frente a modelos simplificadores como las tesis del fracaso o trauma, ofrecidos por otros discursos y disciplinas. Es el espacio de la cultura; donde se le afirma a ésta como lugar de construcción, tanto del individuo (político y estético) como de la sociedad. La memoria y su narrativización entran en juego con la formación de la identidad en su definición múltiple. La alteridad se muestra como centro de un proceso inacabado (inacabable tal vez), donde se construye un sujeto de experiencia en constante interacción con la literatura, y por lo tanto en constante reinterpretación. Se ofrecen revisiones de la forma en que los discursos interpelan y, por lo tanto, incluyen al sujeto.

Nuestros autores parten de un balance sintomático del campo, en el que destacan el valor de lo literario como espacio del lenguaje, no sólo en su función comunicativa, sino también creativa, inventiva, emotiva, genuina e inteligente.

También proponen a la lectura siempre operando en forma de diálogo. Ponen énfasis en lo subjetivo de la narrativa y la poesía mientras que el ensayo visualiza procesos, no sólo dando cuenta de ellos, sino que propone respuestas ubicadas fuera de los discursos hegemónicos de cada época (al menos los que se analizan en el tomo) “piensa la cultura hispanoamericana desde dentro de la literatura” (p. 18) y con las herramientas de ésta construye vías alternas a la modernidad o dentro de ella.

Julio Ortega habla del juego de espejo entre la poesía-narrativa y el ensayo en el que los “yos” se ven reflejados en el otro y en su pluralidad. Esto valida el proyecto de hablar de la literatura como espacio donde se vierte “la libertad creativa”.

Así nos acercamos a la propuesta general de los autores, que se fundamenta en ver a la literatura latinoamericana como diálogo; renunciando, de esta forma, a hacer enumeración de corrientes dominantes, donde una desplaza a la anterior (forma de análisis clásico) en favor de “un mapa de conversación de autores y textos”; analizando los discursos superpuestos en cada momento.

El análisis de estos discursos en diálogo, las interacciones y recuperaciones ejercidas por los distintos actores literarios revisados se utilizan para ir sustituyendo las épocas como unidad de análisis; pues a fin de cuentas, los autores entienden “La identidad como construcción narrativa, la práctica del diálogo como sistema poético, el ensayo que reúne todos los discursos y los desborda en otros formatos” (p. 19).

De esta manera, Olea Franco, quien da inicio al tomo con su trabajo titulado “Narrativa e identidad hispanoamericanas. De Fernández de Lizardi a Borges”, articula el análisis por medio de contextualizaciones. El texto se ve inmerso en procesos de distinta índole. La identidad, en este caso, se presenta como la formación de la memoria narrativa y la literatura en juego con el lugar donde se ponen en escena.

Destaca el peso de la literatura mexicana y argentina en el análisis, con una amplia sección dedicada a la novela de la Revolución; sin incluir las manifestaciones orales ni hacer una sucesión lógica y ordenada de autores y obras; pero analizando algunas de las obras fundamentales para la definición del lugar histórico-cultural y el nivel estético de la primera mitad del siglo xx.

No hay vanguardias; tampoco Rulfo ni Márquez, ni boom, pues pertenecen a la segunda mitad del siglo xx. La obra de Borges representa el cierre del texto y la apertura de la literatura hispanoamericana a la proyección de lo universal.

Rafael Olea Franco nos da la pauta sobre el uso de “Hispanoamérica” en lugar de “Latinoamérica”, ya que este último corresponde sobre todo a definiciones político-geográficas, según nuestro autor (siguiendo a Borges), pues la unidad se basa en el principio medio de comunicación (español). Las razones son, pues, más literarias que multiculturales, frente a la imposibilidad de una denominación absolutamente incluyente.

La intención detrás de la selección de temas, género y por lo tanto textos, además de contener una propuesta a la tradición de cultura en que se inserta, radica en la posibilidad de rastrear dónde se encuentran posturas estéticas en torno a la lengua y por lo tanto reflexiones identitarias sobre la región. La narrativa no expresa ideas, las “encarna” y la exposición que hace Olea Franco de la estructura ayudará a entender las propuestas y “como las obras construyen un discurso ficcional sobre la identidad nacional de manera más o menos consciente” (p. 26).

Se expone, a fin de cuentas, al género narrativo desde las independencias hasta el siglo xx, en sus transformaciones, con el estilo claro de Olea Franco, consciente de las limitaciones metodológicas, enunciándolas y apropiándoselas.

En cuanto a la “Poesía latinoamericana”, Julio Ortega da cuenta de las voces entablando diálogo; afirmando de esta manera la tesis principal. Diálogo ya sea de forma directa (un poeta entablando conversación con otro), o indirecta (actualizando conversaciones históricas); y también los casos paradigmáticos de las corrientes y su relación con otras, la imposición de sus modelos culturales en determinado momento.

Destaca dentro de su análisis el diálogo con otras culturas (griega, inglesa, etc.); pero la relación con España adquiere un peso mayor, por el lugar primordial del español (lenguaje) y lo español como bagaje cultural. La transformación del idioma y la democratización de la conversación funcionan como puntos de referencia para utilizar la categoría de “diálogo” como proceso indispensable de lo moderno en América Latina.

La poesía, bajo esta luz, funciona como prueba de que nuestra identidad no es problema sino exceso, al estar formada de sumas, mezclas, procesos y tradiciones. La identidad es una forma de nuestra creatividad, nos dice Ortega.

El autor propone enfocarse en los poetas que actúan contra los poderes dominantes y desde la disidencia, pues abren otro tipo de posibilidades; en lugar de leer la poesía en paralelo a la historia, como proceso que se alimenta del poder y la política. Tampoco propone leerla como un género; sino acercarnos a ella como el espacio de inventiva y transgresión de límites, de discursos (poético, social, etc.). Asegura que, con estas nociones, en América Latina el poeta se muestra como autoridad de certidumbre al explotar los límites.

De esta manera nos lleva a la revisión de un sistema poético de representación y apropiación de la realidad, creando conversación entre el nuevo y el viejo mundo; es decir, que el poeta latinoamericano es un poeta universal al pedir para lo americano un lugar de diálogo con el mundo, articulando la memoria con la actualidad, volteando a la abundancia americana, que se muestra en la apertura de horizontes y alientos creadores.

Mientras tanto, Liliana Weinberg cierra el tomo con “Ensayo e interpretación de América”. Busca mostrar la capacidad articulatoria del ensayo a través de su forma discursiva que sobrepasa géneros, gracias a la apelación a la prosa; indaga en la reflexión y la crítica con base en los múltiples caminos de lo cifrado en ellos, mientras que al mismo tiempo opera cuestionando códigos, construyendo definiciones (y su historia) y reformulando nociones dentro de “lo moderno”.

El ensayo es presentado como el género básico de la ya mencionada modernidad latinoamericana, entendida como cambio, horizontalidad y crítica a sí misma (con las necesarias revisiones del proyecto), pues contiene tanto el pensar crítico como la búsqueda de estilo y forma artística. Su carácter transitivo, reflexivo y creativo ofrece identidad en sus procesos constitutivos y promueve el diálogo y circulación de ideas en cada época.

Si bien el corte analítico que propone la autora se enfoca en las tendencias de la producción, preocupaciones similares y aproximaciones hermanadas en distintos momentos de la historia de la región, más que en el análisis puntual de obras o autores, la acción del sujeto, la identidad como el lenguaje habitado donde el sujeto se hace en tanto comunidad y significado, no se pierden nunca de vista.

El trabajo intelectual como constructor y articulador de diálogos y verdades contenidas en las expresiones culturales diversas y plurales de América Latina son rescatadas en cada momento del trabajo de Weinberg.

III

Si dentro de los seis tomos de La búsqueda perpetua se propone a la cultura como estrategia de identidad para Latinoamérica, el proyecto debe funcionar también con la cultura literaria en tanto parte de esa estrategia identitaria; es decir, al presentar en La literatura hispanoamericana cierto imaginario letrado de la región, podemos observar algunos mecanismos para la integración de la búsqueda de la identidad con el ejercicio literario como propósito cultural.

Al ofrecer una revisión de un (nuevo) canon literario que funciona como raíz de la cultura letrada, la formación del pensamiento, la sensibilidad y sus expresiones —el ensayo, la poesía y narrativa— así como de las preocupaciones rastreables en el imaginario, gracias a los textos, podemos adentrarnos en ciertas interpretaciones y manifestaciones de la cultura, sinónimo, a estas alturas, de identidad.

Así, del tercer tomo, con su proyecto y horizonte interpretativo conjunto, debemos rescatar la forma de dar cuenta de las formulaciones artísticas (literarias en este caso, pero fácilmente extrapolables) como parte de una empresa sociopolítica, englobadora de lo cultural, en la cual se destaca al sujeto, que actúa al mismo tiempo como agente social y cultural dinamizador, al ser parte (consciente o inconscientemente), de determinado proyecto intelectual, político e histórico. Asistimos a la presentación del ser en múltiples dimensiones; no únicamente la reproducción de la figura o el personaje.

Al hablar de la experiencia estética dentro de un análisis que toma en cuenta tanto el contexto sociohistórico pasado como presente, vemos también cómo se lleva a cabo la construcción del sujeto intelectual y estético, en función del papel que tiene en la recuperación de la memoria y la cultura oral-popular como forma de resistencia social-cultural, basándose siempre en el diálogo.

Bajo esta perspectiva de construcción del sujeto dentro de una élite intelectual, ésta se puede manejar como análisis de una élite canónica y la revisión de su construcción en la cultura latinoamericana; pero al mismo tiempo, el libro, a través de los textos, se propone la creación de un nuevo canon, fundamentado en la elección de una élite particular de nuestros autores.2 Se nos presenta a la élite intelectual (literaria, letrada) como una fuerza cultural y culturalmente dinamizadora de la realidad y sociedad latinoamericana.

La promoción del diálogo, fuera de instituciones nacionales únicamente, es una forma de lucha contra la pérdida del valor del intelectual y la banalización del oficio mientras se recuperan voces indispensables de Latinoamérica. A fin de cuentas, la acción de la búsqueda de la identidad y las respuestas ensayadas nos sirven como potencia más que como solución.

Todas las páginas se refieren a la obra reseñada.

Al mismo tiempo quienes escriben —Olea, Ortega, Weinberg, y en general en los seis volúmenes— forman parte de una reciente clase intelectual latinoamericana.

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