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Investigaciones de Historia Económica - Economic History Research
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Vol. 9. Núm. 3.
Páginas 199-200 (Octubre 2013)
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Vol. 9. Núm. 3.
Páginas 199-200 (Octubre 2013)
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Luis Alonso Álvarez, Margarita Vilar Rodríguez y Elvira Lindoso Tato. El agua bienhechora. El turismo termal en España 1700-1936. Alhama de Granada, Observatorio Nacional de Termalismo-Ministerio de Agricultura, 2012, 207 págs.
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Ana Moreno Garrido
Universidad Nacional de Educación a Distancia, España
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Hace unos años, a propósito de un libro sobre turismo en España, escribí que el termalismo constituía per se un episodio de relevancia histórica y que, además, su importancia en el desarrollo histórico del turismo era innegable. Ya entonces, en ese orden consciente, quise decir que el termalismo, sin necesidad de vincularlo al origen del turismo moderno, justifica una reflexión independiente y necesaria porque es un capítulo apasionante en la historia de Europa. Hoy insisto en mantener ese orden. Definitivamente, el balnearismo es mucho más que el obligatorio capítulo que debe preceder a todas las historias del turismo. Este libro que aquí reseño me lo confirma. Todos los vértices que confluyen en él son atractivos. Lo es la historia de sus establecimientos, la de la legislación que animó o entorpeció su desarrollo, la de las formas de sociabilidad de los agüistas, la del régimen de su propiedad, la de la consolidación de una nueva disciplina médica y, también, cómo no, la de la revolución que supuso la aparición de nuevos placeres sensoriales y una sensibilidad distinta sobre el cuidado del cuerpo que todavía hoy no ha terminado. Ahí es donde el balneario enlaza perfectamente con las historias del turismo.

De hecho, de todas las posibles historias del balnearismo, esta es la que más atención ha requerido porque, sin duda, el renacimiento de los balnearios y su influencia en el turismo es uno de los temas mimados del turismo histórico. Los propios autores de este nuevo libro ya habían publicado magníficas monografías sobre balnearios gallegos (2009, 2011), pero también los trabajos de Gil de Arriba, Carlos Larrinaga, Montserrat Rodríguez Sánchez o José María Urquía, entre otros, nos han demostrado las posibilidades historiográficas de este tema que, igualmente, ha interesado a médicos y geólogos, conscientes todos de la influencia del agua en la cultura europea.

Este libro, en ese sentido, no aporta grandes novedades, pero sí sintetiza y consigue una visión de conjunto desde un punto de vista cronológico y geográfico que da perspectiva al fenómeno. A mi juicio esta es una historia «total» del balnearismo, donde todos esos factores que antes apuntaba aparecen de una forma u otra (aunque creo que es, básicamente, una historia jurídico-económica del mismo), y ese es su principal mérito, sobre todo para aquellos lectores que se quieran acercar al tema por primera vez. Sin embargo, y por su título, parece prometer una historia común de balnearios y turismo. Esta es una canónica y bien hecha historia del balnearismo español, pero no tanto una historia del turismo termal porque lo que aquí se analiza es el auge y declive del fenómeno de las aguas desde que «renacieron» a finales del siglo xviii hasta la Guerra Civil, cuando los balnearios tocaron fondo, aunque fuese una muerte anunciada desde principios del siglo xx.

Me parece que una historia del turismo termal es, o debería ser, otra cosa, porque desde finales del xix tendría que dialogar mucho más con todo aquello que no era estrictamente terapéutico, como fue la aparición del gran hotel, la oferta de ocio o la promoción turística (que se tocan muy por encima), y, fundamentalmente, con el litoral, que es algo así como el sucesor «turístico» del primer balnearismo interior. Creo, también, que la historia de los balnearios no es una historia turística; es, más bien, una historia social. Quiero decir con esto que los miles de bañistas que desde mediados del siglo xix acudían a los, cada vez más, abundantes balnearios, no eran turistas, eran otra cosa. De hecho, si el balnearismo hubiese sido turismo no habría desparecido, todo lo contrario.

Dicho esto, sin duda hay que reconocer que a la historia del turismo, el balneario le interesa porque es el mejor ejemplo de cómo cristalizó la nueva sensibilidad europea hacia el cuerpo y su relación con el medio (higienismo), una revolución clave para entender los inicios del turismo moderno en varias de sus modalidades. Desde un punto de vista de una historia más generalista, su lección no es menos sugerente porque su paradójica evolución es, en el fondo, la historia de un gran fracaso. Cuando los balnearios empezaron a ser aquello a lo que aspiraban: grandes centros de salud, bien dotados, bien regulados y con facultativos cualificados, fue, precisamente, cuando la demanda empezó a caer. Así, mientras la hidrología médica se esforzaba por explotar las fuentes termales y mejorar sus métodos hidroterapéuticos (pulverización, inhalación, afusión, vapores, inmersión, etc.), otras ramas como la inmunología y la bacteriología, en muy pocos años, terminaron ganándole la partida a la sanación por las aguas, incapaz de competir con ambas. En este sentido la historia de los balnearios es, y en este libro así queda demostrado, la de un movimiento relativamente rápido de ascenso y caída, prácticamente concentrado en el siglo xix, aunque tenga 2 cabos sueltos en los siglos xviii y xx.

El auge del balneario fue ligado a los cambios estructurales del siglo xix. Fue la nueva regulación liberal y sus cambios en el régimen de la propiedad de las aguas lo que facilitó que el primer capitalismo español pudiese invertir en casas de baños, y fue, en segundo lugar, la modernización de las infraestructuras de transporte y movilidad, la condición indispensable para que fueran miles de bañistas los que pudiesen acceder a ellos. Como ambas condiciones eran un hecho en los años de la Restauración, para esas décadas el balnearismo español vivió su momento de mayor esplendor. Los autores dedican todo un capítulo a este período (1875-1922), cuando llegó a haber 138 balnearios declarados de utilidad pública repartidos por todo el territorio nacional, aunque fue en el País Vasco donde se convirtió en un verdadero fenómeno empresarial y social, habida cuenta del gasto en ellos, casi el doble que en Cataluña y Aragón, la segunda zona por gasto balneario, y muy por encima del resto de España; a propósito de esto, aprovecho para agradecer la abundancia de cuadros y tablas que ayudan mucho a comprender su magnitud, cuantitativa y cualitativa. Por esos años, los mejores balnearios llegaron a ser verdaderas ciudades en miniatura, con sus termas, hoteles, teatros, jardines, oficinas de correos y casinos, donde socializaban las élites y la burguesía de fin de siglo; eran un destino codiciado para diversos médicos, y algunos llegaron a tener cierta proyección fuera de España, promocionándose en exposiciones internacionales. Sin duda, todo un mundo a considerar, más allá, repito, de sus connotaciones turísticas.

Por tanto, aunque fracasados en su principal objetivo, superados en sus 2 frentes por los avances médicos y por la playa, desprestigiados desde la posguerra por su fama de decadentes y por su clientela envejecida, siempre vale la pena dedicarles un tiempo porque resumen, como pocos, la esencia del siglo xix. Ojalá todos los fracasos históricos fuesen tan atractivos.

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