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Vol. 2014. Núm. 33.
Páginas 193-198 (Septiembre - Diciembre 2014)
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¿Ciencia política o ideología a la norteamericana?
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María de los Ángeles Sánchez Noriega Armengol*
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En éste, su libro más reciente, Enrique Suárez Iñiguez se propone hacer una crítica, profunda e íntegra, a la ciencia política a la nornorteamericana, aunque reconoce que toda la ciencia política, a pesar de los importantes avances que ha tenido en los últimos decenios que consisten en haberse desideologizado y en intentar acercarse más al método de investigación de las ciencias naturales, “…como ciencia deja mucho que desear”.1

El aporte principal del libro es el de formular seis críticas, puntuales y bien fundamentadas, a la ciencia política a la norteamericana, que es también la ciencia política hegemónica, argumentación de Suárez Iñiguez que sustenta la idea de que existe otra ciencia política, dominada y subordinada a la primera, que es el tema que subyace a lo largo de toda la obra.

Argumenta que aunque Giovanni Sartori indicó por vez primera las dos grandes deficiencias de la ciencia política norteamericana —su excesiva cuantificación y falta de aplicabilidad— lo que la hacía, “una ciencia en gran medida inútil, que no proporciona conocimiento que pueda ser aplicado”,2 ni el propio Sartori ni algún otro estudioso que observara esas mismas limitaciones, las han demostrado.

Entonces, Suárez Iñiguez se propone corroborar3 que la ciencia política hecha a la norteamericana presenta los siguientes defectos:

  • 1.

    Excesiva cuantificación.

  • 2.

    Falta de rigor teórico, subdividido en:

    • a)

      malas definiciones

    • b)

      variedad de conceptos para explicar lo mismo

    • c)

      lenguaje impreciso

    • d)

      falta de lógica

    • e)

      falta de teoría

  • 3.

    Incapacidad para establecer enunciados universales.

  • 4.

    Deficiencias en sus tipologías.

  • 5.

    Escasísimas conclusiones decisivas.

  • 6.

    Empleo de bibliohemerografía, si no exclusiva, si mayoritariamente escrita en inglés.

Corrobora esas gravísimas fallas de la ciencia política a la norteamericana, a través de analizar las investigaciones que sobre democracia, tema de indudable importancia y actualidad que puede dar cuenta de los avances de la investigación en ciencia política, han desarrollado politólogos norteamericanos o de otras nacionalidades, que se distinguen por poseer alguna de las siguientes cualidades: obtuvieron su doctorado en alguna universidad norteamericana; trabajan o trabajaron en una o en varias de ellas y sobre todo, porque sus obras han sido traducidas a varios idiomas, por lo cual tienen influencia y trascendencia internacional. Los reconocidos especialistas que Suárez Iñiguez estudia y critica son ocho: Robert A. Dahl, Guillermo O’Donnell, Arendt Liphart, Juan J. Linz, Adam Przeworsky, Philippe Schmitter, Alfred Stepan y Laurence Whitehead, aunque ocasionalmente se refiere a otros autores.

Merece destacarse que para corroborar las seis limitaciones que encuentra en la ciencia política a la norteamericana, Suárez Iñiguez toma ejemplos precisos y expone de manera certera y puntual las razones de su crítica; por ejemplo, sobre el primer aspecto, que es la excesiva cuantificación, aclara que no está en contra de la medición por sí misma, sino en utilizarla en exceso y con ligereza; asevera que basta con hojear algunos de los libros de los politólogos mencionados, para cerciorarse que están plagados de cifras, datos, cuadros, gráficas y de que éstos —la mayor parte de las veces— no son claros.

Considera que esos autores normalmente no explican qué fue lo que midieron y tampoco cómo lo hicieron; aunque como lo hace Liphart en Modelos de Democracia, si son claros respecto de la validez que les confieren a los datos que usan. En particular este autor sostiene en el libro citado, que su objetivo primordial era maximizar la validez de sus indicadores cuantitativos; asienta que los datos que utiliza en ese libro son más y también más adecuados que los que tenía cuando escribió su obra anterior y agradece los nuevos datos, e interpretaciones, agrega Suárez Iñiguez, que otros estudiosos le enviaron.4

Además, asegura que todos los politólogos que analiza se valen de pocas variables y mínimos indicadores, tal como ocurre en La Poliarquía, de Dahl, la cual está basada en sólo dos variables, que son participación y oposición; por último, Suárez Iñiguez señala que al no haber acuerdo para utilizar las mismas variables e indicadores, esos autores llegan a resultados distintos, como sucede con los trabajos de Vanhanen y Dahl sobre la calidad de la democracia.5

El capítulo referente a la falta de rigor teórico de la ciencia política a la norteamericana, y sus cinco apartados es, desde mi punto de vista, la columna vertebral del libro y el núcleo de la argumentación de Suárez Iñiguez, porque en él corrobora, en cada uno de sus apartados, que la ciencia política a la norteamericana, de acuerdo con lo que interpreto, simplemente no es ciencia política. O ¿de qué otra manera puede entenderse las siguientes afirmaciones, que forman parte de las conclusiones del libro que se reseña?

Si alguien en México, para dar un solo ejemplo, definiera lo que es un partido político como lo hizo Liphart sería la burla de todos los académicos. Pero los politólogos a la norteamericana pueden decir cualquier cosa y no sólo no reciben las críticas debidas sino que —y eso es lo más asombroso— sus errores y tonterías pasan inadvertidos.6

Sin embargo, a pesar de esas aseveraciones, Suárez Iñiguez sigue refiriéndose a la ciencia política a la norteamericana y reconoce que:

[…] le ha proporcionado al mundo una considerable cantidad de investigación empírica, con las ventajas que ello implica. Ha trabajado con variables y les ha dado valor a los indicadores, con ello ha propiciado que la ciencia política avance significativamente al acercarse al método de investigación de las ciencias naturales.7

De regreso al tema de las malas definiciones, primera deficiencia incluida en la falta de rigor teórico, toma como ejemplo el libro coordinado por O’Donnell, Schmitter y Laurence Whitehead Transiciones desde un gobierno autoritario, en el que afirman: “no hay un conjunto único de instituciones o normas específicas que por sí mismo defina a la democracia,”8 con lo que sólo exhiben su incapacidad para encontrar lo común, lo general del objeto, la democracia, para elaborar su concepto. Estos autores definen a la democracia con base en características fundamentalmente9 electorales, o como sinónimo de país libre, como si democracia y libertad fueran análogas y como si la democracia consistiera solo en una forma de elección y no, como realmente lo es, en una forma de gobierno, argumenta Suárez-Iñiguez.

Definir significa “explicar de manera exacta y clara la naturaleza de una persona o una cosa.”10 Esta condición es la primera que demanda la elaboración del conocimiento científico. Aristóteles la puntualizó diciendo: “procedamos ante todo por vía de la definición”,11 mientras que Emmanuel Kant, en su Fundamentación Metafísica del Derecho sostuvo que se puede hablar de ciencia sólo cuando hay un apego riguroso a los conceptos que corresponden a la rama del saber a la que pertenecen.

Por esom la crítica que hace Suárez Iñiguez a la ciencia política a la norteamericana, vale para la ciencia política que se produce en otros países donde se encuentran conceptos desatinados, incluso en títulos de libros y en asignaturas que se imparten a nivel universitario, como el de “políticas públicas”, sobre el cual el mismo autor afirma: “Es un sinsentido. Lo político, por definición, es público.”12

Siguiendo la misma tónica de demostrar la falta de rigor teórico y las malas definiciones de los politólogos a la norteamericana, Suárez Íñiguez se refiere, entre otras, a las diferencias entre democracias mayoritarias y democracias consensuales, que plantea Liphart en su libro Modelosde Democracia; a las definiciones que ofrece de partido político y a los criterios que utiliza para medir la igualdad política.13

A Robert Dahl le critica las distintas concepciones que tiene sobre democracia y poliarquía y que utiliza de manera indistinta; a O’Donnell, Schmitter y Laurence Whitehead las limitaciones que contiene el libro citado anteriormente, Transiciones desde un gobierno autoritario, para reconocer los dos atributos de la democracia: como ideal (lo que debe ser) y como realidad (cómo funciona);14 sobre Juan Linz afirma que sí logra encontrar los aspectos comunes que llevan a la quiebra de las democra-cias, aunque comparte la deficiencia de los otros politólogos para defi-nirla; este autor propone dos definiciones de gobierno legítimo, una equivocada y otra correcta, explica Suárez Iñiguez. La crítica que recibe Adam Przeworsky es categórica, ya que no sólo comparte la falta de otros politólogos de considerar a la democracia fundamentalmente como un procedimiento electoral, sino que sus concepciones con respecto a la democracia y a la política son muy negativas, “pero son también cínicas”,15 porque nunca se refiere a “individuos racionales que piensan, luchan y esperan”,16 excepto para tratar las elecciones, sino a fuerzas políticas significativas, las cuales aplican medidas coercitivas sobre sus miembros, por lo tanto, nada democráticas, ironiza Suárez Iñiguez.

Expone que, a diferencia de lo que ocurre en las ciencias naturales, en la ciencia política y en general en las ciencias sociales, cada investigador crea un nuevo concepto para referirse a un mismo suceso, proceso o fenómeno, o lo que es peor, le da distintos significados a conceptos ya existentes.17 Al hacerlo así, ellos mismos generan confusión, obstaculizando la comprensión y el conocimiento de los fenómenos políticos; por tanto, frenan la acumulación de conocimientos.

El lenguaje impreciso que con frecuencia utilizan los politólogos a la norteamericana como “quizá”, “probablemente”, “relativamente”, o expresiones como “puede ser”, es una prueba más de que sus trabajos carecen de análisis científico; la falta de lógica en el desarrollo de sus exposiciones; y la carencia de teorías científicas, completan las criticas contenidas en el apartado sobre la falta de rigor teórico.

A continuaciónm Suárez Iñiguez reconoce que la ciencia política a la norteamericana ha logrado cierto éxito en elaborar enunciados singulares, pero ha fracasado en establecer enunciados universales y tampoco ha podido instituir algunos con cierto grado de generalidad, en otras palabras, la ciencia política a la norteamericana se ha mostrado incapaz de dar explicaciones válidas para un conjunto amplio de países o situaciones significativas, lo que exhibe su desconocimiento de que una teoría no significa recolectar información, sino explicar esa información; “una teoría puede ser verdadera o falsa, pero no deja de ser una explicación”,18 argumenta.

Tipologías fallidas, falta de corroboración de hipótesis y pocas conclusiones decisivas, son tres cualidades más en las que destaca la ciencia política a la norteamericana.

Por último, el hecho de que los politólogos cuya obra se ha estudiado de manera preferente, Dahl, O’Donnell, Liphart, Linz, Przeworsky, Schmitter, Stepan y Whitehead, empleen básicamente bibliohemerografía escrita por autores anglosajones, exhibe un solo enfoque y una sola interpretación, la de ellos.

Suárez Iñiguez lo expresa de modo contundente: “Repito —una verdad dicha dos veces nunca puede hacer daño, decía Platón— para la ciencia política a la norteamericana no hay más ciencia política que la suya, la escrita en inglés y en journals dominantes (no en cualquiera)”.19

No me cabe duda de que este libro es valiente y erudito, contiene un gran valor para la investigación y la docencia en ciencia política, porque despeja las confusiones, tan comunes, que hay entre lo que es ciencia y lo que es ideología; porque, entre otros aspectos, pone énfasis en que la investigación en ciencia política —como en cualquier ciencia— requiere de la construcción de datos empíricos y que éstos, adecuadamente fundados y analizados, sirven para explicar la situación que se estudia, no para demostrar la idea que los autores tienen de ella. Por eso, quitarle a la ciencia política la carga ideológica que tiene, porque no puede negarse que la que se hace a la norteamericana en países de América Latina, África y Europa, es la que goza de hegemonía y prestigio en los medios académicos, constituye un importante esfuerzo intelectual que seguramente dará excelentes frutos, pues “otras semillas cayeron en tierra buena y produjeron una cosecha muy buena. ¡Ustedes, si en verdad tienen oídos, presten mucha atención!”20

Doctora en Ciencias Políticas y Sociales por la UNAM. Profesora de Tiempo Completo de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, UNAM.

Enrique Suárez Iñiguez, Las sinrazones: Ciencia Política a la norteamericana, México, MAPorrúa, Serie Las Ciencias Sociales, Tercera Década, 2014, p. 7.

Ibidem.

Cfr. Corroborar: “Dar nueva fuerza [a un argumento, teoría, opinión, etcétera] con nuevos raciocinios o mayores datos”, en http://es.thefreedictionary.com/corroborar. Término que es el correcto y se utiliza actualmente en filosofía de la ciencia, afirma el autor.

Cfr. Enrique Suárez Iñiguez, Las sinrazones…, p. 12.

Cfr. Ibidem, pp. 11-13.

Cfr. Ibidem, p. 82.

Ibidem, p. 81.

Ibidem, p. 15.

En cursivas en el original.

Aristóteles, Metafísica, Libro VII, parte IV, Tecnibook ediciones, Argentina, 2013, p. 62, consultado en http://books.google.com.mbooks?id=OyIKBva5VNsC&pg=PA62&lpg=PA62&dq=procedamos+ante+todo+por+la+v%C3%ADa+de+la+definici%C3%B3n+aristoteles&source=bl&ots=2Fd-

“Conceptos erróneos y conceptos mal usados, Neoliberalismo, Políticas Públicas, Estado, Gobierno, Poliarquía, Democracia, Paradigma”, en revista Estudios Políticos, núm. 9, México, Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, Centro de Estudios Políticos, octava época, septiembre-diciembre de 2006, pp. 59-73.

Cfr. Enrique Suárez Iñiguez, Las sinrazones: Ciencia Política a la norteamericana, op. cit., pp. 18-19.

Ibidem, pp. 23-26.

Ibidem, p. 33.

Id.

Cfr. Ibidemm p. 34.

Ibidem, p. 56.

Ibidem, p. 80.

Mateo 13:8,9,

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