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Vol. 2014. Núm. 33.
Páginas 11-26 (Septiembre - Diciembre 2014)
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100 años de Revueltas, José
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Octavio Rodríguez Araujo*
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Resumen

José Revueltas (1914-1976) fue un militante de izquierda desde que era adolescente hasta su muerte. Como militante padeció prisiones e intolerancia en las organizaciones en que participó. La intolerancia contra él se debió más que todo a su insistencia en escribir y decir lo que pensaba, tanto en su literatura como en sus reflexiones políticas y teóricas. En este texto se resalta el periodo en que fue expulsado del Partido Comunista Mexicano (por segunda vez) y de la Liga Leninista Espartaco que fundó en 1960.

Palabras clave:
José Revueltas
izquierda
partidos políticos
México
participación política
Abstract

José Revueltas (1914-1976) was a leftist activist, since he was a teenager until his death. As an activist he suffered prison and intolerance in organizations in which he participated. Intolerance against him was due mostly to its emphasis on writing and speaking his mind, both in literature and in their political and theoretical reflections. In this text the period when he was expelled from the Mexican Communist Party (the second time) and Spartacus Leninist League founded in 1960 is highlighted.

Key words:
José Revueltas
left wing
political parties
México
political participation
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I

No puedo menos que estremecerme al recordar a José Revueltas a un siglo de su nacimiento, y no lo digo sólo por los varios momentos que pasó en prisión por sus ideas y su acción. Los toleró y hasta escribió sobre sus experiencias en esos siniestros lugares.1 Me refiero más bien a los desencuentros que tuvo con sus compañeros de organización, tanto en el Partido Comunista Mexicano (PCM) como en la Liga Leninista Espartaco (LLE), que fundó junto con algunos de sus camaradas que tampoco coincidían con la línea de Dionisio Encina ni de sus sucesores en el PCM.

José Revueltas nació en Durango el 20 de noviembre de 1914. A unos días de cumplir 15 años de edad fue apresado por primera vez por sedición.2 A los 18 y a los 20 años fue enviado al penal federal en las Islas Marías. Fueron los años en que el Partido Comunista Mexicano, donde participaba Revueltas, vivía en la clandestinidad y sus militantes, por lo mismo, eran objeto de persecuciones y acosos, unos más que otros.3 Revueltas fue de los apresados, y primero estuvo en un calabozo de la Cárcel de Belem y luego en la Isla María Madre del archipiélago Las Marías. La de Belem fue una cárcel llamada la sucursal del infierno en México, y Heriberto Frías proponía, en alguno de sus escritos, establecer la pena capital como un gesto humanista frente a las condiciones de hacinamiento y pudrición de los reos.4 Miguel A. Velasco, conocido como El Ratón Velasco,5 me relató que él, Revueltas y Rosendo Gómez Lorenzo, entre otros, fueron a dar a la prisión isleña en el Pacífico porque José siempre estaba exigiendo agua y sol en la tenebrosa y oscura cárcel de Belem fundada en el siglo XIX:6 “¿Quieres agua y sol? —me dijo El Ratón que le preguntaron los carceleros—, pues la tendrás, y que nos suben a todos los presos políticos a un tren y después de varios días a un barco en el que nos llevaron a las Islas Marías.” Agua y sol. De esas experiencias Revueltas escribió Los muros de agua (1941), aunque las Islas Marías, señaló, “eran un poco más terribles” que como fueron pintadas en la novela. En 1968, por su participación en el movimiento estudiantil-popular, fue internado en el Palacio Negro de Lecumberri y de esa vivencia surgió otra famosa novela que incluso fue llevada al cine: El apando (1969), una obra estremecedora.

La vida de Revueltas estuvo marcada por su militancia y el compromiso político desde que era adolescente hasta su muerte, por su amor a la literatura y a las artes en general, por su humanismo y sentido de libertad, por su carácter rebelde y, a la vez, por su congruencia entre lo que pensaba y hacía. Fue un atormentado optimista, si vale el oxímoron. Nunca perdió el ánimo y aprovechaba su tiempo, incluso en las peores condiciones, para reflexionar y escribir, tanto literatura como ensayos políticos y teóricos.

Algunos lo consideraron ultraizquierdista, pero no lo fue. En realidad, era crítico igual del reformismo que del oportunismo y de la mentira y los mitos. Por decir que el Partido Comunista Mexicano era uno de esos mitos, fue que sus dirigentes y seguidores lo acusaron de ultraizquierdista. Nada más equivocado. Lo que ocurría, como lo entendía Revueltas, es que el PCM ni era partido ni era comunista. Lo llamó, en un artículo, “un partido mitológico”, un “partido que suplanta con el fetiche de su denominación, la existencia real de lo que se concibe, política, ideológica y teóricamente como un partido comunista verdadero.”7 Meses antes de este artículo citado escribió Ensayo sobre un proletariado sin cabeza, publicado en 1962.8 Este fue, quizá, el libro político más importante de Revueltas y el que más irritó a los comunistas mexicanos y de otros países. Decir que el PCM era inexistente históricamente y que se había alejado de la posibilidad de ser la cabeza consciente y organizada de los trabajadores, a pesar de haber sido —dijo— un partido con un pasado de indudables méritos revolucionarios y de militantes entregados a su causa, resultaba una suerte de sacrilegio político. Y que además lo dijera un muy antiguo militante de ese partido, era una apostasía intolerable. Peores calificativos se usaron en su contra, como se verá después. Lo curioso del caso es que la misma Comisión Política del PCM, en la Resolución General del XIII Congreso Nacional, dijo lo mismo que Revueltas, obviamente en otros términos: “debemos… actuar como el verdadero partido político del proletariado”,9 para añadir: “y salir del estado de debilidad orgánica en que se encuentra el Partido”,10 con lo que se reconocía que no era dicho partido o, si se prefiere, que no actuaba como tal y que tenía una debilidad orgánica de seguro preocupante para sus miembros y hasta para la nueva dirección.11 De aquí que Revueltas y su grupo tenían razón aunque hubieran sido calificados, en el mismo Congreso (e incluso desde antes, en 1958), de revisionistas y liquidadores.12 Pero, por lo visto, para los comunistas no era lo mismo lo que decía su dirección “autocriticándose” que lo dicho por otros a manera de crítica. Y esto a pesar de que en uno de sus documentos de 1959 se podía leer que “la crítica comunista… es un derecho inalienable de todo miembro del partido y la condición más importante para su desarrollo.”13

En realidad, José Revueltas estaba en la mira de los dirigentes comunistas, tanto de los encinistas como de sus sucesores (Martínez Verdugo y Terrazas, entre otros). La misma Comisión Política del Comité Central del PCM, desde 1958, cuando ya se había planteado la que ellos denominaron “lucha ideológica”, recriminaba a los altos directivos por haber sido insuficientemente duros al combatir al “revisionista” Re-vueltas.14 Lo mismo ocurrió dos años después cuando se ratificó su exclusión en el XIII Congreso Nacional, al mismo tiempo que se le daba la bienvenida a Valentín Campa después de haber sido expulsado por Encina a principios de los cuarenta. Los calificativos no fueron diferentes. Algo especial debió tener Revueltas que durante varios años lo nombraban explícitamente con fuertes calificativos que ahora, en el siglo XXI, no tienen ningún significado: ¿a quién se denominaría “revisionista” hoy y qué querría decir? ¿Revisionista de qué? En cambio, el anciano católico y dizque socialista jalisciense, Miguel Mendoza López, que no representaba nada pero fue candidato presidencial del PCM en 1958, no mereció adjetivos negativos de ningún tipo. Tal vez su único mérito fue dar testimonio de la debilidad del partido que lo hizo candidato, tanto por las pocas ciudades que visitó en campaña como por el número de votos obtenidos.15 Y menciono esto porque en la misma página del documento de la CP del CC donde se dijo que no se combatió a Revueltas seriamente, se señalaba que la participación del PC con un candidato propio a la Presidencia demostraba que había sido una decisión indudablemente positiva del Pleno del Comité Central de enero de 1958. Después se aceptó que había sido un error, y así lo señalaron prominentes miembros del partido, pero se prefirió ignorar el hecho, tanto que muy pocos lo recuerdan en la actualidad.

Aquellos años fueron, además de tormentosos, muy interesantes. Por un lado, el PCM inició una reflexión colectiva en contra del significado de Dionisio Encina como secretario general de la organización y, por otro, algunos de sus opositores quisieron replantear la orientación y estrategia de su partido al mismo tiempo que se deshacían de quienes habían llevado su crítica más allá de lo que su burocracia estaba dispuesta a aceptar. Entre esos críticos “inaceptables” estaba José Revueltas (“Revueltas y su grupo”, se dijo reiteradamente). Pese al aparente gran viraje del PCM entre el XII y el XIII congresos (por ejemplo, la eliminación de Stalin del artículo 1 de los Estatutos), Encina no fue expulsado, en tanto que Revueltas sí. El artículo primero de los Estatutos del XII Congreso (1954) decía que el PCM guiaba “su acción revolucionaria por la teoría de Marx, Engels, Lenin y Stalin”, en tanto que el mismo artículo de los Estatutos del XIII Congreso (seis años después) sólo decía que el partido guiaría su acción “por la teoría del marxismoleninismo”. Adiós a Stalin, que no a quienes habían aprobado los documentos del XII Congreso que posteriormente recusarían. Otro cambio aparentemente significativo se dio en torno a los objetivos inmediatos del partido: en los Estatutos del XII se decía que “la liberación nacional del país, el establecimiento y respeto de las libertades democráticas y una vida mejor para el pueblo… y por la conquista de un régimen democrático y popular.” En los Estatutos del XIII se habló de una

revolución democrática de nuevo tipo que libere al país de la opresión imperialista y haga posible la instauración en México de un régimen democrático de liberación nacional y de un gobierno integrado por todas las fuerzas patrióticas, democráticas y populares bajo la dirección de la clase obrera (las cursivas son mías).

En ambos casos, como puede observarse, se hablaba de liberación nacional, es decir, de una política antiimperialista que ha sido y sigue siendo una demanda de las izquierdas mexicanas y de otros países de América Latina. En los dos documentos se habla de conquistar un régimen democrático, pero en el del XIII se hace referencia expresa a un gobierno distinto bajo la dirección de la clase obrera (¿dictadura del proletariado o mera figura retórica?). Empero, en los dos congresos, la condición para un régimen y un gobierno democráticos era la liberación nacional (del imperialismo). ¿Qué tanto influyó en el XIII Congreso el reciente triunfo de la revolución cubana de 1959, que no sólo fue en contra del dictador Batista, sino sobre todo del dominio de Estados Unidos en la isla? No lo sabría, pero sí que el relativo antiestalinismo del Partido Comunista de la Unión Soviética (XX Congreso) y que el triunfo de una revolución antiimperialista a 90 millas de Estados Unidos tenían que influir.16 Un nuevo escenario se presentaba para los comunistas mexicanos: el sacudimiento de varios mitos a la vez que una necesidad de pensar distinto, no mucho, pero sí sin los límites impuestos por el estalinismo que, aun censurado, habitaba todavía en muchas conciencias que habían crecido con él. Revueltas, una vez más, era una de las excepciones pues desde tiempo atrás había sido antiestalinista. Los días terrenales (1949) fue una obra literaria en la que cuestionó el estalinismo en tiempos de Stalin y cuando el Partido Comunista, ni por asomo, se hubiera atrevido a criticarlo. De hecho, Revueltas, quien ya no estaba en el PCM, fue presionado, por diferentes medios, a hacer una autocrítica (a manera de aclaración) por su novela que, por cierto, fue retirada de algunas librerías.17

Aquellos años, como ha sido dicho, fueron además de interesantes tormentosos. Había en el interior del PCM un debate que anunciaba serias escisiones. Las células Carlos Marx y Federico Engels18 y buena parte del Comité del Distrito Federal del PCM iniciaron una controversia interna que los llevó a ser expulsados. El punto central de esos debates, más allá de discusiones conceptuales, fue el cuestionamiento al PCM como auténtico partido de la clase obrera hacia el socialismo. En esos momentos el Partido Comunista Mexicano no contaba siquiera con dos mil militantes, habiendo tenido alrededor de 30 mil cuando Encina se hizo cargo de su dirección.19 El Partido Popular, en ese tiempo, no era digno de ser tomado en cuenta entre los partidos de izquierda, pues ya había demostrado sus fuertes ligas con los gobiernos priístas. El Partido Obrero-Campesino Mexicano (POCM), constituido en 1950 por varios comunistas expulsados por Encina entre 1940 y 1948 y por otros de reciente incorporación a sus filas, era la otra organización considerada de izquierda. Algunos de sus militantes guardaban buena relación con el Partido Popular de Lombardo y otros no. Estos últimos, con Valentín Campa a la cabeza, ingresaron de nuevo al PCM en 1960.

La célula Carlos Marx encabezaba la discusión desde 1957, cuando sus integrantes eran todavía militantes del PCM y pugnaban por la construcción de un verdadero partido marxista-leninista.20 Ya se hablaba entonces de la irrealidad histórica del partido de la clase obrera. Los miembros de esa célula se integraron por breve tiempo (seis meses) al Partido Obrero-Campesino Mexicano, donde obtuvieron algunos puestos de dirección,21 pero cuando éste intentó sumarse al Partido Popular de Lombardo Toledano, supuestamente para convertirlo en un partido marxista leninista, lo abandonaron por considerar que ese gesto evidenciaba el oportunismo de sus dirigentes y la debilidad de sus concepciones. En otros términos, estaban en contra del “oportunismo de derecha”, representado por Lombardo Toledano, Enrique Ramírez y Ramírez y otros, y contra el “sectarismo” de la mayoría de la dirección del PCM, especialmente de los dirigentes del Comité del Distrito Federal que “el XIII Congreso Nacional llevó a la actual dirección nacional” (1960).22 Dicha célula, más otras con menor presencia, formarían la Liga Leninista Espartaco (LLE).

La LLE se fundó en septiembre de 1960 como una “corriente ideológica organizada” con los miembros de las células comunistas Carlos Marx, Federico Engels y Joliot Curie del Distrito Federal. Los compañeros de estas células, principalmente de la denominada Carlos Marx, al salir del PCM solicitaron en abril de 1960, como ya se mencionó, su ingreso en el Partido Obrero-Campesino Mexicano, “como un acto de protesta contra el ambiente aniquilador de toda discusión y disidencia dentro del PCM…”23 y seis meses después fundaron la LLE junto con otros jóvenes, sin militancia previa y “estudiosos del marxismo” (la mayoría de los espartaquistas de los años sesenta eran realmente jóvenes).24

La Liga, en sus propios términos, nació del “proceso de la lucha por la existencia del partido de la clase obrera en México.”25 Ese proceso de lucha fue, más que otra cosa, un debate teórico al estilo de aquella época, es decir, con base en las interpretaciones de los textos sagrados del marxismo-leninismo, concepto que sustituyó al de marxismo y leninismo, separados, a partir del VII Congreso del PCUS que llevó a Stalin a la dirección de ese partido tras la declinación de Kirov. Dicho Congreso fue el preámbulo de las purgas estalinistas denunciadas años después en el XX Congreso de 1956. No podría decirse, según Medvedev, que el marxismo-leninismo fuera una expresión ajena a Stalin pese a que éste no la inventó,26 pero los “marxistas-leninistas” mexicanos no tenían por qué saberlo: para ellos era la combinación del pensamiento de Marx y de Lenin adaptados a la teoría y a la práctica revolucionarias, especialmente referidas a la construcción del partido de la clase obrera. Sin embargo, por sus intentos interpretativos armaron serias e interminables discusiones que poco beneficiaron a las izquierdas de entonces, salvo demostrar su debilidad, la de todas —debe decirse. Pero ésta es otra historia.

II

Rescato los años de ruptura de Revueltas con los comunistas y del nacimiento del espartaquismo. En ese tiempo le tocó vivir en medio de posiciones sectarias e irresponsables que de alguna manera yo también compartí unos años después, de 1963 a 1965.

Su grupo, después de haber sido expulsado de la Liga Leninista Espartaco que había fundado años antes, fue calificado por sus mismos ex compañeros de ultraderechista y revisionista (este último calificativo ya se lo habían endosado en el interior del Partido Comunista). Él ya había tenido la experiencia de haber sido expulsado del PCM y de la LLE porque estaba a favor de la libertad de expresión y de la democracia en el interior de los partidos “vanguardia de la clase obrera” o que aspiraban a convertirse en tales. Su espíritu libre y su enorme inteligencia chocaban con la cuadrícula mental de muchos de los militantes de izquierda de aquellos años (alguna vez Daniel Molina dijo que con frecuencia las diferencias entre la izquierda no era por razones ideológicas sino de IQ). Su defensa de la concepción leninista del partido parecía estar permeada, aunque no me consta, por el pensamiento de Rosa Luxemburgo, más flexible y más democrático que el de Lenin. Recuérdese de ella su defensa de quienes piensan distinto: “La libertad —decía— es siempre únicamente la del que piensa de otra manera” y en referencia a la dictadura del proletariado ella sostenía que debía significar la ampliación de la democracia y no su supresión, una auténtica democracia y no la democracia burguesa (que no es democrática), es decir, una dictadura de la clase y no de una minoría dirigente “que actúa en nombre de la clase”.27

Quizá por esta influencia de Luxemburgo, a menos que se tratara de una coincidencia,28 es que los espartaquistas y Revueltas en particular no decían que sus organizaciones fueran el partido de la clase obrera, sino un núcleo que trabajaría por formarlo. De ahí el énfasis de la LLE en decir, por voz de Revueltas, que no eran el Partido (así con mayúsculas) sino una organización por “la creación del partido de la clase obrera”. De hecho, como ha sido señalado, así se llamaba la publicación de la LLE, Espartaco: “órgano de la LLE por la creación del partido de la clase obrera”. Para su creación tendrían que darse ciertas condiciones que largo sería mencionar en este espacio, pero que no habían cumplido, a juicio de los espartaquistas, el Partido Comunista Mexicano ni el POCM.

Para un extraño al medio, podría haber parecido que había debates, pero en realidad éstos no eran tales: cada quien tenía su lecho de Procustes ideológico y, por lo tanto, los análisis de la realidad tanto del país, como de las organizaciones y hasta de las personas estaban subordinados al tamaño del lecho: o los estiraban o los encogían, pero si no cabían simplemente eran anatematizados y, ¿por qué no decirlo?, insultados. Privaba, pues, la interpretación doctrinaria de la realidad, es decir ésta explicada por dogmas previamente asumidos.

¿Herencias del dogmatismo imperante en el Partido Comunista, por años bajo la influencia del estalinismo? Es probable. Casos de intolerancia han sido ampliamente documentados tanto en la Unión Soviética como entre las filas comunistas de otros muchos países. Salirse de la cuadricula de las versiones oficiales del marxismo y del leninismo era peor que una herejía, era traición a la causa del proletariado y de la revolución, además de anticomunismo por el solo hecho de criticar a la URSS.

Decir, como dijo Revueltas, que el PCM era un partido sin existencia histórica y que no era la cabeza del proletariado (conciencia organizada) era, para unos, una verdad comprobable empíricamente y, para otros, un falseamiento de la historia del partido más antiguo de México y un argumento más para los enemigos de la clase obrera y de las fuerzas antiimperialistas y revolucionarias del país. La expulsión de Revueltas y sus compañeros afines era, para los comunistas y su intolerancia, una obligación, aunque nunca pasaron de juicios sumarios para expulsarlos del partido como ocurrió desde el Congreso Extraordinario de 1940 hasta ya entrada la década de los sesenta del siglo pasado. Era claro que la perniciosa actitud del estalinismo de expulsar a la oposición interna había calado hondo en México y muchos otros países donde había partidos comunistas. Aun así, esta práctica no fue distinción exclusiva del PCM sino generalizada en las organizaciones de izquierda, lamentablemente. Incluso entre quienes ya habían sufrido la intolerancia de la organización de donde provenían como el caso de la LLE y de otros grupos espartaquistas. Así, por ejemplo, José Revueltas, Eduardo Lizalde y otros fueron expulsados de la LLE en 1963:

  • 1.

    Por haber formado una “fracción” y no una “minoría” en el seno de la organización.

  • 2.

    Por disentir de la concepción del “centralismo democrático” de la “mayoría”.

  • 3.

    Por haber “deformado” la concepción leninista del partido. El Comité Central de la LLE aclaró que “nuestra lucha no fue ni será contra el C. Revueltas leninista ni contra sus valiosas aportaciones ideológicas. Fue y será una lucha intransigente contra las desviaciones del leninismo”.29 ¿Cuál sería la diferencia entre fracción y minoría en una organización que de por sí era minoritaria? ¿Quién y con qué criterios podía decir cuáles eran o no deformaciones de la concepción leninista del partido? ¿No significaban esos términos un centralismo democrático aparente y un autoritarismo tal que impedía cualquier tipo de discusión? ¿No nos suena a las antiguas luchas en la Iglesia católica sobre las interpretaciones de la Biblia? El mismo Lenin, debe recordarse, hizo ajustes a su concepción del partido desde que escribió ¿Qué hacer? hasta el triunfo de la revolución rusa. Las teorías no son inmutables y menos cuando se relacionan con la práctica y la acción. El partido no podía ser el mismo en su propuesta de 1902 que en 1905, ni siquiera entre la revolución denominada democrático-burguesa de febrero de 1917 y la socialista de octubre del mismo año.

El espíritu libertario de Revueltas (sin ser anarquista) se basaba en su vasto conocimiento del marxismo como humanismo y crítica de la fetichización ideológica de las clases dominantes. Pero también expresaba su oposición al marxismo grosero de organizaciones, grupos y personas que lo repetían y reproducían como una vil mercancía fetichizada, es decir como conciencia falsa del pensamiento revolucionario aceptado en general en esos años. La enajenación de la conciencia, por cierto, era un tema recurrente en Revueltas, y una de las funciones del partido o de quienes se pretendieran vanguardia de los trabajadores era precisamente lograr la desenajenación de éstos y su toma de conciencia de clase, es decir de una conciencia de sí y para sí en el sentido hegeliano-marxista del término.

Otra virtud en el pensamiento de Revueltas era no ser maniqueo, no valorizar la realidad de manera dicotómica entre el bien y el mal, pues no veía los fenómenos sociales y políticos como blancos o negros, sino que apreciaba en ellos una cierta interconexión en lo que él llamaba movimiento dialéctico. Él decía que más bien había que confrontar el problema del bien y del mal, sobre todo “en el trabajo literario, en la observación y en el acopio de materiales”.30 Esta forma de pensar no fue comprendida en las organizaciones de las que formó parte, ni en el PCM ni en la gama de grupos espartaquistas. El pensamiento cuadriculado y dogmático de aquellos años, todavía existente en la actualidad aunque más diluido, no aceptaba el pensamiento libre de Revueltas.31 Si bien en algunos aspectos pudieron tener razón sus críticos en otros no. El espartaquismo, por ejemplo, fue positivo al dar luz sobre la realidad estática e ineficaz del Partido Comunista, particularmente bajo la dirección de Dionisio Encina,32 pero de ello no debe desprenderse que el espartaquismo no cayera en otros dogmas y en debates a menudo estériles y bizantinos, pretendidamente puristas basados en las verdades bíblicas del marxismo-leninismo. El debate con frecuencia significaba la oposición de una frase o un párrafo de Marx, Engels o Lenin contra otra, reduciendo a estos autores a la simpleza de las lecturas exegéticas y no al análisis de su contenido más allá del significado de las palabras —inmutables para muchos. ¿Y el pensamiento propio y la teoría científica derivada de la realidad concreta? Esto no era aceptado, un poco porque existía la “verdad” del partido y otro poco porque la libertad del pensamiento era, como tantas libertades, “burguesa”, es decir, contraria a los intereses de clase que todos querían representar aunque no lo lograran. Así se entendía la libertad en aquellos años. Pero no en Revueltas. Contra lo que pudieran pensar muchos, para mí Revueltas no era el espartaquismo ni éste aquél. No sería la primera vez que se confundiera al creador con su creatura o al sujeto con su predicado.

No era extraño que a finales de los cincuenta y en los sesenta, contra los partidos seguidores de la Unión Soviética se opusieran las posturas del maoísmo,33 incluso dentro del propio Partido Comunista Mexicano, como fue el caso de Edelmiro Maldonado, Camilo Chávez y otros que, por tal motivo, fueron también expulsados. No fue casual que varios de los espartaquistas cayeran poco después en el maoísmo como reacción o respuesta a los seguidores de la URSS, ni que unos y otros fueran a mediados de los sesenta tan estalinistas como el que más. La Revolución Cultural de Mao (de 1966 hasta la muerte del dirigente chino, el mismo año que la de Revueltas: 1976) hizo que sus simpatizantes resultaran todavía más cuadrados e intolerantes que los mismos comunistas que, vale decir, en ese trayecto de los años sesenta y setenta, sobre todo en los setenta, estaban viviendo cambios y virajes hacia la desovietización de sus posiciones y acercándose —con el llamado eurocomunismo— a las de la socialdemocracia. Revueltas, por cierto, no abrazó el comunismo chino como propio, sino que más bien, sobre todo en 1968, se acercó a algunos trotskistas mexicanos y luego, desde la cárcel, envió una carta solidaria al III Congreso (después de la reunificación) de la IV Internacional (5 de abril de 1969), la cual habla, por sí misma, de una relativa simpatía por esa corriente de las izquierdas.34 No parece casualidad que en una de las fotografías en que está Revueltas en su celda en Lecumberri, se observe en la pared una imagen de Trotski en gran formato.35

III

Es posible suponer, con objetividad, que la dirección del PCM comenzó a ser cuestionada seriamente a partir del XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) y, sobre todo, del llamado “discurso secreto” de Jrushchov del 25 de febrero de 1956. Debido al seguidismo de los comunistas mexicanos al PCUS, las denuncias del líder soviético a Stalin, su antidemocracia y sus crímenes, deben de haber sonado como una suerte de autorización o foco verde para criticar y oponerse a la dirección del PCM. Encina era, desde 1940, el emblema del estalinismo más obtuso en México. Las expulsiones incluso masivas que había propiciado bajo su dirección y su intolerancia a la democracia interna de su partido y hacia los movimientos sociales, fueron razones suficientes para que se generara oposición después del famoso congreso del PCUS. Los movimientos del magisterio, ferrocarrilero y otros pusieron en evidencia los desaciertos de Encina al frente de su partido, y lejos de entender que estaba siendo cuestionado con razones válidas, usó el viejo expediente de las expulsiones. En noviembre de 1958, señala Antonio Rousset, destituyó de sus cargos directivos en La Voz de México a Manuel Terrazas, Gerardo Unzueta y José Montejano,36 militantes bien acreditados en el partido. Dicho de otra manera, no sólo expulsó a quienes se dirían espartaquistas sino también a quienes seguirían por varios años más en el interior del PCM. El empecinamiento y la cortedad de miras de Dionisio Encina le valieron que le quitaran la secretaría general del partido en el pleno del Comité Central de julioagosto de 1959, entre otras razones porque estaba obstaculizando la realización del XIII Congreso nacional del PC, que para muchos era de enorme necesidad.37 Semanas después Encina fue detenido en Torreón bajo las típicas acusaciones del gobierno federal de López Mateos y su procurador y furioso anticomunista Fernando López Arias: delito de disolución social, ataques a la vías de comunicación, etcétera. Las mismas acusaciones a los líderes ferrocarrileros democráticos que ya habían sido detenidos en marzo de ese año. Fue liberado en 1967 y, al parecer, nadie lamentó su ausencia pese a haber dirigido su partido durante veinte años.

IV

Una de las paradojas de espartaquismo fue la expulsión de Revueltas, animador principal y fundador de la Liga Leninista Espartaco. Por lo que entendí en aquellos años y más tarde en mi contacto con el Partido Revolucionario del Proletariado y la Asociación Revolucionaria Espartaco, varios de sus militantes tendían a simpatizar con el maoísmo que, para mi gusto, tenía mucho de estalinista todavía en esos años. Revueltas no, como ya se ha mencionado.

Lo curioso era que a Revueltas lo acusaban de no sostener concepciones proletarias y, sin embargo, pese a los esfuerzos por ligarse a los obreros, éstos no formaban el grueso de aquellas organizaciones. En alguna ocasión asistí a una especie de congreso en el que todos teníamos diez minutos para hablar y cuando un obrero tomó la palabra se le dio todo el tiempo que quiso. Recuerdo haber protestado por esa indisciplina y alguien me dijo que me callara, pues no podíamos darnos el lujo de que se fuera el único obrero con el que contábamos. No me pareció que ese dato favoreciera a una organización que aspiraba a construir el partido revolucionario del proletariado. Y así se criticaba a otras organizaciones calificadas por el Partido Revolucionario del Proletariado. de ser “grupos pequeñoburgueses ultra ‘izquierdistas’ que sólo por afán de exactitud y detalle merecen mención…”. Y entre esas organizaciones se citaban al Partido Obrero Revolucionario (POR) y a la Liga Obrera Marxista (LOM), ambas de tendencia trotskista que, ciertamente, eran grupos modestos que muy lentamente fueron creciendo, sobre todo después de 1968. El antitrotskismo, heredado del estalinismo y de corrientes afines, era muy marcado en aquellos años de sectarismo, pero ese fenómeno sería objeto de otro estudio.

En resumen, José Revueltas fue un hombre libre a pesar de haber sido encarcelado varias veces y de haber sido expulsado otras tantas de las organizaciones políticas en que militó. La defensa de su libertad, como pensador sobre todo, le significó un alto costo toda su vida, pero nunca claudicó. No vivió muchos años, murió a los 62, pero quienes hemos leído parte de sus escritos, que fueron muchos, lo recordamos con respeto y admiración.

Doctor en Ciencia Política. Profesor Emérito de la Universidad Nacional Autónoma de México. Miembro de la Academia Mexicana de Ciencias. Miembro de la Academia de Ciencias Sociales y Humanidades del Estado de Morelos, México. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores, nivel III. Líneas de investigación: Sistema Político Mexicano, Historia Política, Filosofía Política.

Revueltas escribió: “Los comunistas comparecemos siempre con valentía ante los tribunales del enemigo, estamos dispuestos a sufrir toda clase de vejaciones y torturas por parte de nuestros enemigos de clase, en la lucha por nuestros ideales”. Ver Escritos políticos I, Obras completas, Volumen 12, México, Ediciones Era, 1984, p. 132.

Fue detenido en un mitin en el Zócalo de la ciudad de México el 7 de noviembre de 1929. Su arresto fue en una correccional para menores.

Arnoldo Martínez Verdugo (editor), Historia del comunismo en México, México, Grijalbo, 1985, p. 138. En este libro se dice que eran tiempos difíciles para el partido y que “Valentín Campa, Rafael Carrillo, José Revueltas, Federico Camps, Miguel A. Velasco, Juan de la Cabada y muchos otros militantes, sufrieron prisión, detenciones y secuestros.”

Citado por Xalbador García en “La cárcel de Belem, infierno de travestis, bandidos e intelectuales”, vientredecabra, Blog de Wordpress.com, 7 de julio de 2013.

Miguel A. Velasco, 11 años mayor que Revueltas, ingresó al PCM en 1927 y fue expulsado del mismo en 1943 por instancias del influyente comunista cubano Blas Roca, quien lo acusó, igual que a Laborde y a Campa, de trotskista y agente del imperialismo. Laborde, Campa y Velasco nunca fueron trotskistas, pero los estalinistas usaban el calificativo para deshacerse de todos aquellos que les incomodaban. Blas Roca, durante su estancia en México (1939-1943), no sólo influyó para que Encina sustituyera a Laborde y Campa, sino que llevó a cabo una campaña en contra de cualquier intento de reconciliación del PCM con los dirigentes expulsados. Véase Barry Carr, La izquierda mexicana a través del siglo XX, México, Ediciones Era, 1996, pp. 125-125. Alguna vez Velasco dijo que uno de los problemas que le tocó vivir en las filas de la izquierda fue la intolerancia y la práctica de expulsar a los militantes cuando había diferencias ideológicas, en lugar de debatirlas.

En esa cárcel estuvieron también los hermanos Flores Magón, entre otros precursores de la Revolución mexicana. En 1933 fue cerrada y sustituida por la prisión de Lecumberri, también en la ciudad de México.

José Revueltas, “Pero ¿existe el partido comunista?”, Revista Siempre!, México, 7 de junio de 1962, pp. 32-33.

José Revueltas, Ensayo sobre un proletariado sin cabeza, México, Liga Leninista Espartaco, 1962. El autor refiere que terminó de escribirlo en abril de 1961.

Resolución III.6, p. 18 de Comisión Política del Comité Central del Partido Comunista Mexicano, Resolución general del XIII Congreso Nacional Ordinario, México, D.F., 13 de junio de 1960, 38 pp.

Ibidem, III.12, p. 20. La mayúscula de Partido en el original.

Alejo Méndez, “Por la renovación del partido”, en Arnoldo Martínez Verdugo, op. cit., p. 239, escribió que de 1957 a 1960 (XIII Congreso Nacional) el partido “no desempeñaba ningún papel significativo en la vida política nacional y su estado de organización experimentaba un retroceso, pues había decrecido el número de militantes y los comités intermedios y organizaciones de base se distinguían por su inoperancia.”

Idem.

Resolución del Comité del DF acerca del Congreso Extraordinario, citado por Alejo Méndez, idem, p. 247.

Informe de la Comisión Política del Pleno del Comité Central del PCM, efectuado del 22 al 24 de mayo de 1958 [s.p.i.], p. 32.

El PCM señaló que Mendoza López realizó 25 mítines centrales en todo el país y se ufanó de haber incorporado en 1958 a 372 nuevos miembros al partido, gracias a la campaña electoral. Idem, p. 33. México tenía 35.5 millones de habitantes en 1958.

¿En quién que se considerara de izquierda en aquellos años no influyó la Revolución cubana desde sus inicios? Revueltas mismo fue a Cuba semanas más tarde de la derrotada invasión de Playa Girón en 1961 y conoció la situación de ese país, del que escribió Diario en Cuba, publicado muchos años después, en 1976, por la Universidad Autónoma de Puebla. En este breve libro, con frecuencia ignorado, Revueltas decía que la experiencia cubana no invalidaba la teoría leninista del partido, que era una de sus preocupaciones de muchos años.

El 16 de junio de 1950 Revueltas “publicó en El Nacional una ‘Importante aclaración’ en la que renegaba de los valores pequeño-burgueses que se le había acusado de promover en su novela… y en la que pedía a las distribuidoras comerciales… que cancelaran y suspendieran la difusión” tanto de su novela como de la obra de teatro (El cuadrante de la soledad) que acababa de estrenar. Ver Andrea Valenzuela (Universidad de Princeton), “Los días terrenales del PCM y José Revueltas: polémica, poética y papel del intelectual”, www.iifl.unam.mx/html-docs/lit-mex/15-2/valenzuela (consultado el 21 de junio, 2014).

Sólo para recordarlo: las células son la base de la organización de un partido de tipo leninista, a menudo formado bajo el esquema del centralismo democrático. Las células se constituyen normalmente por cooptación para asegurar la integridad de las mismas. Es una forma muy efectiva de resguardarse de la policía y de garantizar su capacidad de acción. Al respecto, puede consultarse Pierre Broue, Le parti bolchevique (Histoire du P.C. de l’U.R.S.S.), Paris, Les Éditions de Minuit, 1963-1967. Sobre la organización celular del PCM entre el XII y el XIII Congresos, puede consultarse a Karl M. Schmitt, Communism in Mexico (A Study in Political Frustration), Austin, University of Texas Press, 1965, pp. 41 y ss.

En 1958, en un documento titulado Informe de la Comisión Política del Pleno del Comité Central del PCM, efectuado del 22 al 24 de mayo de 1958, [s.p.i.] se proporcionan datos de la militancia “con carnet” del PCM, pero curiosamente no se dan números absolutos sino sólo porcentajes, por lo que no puede saberse el número total de militantes. Con esos porcentajes, por cierto, la dirección de Encina trató de hacer creer que de 1929 a 1958 el PCM creció numéricamente y de manera constante. Otras fuentes destacan la falsedad de esos datos. La Comisión de Propaganda del PCM mencionó que éste era débil, por lo que se refería al número de sus miembros y por su escasa influencia entre las masas. Véase Comisión de Propaganda del PCM, ¿Qué es y por qué lucha el Partido Comunista Mexicano?, México, Ediciones del Comité Central, 1961, p. 18.

Era claro que en esos años el marxismo-leninismo era preocupación de muchos dentro y fuera del PCM. En el interior de éste se decía (en 1959) que “en este periodo no se ha consolidado un núcleo verdaderamente marxista-leninista en la dirección”, en Acerca de la lucha interior en el partido, resolución del Pleno de julio-agosto, México, Ediciones del CC, 1959, p. 6.

Dichos puestos de dirección en el POCM fueron inaceptables para los comunistas, por lo que fueron expulsados del PCM, además de Revueltas, Lizalde y González Rojo, Carlos Félix, Juan Brom, Andrea Revueltas, entre otros. Fueron acusados de divisionistas y antipartido. La expulsión le correspondió al Comité del DF del PCM, que luego tuvo una gran división. Véase PCM, XIII Congreso, Resolución general, México, D. F., 31 de mayo de 1960.

Véase Espartaco (órgano de la Liga Leninista Espartaco por la creación del partido de la clase obrera), vol. 1, núm. 1, México, D. F., octubre de 1960, pp. 4-5.

Antonio Rousset, La izquierda cercada (el Partido Comunista y el poder durante las coyunturas de 1955 a 1960), México, UABJ-Instituto José María Luis Mora-Centro de Estudios Universitarios Londres, 2000, p. 149.

Paulina Fernández Christlieb, El espartaquismo en México, México, Ediciones El Caballito, 1978, pp. 55-56. En 1960 Revueltas tenía 46 años (quizás el menos joven de todos), Eduardo Lizalde 31, Enrique González Rojo 32, Guillermo Rousset 34, Martín Reyes Vayssade 23, Jaime Labastida 21, Juan Manuel Dávila Ríos por el estilo y otros más que largo sería citar.

Editorial de Espartaco (Órgano de la LLE por la creación del Partido de la Clase Obrera), México, D. F., enero de 1961, vol. 1, núm. 2, titulado “¿Por qué nace la Liga Leninista Espartaco?”, p. 4.

Ver Roy Medvedev, Leninism and Western Socialism, Great Britain, Verso Editions and NLB, 1981, p. 19. El primero en usar la expresión marxo-leninismo, parecida a marxismo-leninismo, fue, según este autor, Zinóviev en 1925.

Rosa Luxemburg, Escritos políticos, España, Grijalbo, 1977, pp. 585 y 591. Los textos citados se refieren al escrito titulado “La revolución rusa”.

Aclaro que el espartaquismo de Revueltas y otros no fue una derivación de la Liga Espartaquista de Rosa Luxemburgo, Karl Liebknecht y otros y que diera lugar al Partido Comunista de Alemania. Tal vez la mencionada Liga pudo haber influido, pero no es seguro, pues los espartaquistas mexicanos intentaban ser más bien leninistas, incluso en su concepción del partido.

Véase ¿Así se forma la cabeza del proletariado? (Reseña de una lucha interna), México, D. F., Ediciones de la Liga Leninista Espartaco, 1963, Introducción (las cursivas en el texto citado son mías).

Véase Andrea Revueltas y Philippe Cheron (compiladores), Conversaciones con José Revueltas, México, Era, 2001, p. 73. En este libro, por cierto, Revueltas dice que “el intelectual es un crítico por naturaleza. Es la crítica en sí misma. Nació para la crítica”, p. 82.

Arnoldo Martínez Verdugo escribió que Revueltas encabezaba en el PCM una tendencia “claramente revisionista” y que desde 1957 había expuesto su “concepción liberal del centralismo democrático”. Arnoldo Martínez Verdugo, Partido Comunista Mexicano, trayectoria y perspectivas, México, Fondo de Cultura Popular, 1971, p. 51. Nótese que el tema del centralismo democrático era, por lo visto, un “serio” problema de interpretación tanto en el PCM (1957) como después en la LLE (1963).

Encina, es pertinente decirlo, llegó a ser, para los mismos comunistas, “un obstáculo para el desarrollo del Partido”, idem.

Conviene recordar que el conflicto chino-soviético se inició y se desarrolló precisamente en aquellos años y que el Partido Comunista de China estaba en contra de la política de coexistencia pacífica y de la vía pacífica al socialismo. Véase, por ejemplo, Lilly Marcou, El movimiento comunista internacional, Madrid, Siglo XXI, 1981.

El texto completo de la carta en Paulina Fernández Christlieb, op. cit., Apéndice II, pp. 236 y ss. Puede verse también en José Revueltas, Obras completas (compilación de Andrea Revueltas y Philippe Cheron), México, Editorial Era, tomo 15 (“México 68: juventud y revolución”), 1978, pp. 204 y ss.

La fotografía se puede ver en http://familiarevueltas.wordpress.com/category/cartas-j-r/, al final de la carta de Neruda a Díaz Ordaz (febrero de 1969) pidiendo la liberación de Revueltas.

Antonio Rousset, op. cit., p. 139. Véase también Alejo Méndez, op. cit., p. 258.

En este pleno se resolvió eliminar el puesto de secretario general del partido y fue designado un secretariado del Comité Central. Ver Resolución del Pleno del Comité Central del PCM. Acerca de la lucha interior en el partido, México, Ediciones del CC, 1959.

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