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Vol. 52.
Páginas 51-67 (Enero - Junio 2015)
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Juan de Palafox y China
Juan de Palafox and China
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Cuauhtémoc Villamar
Doctorado en Historia, Universidad Nacional de Singapur, Singapur
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Resumen

El ensayo analiza el libro Historia de la conquista de la China por el Tártaro escrito por el obispo de Puebla Juan de Palafox (1600-1659), sobre la caída de la dinastía Ming en 1644; un texto valioso en el contexto de las diversas crónicas de la época. Se describe la invasión manchú sobre China y la percepción de crisis histórica de repercusión mundial que fue abordada por ese libro, compilado y escrito en la Nueva España en la década de los cuarenta del siglo xvii. Finalmente, se aborda la intervención crítica de Palafox en el controvertido tema de la evangelización jesuítica en China en esos mismos años, como parte de su interés pastoral a favor de la Corona española, bajo los términos de Patronato Real. Los escritos de Palafox sobre el tema de China ofrecen una mirada al hombre de Estado preocupado de los acontecimientos globales de su convulsionada época.

Palabras clave:
Palafox
China
Manchú
Evangelización
Jesuitas
Abstract

This paper examines the book History of the Conquest of China by the Tartars written by the bishop of Puebla Juan de Palafox (1600-1659). This essay seeks to demonstrate that this is an important testimony of the fall of the Ming Dynasty in 1644, in the context of other Western accounts of that event.It also shows the worldwide effect of the Manchu invasion over China and the perception of historical crisis, as he observedin his textwritten in New Spain during the Dynasty's transition. Lastly, the essay tries to analyze the participation of Archbishop Palafox on the controversy regarding Jesuit methods in the evangelization of China. The involvement of Palafox in the Rites Controversy was due to his pastoral role in Mexico and his duties in connection with Asia, accordingly with the Patronato Real. The work of Palafox shows also the viewpoint of a statesman's observer of the global trends occurring during this problematic time.

Keywords:
Palafox
China
Manchu
Evangelization
Jesuits
Texto completo
Juan de Palafox y China

La obra escrita de Juan de1 Palafox y Mendoza es muy vasta2, pero la parte que se ocupa del tema de China es poco conocida y por lo general ha sido estudiada en dos planos separados: por un lado, el libro póstumo Historia de la conquista de la China por el Tártaro3, escrito en los años cuarenta del siglo xvii y, por otro, la participación del obispo en la denominada controversia de los ritos de China, sobre todo a partir de la carta escrita en 1649 al papa Inocencio X, en que denuncia las prácticas consideradas no ortodoxas de evangelización empleadas por los misioneros jesuitas en Asia Oriental. La intención de este ensayo es tratar de unificar estos y otros elementos, con el propósito de comprender mejor la posición del prelado como hombre de Estado del poderoso Imperio español4.

El tema de China en este ensayo se refiere de manera amplia a la participación europea en Asia, a partir de la segunda mitad del siglo xvi; los intereses del Estado español y de la iglesia católica en confrontación con otros poderes europeos; los bienes espirituales y terrenales. En la visión de hombres de Estado como Palafox existía una vinculación estrecha entre lo global y lo local, fuera esta en China, Nueva España o Filipinas; y también existía un valor equiparable entre lo material (el comercio por ejemplo) y lo intangible (la fe religiosa) en el poder mundial5.

Una mirada integral al proceso que condujo a Palafox a involucrarse en el tema de China permitirá observar la complejidad de los asuntos tratados y también la figura multidimensional, barroca en el sentido empleado por Maravall6, de quien fuera entre 1640 y 1649 obispo de Puebla, visitador general y brevemente virrey de la Nueva España. En el presente ensayo, se empleará dicho enfoque de conjunto para ubicar varios elementos de tipo político que motivaron al insigne religioso a documentar, por un lado, un hecho aparentemente tan lejano como la caída de una dinastía china, y por otro, a enfrentar a la orden jesuita, en una de las más difíciles polémicas de su carrera. Se trata en sustancia de un episodio en la defensa de los intereses globales de la Corona española, que tenía lugar simultáneamente en Asia, Europa y América.

Una primera parte de este ensayo está dedicada a analizar el libro sobre la caída de la dinastía Ming en 1644, en el contexto de la información que en ese entonces fluía hacia Europa, con apoyo en la historiografía que ha catalogado diversas crónicas contemporáneas similares sobre el tema. En una segunda parte se describe la materia del libro, la invasión manchú sobre China y la percepción de crisis histórica de repercusión mundial que sin duda impactó a las audiencias del resto del mundo. Finalmente, en la tercera parte se aborda la participación de Palafox en el controvertido tema de la evangelización de China por parte de los jesuitas en esos mismos años, desde la perspectiva del hombre de Estado preocupado por el grave deterioro del Imperio español de aquellos aciagos años; un poder acosado desde el exterior y fragmentado en su estructura interior.

Una mirada global desde la Nueva España

1640 fue annus horribilis para el Imperio español, marcado por las insurrecciones de Portugal y Cataluña frente al centralismo reforzado por la administración del Conde-Duque de Olivares. Una percepción de zozobra en la monarquía española motivó la necesidad de realizar una reforma del sistema imperial. Con esa idea en mente, Juan de Palafox se embarcó en ese año rumbo a la Nueva España, con el objetivo de obtener resultados que afianzaran las bases de la monarquía. La década que vivió en América fue sin embargo una época de turbulencia en el virreinato y el fracaso del proyecto propuesto por el obispo7. En otro lado del mundo acontecía una crisis también de enormes dimensiones que fue documentada por Palafox desde la Nueva España.

La aparición en París en el año 1670 de un libro con la firma de Juan de Palafox y Mendoza sobre la caída de la dinastía Ming en China, Historia de la conquista de la China por el Tártaro, fue un asunto relevante para el público europeo interesado en conocer lo que estaba sucediendo en aquel lejano país oriental, del que acostumbraba recibir sedas, marfiles y porcelanas, y del que inadvertidamente comenzaron a llegar noticias de un virtual terremoto político. Ese público occidental, incluyendo Europa y las grandes capitales americanas de México y Perú, veía por lo general a China como una entidad maravillosa y misteriosa, como parte de la literatura de viajes y aventuras, pero sin dimensiones concretas, especialmente alejada de su realidad cotidiana.

Las fuentes de información

El libro de Palafox tomó como base las relaciones informativas enviadas por diversos misioneros en Filipinas y probablemente en China. Inherente a su tarea pastoral en Nueva España, Palafox tenía vivo interés en el trabajo misionero en Filipinas y por extensión al resto de Asia, de ahí que tuviera acceso a los informes regulares que cruzaban el océano Pacífico en los galeones que comunicaban Manila y Acapulco. Palafox había desarrollado también un conocimiento propio de los asuntos asiáticos desde su ingreso al Consejo de Indias en 1633 y durante los seis años previos a su nombramiento como visitador general de la Nueva España en 1639. Ahí tuvo acceso a las discusiones acerca de la importancia estratégica de Filipinas en el juego global que se disputaba en el escenario asiático frente a los holandeses, ingleses e incluso los aliados portugueses8.

Entre relaciones escritas y comentarios vivos de misioneros que transitaban por México camino hacia el otro lado del Pacífico, el obispo se interesó en la enorme transformación que se estaba operando en China con la caída de la dinastía Ming en 1644 y el ascenso de una nueva dinastía forjada por los man-chúes, el pueblo que había invadido al gran Imperio.

En ese mismo lapso, el prelado también se documentó detenidamente acerca de las prácticas evangelizadoras de los jesuitas en China. Se tiene noticia de que, entre 1643 y 1646, Palafox acumuló información relevante sobre el tema de China. Durante los preparativos de su viaje de retorno a España en junio de 1649 mandó encuadernar dos volúmenes de tales legajos, que contenían apologías y tratados en torno a las “controversias eclesiásticas de China”, escritos por dominicos, jesuitas y franciscanos. Tal información, aparentemente depositada en la Biblioteca de la Universidad de Salamanca, contiene una breve relación que reconstruye “la manera y medios por donde vinieron estas apologías a las manos de su señoría”9.

En suma, puede afirmarse que Palafox llegó a tener una visión muy amplia y detallada de los sucesos en la región asiática, desde el ámbito político, la mecánica del comercio, el gobierno español en Filipinas y sobre todo la evangelización en Japón, China y otros países de aquel lado del Pacífico.

Con relación al libro, el editor informa que “el original de esta relación (…) fue hallado entre los papeles” de Palafox, quien “entretenía correspondencia en la China por la vía de Filipinas, y con las noticias que le venían dos veces el año”. En 1667, José de Palafox, primo del obispo y también sacerdote, puso el libro en manos de Antonio Bertier, Librero de la Reina; sin embargo, la obra no fue publicada sino hasta que concluyó la traducción al francés. “Que historia tan rara y tan extraordinaria bien merece estar impresa en todas las lenguas, para que el mundo entero esté informado de un suceso, y una revolución tal que no hay ejemplo de tan grande en el mundo”. Finalmente, el libro apareció en París en 1670, once años después de la muerte de Palafox. Consta de 32 capítulos y 388 páginas.

El libro pertenece por naturaleza a las crónicas escritas por decenas de misioneros españoles y portugueses que viajaron a Asia y entraron a China desde el siglo xvi, entre los que destacan el agustino Martin de Rada (1533-1578); el jesuita Diego de Pantoja10 (1571-1618); Antonio de Gouvea, jesuita (1592-1677); Domingo Fernández de Navarrete, dominico (1610-1689), que escribieron en español y portugués. En la historiografía tiende a olvidarse que durante la segunda mitad del siglo xvi, los españoles y portugueses fueron los vehículos casi exclusivos de información en Europa acerca de China11.

Este hecho cambió a medida que los jesuitas entraron a China con privilegio exclusivo (Bula Ex pastoralis officio del 26 de enero de 1585) que les reservaba el derecho de evangelizar esa parte de Asia. Aumentó en proporción la presencia de misioneros de otras latitudes, especialmente del centro y norte de Europa12.

Una ventaja que tenía el obispo de Puebla correspondía a la importancia de la Nueva España como centro distribuidor de los misioneros con rumbo al Oriente. La estrecha vinculación entre el reino americano y Filipinas apenas puede ser disimulada, pues además de ingentes cantidades de plata a cambio de productos asiáticos, se trasladaban comerciantes, burócratas, misioneros y hombres de letras, que llevaban consigo ideas y libros. Juan de Palafox se encargó durante la década en que estuvo en México de promover la apertura del comercio entre los territorios americanos y Filipinas, como una medida sana para la metrópoli y sus reinos de ultramar. Asimismo influyó activamente en la configuración de los colegios y conventos de las diversas órdenes religiosas en Asia, lo que le acarreó también notables problemas, como se verá más adelante.

No fue el primero ni el único libro escrito por un autor que no estuvo presente en China, pero destaca el grado de detalle que ofrece, con base en los relatos de sus informantes. Anna Busquets ofrece ejemplos de aquellos cronistas que no estuvieron en la escena; entre otros, Juan González de Mendoza (1585) Historia del Gran Reino de la China y José de Acosta (1590) Historia natural y moral de las Indias13.

En el libro de Palafox existen errores en los nombres de los personajes y lugares, un hecho recurrente en la transcripción del chino a otros idiomas, pero aporta una narración cronológica verídica. El prelado advierte de tales errores “porque la relación y noticias que de ella (China) han venido, se ha recogido según iban llegando los avisos, y esos por la confusión de la Guerra, y revoluciones del Imperio, salían cortos y confusos, sin distinción de tiempo ni personas; y es necesario para cada punto, verlos todos y acarearlos unos con otros, y colegir de lo que se dice en unos, lo que es consiguiente en otros”14. Otros equívocos podrían derivarse del hecho de que el autor parece no haber revisado el texto final, pues los dos últimos años de su estancia en México fueron particularmente difíciles para Palafox (incluso en 1647 se vio en la necesidad de ocultarse por varios meses ante el peligro de muerte y fue cesado como visitador general). De su pluma se observan las consideraciones generales y reflexiones políticas o morales, mientras que se observa un tono distinto en las narraciones de hechos específicos o descripciones de la vida cotidiana en China.

En vista de las circunstancias que vivió a su salida de la Nueva España habría sido complicado para Palafox hacer una revisión del borrador final. Escribió el texto sobre la caída de la dinastía Ming en una atmósfera política revuelta en México, en conflicto con las élites peninsulares representadas por el Virrey y las órdenes religiosas que defendían sus privilegios frente a los criollos; en un período en que había perdido el respaldo en la Corte y en el Consejo de Indias. Dentro de estas polémicas se inscribe la controversia que sostuvo con los jesuitas en la Nueva España y, por si fuera poco, la polémica desatada sobre los ritos chinos. Además, bajo la presión por concluir su obra máxima, la catedral de Puebla, consagrada el 18 de abril de 1649, dos meses antes de su partida a España. Probablemente, como apunta uno de sus biógrafos, escribió el texto en el viaje de regreso a su país. Análisis futuros podrán dilucidar qué sucedió con el texto y con el interés del prelado sobre China durante los últimos años de su vida, cuando fue nombrado obispo del burgo de Osma, Soria, España, donde murió en 1659 15.

Otros libros sobre el tema

El tema de la caída de la dinastía Ming acaparó la atención de los públicos occidentales y el libro que mayor éxito tuvo fue De bello tartarico, escrito en latín por un testigo presencial de la caída de la dinastía Ming, Martino Martini (1614-1661), publicado en Amberes en 1656. Una edición posterior, con adiciones y un índice apareció en 1661 bajo el nombre Regni Sinensis a Tartaris tyrannice evastatide populati que concinna en narratio. Fue traducido al español como Tártaros en China. Historia que escrivio en Latin Martin Martinio16. Se convirtió en la fuente más autorizada sobre el tema y ofrecía al público una descripción detallada de los acontecimientos.

Por su parte, Alvaro de Semedo (1585-1658), jesuita, Imperio de la China: I cultura evangelica en él, por los religiosos de la Compañia de Iesus. Original en portugués, casi de inmediato se tradujo al español. Una versión italiana apareció en 1643, en inglés en 1655 y en francés en 1667. No habla de la caída del imperio Ming, sino de las condiciones que condujeron a la crisis de la dinastía.

Antonio de Gouvea (1592-1677), quien se sumó a la misión jesuita china en 1636, escribió una obra Asia Extrema en la que trata, entre otros asuntos, el del cambio de régimen en China.

Victorio Riccio, dominico (1621-1685), Hechos de la Orden de Predicadores en el Imperio de China (1667, sin publicar). Fungió como embajador de Koxinga en Manila.

Domingo Fernández de Navarrete (1610-1689), dominico, Tratados históricos, éticos, politicos y religiosos del reino de China (Madrid, 1676). Llegó a China en 1657.

Michael Boym (c. 1612-1659), misionero jesuita de origen polaco, publicó un libro científico, Flora Sinensis (Viena, 1656), producto de su estancia en China. No aborda explícitamente el cambio de régimen, pero en 1652 llegó a Venecia portando cartas de la emperatriz Ming, quien con otros miembros de la familia imperial y de la corte habrían aceptado el cristianismo y deseaban ayuda de Occidente en contra de los manchúes17.

Sin embargo, el cambio fundamental en la percepción europea de los acontecimientos en China se dio en la segunda mitad del siglo xvii, posterior a la publicación de la obra de Palafox y en coincidencia con el declive del poder español en Asia y el ascenso de los países del norte de Europa. Esto dio por resultado una óptica menos pesimista sobre lo que sucedía en China, acompañada por un alud de narraciones y testimonios que también informaron del cambio de régimen en China, pero ofreciendo la idea de que los nuevos dirigentes recuperaban el brillo del poder imperial. Todo ello eclipsó no solo el libro del obispo de Puebla, sino en general las obras escritas en español o portugués sobre estos temas. Igualmente, comenzaron a aparecer obras especializadas con aspectos de tipo científico y noticias proporcionadas por las misiones europeas que comenzaron a llegar a Pekín18

Entre las narraciones impresas dedicadas al ascenso manchú se pueden mencionar las siguientes:

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    Johann Adam Schall Von Bell, Historica relatio de ortu et progressu fidei orthodoxae in regno chinensi per missionarios Societatis Iesu ab anno 1581 usque ad anum 1669 (Ratisbona, 1672).

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    Prospero Intorcetta, Compendiosa narratione dello stato della missione cinese, cominciado dall’anno 1581 fino al 1569 (Roma, 1672).

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    François Rougemont, Historia Tartaro Sinica nova authore P. Francisco de Rougemont Societatis Iesu Belga evangelii apud Sinas praecone curiose complectens ab anno 1660 (Lovaina, 1673).

  • -

    Adrien Greslon, Histoire de la Chine sous la domination des tartars. Ou l’on verrà les choses les plus remarquables qui sont arrivées dans ce grand empire, depuis l¿anné 1651 que¿ils ont achevé de le conquerir, jusqu¿en 1669 (Paris, 1671).

La implosión de la dinastía Ming

El libro de Juan de Palafox contiene una amplia variedad de detalles acerca de la invasión manchú sobre China y sobre la muerte del último emperador Ming en 1644. Como se ha mencionado, la información que ofrece es resultado de las observaciones realizadas por misioneros ubicados tanto en Filipinas como en China. Los primeros once capítulos de su obra describen en orden cronológico los acontecimientos desde 1644 hasta 1647. A fin de identificar los pasajes que describe el obispo de Puebla en su crónica histórica, se ofrece enseguida un resumen breve de dicho período19.

En abril de 1644, un militar chino rebelde Li Zicheng avanzó sobre Pekín y capturó violentamente la ciudad; Chongzen (1611-1644), el último emperador Ming, huyó del palacio imperial y se suicidó en una colina cercana; una trágica escena que aún ahora captura la imaginación de la población china, pues fue un monarca incapaz de defender su imperio. Esta insurrección abrió las puertas, literalmente, para que los manchúes del norte pudieran entrar a China ese mismo año. Uno de los generales Ming que había atacado a los insurrectos, el general Wu Sangui, se vio de pronto ante el dilema de atacar al rebelde Li Zicheng o enfrentar a las tropas invasoras manchúes. Su decisión fue aliarse a los manchúes, a quien había combatido por años en la frontera norte y conocía sus métodos de guerra, su cultura y sus formas de gobierno, más cercanas a su propia visión de lo que debería ser la conducción correcta de China20.

El 6 de junio de 1644, los manchúes apoyados por el general chino Wu Sangui, entraron a la capital, se abrieron las puertas de la Ciudad Prohibida y se entronizó a un niño como emperador, con el título de Shunzhi, que significa obedecer para gobernar (Xunchi, Gran Rey de la Tartaria, según Palafox). Una nueva dinastía, de origen manchú, gobernaría China por los siguientes 267 años21.

Aun cuando las tropas manchúes obtuvieron victorias fulminantes al tomar la capital del imperio y las principales provincias del norte y centro del país, tardarían casi dos décadas en controlar la resistencia de guerreros y funcionarios leales a la dinastía Ming. Un segundo jefe rebelde, Zhang Xianzhong, se levantó desde el centro de China, proclamándose emperador del Gran Reino del Oeste en diciembre de 1644; mantuvo su poder en la ciudad de Chengdu, hasta que fue derrotado y muerto en 1647.

Diversos aspirantes chinos a continuar la herencia de los Ming se levantaron en los años sucesivos, como el caso del príncipe Fu, que fue nombrado emperador en Nanjing por leales al viejo imperio pero con efímero éxito, pues sus generales fueron derrotados por los manchúes. La última parte de este proceso se dio sobre todo en la región costera del sur, alrededor del puerto de Guangzhou (Cantón), provincia de Guandong, donde se libraron prolongadas y sangrientas batallas. Dos aspirantes a ocupar el trono Ming contendieron en la región durante 1646 y 1647, hasta que fuerzas chinas del nuevo régimen Qing, comandadas por Li Chengdong, aplastaron las fuerzas remanentes, pero hasta 1673 seguían registrándose movimientos armados de resistencia en el sur de China22.

Un caso especial es del jefe militar Zheng Chenggong, conocido en occidente con el nombre de Koxinga, quien representó los intereses locales ancestrales de la provincia de Fujián, frente a la isla de Taiwán. Nacido en 1624 de madre japonesa, es un personaje emblemático de una generación líderes estrechamente conectados a la apertura comercial de China desde el siglo anterior. El clan Zheng controlaba de hecho el comercio marítimo desde Nagasaki hasta Macao y Koxinga había desarrollado la capacidad de trato cultural —incluyendo el manejo de varias lenguas— de la región, sin descontar la nueva presencia de extranjeros procedentes de Europa. Este líder tuvo la capacidad de iniciar el asedio contra el régimen manchú en toda la costa sur de China a lo largo de los años cincuenta.

Lacónicamente Palafox concluye23:

“Aquí acabó del todo el Imperio de la China tan celebrado, y quedó sujeto en todas sus quince provincias al Xunchi gran Rey de la Tartaria, mozo de trece a catorce años, cuando acabó la conquista, y Señor de tres coronas, la de la Tartaria, la de la China y la de Corea, que componen un Imperio de excesiva y continuada grandeza. Acabó en menos de cuatro años la conquista de tantos y grandes Reynos; que se puede decir de sus banderas, como de las de Alejandro, que no parece que iban conquistando, sino paseando el mundo”24.

Son muchas las causas del declive de la dinastía Ming (1386-1644), pero los errores sucesivos en la administración del enorme país, así como una corrupción que penetraba todos los circuitos del poder, desde el palacio imperial hasta los gobiernos provinciales y locales, erosionaron la estructura del imperio. La negligencia en la conducción de los asuntos públicos por parte del emperador y los abusos en los impuestos, en especial la aplicación de un sistema que indiscriminadamente exigía plata a comerciantes y a campesinos, generó un profundo desasosiego entre la población. El comercio exterior, que ofrecía porcelana, marfiles y sedas al mundo generó un incesante ingreso de plata, principalmente de Perú y México, que penetró en el sistema productivo agrícola chino, elevando el costo de vida de la población25. La inconformidad popular fue in crescendo a partir de las últimas décadas del siglo xvi.

Los Jurchen, o cómo los manchúes entraron a la escena mundial

Es importante reflexionar en una perspectiva histórica de largo plazo para analizar este periodo con que se observa la conquista manchú sobre China como una “invasión bárbara”, esencialmente al referirse a un pueblo “nómada” que “destruyó” a la dinastía Ming en 1644 para establecer una nueva dinastía (denominada Qing, que significa pura o clara, 1644-1911). Generalmente se les compara con los mongoles comandados por Kublai Khan, que dos siglos antes conquistaron China y fundaron la dinastía Yuan (1206-1368). La interpretación más popular observa únicamente ciertas similitudes entre mongoles y manchúes, como el uso de los caballos en la guerra, valores tribales y organización social, pero tiende a simplificar la idea como si se tratase de una repetición de la historia, en la que aparecen guerreros de las estepas y subyugan el complejo poder chino. Nuevas investigaciones permiten observar ahora con mayor detalle las particularidades de esta etapa en la que el mundo estaba estrechamente interconectado.

En la China de esa época era común denominar a todos los pueblos fuera de la Gran Muralla como bárbaros, jinetes de las praderas. Por ello, todavía es común colocar a estos pueblos en una misma identidad tártara. Así serían lo mismo los mongoles que los jurchen (o manchúes, que se pronuncia mancho-u), los kazajos o los uigures. Es un simple anacronismo, como decir chichimecas a todos los pueblos del norte de México, sean pimas, apaches o tarahumaras.

La caída de la dinastía Ming es una historia compleja que reúne muchos aspectos, tanto de pérdida de control interno como de asedio por parte de poderes vecinos. Todo ello contribuyó a la erosión del poder Ming a lo largo de muchas décadas. Es precisamente en el extremo noreste, en las actuales provincias de Heilongjiang y Jilin, colindantes con Corea, donde se concentró un nuevo poder alternativo, que venía participando de un intrincado sistema tributario con China, por medio del comercio de jengibre, cueros y productos agrícolas, principalmente, a cambio de plata26.

Los manchúes no eran propiamente nómadas. Habitaban en villas y contaban con una economía mixta de cacería y recolección, alternada con agricultura y cría de ganado, donde la parte distintiva era la crianza de caballos. La presencia de un líder como Nurhaci (1559-1626) permitió cambios radicales en la organización social de los manchúes, que paulatinamente ingresaron al circuito internacional de la plata, ese poderoso vehículo económico que penetraba a todo el orbe en aquel momento.

Nurhaci comandaba a los líderes manchúes en las negociaciones anuales con los chinos, en ceremonias en las que se rendían tributos (los caballos y demás productos mencionados) a cambio de “premios”, especialmente plata y seda, proporcionados por la casa imperial. Tales ceremonias involucraban a cientos de participantes que llegaban a la capital china a rendir pleitesía al poder Han. En 1608 Nurhaci mismo acaparaba el control del lucrativo comercio de jengibre. Para China, la transferencia de plata no era considerada comercio, pues tenía el valor de adquirir, aparte de bienes, la lealtad de sus vecinos y la seguridad de sus fronteras.

Se pueden desprenden dos conclusiones: al inicio del siglo xvii el pueblo manchú había llegado a contar primero, con una economía monetizada y, paralelamente, el contacto con el Imperio chino había influido en la organización del poder, favoreciendo la idea de una dinastía y las aspiraciones de control comercial, todo lo cual encontró un momento propicio en los espacios abiertos por la crisis de la dinastía Ming27.

Esta línea de interpretación se enlaza con las investigaciones realizadas por autores como Flynn y Giráldez, quienes analizan el proceso global en el cual los imperios chino y español, los más poderosos de la época, estaban íntimamente relacionados, aún sin sospecharlo. La imponente producción de plata de América, principalmente en Perú y Nueva España, generó una transformación profunda de la economía mundial y proporcionó a la Corona española un enorme poder.

Las consecuencias de este fenómeno fueron determinantes en la formación y consolidación (o el derrumbe) de varias economías de la época, comenzando por la dinastía Ming que permitió el atesoramiento de plata, exigió incluso el pago de impuestos en ese metal y empobreció a los pequeños propietarios que carecían del preciado oro blanco. No menos importante fue la insolvencia constante de la monarquía española en esa época, endeudada permanentemente con los banqueros alemanes y suizos28. Esta fue la preocupación permanente de los funcionarios españoles que, como Palafox, estaban en busca de mayores recursos para sostener al Imperio y fue la razón de sus principales propuestas de reforma del sistema administrativo.

Hasta aquí, siguiendo la narrativa de Palafox, se establece la invasión manchú y la caída del Imperio Ming. El resto del libro podría ser considerado un compendio de informes de corte diverso, incluso de diferentes plumas, enfocados en temas de gran relevancia, a saber: el desempeño del nuevo régimen y su trato hacia los chinos, su adaptación a las formas del poder mandarín, la justicia, la guerra, la religión y las costumbres. Sin pretender ser exhaustivos se ofrecen a continuación breves comentarios sobre estas materias.

Ejercicio del poder y la impartición de justicia

El libro en su conjunto trasluce una concepción del poder muy propia de la época del obispo de Puebla, y de las preocupaciones que le embargaban en ese momento acerca el ejercicio mismo del gobierno. La soberanía de un reino o la legitimidad de un régimen que se desmorona y otro que asciende eran temas muy pertinentes para el autor, deseoso de reflejar su inquietud ante los acontecimientos en Europa y América. No debe soslayarse que en la mente del prelado una preocupación constante era la rebelión, en 1640, tanto de Cataluña como de Portugal, hechos que marcan claramente el declive del Imperio29.

Palafox describe las dificultades de los líderes manchúes para imponer su gobierno sobre el pueblo chino recién conquistado. Su prosa está salpicada de referencias históricas a las gestas de los Césares o del gran Alejandro. Lo que interesa señalar aquí son ciertas críticas no tan disimuladas a los malos gobiernos, en la línea clásica del pensamiento humanista europeo. Menciona por ejemplo al rey cobarde de la dinastía Ming que no enfrentó al invasor manchú, o en el caso de los virreyes impuestos por la dinastía Qing, que cometen abusos y ofenden aún más a los pueblos sometidos30.

Los informantes de Palafox poco podrían haber conocido de las importantes medidas tomadas por el nuevo Imperio, a saber, obligar a toda la población a pertenecer a agrupaciones o “banderas”, con el propósito de censar y regimentar a los ciudadanos. Se mantuvieron formas de gobierno similares a las de la dinastía Ming, con seis ministerios (asuntos civiles, finanzas, ritos, guerra, justicia y trabajos públicos). Se creó un sistema mixto de administración en el que participaban manchúes y chinos. En cambio, el libro sí informa del deseo del nuevo emperador de reducir desde el principio la influencia palaciega de los eunucos y atraer a intelectuales como consejeros. Da noticia de que se perdonaron los tributos de toda la población en los años de guerra (de 1644 a 1646). En contrapartida, exigió tributo de los mandarines del viejo régimen, pues la exención que disfrutaban era absurda; si no dan consejos, que den dinero. A lo lejos, el libro de Palafox señala: “El Gobierno de los Tártaros es tan admirable con ser de gentiles y Tártaros, que pueden aprender de ellos los que se precian de más políticos”31.

Por otra parte, destaca que el nuevo régimen va permitiendo a los chinos asumir cargos públicos, por la simple razón de que ellos conocen todas las provincias y los problemas de la gente. Los nuevos mandarines quedaron subordinados a los manchúes. Siendo cierta esta transformación de China, el hecho le ofrecía a Palafox una confirmación de la justeza de su propia política en la Nueva España, que buscaba dar acomodo a las aspiraciones de los criollos en la economía, la política y la iglesia en territorio americano, por ser ellos los conocedores de la realidad local.

Con relación a la impartición de justicia, el libro retoma una descripción del despotismo de los antiguos mandarines, insensibles y corruptos, pródigos a la hora de ordenar azotes contra cualquier reo. En el nuevo régimen se procuraba un cambio benévolo, que asegurara el futuro del nuevo régimen. “Que en todo el mundo conquistan tanto las cortesías como las armas. Y al fin los ministros son los que pierden, o lo que aseguran los Imperios”.

“De sus leyes y estatutos particulares, y de los tribunales y ministros y administración de la Justicia criminal y civil conforme a esas particulares leyes no hay noticia cierta, solo reconocióse que están opuestas totalmente (a las de) los Chinos; y van introduciendo esa diferencia y oposición con suavidad los magistrados Chinos, y por darles gusto se van acomodando en todo a sus leyes; con que presto está mudado el gobierno del Imperio. En los pleitos se gasta poco papel; y perdonen los escribanos, verbalmente se averigüen y se concluyen las causas de ordinario; y dicen que lo demás es gasto de tiempo y dinero”32.

La estricta orden para que los varones se rasuren la frente y los costados de la cabeza y usen una cola de caballo fue sin duda una imposición que generó mucha molestia entre la población. “El orden más importante que se dio para los Tártaros, y más sensible para los Chinos, fue el mandarles a estos que se vistiesen luego al uso de la Tartaria, y que se cortasen el cavello (sic)”. Sin embargo, para los nuevos dirigentes de China servía para conocer abiertamente la lealtad o no de la población y poder distinguir a los enemigos en caso de batalla. La siguiente norma impuesta por los manchúes fue la ropa entallada, contrapuesta a la tradición Ming de camisas sueltas.

Sin embargo, para un hombre de letras como Palafox llamó más la atención el ejercicio en la impartición de la justicia.

“El ejemplo de los Reyes es tan poderoso que no solo exhorta, sino que manda y obliga a la imitación: de aquí es que los ministros del Rey Xunchi gobiernan a su imitación con tanta rectitud que los mismos Chinos rendidos lo celebran con encarecimiento, que es gran prueba de su bondad; pues es tan ordinario extrañarse un nuevo gobiernos, por bueno que sea”33.

Cabe resaltar que la impartición de justicia era central dentro de las preocupaciones de Palafox como visitador general y virrey, razón por la que propuso una reforma que elevara el papel de la audiencia y limitara el uso y abuso de los representantes del Rey en los territorios de ultramar que, por la lejanía, la impericia o el descuido, incurrían en corrupción y parcialidad a favor de los más cercanos colaboradores y criados34.

De la guerra

Antes de la invasión de China, el líder manchú Nurhaci introdujo a principios del siglo un sistema que le garantizó el ascenso político: organizó sus tropas y familias en ocho “banderas”, que se distinguían de acuerdo con el color (amarillas, rojas, azules y blancas, unas simples y otras bordadas). Las banderas servían para identificar a las tropas durante las batallas, pero también correspondían a un orden de registro de la población en la vida diaria. Nurhaci también fomentó la actividad de los artesanos para fabricar armas y armaduras351.

Palafox escribe: “Las armas son la tentación de los Tártaros. En ellas tienen su gusto y su voluntad; y es más gala entre ellos el tener la cara derecha con heridas y cicatrices, que en otras naciones el tenerla en soldada con capote, y guedejas rizadas al espejo, y bruñidas al óleo, con infamia de la nación y aun de el sexo varonil” (dicho esto en pleno siglo de pelucas barrocas en Europa y América). “Este afecto y aplicación de los Tártaros a las armas, toda la China con ser tan grande está hoy hecha una herrería de Vulcano, labrando diferencias de armas; que ni herreros, ni cerrajeros, ni fundidores hacen otra cosa en todo el Imperio”36

Da cuenta del uso de armas de fuego, arcabuces y mosquetes, que habían introducido recientemente los europeos, aunque seguía siendo básico el uso de lanzas, flechas y armas cortantes. Aparentemente no usaban pólvora. Sin embargo, el arma principal con la que conquistaron China fueron los caballos. “La gente parece que nace a caballo; porque desde niños se crían en ese ejercicio hasta la muerte. Muchos de ellos llevan a todas las riendas a la cintura, y con solo ladear el cuerpo a una parte a otra, gobierna el caballo, y le encaminan donde quieren; y con eso tienen entrambas manos desembarazadas para el arco y flechas”37.

Más que una sofisticada organización militar, los manchúes basaron su ventaja en el asalto, el uso de la caballería y las multitudes. El obispo de Puebla menciona formaciones de 200,000 hombres: 50,000 a caballo y 150,000 de infantería. A diferencia de los ejércitos europeos, no usaban rangos, ni insignias, ni daban órdenes sobre movimientos con tambores o trompetas, solamente una señal “con trompeta bastarda”. Todo en tropel, hasta ganar o perder. Usaban el asalto de murallas con grandes pérdidas y solo si no era posible avanzar entonces usaban la artillería38.

De la religión

El capítulo XXIV se dedica a exponer el martirio de cristianos en Japón en 1647, pero lo más notable es la opinión de que si China invadiera a su vecino probablemente habría mejores condiciones para la evangelización católica. “Así sería gran traza del cielo y providencia singular de Dios nuestro Señor, si el Tártaro conquistase al Japón, y abriese la puerta a la santa fe, como la va abriendo en la China, para que el Japón muriese, como ha muerto el Chino, a manos de sus mismos recelos, y conociese que no hay puertas cerradas para Dios, porque él las abre, cuando quiere con las llaves que menos se piensan”. Hace referencia al martirio de cristianos en Japón, del 26 de julio al 6 de septiembre de 164739.

El Capítulo XXV está dedicado a ‘la adoración y falsa religión de los Tártaros, y de sus virtudes y vicios naturales”40. Afirma que los tártaros son ateos: “La primera porque no reconocen ningún Dios, ni tienen ninguna religión; la segunda porque adoran todos los Dioses, y admiten todas las religiones, o por lo menos no extrañan ninguna religión o superstición de los que encuentran (…) solo adoran al cielo a bulto; porque lo ven alto, grande y lúcido”41. Reconoce que han respetado a las religiones que se practicaban en China, en especial al budismo, pero coloca esperanzas de que tratará de controlar a los monjes (budistas), lo cual en caso de suceder “será una acción muy importante para la introducción de la verdadera religión Católica, de la cual eran estos (los budistas) los mayores enemigos, y el mayor estorbo, no tanto por el Celo de su falsa religión, cuanto por el de su verdadera comodidad”42.

Menciona brevemente a los jesuitas que habían establecido casa, iglesia y relaciones con los emperadores Ming desde el siglo anterior. Al mencionar la tolerancia con que se maneja el nuevo gobernante y que muestra estimación por los sacerdotes misioneros católicos, más aún que a los budistas, “y si bien con el tropel de la guerra y de los asaltos de las ciudades y de la fiereza de el vulgo de los soldados, principalmente de los Chinos que servían al Tártaro, han padecido los padres de la compañía, que son los únicos ministros de aquella cristiandad, en sus personas y en sus casa muchos trabajos, no fue eso con autoridad de los virreyes ni generales de los ejércitos; antes muy contra su voluntad”43.

Agrega que “se mostraron muy favorables, dando a los padres patentes o chapas de seguridad, y tratando con ellos con familiaridad y confianza: ni los agravios que les hicieron, se hicieron por odio de la religión; que el Tártaro ninguna religión aborrece, sino por la crueldad y la insolencia natural de la gente de guerra, y más en guerra de bárbaros”44.

Un indicio muy interesante sobre los nuevos tiempo en la capital manchú es: “En la corte de Pekín donde reside el Rey Xunchi, entran las Señoras Tártaras en nuestra Iglesia, aunque hasta ahora es más por curiosidad que por religión, y hacen reverencia a las santas imágenes, que están en los altares de la Iglesia. Piénsase que lo hacen por dar gusto a los padres; porque los ven estimados de el Rey Tártaro, y de los grandes de su corte; y porque ellos son fáciles, y sencillos, cortesanos, y no desechan ninguna religión. Ques un buen principio, para que a los principios den oídos a la Católica, y luego el crédito que merece su verdad y a su justificación tan conforme a la luz natural de la razón”.

Las dilatadas citas y mis cursivas en los pasajes referidos a los jesuitas sirven para mostrar que Palafox no veía con particular recelo a los padres de la Compañía y su obra en China, aunque en abierto contraste, en sus escritos de la misma época dirigidos al rey de España y al Papa, Palafox se expresó con otros términos. Cabe señalar que el cambio de la dinastía significó un rudo golpe para la labor de los jesuitas, que habían logrado establecerse en Pekín y penetrar la confianza de los jerarcas de la dinastía Ming. De alguna manera, el nuevo ambiente significaba comenzar nuevamente el acercamiento con los dirigentes de China, lo cual lograron pronto y por un largo tiempo más45.

Descripción de costumbres

Se dedica un capítulo entero a la descripción de las facciones del rostro, cortesías y otras calidades de los manchúes y de los chinos. “En la paz son antípodas de sí mismo(s) en la guerra, porque en la guerra ya hemos visto que son severos, crueles, inexorables y amigos de sangre humana: y en la paz (…) son fáciles, llanos, afables, risueños y cortesanos”. “No son en las cortesías nimios como los Chinos. No tratan de las genuflexiones, ni de barrer el suelo con las frentes, como usaban con los Mandarines de la China o hacían usar en su presencia”46. Particularmente disfrutables son las narraciones sobre la moda manchú impuesta a los chinos y las diferencias de costumbres comparados con los Han47.

Es curioso encontrar en el texto, dos mexicanismos: chocolate y pinole: “Beben aguar fría a nuestro modo y no caliente, como los Chinos y los Japones. El Cha, que es bebida ordinaria y de regalo y de cortejo en este fuerte, como el chocolate; aunque también le hay frío al modo de el Pinole”. Más adelante, cuando describe los elaborados sombreros a la moda manchú, que llevaban unos adornos de seda amarilla de baja calidad y en varios casos de una hierba seca “color oro y semejante a la flor del maíz”48, un producto típicamente mexicano.

Impacto regional

El libro de Palafox refiere a lo largo de diversos capítulos los efectos que tuvo la invasión manchú entre los países vecinos de China, en particular, producto de esa fuerza imbatible, fue la conquista de Corea. Menciona las difíciles relaciones con Japón y el trato con estados considerados tributarios por el Imperio Ming: Tunchin, Conchinchina, Champa (los tres ahora parte de Vietnam), Camboya, Sihan (Tailandia), Patani (en Malasia), Macafar, Solor, Sumatra (los tres en Indonesia), Xacatia (en India, bajo control holandés). Especial mención merece el trato benigno que dio a los extranjeros, especialmente portugueses, en Cantón y Macao.

En el caso de Filipinas, los informantes de Palafox evalúan el lamentable estado en que se encontraba la colonia, afectada por las guerras en China, la falta de comercio con Japón, que había frenado el comercio, combinado con el alzamiento de Portugal de 1640 que afectó al abasto de Manila. Otro efecto en la capital filipina fue la presencia de 100,000 chinos, entre comerciantes que frecuentaban el puerto y probablemente refugiados de las turbulencias en el continente, lo que condujo en 1649 a la sangrienta insurrección que sacudió a la colonia.

Reformador en controversia global

Juan de Palafox, el político, había ascendido en la escala del poder con una gran rapidez y con brillo propio. Prolífico en sus escritos, llenó miles de folios con cartas, memoriales, tratados, escritos religiosos y filosóficos, así como poesía. En su obra se mantiene una visión integral de la ley y la justicia, que lo acompañó hasta el final y en el que destaca la idea de rediseñar el juego de equilibrios entre el poder central de la Corona y los reinos a su alrededor. El enorme poder que concentró durante su estancia en México, de 1640 a 1649, suscitó más temprano que tarde una confrontación con un segmento de la iglesia igualmente poderoso, los jesuitas.

Sin embargo, este conflicto es únicamente una parte de su vida y de su pensamiento reformador, que atiende a su interés por lograr cambios que a la par de su protector el Conde-Duque de Olivares, consideraba necesarios para todo el Imperio, en la metrópoli y en las provincias ultramarinas. Como señala Cayetana Álvarez de Toledo, “la perspectiva de Palafox abarcaba el conjunto del conglomerado español: Era global y trasatlántica”49. Apenas agregaría que también esa visión, siendo global, se volvió transpacífica.

Desde su llegada a la nueva España, Palafox exigió disciplina a todas las órdenes religiosas para cumplir con las reglas y subordinarse al orden papal. El conflicto inició con la exigencia para que pagaran el diezmo a la iglesia secular sobre la enorme cantidad de bienes acumulados, entre otros, haciendas, colegios, ingenios y obrajes50. Fueron los jesuitas los más renuentes a tal pago, alegando que tenían privilegios pontificios que los eximían de esa carga fiscal. La acción del obispo Palafox fue frontal, pues en diciembre de 1642 bajo advertencia de embargar todos los bienes e incluso de excomunión, exigía el pago inmediato de lo adeudado.

El clero secular, encabezado por los obispos y los sacerdotes diocesanos, tenía la obligación de impartir doctrina espiritual y realizar una labor material en la comunidad. En palabras de Palafox el clero secular era el gran tronco universal de la Iglesia, mientras que las órdenes religiosas eran ramas secundarias, regimientos espirituales subordinados a los sacerdotes diocesanos. Se distorsionaba la cadena de mando en la medida en que las órdenes retenían parroquias, pues se interponían entre el obispo y la comunidad. Una afrenta a los cánones de la Iglesia y al Concilio de Trento51.

Dotado de una visión política estratégica, compartida con su protector el Conde Duque de Olivares, estaba empeñado en fortalecer a la monarquía española. Pugnaba sobre todo por hacer del reino americano un espacio más útil (productivo se diría ahora) para la península ibérica. De ahí se deriva tanto el espíritu reformador como la ortodoxia religiosa, lo cual le da una imagen a veces contradictoria52.

Como visitador general tenía la encomienda de revisar todos los aspectos de la vida pública del Reino, lo cual generó incomodidad o aprecio en todos los rincones, desde la casa virreinal, hasta las haciendas, los puertos y caminos53. En el breve tiempo en que fungió como virrey, de junio a noviembre de 1642, trató de realizar reformas importantes centradas en tres ámbitos: reducir la presión fiscal del Virreinato, limitar los poderes del virrey y reformar la administración a nivel local. En apego a esos propósitos, procuró de inmediato la reducción de impuestos, emitió las ordenanzas para la Universidad de México, al tiempo que fortalecía la defensa militar del reino. Una de las intenciones más osadas del obispo y virrey fue facilitar el acceso de los criollos a cargos públicos y religiosos.

El comercio de Manila

Vale la pena detenerse un poco en las acciones que realizó como visitador General a favor del comercio entre la Nueva España y Filipinas. Poco antes de partir hacia América recibió un memorial preparado por Juan Grau de Monfalcón, representante de los intereses de los comerciantes de Manila en España, en el que resume las variadas aristas económicas, políticas y espirituales de la presencia española en las islas Filipinas. En la década de los 30 se había impuesto una política restrictiva al comercio filipino, propiciada por los comerciantes de Sevilla, que veían peligrar sus ganancias. Se limitó de manera rígida el monto total del comercio a un “techo” de 250,000 pesos y se prohibió el comercio entre la Nueva España y Perú54.

En apretado resumen, el valedor de los filipinos en España argumentaba la urgencia de fortalecer el comercio entre la Nueva España y Filipinas, primeramente para garantizar la predicación evangélica en Asia; conservar la autoridad, grandeza y reputación de la Corona; defender las Islas del Moluco (de donde provenían las especias); quebrantar la fuerza de los holandeses, amparar el comercio con China.

Ya en el cargo como visitador propició la apertura del comercio entre los territorios americanos y Filipinas como una medida sana para la metrópoli y sus reinos de ultramar. En sus cartas al rey y al Consejo de Indias argumentó en contra del espíritu restrictivo de los mercaderes de Sevilla, afirmando que cualquier pérdida del comercio metropolitano sería superada por los beneficios del comercio en el Pacífico. Los intereses de España en Asia eran los mismos que los de la Nueva España, por lo que las limitaciones en una tendrían efectos en la otra. Seguramente viajó a Acapulco para supervisar la mecánica del comercio55.

Por razones políticas, especialmente en la etapa de conflicto con el virrey Escalona, ejerció presión sobre importantes mercaderes portugueses, de quienes recelaba como posibles aliados de los insurrectos de Portugal. En solo cinco meses dejó una huella imborrable en la conducción de los asuntos públicos en América.

En la práctica, la visión reformadora de Palafox encontró otras dificultades pues habiéndose diferenciado en los métodos de las propuestas de cambio impuestas por el Conde-Duque de Olivares, a la caída de quien fue su protector, en 1645, se siguió identificando a Palafox como uno de sus seguidores. La estrella política del obispo comenzó a declinar en la corte española56.

En el ámbito pastoral, su especial atención a la ortodoxia tridentina le acarreó conflictos con los estamentos religiosos que dominaban la vida económica, política y espiritual de la Nueva España. En Puebla continuó procurando cumplir con sus metas y llegó a criticar la realización de comedias callejeras durante las ceremonias religiosas, al mismo tiempo que enfocó su trabajo pastoral hacia la población indígena y los sacerdotes criollos, lo cual generó un gran aprecio entre la población. Las críticas del clero y de los intereses económicos afectados minaron la imagen del obispo, provocaron su caída y su virtual huida de Puebla, en 1647.

Choque con los jesuitas

Los roces y conflictos se multiplicaron conforme actuaba con ese ánimo reformador en defensa del Patronato Real, en el cual los obispos eran representantes del rey de España en todos los asuntos políticos, sociales y económicos en sus dominios. El principal enfrentamiento no habría de limitarse al espacio local sino desarrollarse en un ámbito remoto, en el otro lado del Pacífico y relacionado con las prácticas misioneras jesuitas en China. En 1649, en la última etapa de su estancia en México, Palafox se involucró en el espinoso tema de los llamados ritos chinos, una controversia litúrgica que se venía arrastrando desde el siglo anterior relacionada con la forma en que los jesuitas lograban la conversión de los locales en China y Japón.

La parte glamorosa de aquella época suele ser contada por múltiples historiadores religiosos que enaltecen la obra de los misioneros, principalmente los de la Compañía de Jesús, en China y Japón57. Bajo el padroado portugués, los jesuitas en efecto realizaron una impresionante tarea evangelizadora tanto en China como en Japón, llena de misticismo y hasta de la magia necesaria para atraer la atención de los historiadores. Ciertamente el esfuerzo realizado por gigantes, como llama Dunn a los primeros misioneros como Matteo Ricci, Alessandro Valignano y Luis Frois, es digno de ser conocido más ampliamente. Todos ellos siguieron el camino inaugurado a mediados del siglo xvi por Francisco Xavier, de proporciones legendarias. Siendo uno de los fundadores de la Compañía de Jesús en 1540, dos años más tarde ya estaba en camino al puerto portugués de Goa, en la India. Luego en 1545 en Malaca, en la península Malasia; las Molucas (1546), Japón (1549). A partir de 1552, poco antes de morir, planeaba la empresa mayor de su viaje: cristianizar China.

No obstante, la estrategia jesuita de evangelización en Asia comenzó propiamente en 1578 con la llegada a Macao del Visitador General de la Compañía de Jesús en el Lejano Oriente, Alessandro Valignano. Como representante de la disciplina beligerante jesuita, el italiano debió considerar todos los ángulos necesarios para la evangelización en China y el método más adecuado para adaptar el ritual católico; hacerlo menos europeo y más chino, sin perder su esencia. Para ello escogió a dos misioneros extraordinariamente preparados, Ruggieri y Ricci, ambos italianos con dotes particulares en el manejo de la nemotécnica, los idiomas, la química, las matemáticas y la cosmología. Ambos jesuitas, aunque no portugueses, se amparaban en el Padroado. Bajo la supervisión de Valignano, y con el propósito de avanzar en su empresa misionera, establecieron mecanismos comerciales audaces ahora conocidos como el comercio jesuita de la seda.

En 1638 los dominicos habían acusado formalmente a los jesuitas de no acatar, o incluso violentar, la liturgia católica en China. Llegaba de esta manera a las altas esferas romanas el conflicto sobre los denominados ritos chinos. Las acusaciones contra los jesuitas son que permitían que los recién convertidos no asistieran a misa de domingo; no administraban los santos óleos a mujeres en estado de muerte; aceptaban el ejercicio de la usura por parte de los recién convertidos. Acusaron a los jesuitas de aceptar idolatrías y supersticiones, estableciendo una larga lista de acusaciones en el sentido de que se permitía la adoración de dioses falsos y paganerías. Los misioneros de otras órdenes se quejaban de que en Japón no había cruces en los templos jesuitas58.

En este punto, Palafox estaba convencido de que debía intervenir en el asunto y envió sus opiniones tanto al rey Felipe IV como al Papa Inocencio X59. En ambos memoriales el prelado expresa cuatro puntos que consideraba peligrosos. 1) Ocultar el crucifijo de Cristo y no predicar la pasión, 2) permitir e incluso participar en ritos gentílicos y supersticiosos, como los dedicados a Confucio, 3) autorizar una mezcla de fe e idolatría al dirigir los rezos a una cruz disimulada en el altar mientras que aparentemente se adoraban ídolos paganos, 4) liberar a los recién convertidos de las normas religiosas (ayuno, confesión, misa)60.

Al Papa le escribe:

“Toda la iglesia de la China gime y se queja, Padre Santísimo; clama altamente, que no ha sido instruida, sino engañada por los mismos Jesuitas, en los rudimentos de nuestra purísima fe que la han enseñado: y huérfana, sin jurisdicción eclesiástica, se duele al ver escondida la Cruz de nuestro Salvador, autorizados los ritos gentílicos, y corrompidos, más bien que introducidos los que son verdaderamente cristianos… Dios y Belial en una misma mesa, en un mismo altar y en los mismos sacrificios; y finalmente, mira con pena incomparable venerar los ídolos bajo la apariencia del cristianismo, o por mejor decir, mancharse la pureza de nuestra santísima fé, bajo la sombra del paganismo”61.

Una opinión tan apasionada como esta muestra el tono que había adquirido la querella entre los misioneros en Oriente. La respuesta de los jesuitas a este tipo de críticas aconsejaba a los frailes ser más cuidadosos con mostrar sus crucifijos, medallas, rosarios y agua bendita, pues los acusaban de vulgarizar la religión cuando regalaban bajo el menor pretexto lazos de San Francisco y perlas de Santa Jerónima. Los frailes acusaban a los jesuitas de que su principal reacción frente a ellos no era de tipo religioso sino comercial, pues procuraba impedir la entrada de los franciscanos al comercio de la seda china en Japón62.

El tema por supuesto era más complejo, pues estaba relacionado con una concepción filosófico-religiosa de tolerancia. La posición que Palafox asumía en este terreno correspondía a una visión general de lo que consideraba deseable para la propagación del cristianismo en Asia. Como se ha mencionado, tanto la lectura de informes políticos, los testimonios de los misioneros que llegaban de Filipinas y su evaluación de la situación de cambio de régimen en China lo motivaron a ir a un enfrentamiento muy riguroso y elevar su opinión ante la Corona española y el Vaticano. El obispo asumió como parte de su tarea el cuidar la propagación de la fe católica entre los chinos y ante esa determinación no podría aceptar las consideraciones particulares de los jesuitas.

“Como yo sea uno de los Obispos, de mi amada América, como de la Europa, más cercanos a la China, a nosotros los Obispos, (…), que distamos menos de aquellas provincias, (…), nos toca ladrar, clamar, y dar cuenta a Vuestra Santidad, como pastor supremo, de los escándalos que pueden originarse de esta doctrina jesuítica en las provincias donde deben trabajar por la propagación de la fe”63.

El obispo de Puebla advierte al rey acerca del peligro de que cada congregación se ocupe de manera exclusiva de las provincias y no se limita a criticar a los jesuitas:

“Solamente porque de unos casos se debe deducir tal vez escarmiento, experiencia, y atención a otros me hallo obligado a representar a V.M. y a su Supremo Consejo el daño grande que causa o puede causar, que toda una Christiandad se fie solo de una Religión, o profesión por mucho tiempo, como se hace hoy en las Provincias de Sinaloa a la Compañía y en las del Nuevo Mexico a la de S. francisco, que a mas de cinquenta años que las tienen solos, sin averiguar por lo menos tal vez de la manera que se obra y enseña, enviando V.M. quien lo visite, o nombrando obispos a esas dos Provincias, pidiendo así a su Santidad para que en ellas zelen, velen, y vean lo que pasa como en todas las de la Christiandad”64.

Mientras tanto, cabe señalar que en China la invasión manchú ponía a prueba las lealtades de los padres de la Compañía, como ya fue mencionado, pues habían obtenido desde finales del siglo xvi un trato preferencial en el círculo privado de los emperadores Ming y ahora se encontraban ante el dilema de acercarse al nuevo poder. En un principio mostraron su neutralidad ante las nuevas autoridades, lo cual les sirvió para salvar su vida. Aquellos que quedaron en Pekín intentaron con éxito un nuevo acercamiento, como fue el caso de Johann Adam Schall von Bell (1592-1666), quien en poco tiempo se ganó la confianza del joven y curioso emperador manchú, quien lo nombró director del Observatorio Imperial y del Tribunal de Matemáticas.

Una historia diferente fue la de los misioneros de la Compañía en el sur, como Alvaro de Semedo (1585-1658), que se mantuvieron cercanos a la resistencia Ming. El ya mencionado sacerdote polaco Michael Boym (c. 1612-1659) viajó a Europa acompañado de familiares del destronado emperador Ming, a fin de ganar el apoyo de los reyes y del Papa. No tuvo éxito en su misión pues los vientos de cambio indicaban desde Roma, Madrid, la Ciudad de México o Manila que era preferible asimilar la presencia del régimen manchú. “El tiempo estaba a favor de la continuidad”65.

A modo de conclusión

En la actualidad, China ocupa un lugar creciente en las noticias que reproducen los medios internacionales. En las décadas recientes los productos y acontecimientos del gigante de Asia tienen un acento cotidiano en la vida de todo el planeta. Hace cuatro siglos sucedió algo similar y personajes de la estatura de Palafox percibieron esa profunda transformación de la realidad mundial. Los acontecimientos de aquella época dieron relevancia a un debate complicado y profundo, sobre temas como el ejercicio prudente del poder y el de la tolerancia entre culturas diversas, en la élite del poder español y en el selecto grupo de misioneros de diversas órdenes religiosas católicas, dispersos por el planeta, todos ellos personajes pioneros en el proceso de globalización que se experimentaba en ese momento.

El Imperio español se hallaba sujeto a la fragmentación interna y al acoso externo, para usar las palabras de la doctora Álvarez de Toledo, pero los temas tratados en este ensayo desean mostrar que probablemente el obispo Palafox reforzó su percepción del cambio histórico al acercarse a los temas del comercio con Filipinas, a la caída de la dinastía Ming y a las formas de evangelizar de los misioneros jesuitas en China. El Imperio español había encontrado ya en esa región del mundo y en ese momento histórico límites muy concretos, como el reto de los holandeses e ingleses en el Sudeste de Asia para controlar el comercio de especias y la dificultad para mantener fuerzas militares en la isla de Formosa. Décadas antes, como reconocimiento implícito de los límites del Imperio, la Corona española había rechazado financiar aventuras militares para invadir China o Camboya desde Filipinas66.

El libro de Palafox es un testimonio valioso que refleja la visión de un grupo de misioneros informantes del prelado y motivo de reflexión del obispo respecto a las fracturas del poder y los peligros del mal gobierno. Por su parte, su incursión en el tema de la evangelización en China es congruente con la idea de reforma religiosa emprendida en esos años en la Nueva España, encaminada a afianzar las bases de la monarquía española, y a corregir el poder extremo de las órdenes en tareas que él consideraba responsabilidad del Patronato real.

Es difícil imaginar un grado de mayor compromiso de un religioso como Juan de Palafox y Mendoza al confrontar el tema de Asia, teniendo sobre sus espaldas la responsabilidad de trabajar por sus convicciones políticas a favor de la Corona española, cumplir con su cometido administrativo y pastoral en la Nueva España y procurar la expansión del cristianismo en la región más poblada del planeta, al otro lado del Pacífico.

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Licenciado en Economía por la UNAM, con maestría en Políticas Públicas por la Universidad Nacional de Singapur, cuenta con más 30 años de trayectoria pública y diplomática en las representaciones de México en Singapur, Tailandia y Canadá, y como Jefe de Cancillería en la Embajada de México en China. Se retiró del Servicio Exterior en 2014. Actualmente cursa el doctorado en historia en la Universidad Nacional de Singapur. Desde 2009 publica el blog “La Nao va”, sobre la historia del Galeón de Manila, http://lanaova.blogspot.com.

Juan de Palafox y Mendoza (1600-1659) nació y murió en España, pero como veremos su estancia por casi diez años en la Nueva España (1640 a 1649), fue trascendental en la vida política de ese virreinato americano. Desempeñó el cargo de consejero del Consejo Real de Indias, obispo de Puebla, visitador general de los virreyes marqués de Cadereita y marqués de Cerralvo. En 1642 fue designado virrey y capitán general de la Nueva España y también arzobispo de México. La última década de su vida fue obispo del burgo de Osma donde murió a los 59 años. Su legado cultural fue portentoso, reconocido hoy en día en la construcción de la catedral de Puebla y en la Biblioteca Palafoxiana en esa ciudad. Fue beatificado por la Iglesia Católica en 2011.

La compilación de sus obras completas en 1762, consta de 15 tomos. Obras del Ilustrissimo, excelentissimo y venerable siervo de dios, Don Juan de Palafox y Mendoza, imprenta de Don Gabriel Ramírez, Madrid. Sin embargo, la página internet del Instituto Cervantes dedicada a Palafox ofrece un número mucho mayor de obras catalogadas (http://www.cervantesvirtual.com/bib/bib_autor/palafox).

En este estudio se utilizó una versión digitalizada del original disponible en la Bibliotheque National de France (http://gallica.bnf.fr/ark:/12148/bpt6k574970.r=historia+de+la+conquista+de+la+china.langEN), así como de la que aparece en Google Books (http://books.google.com/books/about/Historia_de_la_conquista_de_la_China_por.html?id=lGLwhWQECM8C). Existe una versión electrónica moderna publicada por Verdehalago, México, primera edición digital 2012 (http://www.amazon.com/Historia-conquista-China-T%C3%A1rtaro-Spanish-ebook/dp/B00EWSHAR2/ref=sr_1_2?s=digital-text&ie=UTF8&qid=1396354068&sr=1-2&keywords=palafox). Lamentablemente esta versión contiene varios errores de transcripción y carece del índice original. La Biblioteca Nacional en la UNAM y el Centro de Estudios de Historia de México Carso cuentan con ejemplares originales del libro.

Alvarez de Toledo (2004, pp. 33-55); Elias (1996, p. 64). Sentido del honor; Eliott (2004); Kamen (1991, pp. 11-47).

Clossey (2008), ofrece una visión interesante de la profesión de fe de los misioneros de aquella época que atravesaron enormes distancias para propagar sus ideas religiosas y a un mismo tiempo servir a un poder global.

Alvarez de Toledo (2011). Elabora el estudio más acabado sobre el momento histórico y el pensamiento del obispo, en línea con el planteamiento originalmente elaborado por Jonathan Israel (1980, pp. 199-247).

Alvarez de Abreu (1977, pp. 45-81). Ver el trabajo de Ollé (pp. 231-240). Al descartar la posibilidad de invadir China, en las postrimerías del siglo xvi, España colocó el énfasis en el comercio entre Filipinas y la Nueva España, en una relación de tipo funcional con los poderes de la región asiática.

St. Clair Segurado (2000, pp. 145-170. Nota 3, pp. 147). La autora informa que “son cerca de una decena y redactados en torno a una estructura de preguntas y respuestas. Figuran obras de Bartolomé de Robredo (SJ), Domingo González (OP), Juan Bautista de Morales (OFM), Diego de Morales (SJ), Antonio de Santa María (OFM), entre otros, y están fechados en las décadas de 1630 y 1640. Como prólogo a esta colección de tratados, figura la relación del prelado en que nos basamos, compuesta de 15 folios”.

Kai (2013, pp. 132-222). Este historiador chino ofrece información poco conocida sobre el papel del jesuita español Diego de Pantoja, compañero de Matteo Ricci en China. En ese tenor, el ensayo de Busquets i Alemany (2008, pp. 275-291), ofrece también un recuento cuidadoso de los relatos elaborados por autores españoles de aquella época.

Brockey (2012, pp. 97-117). El autor elabora una genealogía de las fuentes españolas y portuguesas sobre China.

En este sentido Folch (2008, pp. 195-210), considera que a partir de la década de los 80 del siglo xvi se realizó un giro en la narrativa de los acontecimientos y la interpretación de la realidad china, como resultado del interés jesuita por insertar el pensamiento católico en ese espacio cultural. Ver también: Mungello (2009).

Busquets i Alemany (2008, p. 276), De Acosta (1962) y González de Mendoza (1990).

Palafox, Historia, p. iii

Mungello (2009) señala que entre 1654 y 1706 ese libro se reimprimió más de veinte ocasiones, en francés, alemán, inglés, italiano, holandés, portugués, español, sueco y danés.

Van Kley (1973, pp. 561-582).

Spence (1990). The Manchu Conquest, pp. 26-48 y Kangxi's Consolidation, pp. 49-89, señala que en 1668 y 1687 llegaron dos embajadas holandesas; dos portuguesas en 1670 y 1678 y dos rusas. Van Kley (1973) menciona múltiples informes sobre el tema que aparecieron en las gacetas comerciales holandesas de la época.

Sobre el tema de la decadencia de la dinastía Ming ver dos clásicos: Brook (2010); Huang (1981). En español ver Botton Beja (1984).

Spence (pp. 26-58), y Palafox, Historia, Cap I y II, Palafox llama Cunchin al Emperador, Ly a Li Zicheng, Cham a Zhang Xianzhong, y Sangui V al general Wu Sangui.

Palafox, Historia, Cap III. Entra el Rey de la Tartaria en la China.

Palafox, Historia, Cap. IV Prosigue el Tártaro en la conquista de la China. y V Retiróse el Rey Tártaro a la corte de Peking.

Palafox, Historia, caps. VI Hallan gran dificultad los Tártaros en la conquista de las tres últimas Provincias, por un celebérrimo Corsario Chino de nación que las defiende, Cap VII Prosigue la relación del Corsario Ican y Cap VIII Pide socorro al Rey de Japón contra el Tártaro, y no se le da. Palafox se concentra en la trayectoria de Zheng Zhilong, padre de Zheng Chenggong. Ollé (2005, pp. 271-297) ofrece una panorámica de esta resistencia militar combinada con los intereses comerciales en la región.

Ollé (2005, pp. 149-150).

Flynn y Giráldez (1995, p. 201). Estiman que entre 1500 y 1800 Perú y Nueva España produjeron alrededor de 150,000 toneladas de plata. Ello representó cerca del 80 por ciento del total mundial de ese período; una parte sustancial fluyó directamente hacia China.

Di Cosmo (diciembre 2009, pp. 43-60).

Di Cosmo (2009, p. 54).

Flynn y Giráldez (2002, pp. 391-427). Para un contexto más amplio sobre el intercambio y uso monetario de la plata americana en Asia, consultar Valdés Lakovsky (1987).

Fee (2004, pp. 57-103).

Palafox, Historia, Capítulo XXIV, Recelos y prevenciones antiguas y nuevas del Rey de Japón, p. 274.

Palafox, Historia, Capítulo XXVI, Del gobierno de los Tártaros en su Rey Xunchi, y como se entabla y se recibe en la China. p. 300.

Palafox, Historia, Capítulo XXVII, Del gobierno de los Tártaros en la China en los particulares magistrados, pp. 318 y 319.

Palafox, Historia, Cap XXVI p. 311.

Alvarez de Toledo (2011, pp. 154-171).

Spence (1990, p. 27).

De Palafox (1762, Capítulo XXIX, p. 341).

De Palafox (1762, Capítulo XXIX, p. 348).

Palafox, Historia, Capítulo XXX, De la milicia y orden de los exércitos de los Tártaros p. 350.

Palafox, Historia, Capítulo XXIV, Martirio de Cristianos en Japón, p. 274.

Palafox, Historia, Capítulo XXV, De la Adoración y falsa Religión de los Tártaros, y de sus virtudes y vicios naturales p.293.

Palafox, Historia, Capítulo XXV, De la Adoración y falsa Religión de los Tártaros, y de sus virtudes y vicios naturales p. 294.

Palafox, Historia, Capítulo XXV, De la Adoración y falsa Religión de los Tártaros, y de sus virtudes y vicios naturales p. 296.

Palafox, Historia, Capítulo XXV, De la Adoración y falsa Religión de los Tártaros, y de sus virtudes y vicios naturales, p. 297. Cabe mencionar que el tratamiento que Palafox realiza de las costumbres religiosas en China es similar al de los cronistas españoles del siglo xvi, véase el interesante ensayo de Dolors Folch citado en nota 11, “Antes del Confucianismo…”. www.ugr.es/ceiap/capitulos/capitulo12.pdf.

Palafox, Historia, Capítulo XXV, De la Adoración y falsa Religión de los Tártaros, y de sus virtudes y vicios naturales Palafox p. 297.

Palafox, Historia, Capítulo XXV, De la Adoración y falsa Religión de los Tártaros, y de sus virtudes y vicios naturales, p. 298.

Palafox, Historia, Capítulo XXXI, De las facciones del rostro, cortesías y otras calidades de los Tártaros en el trato Urbano y Político p. 361.

Palafox, Historia, Capítulo XXXI, De las facciones del rostro, cortesías y otras calidades de los Tártaros en el trato Urbano y Político p. 367.

Palafox, Historia Capítulo XXXII, p. 380.

Álvarez de Toledo (2011, p. 372).

García (1991, p. 145).

Álvarez de Toledo (2011, p. 111).

Álvarez de Toledo (2011, p. 91 y 98).

Alcalá Esqueda (2004, pp. 119-133).

Álvarez de Abreu (1977, pp. 45-81).

Álvarez de Toledo (2011, p. 325). Había perdido el pulso político y la perspectiva de lo que sucedía en la Corte española, más preocupada por los costos de conflictos en Nápoles (1647) y Sicilia (1648).

Boxer (1993). Ofrece un panorama muy preciso de la mecánica comercial que financiaba la acción jesuita en el norte de Asia, fuera del control español.

Cummins (1961, pp. 395-427).

Juan de Palafox (Puebla, 8 de enero de 1649) Carta del vuestro siervo de Dios Don Juan de Palafox y Mendoza, obispo de Puebla, al Sumo Pontifice Inocencio X, traducida del latín al castellano por Don Salvador González, Con Superior Permiso, en Madrid, 1766.

Cummins (1961, p. 398).

Boxer (1993, p. 241).

Clossey (2008, p. 106). Comenta socarronamente que Pekín se encuentra a 12,473 kilómetros de distancia de México, pero a solo 8,138 kilómetros de Roma.

Cummins (1961, p. 426).

Ver el trabajo de Ollé (2005).

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