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Vol. 46. Núm. 46.
Páginas 167-196 (Enero 2015)
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Páginas 167-196 (Enero 2015)
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LA función social de la dimensión emocional en el conflicto comunitario: entre la envidia, la desigualdad y las relaciones de poder1
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Gabriela Eugenia Rodríguez Ceja
Estancia posdoctoral, Facultad de Estudios Superiores-lztacala, Departamento de Psicología, Universidad Nacional Autónoma de México
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Resumen

Desde el marco de la Antropología, la Sociología y la Historia Cultural de las emociones, este artículo analiza la función social de la dimensión emocional en el contexto del conflicto comunitario en el ejido ch’ol El Carmen II, de Calakmul, Campeche. La experiencia emocional articula al sujeto sintiente con códigos culturales comunes, generándose una vivencia compartida de los sujetos en el acontecimiento. La dimensión emocional se desarrolla en contextos socioculturales, económicos y políticos particulares, y se relaciona con el orden ético, moral, jurídico y de usos y costumbres de la localidad.

Palabras clave:
ch’oles
emociones
conflicto social
envidia
relaciones de poder
Abstract

This artide analyzes the social function of the emotional dimension from the theoretical frameworks of Anthropology, Sociology and Cultural History of emotions, in the context of community social conflict, in the common land ch’ol of El Carmen II, located in Calakmul, Campeche. The emotional experience articulates the sentient actor with commun cultural codes, generating a shared feeling in the happening. The emotional dimension is developed in sociocultural, economical and political specific contexts, and it is related with the ethical, moral and legal order.

Keywords:
Ch’ol
emotions
social conflict
envy
power relationships
Texto completo
Introducción

Este artículo tiene como objetivo analizar la función social de la dimensión emocional en situaciones de conflicto social comunitario a través de un estudio de caso realizado en el ejido ch’ol El Carmen II (ECII), del municipio de Calakmul, Campeche. Se considera que la dimensión emocional forma parte de la experiencia humana en cualquier contexto (Hochschild, 1975; Le Bretón, 1998), y se refiere a la vivencia compartida de los sujetos en el acontecimiento, en el ser siendo (Illouz, 2007), lo que remite a culturas particulares que tienen semánticas al respecto, y códigos en los cuales se configura dicha dimensión. La afectividad constituye un elemento de la dimensión emocional, y atañe a la capacidad que tienen los sujetos de verse afectados permanentemente, en un sentido Spinozia-no, desde lo vivencial y a nivel de huella corporal.

El caso de estudio nos permite aproximarnos a la semántica y al código que constituyen la dimensión emocional en un contexto situado, dentro de la cultura ch’ol. El análisis contribuye a comprender cómo las condiciones de desigualdad que existen en dicha localidad, y los vínculos de ésta con el espacio translocal, generan relaciones de poder que facilitan el surgimiento de experiencias afectivas, principalmente de envidia (ts’alentiel o ts’aleia), pero también del enojo-coraje (michlel) y de odio (ts’a k’el o k’uxk’el), las cuales contribuyen a que, quienes las experimentan, desarrollen acciones con las que buscan provocar daño (tik’lan) en quienes son envidiados u odiados.2

En consecuencia, los que reciben el daño experimentan miedo (bΛkñan), vergüenza (kisin), preocupación-tristeza (pensal) y/o enojo-coraje.3 Dichas emociones a su vez, pueden producir enfermedad4 en quien las padece durante largo tiempo o con fuerte intensidad, y, asimismo, vulneran a las personas que son objeto de brujería —tΛ’lentiel—, provocando que el daño sea más intenso. Sin embargo, también pueden promover el desarrollo de acciones de diversa índole con las que dichas personas buscan protegerse o, incluso, vengarse.

A través de esta dinámica es posible entender que las emociones juegan un papel determinante en los intercambios humanos, ya que operan como generadoras de acciones sociales estratégicas. En este caso particular, se aprecia cómo los conflictos regulan la dimensión emocional, y a la vez son regulados por ella, teniendo como marco las posibilidades que permite la cultura ch’ol para configurar experiencias emocionales particulares. Las emociones contribuyen a que las personas tomen decisiones que las ayudan a tratar de mejorar su posición en el espacio social, partiendo de los recursos con que cuentan.

El estudio de la dimensión emocional en este contexto contribuye a vincular procesos subjetivos e intersubjetivos relacionados profundamente y de forma compleja con contextos históricos, políticos, económicos y sociales más amplios que se organizan en torno a relaciones de poder. Asimismo, permite visualizar cómo se vinculan con los órdenes ético, moral, jurídico (Enríquez, 2008 y 2011; López, 2011b; Lutz, 1988; Lutz y Abu-Lughod, 1990) y de usos y costumbres de la comunidad, lo cual se relaciona con procesos donde se disputa la posibilidad de reproducir o transformar el orden social (Enríquez, 2011).

El objetivo se abordó con el método etnográfico, observando y escuchando, participando, conversando y cuestionando: por un lado, en interacción con diversos miembros de la comunidad5 en múltiples contextos de la vida cotidiana;6 por otro, enfocándose en el tema de investigación, con actores relacionados de manera cercana al caso de estudio, así como también analizando otras situaciones de conflicto, a fin de tener más elementos de análisis.

La propuesta se basa en el trabajo transdisciplinario de la sociología y la antropología de las emociones en la vertiente del construccionismo social.7 Sin soslayar los aspectos neurofisiológicos y psicológicos, la dimensión emocional es entendida como una construcción sociocultural (Hochschild, 1990; Gordon, 1990; Rosaldo, 1980; Le Breton, 1998; Enríquez, 2008 y 2011; López, op. cit.) que alude a experiencias (Hochschild, op. cit.;Scheer, 2012; Lutz, op. cit.; Rosaldo, op. cit.;Enríquez, 2008) que proveen de sentido y orientación a los sujetos en el mundo (Enriquez, op. cit.;Hochschild, 1975; López, op. cit.). Las emociones surgen en medio de las interacciones sociales, por lo que se encuentran situadas histórica, social y culturalmente (Enríquez, 2011; Hochschild, 1975; López, op. cit.); son producidas y tienen su origen en la colectividad, por lo cual no se trata de reacciones meramente individuales, sino de patrones de interacción interpersonal y de intercambio social (Kirmayer, 1984), en tanto son “la emanación de un medio humano dado y un universo social de valores” (Le Breton, 1998: 104).

Por otra parte, el conflicto social ha sido considerado un elemento intrínseco de las relaciones humanas (Austin, apudBerruecos, 2009; De Haro, 2012; Simmel, 2010). Retomo el planteamiento que lo considera un elemento fundamental que contribuye al desarrollo de procesos de cambio social (Beattie, 1964; Gramsci, 1999). Se trata de un “estado antagónico entre dos o más partes, que surge de intereses incompatibles” (Hunter y Whitten, 1981: 107), “en torno a recursos, poder y status, creencias, y otras preferencias y deseos” (Bisno, apudVon Bertrab, 2010: 57), los cuales afectan elementos fundamentales de los sistemas sociales (Gluckman, 1978).

En el estudio de caso se identificarán las arenas en torno a las cuales ha surgido el conflicto, constituyendo múltiples ejes en tensión interactuando entre sí, producidos a partir de los cambios que han sucedido en el devenir de la historia del ejido. El conflicto ha surgido debido a la presencia de lógicas económicas, políticas8 y sociales diversas conviviendo en el mismo sitio, por lo cual las fricciones expresan la confrontación que surge entre diversos grupos o individuos al haberse integrado nuevos códigos, valores, significados, formas de acceder a recursos y formas de poder, que han hecho su aparición a partir de la relación que el ejido ha establecido con el espacio translocal. Es decir, existen diversos proyectos de comunidad en disputa en un mismo espacio social, promoviendo diferentes formas de vida y desarrollo (Agudo, 2006 y 2007), lo cual impacta la dimensión emocional de la localidad.

En ECII existe una visión hegemónica que ha organizado la vida cotidiana desde el origen de la comunidad, que se ha basado en un orden jerárquico encabezado por hombres, ejidatarios, de mayor edad, y personas con mejor posición social, como los curanderos —xwujtijel o ts’akΛjel— o los brujos —xiba’—. Ellos han controlado la toma de decisiones, han administrado la mayoría de los recursos disponibles, y en muchas ocasiones se han encargado de impartir justicia. Por otra parte, las mujeres, los jóvenes y la gente sin tierra han vivido defacto como ciudadanos de menor rango que han debido subordinarse, sufriendo en ocasiones la violación de sus derechos. Con la incorporación de nuevos elementos a la vida local, algunos jóvenes no ejidatarios —hombres y mujeres— han tenido acceso a recursos y formas de poder que los confrontan con la visión hegemónica.

El análisis del conflicto visto en relación con la dimensión emocional permite, entonces, identificar las formas en que se expresan los intereses de los diversos grupos o individuos que están en confrontación, así como también el impacto que esto tiene en la experiencia afectiva de los involucrados. Debido a ello, las emociones constituyen un recurso con el cual es posible tratar de mejorar la posición de los sujetos dentro del espacio social en la disputa de los escasos recursos disponibles en la localidad.

La propuesta de trabajo coloca a la dimensión emocional como eje teórico y metodológico para analizar el conflicto, debido a que permite profundizar tanto en estructuras individuales y subjetivas, como también en las socioculturales, estableciendo relaciones entre ambas; integrando también el impacto de procesos sociales, económicos y políticos en la relación que establece lo local con lo translocal. Se retomará la dimensión emocional como elemento clave en la construcción de las experiencias, entendidas como la vivencia compartida de los sujetos en el acontecimiento, en el ser siendo. A partir de la experiencia afectiva del sujeto sintiente (Hochschild, 1975) es posible aproximarnos a la vivencia compartida de las personas. De tal forma resulta viable comprender cómo la dimensión emocional contribuye a reorganizar la vida de la colectividad en situaciones de conflicto. Asimismo, es posible indagar cómo son las formas del sentir de los sujetos que conducen hacia acciones con las que tratan de resolver aquello que causa el conflicto, poniendo por delante sus intereses o los de sus familias, es decir, nos permiten aproximarnos a la manera como se construyen las agencias de los actores sociales. Es importante considerar que, si bien desde la antropología han sido trabajados muchos de estos elementos, no han sido atendidos en este nivel emocional.

Para abordar el objetivo que ha sido formulado, a continuación se describe la forma como se ha organizado el trabajo. En el siguiente apartado se profundizará en torno a cómo se construyen las relaciones de desigualdad, es decir, de poder, que son el fundamento de la envidia, el odio y el enojo-coraje. Para abordar esta problemática con más elementos se integran dos apartados, uno referido a la noción hegemónica que se tiene de la persona ch’ol, y otro que trata del ámbito jurídico. Posteriormente se describe en forma breve el caso de estudio, seguido por el análisis de la dinámica emocional local a partir de los elementos que han sido problematizados. Se concluye con algunas reflexiones.

La desigualdad en los conflictos sociales ch’oles

Los ch’oles reconocen que el conflicto (t’an, leto, periyal) genera experiencias afectivas nombradas wokol, es decir, de sufrimiento, dificultad o problema. El sufrimiento generado por los conflictos entre los mismos compañeros ch’oles suele manifestarse como un fantasma con múltiples formas, y que amenaza con aparecer en diversas circunstancias a lo largo de la vida de las personas, pudiendo llegar a provocar escenarios adversos donde esté presente la enfermedad e incluso la muerte.

En las narrativas locales, los sujetos hablan con frecuencia sobre el sufrimiento que generan los sujetos que envidian, odian o sienten enojo-coraje9 contra quienes tienen lo que ellos no pueden tener, es decir, aluden a condiciones de desigualdad entre las personas. El sufrimiento se produce cuando el envidioso realiza diversas acciones que buscan dañar a quien es envidiado, o a miembros de su familia, con el fin de socavar de alguna manera la posición de privilegio en que se encuentra. Por lo tanto, gran variedad de dificultades ubicadas en distintos ámbitos, como el económico, de la salud, de las relaciones interpersonales o el psicológico, son explicadas a través de dicho mecanismo, lo cual redunda en el surgimiento de diversos conflictos interpersonales. Dentro de las acciones que tienen como objetivo dañar, la brujería (tΛ’lentiel) es la más poderosa, ya que puede afectar a la persona de numerosas maneras, produciendo malestares corporales y hasta la muerte.

La posibilidad de ser dañado por alguien envidioso genera sufrimiento en términos emocionales: puede presentarse como miedo (bΛk’ñan), preocupación-tristeza (pensal) o vergüenza (kisin). Dichas emociones tienen un significado negativo al estar asociadas a la manifiestación del daño de que son objeto, principalmente cuando se trata de brujería.10 Sin embargo, en tanto las emociones contribuyen al desarrollo de la agencia en los sujetos, también conducen a que las personas movilicen sus recursos para protegerse, y cuando sienten enojo-coraje también pueden ser movilizadas hacia la búsqueda de venganza.

Frente a la desigualdad, y para evitar la experiencia de la envidia, los ch’oles plantean dos alternativas. Por un lado, es posible aceptar que algunas personas nacen con ciertas habilidades que les permiten desarrollar algún tipo de actividad con la que logran obtener recursos económicos vedados para la mayoría, es decir, han recibido “dones” “porque así lo quiso Dios”. La segunda opción consiste en trabajar fuertemente para conseguir lo que se quiere, ya sea en labores campesinas, en la crianza de animales o en algún trabajo asalariado. Cuando alguien muestra su envidia es mirado negativamente, pues se suele decir que no se esfuerza lo suficiente para obtener lo que desea, y que no mira el esfuerzo que el otro está realizando para tener lo que tiene.

Estas explicaciones responsabilizan al sujeto envidioso de su emoción, y de las acciones dañinas que emprende contra otros, pues ponen el énfasis en lo que cada persona —o familia— puede hacer para obtener lo que necesita, o en lo que puede hacer para no sentir envidia. Sin embargo, existen numerosas circunstancias que no dependen exclusivamente de los individuos o de los grupos familiares, las cuales no son incluidas en la comprensión local del fenómeno.

Para entender la envidia es necesario considerar que la desigualdad se relaciona en parte con la posición diferenciada que ocupan las personas dentro de esta sociedad, organizada a partir de una aguda estratificación basada en el sexo, la edad, los recursos económicos y la posición social. No obstante, también se relaciona con las contradicciones y dificultades que existen en localidades como ésta: pequeña, de vocación campesina, con población indígena, históricamente marginada y empobrecida. En este tipo de espacios, la mayoría de las personas tiene gran dificultad para acceder a recursos económicos básicos que les permitan sobrevivir y reproducirse,11 y también para adquirir objetos de prestigio, los cuales provienen en su mayoría de la sociedad mestiza, con la que históricamente se han relacionado, en general, todos los grupos indígenas, en términos de desigualdad y exclusión, lo que ha contribuido a generar las condiciones de pobreza en que se encuentran.12

Es importante considerar que este contexto está configurado estructuralmente debido a los planteamientos ideológicos, económicos y políticos que han sido promovidos desde la sociedad mestiza dominante, en parte a través de las instituciones de gobierno, y actualmente también desde empresas privadas y multinacionales que manejan el mercado global, por lo que las dinámicas locales remiten directamente al espacio translocal (Escalona, 2009 y 2012).

A continuación se analizará la relación histórica entre el espacio local y el translocal, ya que en ella se configuran las condiciones de escasez y desigualdad imperantes en el primero de esos espacios, y que constituyen un insumo esencial para entender la dinámica del conflicto y, por ende, de la envidia.

El ejido El Carmen II fue fundado a mediados de la década de los setenta por campesinos ch’oles que migraron desde sus lugares de origen en la Sierra Norte de Chiapas debido a que carecían de tierras propias, y porque la disputa por los escasos terrenos había provocado brotes de violencia. Algo similar ocurrió con localidades vecinas, que también fueron pobladas en esa misma década de idéntica manera. Cuando llegaron, el territorio se encontraba más bien deshabitado, y las instituciones del gobierno estaban prácticamente ausentes.

Los primeros años de vida comunitaria fueron organizados desde una posición marginal; se trataba de una localidad centrada en sí misma y en sus propios recursos. El ejido se ubicaba en los “márgenes del Estado”, es decir, se trataba de un espacio donde “la ley y otras prácticas estatales son colonizadas mediante otras formas de regulación que emanan de las necesidades apremiantes de las poblaciones, con el fin de asegurar la supervivencia política y económica” (Das y Poole, 2008: 24).

Estar en los márgenes refiere a formas particulares de organización de las interacciones sociales dentro de la vida cotidiana en el ámbito local, con el fin de garantizar la supervivencia y la reproducción del grupo, las cuales se basaron en articulaciones locales de poder. Como se mencionó antes, las decisiones a nivel local y familiar eran tomadas por los hombres ejidatarios, ya que sólo ellos integraban la Asamblea, en la que se elegía a los comisarios municipales y ejidales, además de tomar decisiones sobre muchas cuestiones que afectaban la vida de todos los habitantes del ejido. Como se aprecia, la comunidad es una institución política, en tanto instancia que administra el poder.

Años más tarde y de forma gradual, diversos organismos gubernamentales se fueron haciendo presentes,13 al tiempo que se aproximaron diversos grupos sociales, como representantes de agrupaciones religiosas, católicas y no católicas, y de diferentes partidos políticos. Por otra parte, en años recientes fue aumentando de forma notable la emigración por parte de los jóvenes, tanto a Estados Unidos como a diversas zonas de desarrollo de la península de Yucatán, como Cancún o Playa del Carmen.

La influencia de los nuevos actantes14 (Latour, 2005) se fue haciendo notar, pues se acortaron las distancias y se incrementaron los intercambios con el resto de la sociedad mexicana; por otra parte, su presencia contribuyó a generar nuevos liderazgos, procuró alternativas ideológicas, éticas y morales que plantearon nuevos cauces para regular las interacciones. Asimismo, han contribuido a construir el escenario de competencia y desigualdad entre los habitantes del ejido, pues su presencia ha generado la incorporación de nuevos valores, expectativas, conocimientos, actividades productivas, maneras de relacionarse, modalidades de participación política, posibilidades de desarrollo, estilos de consumo y formas de prestigio, algunos de los cuales se encuentran hoy en disputa con la visión dominante que tradicionalmente ha organizado a la localidad.

Las nuevas formas de socialidad que han surgido cuestionan el escenario de las relaciones de poder, pues los jóvenes, las mujeres y los no ejidatarios han adquirido recursos económicos, materiales y/o simbólicos, lo que les posibilita cuestionar los papeles tradicionales, tratar de modificar su posición de subordinación en el ejido, y proponer alternativas, generando confrontaciones con los ejidatarios garantes del ordenamiento hegemonico. Todo ello ha incidido en los procesos afectivos de la localidad.

Uno de los valores más importantes que ha sido reconocido como sostén de la vida social ch’ol desde sus inicios, y que se relaciona con dicho ordenamiento hegemonico, se resume en la frase lajalonla, “somos parejos”, la cual se refiere a que todos los habitantes han participado de la construcción del tejido que da sentido a la vida comunitaria. Ellos se reconocen como compañeros (lak pi’ilob), es decir, campesinos ch’oles que comparten una misma historia de sufrimiento, de esfuerzo y trabajo (toñel), además de valores, sentidos, objetivos, actividades, derechos y obligaciones.

Los ch’oles reconocen que la participación colectiva ha sido uno de sus principales baluartes, que les ha permitido continuar como comunidad organizada, llegando a articular su identidad como grupo cultural particular con objetivos comunes. Sin embargo, la misma frase oculta las relaciones de poder que subyacen a la forma como han estado participando las personas, pues se trata de trabajar por la comunidad, pero desde el lugar desigual en que cada persona se ubica, dependiendo de su sexo, edad o posición social.

Como se irá mostrando, el “ser parejos” se relaciona con un orden ético y moral que no necesariamente se ha reflejado en los usos y costumbres de la vida cotidiana, ya que no ha existido un proyecto comunitario incluyente que se haya enfocado en construir el bienestar de todos los integrantes, más allá de la organización del trabajo colectivo, de la gestión conjunta para obtener servicios básicos como agua potable, o del manejo de sus recursos naturales. Por el contrario, ha operado una dinámica en donde la forma de mejorar las condiciones de vida sólo ha podido surgir a partir de proyectos individuales, familiares o de grupo15 —mas no comunitarios—, que al tener éxito suelen generar malestar e incitan a la competencia por los recursos disponibles y/o por la supremacía en el manejo del poder, pues la brecha de desigualdad se acrecienta: cuando alguien tiene acceso a una vida mejor, suele temer que surja alguien envidioso que realice acciones en su contra.

Aunado a lo anterior, en la localidad son muy notorias las estrategias empleadas por los envidiosos, que consisten en realizar acciones a fin de dañar a otros, entre las cuales se incluyen chismes (jopt’an o u’yaj), amenazas, burlas o descalificaciones —especialmente en reuniones públicas—, discusiones, violencia física o acciones encaminadas a dañar su patrimonio. También puede suceder que al darse varios de estos hechos, además de tener la evidencia de algunas otras señales —como ciertos sueños, percepciones o caídas—, la gente concluya que su “enemigo” está realizando acciones de brujería contra ella o contra miembros de su familia, ya que también suelen presentarse evidencias —principalmente sensaciones corporales— relacionadas con procesos de enfermedad (k’amΛjel). La brujería es el recurso más poderoso que tienen los ch’oles para afrontar el conflicto, pues puede ser usado tanto por quien envidia, odia o siente enojo-coraje, como por quien es envidiado, pudiendo producir, como ya se señaló, enfermedad e incluso la muerte.

Desafortunadamente, las instituciones encargadas de impartir justicia no siempre contribuyen a resolver los conflictos de forma pacífica, tampoco garantizan que se repare el daño o que se castigue al culpable. Por el contrario, existen múltiples circunstancias que conducen a las personas a dirimir sus diferencias al margen de la dimensión jurídica, lo que deriva en la puesta en marcha de estrategias locales como las que han sido mencionadas, donde la brujería tiene un lugar preponderante.

A continuación se presentarán dos apartados que aportarán elementos para comprender cómo opera la dinámica local en torno al conflicto y a las emociones relacionadas con éste: el primero se refiere a los significados y prácticas que derivan de la noción de persona, que permiten comprender la trascendencia de la brujería al articularse con la vida emocional; el segundo describe la forma como opera el ámbito jurídico.

La persona ch’ol

En este apartado serán explicitados algunos elementos fundamentales para comprender cómo opera la brujería, y cómo es que constituye un peligro fehaciente para la integridad y la supervivencia de las personas. El panorama se torna más complejo cuando se sabe que hay acciones encaminadas a perjudicar a otros, que pueden no ser evidentes a simple vista. Esta situación se condensa en una frase que he escuchado con frecuencia: “No podemos llegar a conocer el corazón de las (otras) personas”: ma’anik mi mejlel lajkΛn i pusik’al yambΛ lak pi’ilob, refiriendo a la dificultad para saber lo que realmente piensa-siente-desea alguien,16 pues, a pesar de que muestre ser “buena gente” (wen kixtiaño), es sabido que no siempre se trata de lo que “Verdaderamente dice su corazón”. Por el contrario, la gente puede ocultar sus intenciones cuando trata de hacer daño a otros. Asimismo, existen situaciones donde el conflicto es evidente, por lo que las personas tienen claro quién es el enemigo que está intentando causarles daño.

El peligro de ser dañado por alguien envidioso genera que las personas vivan en alerta constante, tratando de percibir con atención lo que sucede en su entorno, con los miembros de su familia y con su persona, acechando señales que indiquen la acción de algún enemigo. Esta dinámica puede tener lugar gracias a la concepción bastante generalizada sobre la “persona”,17 en la que se considera que los seres humanos pueden desarrollarse más allá del espacio que ocupan sus cuerpos (bΛc’tal), “haciendo que las personas aparezcan como entidades extendidas y a la vez porosas, en constante riesgo” (Escalona, 2009: 189). Esto sucede debido a que también se encuentran integrados por el ch’ujlel, o “espíritu” en relación permanente con el cuerpo, cuya interacción recíproca con éste y con el entorno posibilita que la persona pueda recibir el daño a través de sueños, emociones, caídas, chismes, malos aires, sustancias o seres que pueden penetrar, o incluso vulnerar al ch’ujlel cuando éste se encuentra fuera del cuerpo,18 logrando producir enfermedades que pueden ser graves, y en última instancia provocar la muerte.

Es posible que la persona tenga accidentes, como una caída, y que a partir de ahí comience su padecimiento. Sin embargo, también sucede que los envidiosos quieran “comerla” —yom uch’el—, lo cual implica que le hacen brujería, pues el objetivo último es que el brujo consuma el cuerpo de la persona produciéndole la muerte. Los brujos —xiba’— son los únicos que cuentan con wΛy, “nagual” o “sombra”, un “segundo espíritu” que dota de poder especial a quienes lo poseen, pues la persona adquiere las características de la entidad que tiene como nagual, ya sea algún animal y/o fenómenos como rayo, viento o remolino. Los xiba’ tienen poder para comunicarse, a través de procedimientos rituales, con los “dueños” —yum—, seres sobrenaturales duales que habitan el cosmos ch’ol,19 es decir, pueden emplear su poder tanto para beneficiar como para dañar a las personas, por lo que los brujos les piden ayuda para poder realizar el daño. Las capacidades de los brujos para hacer mal son cuantiosas y muy diversas, y su accionar se relaciona directamente con los conflictos locales.

Una de las posibilidades es que los dueños atrapen el ch’ujlel de la persona, dejándolo en las profundidades de la tierra o del agua, espacios donde ellos habitan y cuyos recursos controlan; mientras tanto el individuo se debilita, enferma y muere. Estos seres no parecen tener candados morales ni estar regidos por algún sentido de justicia para realizar sus acciones, como plantea Imberton (2012) en su estudio sobre suicidio entre ch’oles de Tila. Lo que parece moverlos a actuar a favor de alguien es la entrega de mayor cantidad de regalos u ofrendas —majtan—, que pueden provenir de un curandero que ruega por la salud de alguien, o de un brujo que pide por su muerte.

La brujería opera bajo una lógica donde las entidades anímicas “interactúan entre ellas en una clase de relación social paralela donde la vida es frágil y está expuesta a los deseos de los demás, donde los bordes de las personas aparecen lo suficientemente porosos como para que las personas estén expuestas a los ataques de los vecinos envidiosos o de brujos (...) La persona es una entidad porosa y las interacciones traspasan los cuerpos y se extienden más allá de ellos” (Escalona, 2009: 189). Estas condiciones contribuyen a generar percepción de vulnerabilidad, pues el miedo a ser dañado a través de esta lógica anímica está siempre latente. No obstante, se incrementa en forma notable cuando hay un conflicto en marcha y una persona muestra ostensiblemente sus intenciones de dañar por todos los medios posibles, como sucede en el caso de análisis.

El ámbito jurídico

La localidad no cuenta con mecanismos eficaces que logren garantizar la impartición de justicia. Por el contrario, la dimensión jurídica ha operado históricamente en relación con cuatro factores: 1) las articulaciones locales de poder, 2) el uso discrecional que han empleado los comisarios como autoridades locales, 3) el marco jurídico que la Ley Federal de la Reforma Agraria establece para el ejido, la cual otorga preponderancia a los ejidatarios por sobre el resto de pobladores, y 4) la manera en que las instancias municipales encargadas han decidido aplicar los procedimientos correspondientes. Estos factores han contribuido a que las personas utilicen otro tipo de recursos —al margen de la vía jurídica— para afrontar las situaciones de conflicto; las emociones constituyen un recurso muy importante, ya que influyen fuertemente en la toma de decisiones. Veamos cómo funciona la dimensión jurídica en torno a la relación entre conflicto social y la dinámica de las emociones.

Los cuatro elementos antes mencionados refieren a la articulación del escenario comunitario con las instancias que provee el Estado. Ambos espacios cuentan con mediadores que buscan resolver las problemáticas: en lo local encontramos al comisario municipal, y en casos especiales a la Asamblea, instancias que median emociones, en este caso la envidia, ya que existe un código emocional compartido que reconoce al sujeto envidioso como generador de acciones nocivas que pueden ser reguladas a través de la imposición de multas; en lo municipal quien media es el Ministerio Público (MP), encargado de identificar los delitos cometidos y establecer castigos.

La Ley Federal de la Reforma Agraria establece que la máxima autoridad dentro del ejido es la Asamblea General, conformada sólo por ejidatarios. Esta demarcación establece una diferencia entre éstos y el resto de habitantes, lo que incide en la toma de decisiones sobre asuntos concernientes a toda la localidad, provocando que los ejidatarios se hayan convertido en un grupo social privilegiado con capacidad de decisión sobre asuntos que conciernen a todos. En ECII, todos los ejidatarios son hombres, con la excepción de una mujer ejidataria y dos viudas que han recibido los derechos por herencia. La Asamblea elige cada tres años a los comisariados, tanto ejidal como municipal. Este último tiene a su cargo múltiples actividades, y ostenta un papel importante en el proceso de impartición de justicia.

A pesar de que las faltas están consignadas en un documento, la aplicación de sanciones depende mucho del criterio de la autoridad y de la dinámica local. Cuando se trata de delitos menores se requiere que la persona agraviada ponga una demanda. El comisario municipal manda llamar a quien está siendo acusado y pide la presencia de testigos para tratar de esclarecer los hechos. Luego buscará llegar a un acuerdo donde se logre la reparación del daño, además de que podría pedirse el pago de una multa. Sin embargo, es posible que las personas involucradas se rehusen a asistir al llamado de la autoridad, que no lleguen a un acuerdo, o que se nieguen a pagar la multa correspondiente. De ser así, el comisario deberá enviar el caso a las autoridades del municipio.

No obstante, en ocasiones, algunos comisarios no realizan las acciones requeridas para resolver los casos, pues temen convertirse en objeto de odio o de enojo-coraje de los infractores, arriesgando ser víctimas de brujería o de otras acciones dañinas. Ante casos no resueltos en esta instancia, la Asamblea puede intervenir. Y también es posible que los particulares vayan directamente al MP, pero no siempre se tienen los recursos económicos para desplazarse a la cabecera municipal las veces que sean necesarias para dar ellos mismos seguimiento al caso, además de que a la mayoría se le dificulta relacionarse con las instancias de gobierno por desconocer sus procedimientos, a más de que algunas personas casi no hablan español, por lo que sigue resultando difícil aproximarse a una instancia externa a la localidad que pudiera tratar de impartir justicia apegándose a las leyes que establece el Estado mexicano.

El contexto de marginación que ha vivido ha contribuido a generar condiciones para que la localidad haya generado sus propias formas organizativas, las cuales no han garantizado la equidad ni la justicia para todos los habitantes; por el contrario, se han basado en una jerarquía donde dominan ciertos grupos. Debido a esto, los habitantes han debido aceptar en muchos casos las resoluciones injustas de las instituciones locales, generadas a través de negociaciones y acuerdos, presiones o amenazas, donde las emociones tienen un papel fundamental, pues las personas pueden llegar a aceptar acuerdos que no los beneficien dado que son presas del miedo a las represalias del enemigo, o por la vergüenza que produce el ser exhibidos frente a los demás. La resolución de los conflictos está relacionada con los recursos que pueden movilizar en un momento dado las personas, las familias, o los grupos que se involucran en un acontecimiento dado, siendo los emocionales parte importante de dichos recursos.

En cuanto a la relación con el nivel municipal, cuando se trata de un delito mayor, como robo, violación o asesinato, los particulares deben dirigirse al MP para poner una denuncia. Sin embargo, algunas personas del ejido se mostraron insatisfechas con su forma de operar, pues a pesar de que se han denunciado algunos hechos, con el paso del tiempo quienes han cometido delitos siguen viviendo en la comunidad, continúan intimidando a los habitantes y no reciben castigo. Se han identificado casos en los que las autoridades no han dado seguimiento, y no obligan a las personas a pagar las multas. Algunos piensan que el MP está recibiendo dinero de los infractores y de sus familias para que no se aplique la justicia.

Por otro lado, en los más de 30 años de vida del ejido, la Asamblea siempre ha elegido a hombres ejidatarios como miembros del Comisariado Municipal, aunque siguiendo la Ley Orgánica del Municipio Libre se podría elegir a cualquier habitante mayor de edad que sepa leer y escribir. Cada tres meses los ejidatarios se reúnen para discutir los principales problemas y asuntos del ejido; sin embargo, muchos acontecimientos no sólo los afectan a ellos, sino a todos los vecinos. La Asamblea puede determinar quiénes pueden o no asistir a las reuniones. Durante muchos años los pobladores20 fueron invitados, pues se buscaba que aportaran trabajo y cooperación; se les permitía participar en las discusiones sobre asuntos que les concernían, mas no en las votaciones. Sin embargo, desde hace pocos años, a iniciativa de algunos ejidatarios, la Asamblea decidió excluirlos debido a que tiene el poder para hacerlo.

Asimismo, a partir de los acuerdos de la Asamblea y en ocasiones de los comisarios de forma unilateral, algunas familias de no ejidatarios, encabezadas por hombres o por mujeres jóvenes, han sido excluidas de ciertos programas gubernamentales a los que tienen derecho por vivir en la localidad. Dichas familias consideran que ello responde a que los ejidatarios les tienen envidia, pues han visto que sus condiciones de vida son buenas, y no quieren contribuir a que sigan mejorando, sobre todo considerando que los ejidatarios no han logrado el mismo nivel de progreso. Como se aprecia, las decisiones de la Asamblea y de las autoridades también son susceptibles de ser afectadas por las experiencias emocionales de sus integrantes.

La exclusión de algunos habitantes se ha dado en el contexto de ciertas confrontaciones que han surgido desde hace tiempo entre ejidatarios y personas más jóvenes. Como se ha mencionado, estas últimas han tenido la posibilidad de alcanzar mayores niveles de escolaridad; algunos han emigrado, con lo que han adquirido herramientas que les colocan en posición de ventaja frente a las personas mayores, pues hablan bien el español; saben leer, escribir y hacer cuentas; conocen mejor el funcionamiento de las instituciones mestizas, tanto las gubernamentales como las privadas; saben cómo emprender negocios que pueden resultar productivos; han aprendido nuevos oficios y están calificados para obtener empleos relativamente estables como trabajadores asalariados, lo que les permite no depender exclusivamente de la agricultura. Todas estas habilidades generan conflicto en el marco de un código cultural que relaciona la abundancia de unos con las carencias de otros, y, por lo tanto, con la envidia y el odio.

Regresando a las asambleas, en ellas los ejidatarios discuten la mejor forma de resolver los problemas, y en última instancia las determinaciones se toman a partir de una votación abierta, donde se adopta la decisión de la mayoría. Sin embargo, las intervenciones son realizadas con cuidado, pues los participantes tratan de evitar situaciones que puedan generar enojo en otras personas, ya que experimentar dichas emociones puede impulsar acciones nocivas en su contra. También sucede que algunos actúan de forma amenazante, con la intención de mostrar lo que están dispuestos a hacer en un momento dado, esperando “convencer” a las personas. Es decir, buscan generar miedo al aludir implícitamente al daño que podría concretarse en brujería.

A pesar de que la Asamblea está planteada para generar un ejercicio democrático entre sus integrantes, la realidad es otra. En última instancia, la dinámica de la Asamblea implica un posicionamiento de los ejidatarios —a título de jefes de familia— respecto a los intereses que están en disputa, produciendo un espacio en el que se escenifican las luchas de poder locales, donde las experiencias emocionales que surgen en las interacciones contribuyen a reorganizar so-cialmente la vida de la colectividad en situaciones de conflicto, lo cual evidencia que tienen una función política (Hochschild, 1975).

Como se ha podido apreciar, las enormes grietas que existen en el sistema de impartición de justicia han contribuido a generar condiciones propicias para que algunas personas puedan causar perjuicios a otras sin que existan mecanismos jurídicos que les pongan límites. Es ahí donde la dimensión emocional cobra relevancia, pues los sujetos desarrollan acciones estratégicas que se relacionan con las emociones que experimentan, ya sea para atacar o para defenderse, algunos tratando de sostener el ordenamiento hegemónico, y otros de subvertirlo, evidentemente fuera del marco jurídico. Un caso de estudio, y su análisis, ilustran lo anterior.

Caso de estudio21

El conflicto inició a partir de un incumplimiento del principio de respeto a la propiedad ajena en el 2012, cuando el ganado de Mario22 invadió los sembradíos de chile jalapeño de varios campesinos, destruyéndolos en buena parte. Julio fue a verlo en diversas ocasiones para pedirle que amarrara sus animales; la respuesta fue displicente, quedó de amarrarlos pero nunca lo hizo. Tiempo después acudió con el comisario municipal para poner una demanda, pero Mario no acudió al llamado de la autoridad y tampoco el comisario le dio seguimiento al asunto, pues tenía miedo de suscitar el enojo del dueño del ganado y atraer acciones de venganza. Por esas razones Julio decidió ir al MP, donde se determinó que Mario tendría que pagar dos mil pesos por el daño causado, aunque finalmente sólo pagó $500 pues las autoridades municipales tampoco dieron seguimiento al asunto.

Meses más tarde Mario tapó con alambre el camino por donde muchos campesinos del ejido pasan diariamente hacia a su parcela, aunque la sospecha generalizada fue que la principal intención era impedir el paso a la camioneta de Jesús, hijo de Julio. Como el terreno le pertenece, Mario decía que podía hacer con él lo que quisiera. Los ejidatarios afectados firmaron un acta describiendo los hechos y la llevaron al MP, el cual juzgó que, por tratarse de un camino, debía dejarse paso para el libre tránsito.

Al año siguiente, el ganado volvió a invadir los chilares de varios campesinos. Entonces Julio ya tenía claro que Mario envidiaba a miembros de su familia por los daños que había causado. Decidió no demandar pues sabía que no contaba con el respaldo de la autoridad, y que el agresor no tenía intenciones de reparar el daño. Ese mismo año Mario, al no tomar las medidas necesarias para proteger los terrenos vecinos, provocó se quemase la cerca que Ana, hija de Julio, tenía alrededor de su pequeño rancho. Ella decidió no demandar tampoco porque consideraba que el señor lo había hecho intencionalmente y que no pagaría por el daño, tal como había sucedido con su padre.

Asimismo, según el testimonio de padre e hija, en las reuniones que se llevaron a cabo desde que inició el conflicto, cuando coincidían con Mario, éste siempre hacía comentarios negativos sobre lo que ellos habían dicho antes, descalificándolos a veces con burlas, además de que no los saludaba cuando se cruzaban en el camino, signo inequívoco de enojo.

En años recientes Mario ha agraviado de diversas maneras a algunas personas; sin embargo, el conflicto se ha focalizado con Julio y su familia. La lectura generalizada es que siente envidia, odio y coraje, principalmente contra Julio y sus dos hijos. E este contexto, las experiencias emocionales encarnadas en Mario operan como obturadores de acciones negativas en contra de sus enemigos. Con su arsenal de acciones, Mario muestra no tener miedo a las consecuencias que podrían generar sus actos, es decir, a lo que Julio y su familia pudieran emprender en su contra. La seguridad que muestra influye para que sus contrincantes sientan miedo y preocupación por lo que él puede llegar a hacer contra ellos, pues parece una declaración de guerra. Sin embargo, sus mismas acciones lo evidenciaron ante la localidad como alguien envidioso, peligroso, ante el que se debe tener cuidado. Eso mismo provocó que perdiera aliados, también prestigio, o que aumentaran sus enemigos, algunos de los cuales realizaron acciones que generaron contrapeso en la contienda. Esto sucedió cuando alguien anónimo mató una de las reses de Mario, mostrando que tiene más de un enemigo enojado que puede hacer daño a su patrimonio si se lo propone; asimismo, varias personas pusieron sobre aviso a Julio y a su familia de acciones que Mario realizó y que podrían provocar daño a Julio. Como se aprecia, las acciones tienen consecuencias a nivel emocional, y los sucesos pueden ser interpretados en diversos sentidos, generando consecuencias a favor o en contra de los involucrados.

Para profundizar la dinámica de las emociones, es necesario explicitar algunas cuestiones relevantes sobre las biografías de los principales involucrados.

Mario, de aproximadamente 70 años de edad, ha tenido dinero, poder e influencia en la localidad. Él impulsó la movilización hacia Campeche de varias familias ch’oles, pues indagó dónde había terrenos susceptibles de ser otorgados en dotación. Más tarde se desempeñó como el primer comisario ejidal y realizó los trámites ante el Gobierno para conseguir el título de propiedad del ejido, lo cual requería que hablara español, que supiera leer y escribir, además de que tuviera un ch’ujlel fuerte23(an pΛtΛlel i ch’ujlel) para relacionarse con las instancias de Gobierno, elementos de los que carecía la mayoría de los vecinos. Fue también el primero que obtuvo un salario fijo al ser el enfermero de la clínica, con lo cual se convirtió en intermediario entre la instancia gubernamental y la comunidad, obteniendo un nuevo lugar de poder. También estableció la primer cantina del ejido, que le generó importantes ingresos y control sobre las personas, pues no siempre tenían dinero para pagar, por lo que saldaban sus deudas con trabajo. Asimismo, fue de los primeros en apoyar a sus hijos para que emigraran a Estados Unidos. Todo ello lo colocó durante años como la persona más rica y con mayor influencia en el lugar.

Sin embargo, desde hace años algunas personas han mencionado que sus negocios se han estancado, pues se abrió otra cantina, se jubiló de su trabajo en la clínica y se le echaron a perder varios vehículos por no darles mantenimiento adecuado. La gente asegura que sus recursos provienen de las remesas que sus hijos le envían desde Estados Unidos, y no de sus propios negocios.

Por su parte, Julio es un poco menor de edad que Mario, con un perfil más bajo que él en lo que a participación en el ejido toca, sin dejar de ser un hombre reconocido por su trabajo incansable, por su actitud recta y por vivir alejado de los problemas. Ha sido comisario municipal dos veces y ha mantenido una tienda de abarrotes durante muchos años. Desde hace tiempo, sus hijos Jesús y Ana, han ido acumulando recursos económicos y simbólicos de forma importante, con lo cual toda la familia —encabezada aún por Julio— se ha colocado en una posición social de privilegio.

Ana, siendo adolescente, se fue a trabajar a Chetumal, donde conoció a su esposo. Años más tarde decidió volver al ejido para establecerse con sus hijos. Una vez ahí fue evidente que había incorporado conocimientos y otras formas de relacionarse, distanciándose de las normas hegemónicas que la constreñían al hogar y que limitaban su accionar en el espacio público. Tiempo después comenzó a asistir a la clínica, pues quería cumplir su sueño de aprender enfermería. Con el paso de los años la enfermera titular fue removida, lo que dio a Ana la oportunidad de incorporarse al trabajo, a pesar de que carecía de los estudios correspondientes. Los recursos económicos con que cuenta a partir de su trabajo y el de su esposo, además de la posición de poder que ocupa por ser enfermera, le otorgan un lugar sumamente codiciado, que le ha generado muchas envidias. Entre ellas la de Mario.

Por su parte Jesús, el otro hijo de Julio, siendo muy joven decidió renunciar a ser ejidatario para seguir a sus suegros a Nicolás Bravo (NB), una localidad muy cercana a Chetumal, donde aprendió el oficio de la carpintería. Tiempo después emigró a Estados Unidos, donde trabajó durante tres años. Lo que ahorró durante su estancia allí le sirvió para iniciar una frutería; desde que volvió y a través del tiempo ha desarrollado diferentes negocios, la mayoría de ellos anclados en ECII, ya que ahí cuenta con el apoyo de familiares y amigos que trabajan para él: primero estableció una carpintería y actualmente tiene un rancho donde cría animales para venta, una gran tienda de frutas en NB. Además, cuenta con varias camionetas con las que vende frutas por los ejidos de la región y ha comprado varias hectáreas de terreno de otros ejidatarios, en los que siembra diversos productos con el fin de comercializarlos. Me comenta Julio: “Mario, envidia mucho a sus compañeros. No nos quiere ver porque trabajamos bien. No quiere ver a Jesús, no quiere que esté trabajando ahí. Anda diciendo a varios compañeros que por qué está comprando terreno”.24

Como se mencionó, “no querer ver” a alguien implica que una persona envidia, odia y/o está enojada con otra, lo que remite a un conflicto por intereses incompatibles entre dos partes, donde las emociones se articulan con acciones que tienen como objetivo hacer daño. El que Mario realice comentarios en contra de Jesús frente a otros ejidatarios muestra su intención de movilizar emociones en ellos con el fin de identificar aliados que pudieran estar sintiendo lo mismo. De lograrlo, también podría movilizar acciones encaminadas a dañar, algunas de las cuales podrían ser implementadas de manera conjunta.

Cuando Mario expresa molestia porque Jesús está comprando terrenos, probablemente busca despertar en los ejidatarios la necesidad de defender el patrimonio como propiedad colectiva, es decir, las tierras que constituyen un recurso nodal para su economía, para su identidad, para su sentido como individuos y como grupo organizado. Sin embargo, algunos campesinos no se adhieren a las intenciones de Mario pues identifican su envidia, y perciben que su objetivo no es defender un interés colectivo sino uno personal. Asimismo, para algunos ejidatarios sobresale la relación de afinidad y parentesco: Jesús es hijo de uno de ellos, sigue trabajando el campo, no es un enemigo contra el cual se tenga que luchar. Cuando los campesinos expresan a Julio los comentarios que ha hecho Mario, le ponen sobre aviso y en algunos casos le explicitan su apoyo.

Según la directora del Departamento Jurídico del municipio de Calakmul,25 ha sucedido en otras localidades que los ejidatarios desconocen la operación de compraventa de tierras efectuada entre particulares, a través de la decisión de la Asamblea General, violando claramente los derechos de las personas. La funcionaría reconoce que este tipo de asambleas tienen mucho poder en los ejidos, y que toman decisiones de acuerdo a su conveniencia, lo que deja desprotegido al resto de habitantes, siendo difícil —además de deficiente— la intervención de las autoridades.

Mario se molesta porque un joven no ejidatario pueda comprar tierras a quienes han necesitado dinero, y que en ellas esté produciendo frutos para su venta, ya que Jesús, además de contar con vehículos, conoce la cadena de comercialización pues se ha dedicado al negocio de la fruta desde hace años. Cabe señalar que desde que los ch’oles comenzaron a vivir en El Carmen II, la falta de vías y conocimientos para poder comerciar sus productos ha sido una de sus principales limitantes. Ante la falta de caminos en buen estado, de vehículos y de contactos, han tenido que conformarse con producir los bienes que el mercado demanda, recibiendo por ellos lo que los intermediarios han determinado de forma unilateral, pues no han podido tener acceso a otros mercados ni han podido negociar.

Lo que ha logrado Jesús con su particular visión para los negocios nadie más lo había obtenido en el ejido. Con la expansión de sus empresas ha podido dar empleo constante a muchas personas; sin embargo, esto ha sucedido únicamente con sus aliados, por lo que algunos que solían competir con él han buscado reconciliarse para ser partícipes de los beneficios. Es importante considerar que las fuentes de empleo que existen en la localidad son muy escasas, además de que los campesinos cuentan con una frágil agricultura de temporal que suele afrontar alternadamente tanto periodos de sequía como de lluvia excesiva debido a los constantes huracanes.

Retomando la “dimensión política” que Hochschild (1975) considera en el análisis del contexto afectivo, es posible considerar que la expresión de las emociones está relacionada con la posición que tienen las personas en la jerarquía social, por lo que la distribución diferenciada del poder también determina en quiénes se imprime con mayor o menor fuerza el impacto que deriva de la experiencia de ciertas emociones.

En este sentido, Mario busca mostrar que él tiene más recursos económicos y simbólicos que la familia de Julio, por lo cual se ha convertido en el principal objeto de sus odios, envidias, y por ende de sus acciones nocivas. Además de los perjuicios materiales, con sus comentarios ha intentado producir un malestar generalizado contra las actividades de Jesús, sin lograrlo ya que éste cuenta con muchos aliados que se han beneficiado de su posición. También ha buscado rebajar a Julio y a Ana frente a la comunidad a través de chismes, burlas y descalificaciones, acciones que buscan producirles vergüenza, enojo-coraje y preocupación-tristeza. Asimismo, Mario sabe que sus contrincantes podrían llegar a enfermar si llegaran a sentir las emociones mencionadas de forma constante e intensa; además, dichas formas de sentir vulneran a las personas haciendo más débil su defensa cuando se está viviendo el asedio continuo de ataques por parte de su enemigo, principalmente cuando se trata de brujería, a la cual Julio, su familia, y muchas otras personas del ejido tienen la certeza de que también ha acudido Mario.26

Como se ha planteado, las emociones están relacionadas con el orden ético y moral de las comunidades, pues se articulan con valores que son relevantes para ellas. En este sentido, las posiciones dominantes buscan asegurar el seguimiento de un orden social apegado a los valores que las sostienen en su lugar de poder, lo que se puede lograr más fácilmente cuando se tiene como aliadas ciertas emociones, con lo cual se trata de garantizar el control de los individuos (Hochschild, 1979). Las emociones están integradas en las personas a nivel simbólico y también corporal, pues cuando sucede una experiencia, es posible evaluar la situación a través de la información que se recibe, no sólo en forma de pensamientos, sino de sensaciones con todo el cuerpo. Esto implica que los significados se encuentran encarnados, de tal forma que las respuestas emocionales se dan de manera espontánea en forma de descarga corporal cuando el individuo recibe el contenido simbólico que las activa, sin que necesariamente atraviesen por la consciencia o la intencionalidad.

En este sentido, el miedo, la vergüenza y la preocupación-tristeza son experiencias emocionales que suelen estar atadas a ese circuito de significación que busca reforzar el control social entre los ch’oles, y que puede surgir de forma automática. El mensaje que Julio y su familia reciben a través de las acciones de Mario les indica que su integridad, así como sus bienes, está en peligro. El objetivo final es que se sometan de facto ante un orden hegemonico desigual en el que Mario estaría a la cabeza, ya sea al enfocar su energía en protegerse en lugar de atacar, o al enfermar, lo que provocaría que debieran invertir recursos en tratar de sanar. Al formar parte de una comunidad, las personas se encuentran sujetas a los significados compartidos a través de las emociones; el hecho de que ellas triunfen y estén fuera del control de las personas, “es el efecto encarnado de nuestros vínculos con otras personas, así como también a las convenciones sociales, a los valores y al lenguaje” (Scheer, op. cit.: 207).

Además de la relación que puede existir entre las emociones y la búsqueda de control social, las experiencias afectivas abren la mirada de las personas a múltiples posibilidades, pues expresan necesidades que requieren ser satisfechas (Heller, 2011), por lo cual orientan hacia el desarrollo de acciones estratégicas, contribuyendo a poner en marcha —en este caso— mecanismos de protección frente a los ataques recibidos, lo que puede suceder de muchas maneras, que serán exploradas a continuación.

Siguiendo con la Dimensión Política del contexto (Hochschild, 1975), también es posible observar que dentro de la familia de Julio existen diferencias y jerarquías, las que a su vez determinan quién se convierte en el objetivo de las acciones destructivas implementadas por Mario. En este sentido, Julio se encuentra en una posición de mayor vulnerabilidad ya que, a pesar de ser el jefe de la familia, no cuenta con los recursos que tienen sus hijos, Ana y Jesús, para afrontar la contienda, por lo que sus estrategias para ello se han remitido de forma crucial al “trabajo de la emoción”. Este concepto (emotion work) acuñado por Hochschild, es considerado como “el acto de tratar de cambiar en grado o cualidad una emoción o sentimiento” de forma consciente (1979: 561, traducción propia), independientemente de que se logre o no, es decir, se trata de “esfuerzos individuales para manejar experiencias emocionales discordantes” (Groark, 2005: 13; traducción propia). Julio lo expresa así:

Yo no hago caso (ríe). [Mario] quiere hacer maldad, está rezando ahorita, está prendiendo vela, está dando aguardiente a la tierra. Pero no pasa nada [a] uno, solamente Dios lo sabe. A veces ya pierdo la vista, ya me quedo un rato la mente así como borracho uno, pero ya vuelvo a decir: “Señor Jesús, ¿por qué estoy así? ¿Por quéestoy enfermando así?”. Al rato estoy bien otra vez, estoy feliz otra vez (ríe). Pero ya ves que se pone uno triste, más se va a enfermar uno. Estoy más tranquilo, que sólo Dios lo sabe todo, lo que hace uno así como él hace. No tengo miedo.

[...] Si [Mario] está haciendo maldad, solamente Dios lo sabe. Si muere primero, él lo buscó, nada más digo así. El va a morir primero porque está haciendo maldad. Por eso yo estoy feliz, yo no hago nada, no pienso nada. A lo mejor se muere él, tiene diabetes, sube su presión, ya tiene muchos años enfermo. No ha muerto todavía, pero tiene que morir (ríe), porque es gente (ríe). Tanto pensar qué cosa estás haciendo. Va a morir de tanto pensar”.27

Julio cuenta con un ch’ujlel fuerte, por ello puede decir que “no piensa nada”, es decir, no se preocupa y no tiene miedo, con lo que trata de evitar emociones que lo podrían enfermar; por el contrario, se esfuerza por estar “tranquilo” y “feliz”. Por otro lado, además de creer en la existencia de “dueños” que podrían ayudar al mejor postor en sus peticiones de brujería, Julio también cree en la existencia de un Dios justo, que puede saberlo todo, que castiga a quienes hacen daño y envidian a los demás, ya que cuenta con un código ético que no ha encontrado en las instituciones que deberían aplicar la justicia entre los hombres. Debido a ello, piensa que Mario podría morir próximamente, y lo dice mientras ríe, mostrando el deseo de que así suceda, aunque hasta el momento de la investigación sólo había considerado la opción de buscar alguien que pudiera aplicar la brujería en contra de su enemigo, e ignoro si lo llevó a cabo o no.

Sin embargo, a pesar de los esfuerzos realizados para eliminar el daño, Julio no ha podido evitar lo que él considera estragos de los ataques de brujería. A pesar de lo que se empeña en mostrar y en evitar, sabemos que ha experimentado las emociones planteadas, ya que el asedio ha sido muy fuerte. La acción de la brujería ha estado muy presente en su vida cotidiana, y puede percibirla claramente, ya que está siendo atacado por varios flancos, haciendo blanco en su cuerpo, en su ch’ujlel, y también en las relaciones que establece con las personas de su entorno.

Luego de un tiempo de sentir malestares, Julio decidió consultar con una curandera ch’ol —xwujtijel—, que le indicó que el “trabajo” realizado era muy poderoso y ella no podía ayudarlo. Sin embargo, su presencia en casa de Julio pudo haber enviado el mensaje de que él también estaba buscando quien pudiera hacer brujería para afrontar las acciones del hombre envidioso. Asimismo, con sus malestares se hizo más evidente para sus hijos la necesidad de realizar acciones más contundentes, como invertir en la búsqueda de alguien lo suficientemente poderoso que pudiera regresar el daño recibido.

Por su parte, para Jesús ha sido más fácil no inmiscuirse en dinámicas afectivas nocivas, ya que no vive en el ejido de forma permanente, además de que desde hace años se convirtió al credo pentecostal, en el cual se deslindan de creencias relacionadas con la brujería. Asimismo, debido a su trabajo constante y a su buena visión para los negocios, no ha necesitado acudir a ese tipo de cuestiones para ser exitoso. De allí, argumenta, que no haya sentido miedo, ni se haya preocupado por la posibilidad de ser dañado por la envidia de Mario: “Yo no creo en la brujería. La verdad, no hago caso de las personas que dizque hacen maldad... y nunca me ha pasado nada, no me he enfermado, nunca he sentido nada así. Yo sólo me pongo a trabajar, sin hacer caso de todo eso”.28

En cuanto a Ana, ella ha vivido los efectos de la brujería en carne propia, y reconoce abiertamente que el conflicto con Mario le ha generado miedo, preocupación, tristeza, y mucho enojo. Por momentos siente que va a “caer” (yajlel),29 pero luego se recupera. A pesar de haber vivido mucho tiempo fuera de su ejido y de estar casada con un hombre que no cree en la brujería, sigue reconociendo como propias las normas que regulan las emociones, que han sido dominantes y generalizadas entre los ch’oles, por lo cual necesita protegerse. En su caso, sus emociones la han llevado a buscar apoyo en un espiritista veracruzano, quien a través de diversos procedimientos puede brindar protección a cambio de elevadas sumas de dinero. Ana ha pagado “tratamientos” para sus hijos y otros miembros de su familia —incluido su padre—, esperando poder detener el daño que Mario intenta contra ellos.

Las confrontaciones que Mario ha tenido con Ana y con Jesús se inscriben también dentro de la rispida relación que los ejidatarios han tenido últimamente con jóvenes no ejidatarios de la localidad, pues han querido frenarlos en sus posibilidades de desarrollo al quitarles derechos que les corresponden, en la medida en que estos últimos atentan contra el orden jerárquico dominante, pues lo cuestionan al crear nuevas formas de relación y de ejercicio del poder. En este caso Ana, al ser una mujer joven, como enfermera está accediendo a una posición de poder que no debería de serle asequible y que la coloca como sucesora de Mario en la clínica, además goza de libertad y recursos que la mayoría de las mujeres y los hombres no tienen. Jesús, hombre joven y no ejidatario, está atentando contra el lugar de poder que le ha correspondido a Mario durante años, accediendo a posibilidades que nadie había logrado tener. Julio, por su parte, es el baluarte que organiza a la familia, y ha estado dando la cara para defender los intereses de ésta; si él cayera, con toda seguridad afectaría fuertemente al resto.

Como ha sido analizado, el ejercicio del poder de los ejidatarios se sustenta en las atribuciones que la Ley Federal de la Reforma Agraria otorga a la Asamblea General, con lo cual los ejidatarios tienen el sustento legal para dirigir sus decisiones hacia la defensa de sus intereses. Cabe mencionar que Mario ha sido de los principales instigadores de la exclusión de pobladores en las asambleas, mientras que Julio, junto con otros, ha pugnado por su inclusión, ya que se trata de sus propios hijos.

Finalmente, es importante considerar que la contienda se dirime en función de las estrategias que sean capaces de movilizar las personas, familias y el grupo de aliados que se pueda conformar, las cuales se relacionan directamente con las emociones vividas. El conflicto se desarrolla en función del despliegue de los recursos con que cuentan las personas a partir de su posición social, determinada por el sexo, la edad o los ingresos económicos, generando que la balanza se incline en uno u otro sentido.

Reflexiones finales

Como se mostró en el análisis del caso expuesto, las emociones expresan las tensiones que se dan de forma permanente en el espacio social, que se caracteriza por contener posiciones encontradas, donde no todos los sujetos tienen las mismas condiciones de acción y negociación (López, 2011a). Los ch’oles están inmersos en un entorno que no garantiza a todos por igual la satisfacción de sus necesidades. Esto genera que las personas con ciertas carencias envidien, odien y sientan coraje contra quienes tienen lo que ellas desean, por lo que realizan acciones con las que buscan dañarlas. Dicha dinámica en torno a la envidia y a la desigualdad es muy generalizada en la localidad ECII, lo cual provoca que las personas vivan con recelo sus vínculos sociales pues los consideran peligrosos, ya que existen numerosas situaciones donde se muestra la desigualdad imperante, y cualquier motivo puede suscitar represalias de la persona envidiosa.

Por otra parte, la forma como se concibe a la persona dentro de la cultura ch’ol facilita que las consecuencias del daño realizado se den de múltiples maneras, ya que son vulnerables a las acciones de brujería. Asimismo, las condiciones de marginación en que se encuentran, las configuraciones locales del poder y la deficiencia de las instituciones del Estado, dificultan el acceso a la impartición de justicia. Por lo general, las estrategias que se implementan en las confrontaciones suelen estar al margen de los mecanismos legales, ya sea por la deficiencia de las instancias jurídicas, o porque el mecanismo de procuración del daño les sea inasible, como en el caso de la brujería.

Al enfrentar la dificultad para obtener los recursos necesarios para sobrevivir, o para tener la posición que desean, las personas envidian a alguien de la misma localidad, vuelcan su coraje y su odio contra ella, realizando acciones con las que buscan disminuirla. Por otra parte, quien es envidiado responsabiliza al envidioso de los males que lo aquejan. Llama la atención que la mirada de las personas se encuentra dirigida hacia el espacio local, por lo que tanto la emoción como la reacción que conlleva se expresan contra alguien del entorno inmediato, sin lograr articular la posibilidad de transformar la relación con el espacio translocal para tratar de que pudieran existir posibilidades de bienestar para todos.

Como hemos expuesto, el formar parte de una localidad indígena rural ha condicionado históricamente y de forma estructural las serias limitaciones que han enfrentado los integrantes de este grupo, por lo que las relaciones establecidas con el contexto translocal han influido de forma fundamental para que no puedan trascender su marginalidad. Debido a ello, y al no haber un proyecto colectivo local que pugne por transformar las circunstancias negativas de todos los habitantes, sólo unos cuantos han logrado mejorar sustancialmente sus condiciones de vida —principalmente jóvenes—, en la medida en que han podido aproximarse a los recursos que les ha proveído diferencialmente la sociedad mestiza. Dichos cambios también han promovido la incorporación de múltiples elementos a la dinámica local, como valores, formas de relacionarse, y formas de poder nuevas, los cuales —en algunos casos— se confrontan con los hegemónicos, contribuyendo a construir el escenario del conflicto.

Pareciera que la mejor forma para afrontar la propia carencia es afectando la abundancia del otro; empero, esa estrategia no garantiza que la carencia desaparezca, quizá sólo se invisibiliza al desaparecer el motivo de la disputa. Es importante considerar que, al contar con narrativas locales que explican el sufrimiento a través de las emociones y las prácticas de daño empleadas en lo individual o familiar, se mantiene oculta la dificultad que tienen los ch’oles para incidir en la relación tan desequilibrada que mantienen con el espacio translocal, lo que en el fondo sostiene las limitaciones, las desigualdades y los conflictos. En lugar de tratar de incidir en las relaciones opresivas configuradas desde un escenario económico, político e ideológico construido históricamente, y que los sobrepasa, las personas suelen enfocar gran parte de sus recursos en una batalla en la que visualizan a sus compañeros como enemigos.

Las confrontaciones internas entre grupos o entre particulares debilitan a la comunidad pues deterioran el tejido social, lo que contribuye a su vez a posicionar a dicho grupo humano en condición de vulnerabilidad frente a los intereses de grupos poderosos que se aprovechan de las divisiones, contribuyendo así a la formación de un círculo vicioso.

Por otra parte, los conflictos deterioran la calidad de vida de las personas pues provocan que éstas gasten demasiados recursos, ya sea en hacer daño, o en defenderse de las acciones de su enemigo. La localidad se encuentra en una recursividad donde se enseñorean la desconfianza, la competencia y el daño, es decir, el sufrimiento, lo que impide la construcción de procesos de cooperación y confianza en otros niveles, que beneficien a la población en su conjunto.

El caso expuesto nos muestra que la vida afectiva constituye un motor muy importante de la dinámica local, que se construye en torno a relaciones de poder que mueven a las personas a desplegar múltiples recursos para tratar de mejorar su posición —ya sea a través del ataque o de la defensa—, tratando de proteger sus intereses y los de sus familiares, moviéndose a favor o en contra de las posiciones hegemónicas, por lo cual las emociones se asocian directamente con la posibilidad del cambio social.

Debido a ello, las emociones pueden constituir un dispositivo analítico que permite aproximarnos a la forma como éstas son experimentadas, lo cual genera la construcción de las agencias de las personas, pues se encuentran ancladas en códigos culturales compartidos que validan ciertas formas de sentir en contextos particulares, que reconocen ciertas expresiones emocionales, por lo cual la localidad cuenta con instancias específicas encargadas de regularlas; en este caso los curanderos-brujos y los comisarios municipales. Es por ello que las emociones permiten establecer puentes entre la vivencia individual y la dimensión emocional de una colectividad, que incorpora a su vez elementos morales, éticos, jurídicos y de usos y costumbres, así como también económicos, políticos e ideológicos, entendidos desde un marco histórico.

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Este trabajo fue realizado con el apoyo del Programa de Becas Posdoctorales de la UNAM. Agradezco a la Dra. Oliva López Sánchez su apoyo y enseñanzas, fundamentales para llevar a cabo esta investigación.

Como decir chismes, amenazas, burlas o descalificaciones, emplear violencia física, dañar el patrimonio de otros, o emplear la brujería.

El presente trabajo no está enfocado a analizar cada emoción de forma individual, por lo que no se presentará una caracterización particular de cada una de ellas. El eje de análisis es la dimensión emocional en relación con el conflicto social y la desigualdad, por lo que se presentarán elementos que contribuyan a profundizar en dicha relación.

El objetivo de este trabajo no permite profundizar en la relación que los ch’oles identifican entre la experiencia de algunas emociones y la producción de enfermedad, por lo cual dicho tema sólo será abordado de forma tangencial. En particular, la experiencia de la vergüenza produce la enfermedad de kisin (Imberton, 2002); la preocupación-tristeza, la enfermedad de cólico, y el miedo, la enfermedad de espanto (bΛk’ñan).

El ejido El Carmen II está conformado aproximadamente por 550 personas.

Desde agosto de 2008 he realizado trabajo etnográfico en el ejido de forma intermitente. Para esta investigación permanecí nueve semanas, entre noviembre de 2013 y marzo de 2014. En dichas ocasiones pude aproximarme a diversos contextos de la vida de las personas de la localidad.

Los objetivos del artículo no permiten presentar o discutir las diferentes propuestas teóricas que se han planteado para el estudio de las emociones; al respecto, se puede revisar Fernández, 2011; Ramírez, 2001; Enríquez, 2008.

La dimensión política se refiere al entendimiento de las relaciones de poder que actúan en una sociedad (Foucault, 2012).

Las tres emociones son retomadas en las narrativas; sin embargo, la envidia tiene un lugar preponderante, por lo cual será retomada como emoción principal.

Las consecuencias de la envidia expresada en la brujería se pueden referir a la manifestación de malestares corporales que pueden ser prácticamente de cualquier tipo, a tener sueños en los que algún animal-nagual le genera daño al espíritu de la persona, a tener emociones exacerbadas que suelen conducir a las personas a tener conflictos con otros o a pensar en el suicidio, entre otras.

La mayoría de los habitantes del ejido ECII dependen de la frágil agricultura de temporal, y de los apoyos que da el gobierno a través de diversos programas. El chile jalapeño es el principal producto comercial de los campesinos del municipio, y en muchos casos el único. En el 2013 se pagó a 2.60 pesos el kilo, lo cual es muy bajo en relación a lo que invierten y a lo que necesitan para satisfacer sus necesidades básicas. También siembran productos para autoconsumo.

Presento algunos datos recientes a nivel municipal que ayudan a contextualizar la situación de los habitantes del ejido. La tasa de analfabetismo en población con 15 años o más fue de 25.6 en el 2000; la tasa nacional para ese mismo periodo fue de 9.5. La tasa de mortalidad infantil fue de 42.2 en el 2000, mientras que la estatal era de 26.0 (http://www.inegi.org.mx). El PIB per cápita del municipio (3689 dólares) es menos de la mitad del valor nacional (7493 dólares) y una cuarta parte del valor estatal (13,153 dólares). Calakmul está clasificado en el lugar 1636 a nivel nacional en cuanto a Índice de Desarrollo Humano, es el último lugar a nivel estatal, y se encuentra muy lejos de Ciudad del Carmen, ubicada en el lugar 19 (Arreola et al., 2004).

Esto sucedió con más intensidad a partir de la formación del municipio de Calakmul, en el año 1996, con lo que se implementaron diversos servicios y programas: productivos, de trabajo temporal, de salud, educación, manejo de recursos naturales, mejoría de la vivienda y de la comunidad, de impartición de justicia, entre otros. También se instaló la energía eléctrica, lo que trajo consigo el acceso a medios de comunicación, como la televisión, y actualmente internet aunque de forma muy limitada.

Latour define al actante como cualquier agente “que modifica con su incidencia un estado de cosas”, por lo que “incide de algún modo en el curso de la acción de otro agente” (2005: 106); en esta categoría se incluyen a seres humanos y también a “no-humanos”. En este caso, planteo que todos los elementos que se han ido incorporando a la vida de la localidad han contribuido a modificarla.

Algunos de dichos proyectos se refieren a tratar de construir alianzas con partidos políticos para obtener recursos; involucrarse con diversos grupos religiosos; los jóvenes han aumentado su escolaridad, pensando en migrar y obtener un mejor empleo; algunas autoridades han hecho uso discrecional de los recursos obtenidos a través de los programas de gobierno, los cuales deberían ser para todas las familias; también se ha buscado consolidar alianzas entre familias relacionadas por consanguinidad, compadrazgo o amistad.

El corazón es la parte de la persona donde se encuentran sus principales capacidades, como pensamiento, sensación, emoción, deseo, recuerdo o conocimiento. Cuando se dice que el corazón habla (chon ti t’an ipusik’al), expresa los deseos, pensamientos, emociones, sensaciones, recuerdos de la persona. Existen palabras específicas para nombrar cada una de estas capacidades: ña’tan: saber, pensar, comprender, recordar, extrañar, conocer; ubin/ ubintel: sentir corporalmente, lo que se refiere tanto a emociones como a sensaciones, también refiere específicamente a escuchar; kΛñ: “conocer”, “aprender”; ‘om: “desear”, “querer”; kajtisan: “recordar”.

Se considera que la noción de persona” integra la experiencia del cuerpo (bΛc’tal-baketal), del ch’ujlel o espíritu y del wΛy, nagual o segundo espíritu —para quienes cuentan con esta entidad—, así como de la relación con el entorno planteada a través de las interacciones con otros humanos, y con el medio ambiente personificado por seres sobrenaturales o “dueños”, yumob o wits-ch’en.

El ch’ujlel sale durante los sueños, también cuando la persona se espanta o cuando cae.

Los dueños son poseedores de los recursos del entorno que los ch’oles necesitan para sobrevivir: la dueña de la tierra —yum lum—, el dueño del agua —yum ja’—, el dueño de la montaña o del cerro —yum wits—, el dueño del viento —yum ik’—, el dueño de la cueva —yum ch’en—.

Los pobladores son hombres jóvenes, jefes de familia y no ejidatarios. Son hijos de los ejidatarios que no alcanzaban la edad estipulada (18 años) para ser acreedores a tierras ejidales cuando se hizo el levantamiento para obtener el título agrario; aunque también hay personas que se establecieron en el ejido con posterioridad.

Los nombres verdaderos han sido cambiados para proteger la identidad de las personas.

Este trabajo se realizó sin haber conversado con Mario al respecto. Dado que en la localidad siempre he vivido en casa de Julio, su principal contrincante en este conflicto, mi cercanía con dicha familia me colocaba en una posición no neutral. Sin embargo, conversé con diversas personas del ejido, incluyendo hermanos de Mario, con quienes pude indagar cómo funciona la dinámica en la actualidad en torno a esta persona, a más de poder escucharlo y observarlo en dos asambleas generales. También, para una investigación anterior, realicé una entrevista con él sobre el proceso de fundación del ejido, y durante el tiempo que he realizado trabajo de campo en la localidad he tenido la posibilidad de compartir diversos espacios donde él ha estado presente.

No todas las personas tienen esa cualidad. Quienes cuentan con ella pueden afrontar dificultades de forma exitosa, pueden experimentar ciertas emociones sin enfermar, o incluso pueden evitar experimentarlas.

Com. pers., enero de 2014.

Lie. Beatriz Ortega Hernández, entrevista, noviembre de 2013.

Julio sabe que Mario ha sido visto rezando en la noche delante de una cruz junto a su hermano que es considerado brujo y curandero; también corre el rumor de que los múltiples viajes que ha hecho a otros lugares han estado relacionados con buscar gente que tenga poderes para dañar a Julio; además, ha tenido "malos sueños" (tsuku ñajal) en los que se presentan naguales dispuestos a lastimarlo, también familiares cercanos han tenido sueños donde tienen noticias del daño que se está haciendo contra él; ha encontrado buhos en su solar y varias serpientes en su camino, dichos animales podrían ser emisarios de los brujos o sus mismos naguales. Sobre todo ha sentido diversas molestias fuertes en el cuerpo que amenazan con convertirse en enfermedad, y ha escuchado voces de los "diablos" que lo incitan a quitarse la vida.

Conversación llevada a cabo en noviembre de 2013.

Conversación llevada a cabo en febrero de 2014.

Con esta expresión refieren con frecuencia al declive corporal, espiritual y/o moral.

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